El extraño caso de Angélica (O Estranho Caso de Angélica, 2010) de Manoel de Oliveira

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Y la palabra clave para ‘mirar’ esta película de Manoel de Oliveira es ‘extraño’. Hagamos un experimento. Miremos los distintos significados de extraño en un diccionario (RAE) y ‘leamos’ esta película.

Extraño es raro, singular.

Como el fotógrafo protagonista, un joven sefardí del cual no sabemos nada de su pasado. Tan sólo su presente. Vive solo en una pensión en una región de Portugal (Peso da Régua). Es un hombre trabajador, tímido e introspectivo. Obsesivo y silencioso. Frágil. Apenas se relaciona con los demás, es educado y siempre va vestido de negro con una camisa blanca, un sombrero, y en el hombro su bolsa de fotógrafo.

Extraño es extravagante.

También le podríamos denominar extravagante. Como casi todos los personajes que le rodean en su extraña historia. Los habitantes de la pensión, los de la quinta, los labradores… son fisionomías extravagantes ancladas en el tiempo. Poseen un extraño humor, una extraña forma de ser.

Extraño es el adjetivo que acompaña a una persona o a una cosa que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte.

Escuchamos que la historia transcurre en el siglo XXI en plena crisis económica… pero parece sin embargo que el tiempo, el lugar, la historia que se nos cuenta, la forma de contárnoslo… todo es ajeno al mundo de hoy. Y esto causa el mayor de los extrañamientos.

Extraño es permanecer extraño a algo, no formar parte.

Y nuestro protagonisa, el fotógrafo, no pertenece a este mundo como tampoco la joven muerta que tiene que retratar, Angélica. Los dos son ajenos a este mundo y por ello capaces de protagonizar una historia de amor y de muerte. De obsesión extraña…

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Extraño es un movimiento súbito, inesperado y sorprendente… y ésa es la clave de El extraño caso de Angélica… Manoel de Oliveira nos presenta una historia inesperada y sorprendente. Pero a la vez sencilla. Como un viejo relato o cuento sobre la vida y la muerte y el amor más allá de estos dos conceptos. Y lo inesperado y sorprendente provoca una película donde lo fantástico convive con lo cotidiano. Sin estridencias. Así es posible ese fotógrafo enamorado de la mujer muerta que a través del objetivo le sonríe y mira o le hace volar mientras recorren juntos un río…, una mujer muerta que atormenta sus sueños y transforma su realidad.

Así el centenario Manoel de Oliveira cuida una historia, que escribió hace tiempo (por eso quizá ese extrañamiento atemporal), y la trae a su mirada del siglo XXI del que todavía es testigo. Y así surge un relato donde lo viejo y lo nuevo conviven, como lo cotidiano y lo fantástico. Y así ese fotógrafo que en plena época digital sigue con su Leica y revelados protagoniza un cuento contemporáneo donde el amor sigue venciendo a la muerte. Así nos regala un relato cinematográfico entre lo onírico y lo poético que forma parte de una tradición cinéfila que ha dejado huella en Las tres luces, El séptimo cielo, Jennie, La muerte se va de vacaciones, El fantasma y la señora Muir o Sueño de amor eterno donde el amor se salta el tiempo, el espacio y la muerte.

Todo en un Portugal donde todavía conviven en armonía la modernidad y lo antiguo bajo una insistente lluvia y bellos paisajes donde el canto popular de los labradores que todavía trabajan la tierra de manera tradicional se mezcla con el piano de Maria Joao Pires que toca a Chopin… Donde todavía un gato puede mirar expectante a un pajarillo en su jaula, donde las ventanas se abren para dejar pasar la brisa, donde un coro infantil ensaya en una vieja iglesia o un cementerio puede verse a través de la reja. Donde todavía uno puede desayunar tranquilamente un café con leche, conversando. Donde los muertos son velados cuando antes se les ha puesto con sus mejores galas. Y donde un rostro joven como el de Angélica, que acaba de fallecer, puede de pronto mirarte y sonreír… y quizá esperarte.

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