La noche (La notte, 1961) de Michelangelo Antonioni

“… Éste era el pequeño milagro de un despertar, sentir por primera vez que tú me pertenecías, no sólo entonces, y que la noche se prolongaba para siempre a tu lado, en el calor de tu sangre, de tus pensamiento, de tu voluntad que se confundía con la mía. Por un momento he entendido cuánto te amaba, Lidia, y ha sido una sensación tan intensa que se me han llenado los ojos de lágrimas. Era porque pensaba que esto no debería terminar nunca, que toda mi vida debería ser como el despertar de hoy… Nada podría destruirlo sino la torpe indiferencia de una rutina que veo como la única amenaza».

Reconozco que Antonioni es un realizador que me cuesta visitarlo y analizarlo. Me he acercado a muy pocas de sus obras (remediaré este asunto) pero no he logrado atisbos de emoción. Una de sus películas más ‘populares’, Blow up a mí resulta muy antipática. Reconozco belleza formal y visual y una manera de rodar el hastío absolutamente real (tanto que hastía al propio espectador. Antonioni no es director fácil).

Así que para mí ha sido una pequeña sorpresa La noche. Y puedo reconocer que aquí Antonioni sí que me ha atrapado desde el primer momento. Forma parte de su más famosa trilogía de la incomunicación: La aventura, La noche, El eclipse… Y cuenta un día, desde la mañana hasta el amanecer del día siguiente, de un matrimonio de clase media alta. Pero no es un día cualquiera. Es el día en que empiezan visitando a un amigo con enfermedad incurable y la esposa se vuelve plenamente consciente, ante la cercanía de la muerte, de su insatisfacción diaria. Qué hace al lado de un esposo con el que ha caído en picado en la rutina, el aburrimiento y en la incomunicación más lacerante. Viven como muñecos, sin sentimiento alguno, que pasen los días, los meses y las horas, insatisfechos en todas las áreas, la privada y la pública.

Y al final de la jornada, en un amanecer, después de una fiesta burguesa donde los invitados pivotan entre la frivolidad, la lluvia y la superficie sin apenas rozarse en el plano emocional y de los sentimientos…, los esposos pasean. Y ella, por fin, realiza una confesión que la duele. Una confesión que denota que los dos están atrapados en la rutina y la costumbre. Una confesión que él no entiende ni acepta y finalmente arrastra a la esposa que ha tenido el atisbo de lucidez de decir con dolor: ya no te quiero. Y de continuar diciéndole y tú tampoco me quieres. Dímelo, liberémosnos. Así se produce el momento más hermoso cuando ella lee una carta maravillosa de amor que él no reconoce como suya…, cuando ambos se amaban. Y él vio el futuro, que ahora no recuerda, su amor sólo tenía una amenaza: “Nada podría destruirlo sino la torpe indiferencia de una rutina que veo como la única amenaza”.

Y en una jornada larga de visita al amigo que muere, de compromisos sociales, de paseos solitarios por la ciudad que engulle, encerrados en un hogar que asfixia, en un cabaret en el que ambos no confiesan su aburrimiento absoluto ante las contorsiones de una peculiar bailarina de streptease y el paso final a una mega fiesta de millonarios donde la joven hija del matrimonio anfitrión sera un punto catártico en la pareja (y que la dejarán como dice ella hecha un trapo)…, descubrirá a un pareja que andas juntos pero separados por una incomunicación y soledad imposible de batir.

El trío protagonista es atractivo y atrayente. Una enigmática y hermosa Jeanne Moureau, un siempre increíble (coño, cómo me gusta el tío, qué pedazo de intérprete) Marcelo Mastroianni y una bella hasta lo imposible Monica Vitti. Así Antonioni los hace pasear entre tiempos muertos, silencios, conversaciones intrascendentes para entender, a través de la arquitectura urbana, el espíritu de cada uno de ellos. Antonioni realiza planos-secuencia prodigiosos y escenas de una belleza formal increíble donde juegan las luces, las velas, la lluvia, las sombras, un suelo con cuadros blancos y negros, las espaldas, los rostros de sus personajes en primeros planos, las escaleras, lo urbano y la naturaleza (en un prado transcurre la última escena) todo envuelto en una música cálida y sensual que despierta los sentidos… hasta la triste confesión final.

Quizá La noche sea la primera película del cineasta italiano que haga que me acerque de otra manera a su obra y redescubrirlo. Y quizá también admirarle.

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