Diccionario cinematográfico (113)

Teléfonos: ¡No me digan que no hay un idilio del cine con el teléfono! ¡Cuántas escenas nos vienen a la cabeza… de cine romántico, de terror…!¡Escenas de lágrimas o de buenas noticias! La espera de la llamada, la llamada en sí. ¡Cuántas veces hemos atendido al mensaje que ha recogido el contestador!

Quién olvida el beso más hermoso del maestro del suspense en que los protagonistas, Bergman y Grant, están encadenados a un teléfono.

No se cae la cara de ternura al ver a Keaton fotógrafo llamar al teléfono a la mujer amada y ésta lo coge y le explica cómo llegar y mientras se lo cuenta, nuestro cara de palo corre y corre por las calles hasta alcanzar a la muchacha amada que sigue hablando por el teléfono.

Y qué me dicen de la comedia más recordada de Hudson y Day donde el máximo protagonista y el rey del conflicto es una línea telefónica compartida. ¿Cuándo el uso del teléfono fue tan vital?

Y no recuerdan ese teléfono que no deja de sonar en Érase una vez en América que obsesiona a un De Niro. O esa llamada que recibe una Grace Kelly y que todos sabemos que quizá muera asesinada (de nuevo el maestro del suspense)…

Y que me dicen de ese Brad Pitt en país lejano, en cabina, ocultando su sufrimiento —podemos opinar que egoísta ante todo el horror y dolor que nos describe Babel— a los hijos amados y cambiando la vida de la mujer mexicana que se ocupa de la casa… que sólo quiere tener tiempo para ir a la boda del hijo adorado. El teléfono y la incomunicación.

O esa Magnani abandonada por su amor en llamada telefónica que ella no quiere cortar. O la Stanwyck oyendo un cruce de llamadas, aterrorizada, mientras escucha su propio asesinato…

Esa cabina a lo mercero que deja a un José Luis López Vázquez en una cárcel-pesadilla. La misma cárcel que vive La Rosa en esa cabina clamando ayuda, ayuda, que no llega.

Hasta el telefonillo tiene escenas para recordar como ésa en que el hijo de la novia se declara bajo la lluvia a la mujer de sus sueños, amada.

¿Y no recuerdan esa escena de amor contenido, ante noticia telefónica, de una Reed y un Stewart para comérselos en ¡Qué bello es vivir!?

Estas escenas sólo son un aperitivo sin final.

No puedo dejar de escuchar llamadas que nadie atiende, conversaciones de amor y odio, llamadas que salvan vidas, mensajes de voces que quizá nunca vuelvan a escucharse, sms que anuncian una nueva vida, móviles que dejan escuchar su melodía y quizá un voz que se espera oír…

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