Crítica La vida de los otros

Ayer fui sola al cine. Es un ritual del que me gusta disfrutar. Me encanta sentarme en mi butaca, a oscuras, y dejarme llevar por la historia que sale de una gran pantalla. Emocionarme sola. Salir totalmente llena por unas imágenes que me han hecho viajar y soñar…, y así pasó con La vida de los otros. 

El primer largometraje del alemán Florian Henckel von Donnersmarck –que también es el autor del guión– cuenta una serie de acontecimientos muy bien narrados que logran emocionar y enganchar al espectador. 

Con una realización y fotografía muy correctas, una música envolvente y unas interpretaciones brillantes –sobre todo Ulrich Mühe–, La vida de los otros nos transporta a la República Democrática Alemana de los años 80, antes de la caída del muro de Berlín. Nos adentramos en la experiencia vital del capitán Gerd Wiesler, un oficial de la Stasi (policía secreta del régimen comunista de la antigua RDA). Un hombre que durante años ha llevado su trabajo con el rigor de un serio y frío funcionario que tapa su soledad y vacío vital por la eficiencia de su trabajo y uniforme. Un hombre que durante años ha intimidado y vigilado a los que piensan distinto, a los que se salen de la norma, del régimen establecido…, que ha permitido el castigo, la tortura y el dinamitar la libertad individual de las personas. 

De pronto, se le encarga un nuevo trabajo de vigilancia total donde tiene que seguir durante 24 horas la vida de un escritor intelectual, Georg Dreyman (Sebastián Koch) y Christa Maria (Martina Gedeck), una famosa actriz de teatro. Con el personaje triste y gris de Wiesler nos introducimos en la vida de los otros. 

Y somos testigos de la transformación de Wiesler. De cómo la vida de los otros, Georg y Christa Maria, le cambian e influyen. El hombre con cara gris, con una fuerte coraza contra los sentimientos, se rompe poco a poco…, pasa de ser un personaje poderoso que puede jugar con la vida de los vigilados a ser un hombre que se plantea su existencia y que se identifica profundamente con los vigilados.  Logra, por primera vez en la vida, ponerse en el lugar del otro. 

Georg , el escritor, es un hombre idealista, y con terror a la soledad y al vacío creativo. Georg es un hombre profundamente enamorado. Un hombre que lucha por mantener su dignidad y libertad y que cuida a los que tiene cerca, a su amada y a sus amigos. Un hombre que trata de entender el mundo en el que vive. 

Christa Maria, la actriz, es una mujer rota, frágil, vulnerable y apasionada por su profesión de actriz pero destrozada por sus inseguridades y miedos. Ama a Georg pero se siente indefensa si no trabaja en el mundo del arte…, necesita sentirse arropada. 

La fuerza de estos tres personajes y de otros secundarios –los amigos de los artistas y los poderosos de la RDA– conforman el espíritu de esta historia que trata de mostrar que la libertad es un bien muy preciado. Que narra cómo la prohibición a ser distinto, creativo y con ganas de vivir destroza la vida de miles de seres humanos. Que cuenta cómo manteniendo la dignidad…, la vida puede ser dura pero permite sentirse uno bien consigo mismo… 

Los últimos minutos de la película cierran la historia de manera magistral –a muchos les ha parecido un final tramposo, a mí me parece un final magnífico. ¿Por qué cuando un final toca la fibra sensible del espectador, se dice que es tramposo?– y cómo la vida de los otros, puede influirnos, hacernos entender muchas cosas y sobre todo nos puede transformar.