Si algo llama la atención de Los sobornados es que está contada a golpe de violencia continua. Fritz Lang recrea una ciudad violenta y lo refleja en cada fotograma. Una violencia física y emocional. Si hay una escena que perdura y que nunca se olvida es la de un colérico Lee Marvin tirando el café hirviendo en el rostro de su ‘chica’ Debbie (una maravillosa Gloria Grahame). Pero esto solo es una escena más de violencia. La película está plagada de ellas. De hecho la historia avanza según se va sucediendo un acto violento tras otro. Algunos están fuera de plano, otros sólo son contados y los de más allá son mostrados con toda su crudeza.
La película arranca con un suicidio, continúa con una de las muertes más tremendas e inesperadas tras una explosión, no faltan quemaduras de cigarrillo, peleas, una violencia de género brutal, disparos, amenazas… y una violencia emocional más feroz si cabe. Así nos sorprendemos con el suicidio de un hombre que todavía no sabemos quién es pero más nos sobrecoge la reacción de su viuda…
Como toda buena película de cine negro que se precie… un ambiente ambiguo, oscuro y fatal recorre la cinta y tiñe a su personaje principal cuyo dilema moral es el siguiente: ¿podrá la venganza destrozar totalmente la humanidad y la honestidad del policía Bannion (un Glenn Ford en uno de los pocos papeles en el que no le tengo manía)? ¿Se convertirá en uno más que ‘corrompe’ el ambiente de la ciudad? ¿Cruzará el límite y será igual que uno de los matones a los que persigue?
Lo tremendo que plantea Lang es que el espectador entiende (aunque no comparta) la transformación de Bannion porque le arrebatan de la manera más cruel a la compañera de su vida… Pero lo realmente transgresor dentro del género negro es que esta vez será la mujer fatal la que impedirá la caída al abismo del héroe. Ella misma, ya como mujer deformada, preferirá tirarse al abismo y arrastrar junto a ella a los suyos con tal de recuperar la humanidad y entereza del policía. Ella misma será la que se vengue por Bannion. Ella misma llevará hasta las últimas consecuencias ser mujer fatal con los suyos pero para ‘redimir’ al héroe y ‘redimirse ella misma’.
Fritz Lang deja una poderosa película con un dominio, como siempre en su cine, de la puesta en escena y del lenguaje cinematográfico. No sólo deja unos personajes difíciles de olvidar: desde el mafioso poderoso (que en una escena lo encontramos en el salón de su casa donde el gran retrato de su madre domina todo y nos ‘cuenta’ mucho de ese extraño personaje), a la viuda fría o el matón sin escrúpulos. Sobrevolando por la ‘querida’ que ama, la mujer fatal que se redime (y que desde el principio muestra una rebeldía e inteligencia evidente así como un sentido de la libertad muy marcado: no soporta cómo todos los que la rodean giran y bailan alrededor del gánster poderoso) o el retrato de compañera ideal que refleja la esposa de Bannion (retrato muy años cincuenta… y muy interesante de analizar). Pero también imprimen un sello especial toda la galería de personajes secundarios que con solo una escena se convierten en necesarios (como esa anciana que apenas puede andar y que le da una pista al vengativo policía). Lang sabe ‘presentar’ con todos los contrastes necesarios los distintos lugares de la trama: el hogar del policía, la comisaria, la casa del mafioso, de la viuda, del matón de turno, los garitos, las habitaciones de hotel y garajes… Nos hacemos una idea del ‘espíritu’ de la ciudad. Es una película nocturna donde la iluminación y los claroscuros predominan y narran así como otros elementos claves: las lamparas que se encienden y se apagan, las sombras que delatan, los ruidos que sorprenden, las puertas que se abren violentamente o que se cierran.
… nos deja una de las escenas más tristemente románticas del cine de Lang (que sabe rodarlas) y es cómo una Debbie moribunda y redimida escucha cómo Bannion le describe a su amada ausente y le comenta que hubiesen sido buenas amigas… y se lo cuenta dulcemente con cariño, estando muy pendiente de ella. Y Debbie es consciente de que el policía no caerá al abismo, que su humanidad ha regresado a su rostro. Así ella puede cerrar los ojos…
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