Tres momentos inolvidables en Río Bravo

Mis queridos visitantes me vais a permitir que me extienda un poco en este post que me dispongo a elaborar. Y os lo pido porque voy a hablar de una película que me encanta aunque la vea una y mil veces en los estados de ánimo más distintos. Una película que fue dirigida en 1958 por mi maestro adorado Howard Hawks –no os olvidéis amigos míos que gracias a él me convertí en personaje inmortal, gracias a él y su Luna nueva (1940) conocéis mi historia y sabéis cómo es mi rostro, cómo actúo, cómo pienso…, cómo escribo–. Ésta, como veis, es otra razón de peso.

Este post se lo debo al director alto con cara de duro, totalmente seguro de su masculinidad y de la camaradería entre machos, que disfrutaba con el alcohol, con el tabaco, que adoraba los aviones y luego, más tarde, los coches y las motos…, pero todo un mago en el arte de narrar historias en imágenes. Howard Hawks reflejaba un mundo de hombres pero, sin embargo, creo personajes femeninos completos, fuertes y fascinantes. Yo, que soy una de ellas, me identifico con las mujeres de la mitología hawksiana. Desde los años treinta proporcionó a su cine, mujeres modernas e independientes que se movían perfectamente en el mundo masculino de los héroes de Howard. El director siempre planteaba unos duelos-amorosos entre dos seres humanos en igualdad de condiciones.

El mago de narrar historias dejó buenas películas en todos los géneros…, ¡y qué películas! Sólo os escribo una pequeña muestra de su filmografía para que entendamos de quién estamos hablando: Scarface (1932), La fiera de mi niña (1938), Bola de fuego (1941), Tener y no tener (1944), Río Rojo (1948), Me siento rejuvenecer (1952) o Hatari! (1962).

Bueno, como ya habéis visto desde el título, la película que quiero recordar es Río Bravo, un western fascinante y maestro. Una obra grande. Con un montón de miradas y lecturas. Unos personajes llenos de matices, una buena historia, una música inolvidable…, una película intimista, poética y de autor y a la vez –que es lo que hacía grande a Hawks– una historia tremendamente entretenida, que te tiene siempre en tensión, con momentos divertidos y otros, trágicos, como la vida misma.

Durante todo Río Bravo deseas acompañar a los personajes que la pueblan. Howard Hawks se sirve de cuatro personajes entrañables para contar una historia intimista que se hace grande en cada escena. Los protagonistas, que forman el peculiar cuarteto de camaradas, son: John T. Chance (John Wayne), un sheriff duro que ama y cuida a sus amigos y que protege con lo que puede y tiene al pueblo donde vive. Dude (Dean Martin), ese hombre alcoholizado que trata de salir de un infierno y volver a ser el que era, antes de un mal de amores y antes de hundirse en litros de alcohol. Colorado (Ricky Nelson), el adolescente pistolero que se sabe bueno, que quiere hacerse siempre el duro –aunque nunca pierde la educación–, pero que busca lo que todo el mundo ser respetado y aceptado. Stumpy (Walter Brennan), el anciano cojo, cascarrabias, malhumorado…, pero dulce y tierno que no es más que un hombre que grita que sigue siendo útil y que cuida y ama a sus compañeros de trabajo. Y, por último, Feathers (Angie Dickinson), la tipa dura de pasado turbio, jugadora empedernida, cansada de huir y correr de un lado a otro. Desea que alguien la espere y la haga quedarse en un punto fijo.

La trama es absolutamente sencilla: un sheriff detiene, por asesinato, al hermano de un importante y corrupto terrateniente. Tiene que esperar a que venga el alguacil y que se lleve al preso para que haya juicio. En el lejano Oeste, este hecho pueden suponer días y el sheriff sabe que el terrateniente y sus secuaces van a hacer lo imposible por sacar al asesino de prisión. Habitantes del pueblo y amigos se ofrecen a ayudarle pero el rechaza implicar a otros en un asunto peligroso. Tan solo se rodea de su antiguo y alcoholizado ayudante, de un anciano cojo, de un joven pistolero y de una mujer desconocida que llega al pueblo.

Howard Hawks empezó este proyecto tres años después de haber fracasado en taquilla y críticas –bueno, la crítica especializada no reconoció su buen arte hasta años después, una vez retirado del cine– con Tierra de Faraones. Después del parón profesional más largo de su carrera, regresó con Río Bravo. Una de las razones por las que nació esta historia fue porque al director no le gustó Solo ante el peligro de Fred Zinnemann. No concebía que un sheriff fuera pidiendo ayuda desesperadamente durante toda la película y que nadie se la prestara. No entendía a ese personaje ni la reacción del pueblo. Así, que en Río Bravo vemos a un hombre al que todo el mundo quiere ayudar pero él declina estas ofertas porque no quiere poner en peligro la vida de nadie y es un profesional.

Río Bravo llegó en un momento en que el western en pantalla grande corría peligro –parecía el fin de una época del género– y, sin embargo, iba triunfando en largos seriales televisivos. Lo rescató para la gran pantalla… El director tuvo un golpe maestro al contratar al joven ídolo televisivo y, también, posteriormente ídolo musical, Ricky Nelson (muchos dicen que es lo peor de la película. Yo no estoy de acuerdo y creo que cumple perfectamente su papel. Tenía 18 años). Así se aseguró un público que de otra manera, quizá, no se hubiera acercado a ver un western en pantalla grande. Río Bravo no necesita de grandes parajes, ni de persecuciones arrolladoras, ni de grandes trenes, no sale ni el séptimo de caballería ni ningún indio… Río Bravo sólo necesita la calle de un pueblo, el saloon, un hotel y, por supuesto, la cárcel. Pasen y vean.

Las secuencias: y son tres las que destaco –aunque os aviso que es una película que no tiene desperdicio–. La primera secuencia: no hay ni una sola palabra. Dura, creo, unos tres minutos, y no pierdes ni un instante la atención. En pocas películas he visto tan bien reflejado la dependencia al alcohol, en pocas películas he visto tan realista el retrato de un alcohólico, en poca películas he visto una escena de humillación tan fuerte. En esta escena se nos presenta a Dude, que entra al saloon, deseoso de tomarse un trago pero no tiene dinero. Joe Burdette (el hermano del terrateniente) lo ve y con un desprecio increíble tira una moneda en una escupitera. Antes de que Dude, meta la mano para coger la moneda y poder beber, su amigo John T Chance se lo impide dando una patada al recipiente…

La segunda secuencia: ¡qué manera más romántica y con economía de palabras, de gestos y de tiempo para explicar que John Wayne ha caído rendido ante una mujer como la Dickinson! Feathers quiere cuidar a Chance y quiere que duerma tranquilo. Así que ni corta ni perezosa se queda vigilando, con una escopeta, en una hamaca en el hall del hotel, para que el sheriff pueda dormir en paz. Sin embargo, Chance –que sabe que lo hizo otra noche– baja las escaleras a medianoche y se la encuentra dormida. Él no la despierta, no habla, no la zarandea…, la tapa con sumo cuidado, la coge en brazos y la sube en silencio a la habitación…

Tercera secuencia: genial e intimista. Stumpy, Colorado, Dude y Chance deciden quedarse en la cárcel vigilando al preso y no salir de allí. Todos están juntos en la misma historia. Existe camaradería, amistad, reconocimiento del otro, un momento de tranquilidad y pausa… ¿y cómo deciden pasar el rato y unirse?  Cantando dos hermosas canciones: Dean Martin y Ricky Nelson dan sus voces para My rifle, my pony and me. Luego Stumpy pide una canción para que pueda cantar él y tocar la armónica, Ricky empieza Get along home, Cindy…, que entonan todos excepto Chance que sonríe y mira a sus amigos disfrutando el momento. Algunos ven esta secuencia fuera de lugar, a mí cada vez me gusta más, retrata un momento tranquilo, íntimo y feliz entre un grupo de compañeros.