La mano negra (Black Hand, 1950) de Richard Thorpe

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A veces te compras un pack de dvd sobre todo por una película que andabas buscando y a veces incluye otras que no das importancia o de las que no tienes referencia alguna. Y de pronto esa película hasta ese momento anónima, se convierte en sorpresa o descubrimiento. Por ejemplo me ocurrió cuando tenía ganas enormes de poder conseguir El demonio de las armas y la encontré en un pack donde venía junto a Agente especial. Si me gustó El demonio de las armas, Agente especial fue todo un descubrimiento. Pues bien hace poco adquirí un curioso pack de Gene Kelly porque estaba una película que había perseguido largo tiempo, Luz en el alma de Robert Siodmak (un realizador que me gusta bastante) y la otra película que acompañaba a dicho título era La mano negra, película de la que no tenía referencia alguna. Pues bien mientras Luz en el alma me parecía una película interesante de la filmografía de Siodmak pero no redonda, me he quedado absolutamente prendada de La mano negra, un film de un director tan prolífico como desconocido o poco analizado, Richard Thorpe. Lo de pack curioso lo digo porque es de un Gene Kelly totalmente alejado de sus papeles en el cine musical.

Pero vayamos al tema, La mano negra es una película muy bien contada, con ritmo y tensión, que además versa sobre un tema no excesivamente tratado en pantalla hasta que llegó El Padrino (sobre todo su segunda parte), con una ambientación inspirada en el cine negro de un Nueva York de principios de siglo, en la Little Italy de Nueva York (y un importante episodio en Nápoles). Así me ha sorprendido un director al que tenía olvidado y del que me queda bastante por descubrir, Richard Thorpe. De nuevo un director artesano del sistema de estudios de Hollywood que tiene una filmografía extensa. Thorpe dirigió varias películas de Tarzán con Weismuller y años más tarde dos películas con el cantante de moda, Elvis Presley o con jóvenes adolescentes de éxito como Sandra Dee o Hayley Mills. Sin embargo para mí siempre será el director de Ivanhoe. Durante una época dirigió populares películas de aventuras como la nombrada, El caballero de Zenda, Los caballeros del rey Arturo, El príncipe estudiante o Las aventuras de Quentin Durward. Así era un director del sistema de estudios que no se le resistía género alguno y de pronto le descubro en una película tan interesante como La mano negra. Y sobre todo me interesa porque me encanta descubrir buenos antecedentes de la trilogía El padrino (por la que siento una predilección especial). Hace poco escribí sobre Odio entre hermanos, rodada un año antes que La mano negra, de Joseph L. Mankiewicz. Así se puede trazar una senda de películas que llevaron a El padrino

Dirigida en blanco y negro, con buenas escenas de acción-tensión y un uso de los primeros planos excepcional (los personajes secundarios tienen unos rostros portentosos para que esos primeros planos se nos queden en la memoria). La película empieza con un prólogo magnífico que dispara la trama. Un inmigrante italiano, abogado, afincando en Nueva York, trata de colaborar con la policía para atrapar a los integrantes de la Mano Negra, una organización criminal italiana que tiene atados de pies y manos a los italianos neoyorquinos porque les hacen vivir con terror y temor, sin poder cumplir ese ‘sueño americano’ y esa libertad soñada. Ese hombre tiene una mujer que teme por el futuro de su marido y un hijo adolescente. Efectivamente, como temía su esposa, el abogado es asesinado por miembros de la Mano Negra, impunes por otro delito más. La madre pierde la cordura y solo quiere regresar a Italia, a pesar de un policía, Louis Lorelli, que quiere protegerla (maravilloso J. Carrol Naish) y que trata de combatir a la organización. Y el adolescente jura que regresará para la venganza…

Así la película ya te atrapa irremediablemente. Pasan ocho años y regresa en un barco con nuevos inmigrantes italianos aquel adolescente convertido en un hombre, Johnny Columbo (Gene Kelly), dispuesto a vengar la muerte de su padre. En el camino se encontrará a una vieja conocida de su juventud, Isabella, con su hermano pequeño y a aquel policía que quiso cuidar tanto a su madre como a él, Lorelli. Ambos tratarán de convencerle de que la vendetta solo provocará una muerte más pero no servirá de nada para terminar con la Mano Negra y el terror que tienen instalado entre todos los inmigrantes italianos afincados en Nueva York. Ellos son partidarios de buscar un método legal que permita que la organización criminal se tambalee y que todos se unan contra ellos, y sobre todo rompan el silencio. Así este tratará de vencer a la organización por medios legales pero el camino no será nada fácil…

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La película está repleta de buenos momentos como la muerte del padre del protagonista en el prólogo, el episodio que transcurre en Nápoles sobre todo la última parte, y el juicio que les sirve para encontrar un método que les permite combatir a los miembros de la Mano Negra… Buenos momentos que demuestran el dominio del lenguaje cinematográfico y la puesta en escena por parte de Richarp Thorpe. Así La mano negra es una película que cuida las sombras y los ambientes donde se mueven los personajes. Los hoteles y las viviendas de estrechas escaleras, los tugurios donde cantan viejas canciones, las calles solitarias con sombras intrusas… además de no dejar respiro con persecuciones, secuestros, bombas, juicios, palizas… y la lucha incansable de Johnny por lograr terminar con la organización que mató a su padre. El personaje de Johnny se enfrenta siempre a un dilema: ¿combate legalmente a la organización o se convierte en un hombre de acción para alcanzar su objetivo…? Y es una sorpresa encontrar a un Gene Kelly correcto en su papel (con escenas de tensión muy bien resueltas sobre todo al final) pero quien se lleva la palma como personaje es Louis Lorelli interpretado por un actor secundario de toda la vida, J. Carrol Naish, de esos que imprimen mucha verdad a sus personajes. De esos que nadie recuerda sus nombres (yo no lo recordaba) pero sí sus rostros y alguno de sus personajes…

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Odio entre hermanos (House of strangers, 1949) de Joseph L. Mankiewicz

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A veces basta una sola secuencia para sentirte atrapada ante la visión de una película. En Odio entre hermanos ocurre. Y sólo por esa secuencia ya sabes que Mankiewicz además de escribir buenos guiones sabe emplear de manera prodigiosa el lenguaje cinematográfico y sobre todo un recurso que emplea muy bien (y no es fácil) en alguna de sus películas más inolvidables: el flashback.

Odio entre hermanos nos hace conocer a Max (Richard Conte). Nos enteramos que acaba de salir de la cárcel. Que lleva siete años encerrado… Y que siente un especial resentimiento contra sus tres hermanos. Se nos va dosificando la información. Su padre ausente, omnipresente en varios retratos, era dueño de un banco que ahora regentan los tres hermanos. Max llega exigiendo a sus hermanos el tiempo perdido. Y se percibe desde el principio una tensión insoportable. También descubrimos a Irene (Susan Hayward), una mujer ajena a la familia que ama a Max y le ha esperado. Una mujer que trata de que Max expulse todo el odio que tiene acumulado en su interior y la influencia tan destructiva del padre omnipresente.

Entonces Max, en soledad, va a visitar la casa paterna… y ocurre la secuencia prodigiosa. Sólo por ella merece la pena su visionado. Se dirige a un salón muy barroco que está presidido por un enorme retrato del padre ausente, encima de una chimenea y al lado hay un gramófono. Max levanta la tapa y pone un disco y suena una ópera italiana, éste se sitúa entre el gramófono y el retrato de su padre y se queda pensativo… la cámara se va alejando de Max y va saliendo del salón hasta llegar a la escalera principal, y ésta va subiendo las escaleras hasta llegar a los aposentos de arriba se queda un momento fija en una ventana donde entra una luz tenue y hay un imperceptible fundido que nos devuelve a esa misma ventana y entonces la cámara sigue su recorrido por los aposentos hasta llegar a un dormitorio y entra a un aseo donde un hombre, en una bañera, tararea la misma ópera italiana que estábamos escuchando en el salón… ese hombre es el padre del protagonista (increíble Edward G. Robinson)… el magistral flashback está servido.

Así entramos en un drama familiar con aires de cine negro y gotas de melodrama donde la personalidad arrolladora del padre, un italoamericano que se ha hecho a sí mismo, influye de manera nefasta en sus cuatro hijos. Un inmigrante italiano que ha prosperado en la tierra prometida pero a la vez se ha ido corrompiendo. El padre ha pasado de regentar una humilde barbería a un banco (que lleva sus cuentas de manera irregular) y que aprovecha la crisis económica del crack del 29 para enriquecerse a costa de sus compatriotas más pobres.

… es una tragedia así podemos ver aires shakesperianos del rey Lear o gotas de relato bíblico de odio entre hermanos. El hermano más querido y respetado por el padre (pero al que también le influye la fuerte personalidad paterna) es el pequeño, Max. Un abogado triunfador y mujeriego que se muestra leal y fiel al padre. Los otros tres hermanos son continuamente machacados y humillados por su padre que les suelta todo tipo de lindezas. Así somos testigos en una comida familiar la fuerte tensión que vive esta familia día a día… Lo que más me ha sorprendido es el reflejo de esta familia italoamericana, su historia y su evolución en la tierra prometida. Las relaciones entre ellos y sus comportamientos. Un retrato magnífico que me ha recordado a una trilogía que adoro: El Padrino de Francis Ford Coppola. ¿Conocería el director esta obra cinematográfica antes de realizar la trilogía?

Odio entre hermanos ha supuesto un buen descubrimiento (gracias Alfredo, 39 escalones) que además permite disfrutar de todos los matices interpretativos de un Edward G. Robinson espectacular, muy bien acompañado por la contención de Richard Conte. El personaje de Conte tiene unos diálogos para enmarcar con Irene (una de las reinas del melodrama, Susan Hayward), la mujer que ama. Los secundarios para quitarse el sombrero como la enorme Hope Emerson, una jovencísima Debra Paget o una mamma italiana sufridora con el rostro de Esther Minciotti.

Es una película que cuida los ambientes (algo que también siempre ha sabido hacer muy bien Mankiewicz): la casa paterna, la casa de Irene, los bares que frecuentan los personajes, el propio banco… Y que te atrapa hasta llegar a un clímax donde el odio entre hermanos estalla de la manera más cruda y donde se refleja la influencia (tanto para bien como para mal) que tienen los padres sobre los hijos…

Odio entre hermanos es una obra cinematográfica más olvidada que otras entre la filmografía de Mankiewicz. Y es una buena sorpresa recuperarla. Aunque sólo sea para disfrutar cómo se emplea (y cómo se plasma) de manera magistral un flashback.

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