La sustancia tiene sustancia, permitidme el obvio juego de palabras. De pronto, hay películas que generan discusiones, debates, análisis, opiniones contrarias e incluso empujan a gente que habitualmente no va a salas de cine a animarse a hacerlo. Y escribir sobre ellas no solo es apasionante, sino todo un reto, porque también hay avalancha de textos sobre la película en cuestión, tocando además los más variados temas.
La película de Coralie Fargeat entra por los ojos desde el primer fotograma. Visualmente no solo tiene fuerza, sino una manera de contar la historia en imágenes que se queda grabada en la mente. Con dos secuencias brillantes nos sitúa en el meollo de la historia. Por una parte, un experimento nos hace ver cómo con una inyección nace de una yema de huevo, una versión mejorada de esa yema…
Por la otra, en el suelo del Paseo de la Fama, se pone una nueva estrella con el nombre de Elisabeth Splarkle (Demi Moore) y solo enfocando esa baldosa vemos el paso del tiempo y la historia de esta mujer, una actriz de éxito, que va cayendo poco a poco en el olvido. Así ya sabemos que hay un experimento en marcha capaz de crear un alter ego mejor del original y conocemos el posible sujeto que va a someterse a dicha prueba.