Razón número 1: Carpe Diem. Por qué me marcó la primera vez que la vi
Me recuerdo en un cine al aire libre, adolescente total, hace muchos años… Un cine de verano en un destino de playa. Y yo totalmente hipnotizada frente a El club de los poetas muertos. En mi oído retumbando una expresión latina: Carpe Diem. Así como su significado: “Aprovecha el momento”. Y repensarla posteriormente una y otra vez hasta ir reconvirtiéndose a lo largo del camino en “vive cada momento con pasión, como si fuera el último”.
Me viene a la mente cómo de toda esa pandilla de adolescentes, me quedé con el más tímido, aquel que no puede expresarse, pero que desea gritar. Y a partir de esta película no he dejado de seguirlo: Ethan Hawke. Me visualizo deseando que se cruzara en mi camino un profesor como Keating (Robin Williams) con conocimientos apetecibles (adoraba la asignatura de literatura) y que me transmitiese tanta pasión por la vida y el saber (y he de decir que unos pocos buenos profesores y profesoras se cruzaron por mi camino de enseñanza —antes y después de la película—, también variso bastante malos). Digamos que El club de los poetas muertos fue de esas películas que en un momento de tu vida ves y no olvidas.
Pero la rememoro también visualmente, sus imágenes se quedaron en mi retina. A Peter Weir ya le puse a partir de aquel momento nombre y apellido. De hecho ya me había fascinado con Único testigo. Luego vinieron La Costa de los Mosquitos (otra película que me dejó huella), Matrimonio de conveniencia (que aumentó mi lista de comedias románticas imprescindibles) o El show de Truman. Poco después descubrí sus primeras películas australianas (alguna me queda todavía por visionar), la primera Gallipoli y luego vendría Picnic en Hanging Rock.
Pero sobre todo El club de los poetas muertos ha quedado vinculada para siempre a dos palabras: Carpe Diem, y a lo que me hicieron pensar en ese momento y ahora.
Razón número 2: Me sigue gustando en todos los visionados que hago
Hay películas que no vuelves a ver porque no surge la oportunidad (o porque es difícil volver a acceder a ellas) y otras que repites en distintas pantallas, dispositivos, formatos… Este último caso es el de El club de los poetas muertos, pues la he visto varias veces (la última antes de realizar este texto). Curiosamente es una película que va cosechando una legión de detractores, y alrededor de ella se han escrito críticas y análisis negativos que también tienen interés y ofrecen otras miradas de dicha obra cinematográfica. Por no seguir hablando de las parodias alrededor de ciertas secuencias como la última (todos subidos a las mesas) o la repetida coletilla: “¡Oh capitán, mi capitán!”. Se ataca su “sensiblería”, el “reflejo falso” de lo que tiene que ser un buen profesor, la “superficialidad” de la propuesta, el “guion flojo y previsible”, que qué tipo de “rebeldía” es la que desarrolla, que es una historia de “niños elitistas y pudientes” en un instituto privado, etcétera, etcétera. Y leyendo los argumentos que se exponen no puedo decir que algunos de ellos no sean ciertos, pero para mí continúa siendo una película que me aporta. No solo me parece que esté bien rodada por Peter Weir o bien interpretada, sino que me cala más profundamente. Hay algo en el interior de El club de los poetas muertos que me llega. Es una película con un corazón que late.
Quizá el secreto esté en cómo refleja ese aplastamiento de los anhelos y sueños a través del poder y la sumisión, instrumentos de un sistema que quiere a todo el mundo de color gris, sin colores. Todo esto plasmado en una América conservadora de los años 50 y en una institución de enseñanza de élite (recinto cerrado) donde sus trasnochados principios: tradición, honor, disciplina y excelencia, son transmitidos a sus alumnos, que serán los que ocupen futuros puestos de poder para continuar perpetuando un mundo no solo gris, sino sin posibilidad de cambio. Tipos que a su vez aplastarán los sueños, anhelos y ganas de cambio y mejora de otros ciudadanos. Y en esa América por supuesto todo lo que huela a sensibilidad, empatía, poesía, rebeldía, cultura, arte, teatro, libros…, todo aquello que haga volar la imaginación del hombre… es sospechoso. Pero ¿solo ocurre en ese instituto de élite y en esa América de los 50?
Razón número 3: Poesía
Una película que habla de poesía. Para aquellos que habitualmente siguen el blog, saben que una de las duplas que suelo alimentar es la del cine y la poesía. Y que recopilo secuencias donde algún verso o poema está presente. En El club de los poetas muertos se recopilan varios poemas, y se habla de la necesidad de que en la vida exista la poesía, porque es una manera de buscar su sentido, de entender nuestros sentimientos más profundos, nuestros miedos y anhelos, porque es una forma de expresarnos y comunicarnos… Porque la poesía puede ser la puerta indicada para abrir los ojos, para poseer otra mirada, para tocar aquello que se sueña. En definitiva, es una película que busca la poesía de la vida, y no en su vertiente cursi, sino en lo esencial y espiritual.
Su poeta de cabecera, el que no se cansa de nombrar Keating en distintas ocasiones, es Walt Whitman, aquel que buscó ser el bardo de América. El poeta con barba de versos vitales. No es fácil olvidar la primera clase de Keating ante unos alumnos alucinados por un maestro que no sigue los rituales de la institución, sino que crea otros bastante más atractivos. Los saca del aula, no todo está entre esas cuatro paredes ni en las páginas de un manual. Primero les dice unos versos de Whitman para contarles cómo quiere ser llamado, unos versos que se repiten como leit motiv de la película: «Oh capitán, mi capitán». Son de un poema de Walt en homenaje a Abraham Lincoln. Después les hace leer un poema:
“Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta…”.
Este expresa el Carpe Diem a través de una imagen poderosa, el tiempo fugaz. ¿Qué dura una rosa entre nuestras manos? Y es un fragmento del poema de Robert Herrick, A las vírgenes, para que aprovechen el tiempo.
Y les hace mirar su entorno, sobre todo unas vitrinas donde están las fotografías de otras promociones de alumnos. Esas fotografías olvidadas parece que retoman vida, porque ahí hay otros muchachos que también miran, y que quizá ya no estén. A ellos parecen dedicados esos versos…, veloz el tiempo vuela. Y en ese tiempo tienen que ser libres para pensar y soñar por sí solos. Luchar por sus objetivos y decisiones propias.
El grupo de amigos que más se siente identificado con la metodología de Keating descubre su anuario (pues el profesor fue un antiguo alumno de la institución), al lado de su fotografía hay unas palabras, “El club de los poetas muertos”. Cuando le preguntan sobre el significado de esas palabras, este les cuenta que eran un grupo de estudiantes que se reunían en una cueva cercana a la institución y recitaban poesía. El grupo de amigos decide revivir ese club. “Casualmente” en el cuarto de uno de ellos aparece una vieja antología de poemas, con unas palabras escritas a mano del profesor en la primera página, que indican cómo se inauguraban las sesiones del grupo. Con unas palabras de Henry David Thoreau:
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, en el umbral de la muerte, que no había vivido”.
Toda una filosofía: no ser muertos en vida. Encontrar la esencia de nuestras existencias y aprender a ser seres humanos libres, que no es tan fácil como parece (es más bien algo complejo).
Razón número 4: El sueño de una noche de verano
Uno de los descubrimientos que más me marcó de pequeña fue la lectura en un cómic de El sueño de una noche de verano. A partir de ahí mi idilio con el teatro de Shakespeare no ha hecho más que crecer, así como otro de mis duetos claves: cine y Shakespeare. Así El club de los poetas muertos entra por la puerta grande en este dueto. Uno de sus protagonistas más carismáticos, Neil Perry (Robert Sean Leonard), decide que el motor de su vida es la actuación, el teatro. Y se presenta a un casting. Regresa entusiasmado, le han dado un papel que ansía: Puck, el duende al servicio de Oberón en El sueño de una noche de verano de William Shakespeare. Un personaje mágico, divertido, travieso, libre, que juega con los sueños y los sentimientos de los humanos durante una noche… Un personaje que es una criatura nocturna, un ser creativo e imaginativo, que no pertenece a un mundo gris. De pronto, Neil no solo es feliz actuando, sino que se siente Puck, habitando un mundo mágico donde él se siente dueño de su destino, donde puede expresarse y sentir, donde huye de la realidad gris en la que sus padres quieren hundirle. Cuando ese sueño de una noche de verano se aleja, entonces Neil se hunde. No encuentra su sitio en ese futuro que le están construyendo.
Y uno de los momentos más sensibles de la película es esa representación de la obra donde se descubre a un Neil entregado en el escenario con su capacidad para hacer soñar a los espectadores, pero también consciente de un yugo que le hace ver que esa actuación debe vivirla intensamente: esa mirada de un padre que reprueba su actuación y que solo ve un camino para su hijo.
Razón número 5: Amistad
En toda película de este tipo (escuelas, profesores, adolescentes y aulas) es inevitable el grupo de amigos. Y en El club de los poetas muertos ese grupo no falta. Además cada uno tiene una personalidad muy marcada, pues no obstante uno de los objetivos de Keating es que sus alumnos sean personas que piensen en libertad, y no en manada. Este grupo es una representación de ese ideal, todos son muy diferentes en muchos aspectos, pero se complementan, divierten y respetan. Se enriquecen entre ellos, aunque reflexionen distinto; viven intensamente; se apasionan por la vida… Hacen cosas creativas unidos como esa reunión nocturna de poesía y juego. Keating les abre los ojos a querer seguir siendo así fuera, cuando se enfrenten al mundo. A no tener por qué ser figuras grises en un mundo gris.
Además se presentan los vínculos que tienen entre ellos, y especialmente entre dos del grupo: el tímido Todd Anderson (Ethan Hawke) y el carismático Neil. Todd es el nuevo, el personaje observador, y Neil es el líder del grupo, el que empuja a tomar iniciativas. Pero también está el cuadriculado Cameron (Dylan Kussman), que tiene claro que no quiere salirse de la norma (aunque quiere pertenecer al grupo), por eso traiciona sin pudor cuando siente que la “aventura” se les ha ido de las manos (o ve que puede truncar sus objetivos). O Dalton, que se hace llamar Nuwanda (Gale Hansen), el que parece tiene mejor posición económica, y al que menos le importa ser expulsado del centro. Su futuro está asegurado. O dos amigos del alma y de inventos, Steven Meeks (Allelon Ruggiero) y Gerard Pitts (James Waterston), con una apariencia física totalmente distinta, pero siempre bien compenetrados. Y, por último, el enamorado inocentón del grupo, el que está dispuesto a todo por tener a la chica de sus sueños entre sus brazos, Knox Overstreet (Josh Charles).
Por otra parte es un grupo de amigos especial, casi parecen marcianos de otra época, frente, por ejemplo, a la enamorada de Knox y sus amigos, que asisten a un instituto normal. Dentro de su aislamiento forzado, estos muchachos muestran sus emociones, sentimientos y sensibilidad a flor de piel, y crean un mundo especial en ese espacio que los encierra del universo exterior. Por eso cada poema o palabra, fuera del ritual sumiso y castrense de la institución, lo absorben con más intensidad. Parecen, en cierto sentido, duendes encerrados en un edificio, educados para ser hombres grises del futuro.
Razón número 6: Cómo rueda Peter Weir
Peter Weir está acostumbrado a reflejar el mundo de personas que ven la realidad de otra manera (como los amish o el protagonista de La costa de los mosquitos que quiere alejarse de la civilización), en El club de los poetas muertos se sumerge en el interior de una tradicional, estricta y conservadora institución de enseñanza privada. Sin embargo, con los jóvenes protagonista recrea un mundo luminoso e idealizado, que da la sensación continua de que les queda mucho por delante. Y más se acentúa, cuanto más absorben las clases de Keating. Uno de los momentos clave es cuando hacen deporte y literatura con el himno a la alegría de Beethoven de fondo. La institución está en medio de un paraje natural, viven como ocultos en un bosque, y con todos los significados que el bosque puede tener en un cuento popular. El director de fotografía John Seale juega con tonos cálidos y luminosos, pero varias secuencias envueltas en un halo frío, azulado, como de ensueño. Con la sensación de que todo va a evaporarse de un momento a otro.
Weir demuestra una gran sensibilidad a la hora de contar la historia. El edificio de la academia muestra todo el peso de la tradición, pero también deja huecos donde se escapa la libertad y creatividad de los muchachos. Grietas de libertad. Es un edificio con estatus de personaje. Pero también el director sabe cómo rodar con los adolescentes, tanto en sus clases con Keating (cómo el espacio conservador, de pronto, adquiere otra movilidad: el posterior criticado uso de las mesas) como en su iniciativa de crear el club. Estos momentos son bellísimos, cuando los alumnos escapan por el bosque para adentrarse en la cueva se convierten en sombras. Sombras idealizadas, platónicas. Y sus reuniones son en una cueva, una cueva donde son libres de proyectar todas las ideas que les pasan por la cabeza. En esa cueva ellos son los reyes o los duendes que la habitan.
Razón número 7: Ethan Hawke y Robin Williams
Encontrarse con ambos es un aliciente. Un joven Hawke que se construía una carrera solvente, con muchos títulos que forman ya parte de las estanterías de cinéfilos. Y un Robin Wiliams contenido, un cómico con su careta de tragicomedia, creando un profesor Keating inolvidable. Él, el maestro, solo siembra y, luego ante los acontecimientos que se desatan, se convierte en el chivo expiatorio ideal. Uno de los argumentos negativos hacia la película es que Keating asume el despido y no lo lucha. No se rebela. Quizá no solo esté en estado de shock emocional, sino que además El club de los poetas muertos representa el momento en que Goliat vence a un David. El sistema expulsa de una patada al profesor que estaba cuestionando sus métodos y cambiando su forma de enseñar. No les interesa un profesor que haga soñar a sus alumnos o que les haga cuestionarse ciertas cosas y decirlas en voz alta. La ahora criticada escena de las mesas, deja ver que, por lo menos, hay una semilla puesta. Que varios alumnos ya han cuestionado dónde están o van a indagar en el camino que quieren tomar. El maestro ha terminado su papel y se retira de una institución que no solo no va con él, sino que huye totalmente de ser cambiada.
Los dos protagonizan una secuencia crucial. Keating “obliga” a Todd que saque delante de toda la clase todo lo que esconde en su interior. De nuevo el profesor busca como ayudante a Whitman y “su gañido”. De nuevo, la poesía será el instrumento. Y consigue que Todd olvide su timidez y muestre su creatividad, recitando un buen poema improvisado delante de todos. Este momento gana no solo por la manera en que está rodado, sino por la química que se establece entre Ethan Hawke y Robin Williams o mejor dicho entre un alumno asustado y un profesor seguro de que ese chico esconde algo especial en su interior.
Razón número 8: Profesores, aulas y cine
Sí, cierto es que El club de los poetas muertos entra dentro de la categoría de un listado interminable de películas de profesores y aulas. Y en concreto de un argumento universal: profesor que cambia la vida de sus alumnos. Pero también que por todos los puntos anteriores, la película tiene una identidad propia y personal. Como he dicho antes, en ella late un corazón. Solo la sensibilidad reflejada en esa primera clase dada por Keating frente a las fotografías refleja su tono, siempre entre lo poético y el ensueño. El profesor Keating y sus alumnos viven en un mundo ideal de sombras que pronto será aplastado por un sistema de control y poder tradicional asentado desde hace muchas generaciones.
Razón número 9: Una muerte
Todo ese mundo de ensoñación llega a su momento culminante cuando se asoma el momento clave de la tragedia: el suicidio de Neil. El personaje en su preparación para la muerte hace uso del ritual y de la representación. El joven se siente un Puck expulsado, destronado, a la fuerza de su mundo mágico y no se siente con fuerzas para aguantar durante años una disciplina (le mandan a una academia militar) y unos estudios que no tienen nada que ver con su naturaleza creativa y carismática. Su padre rompe los vínculos establecidos de golpe: con sus amigos y con el profesor Keating. Neil no tiene oportunidad de acudir a nadie y se ve sumergido en el mundo gris que es la casa de sus padres. La única manera que se le ocurre de seguir soñando en un mundo gris es dormir eternamente. No dejar nunca de ser un Puck en el sueño de una noche de verano.
Razón número 10: Libertad para soñar
Libertad para pensar y soñar. Esa es la semilla de Keating, pero nadie dijo que fuera un camino fácil. Abrir los ojos supone salir de la zona de seguridad y confort, y quizá alcanzar el equilibrio y la tranquilidad sean dos cosas inalcanzables o lejanas. El arriesgarse o el tomar ciertas decisiones puede salir bien o mal. El querer llegar a ciertas metas no son caminos rápidos. Pero, por ejemplo, Todd ahora puede decidir si seguirá callado frente a sus padres o alzará la voz o Knox seguirá apostando todo por amor. Hasta Cameron ha sido libre para volver de nuevo al mundo gris o Nuwanda para ser expulsado de un camino que tenían trazado para él… Y, sí, Neil llevó su libertad al extremo (termina siendo el más radical) y creo, personalmente, que se equivoca (los seres libres se equivocan y a veces no pueden arreglarlo) al no sopesar otra salida o sentir que la vida ya no merecía la pena si le hacían renunciar a su camino. Pero lo que hace es llevar hasta las últimas consecuencias las palabras con las que se iniciaba el club, las palabras de Henry David Thoreau, tal y como él las entiende. No quiere despertar un día, y descubrir que no ha vivido.
El club de los poetas muertos tiene muchas lecturas; sí, es cierto. Pero en ella algo late o algo hace no olvidarla desde su primer visionado.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
¡Efectivamente, el bueno de Weir por aquí! Pues es precisamente uno de esos clásicos modernos que, por ser tan populares y sobadísimos, ni siquiera he llegado a ver. De esas películas tan citadas que como que te la sabes sin haberla visto. Quizás algún día me quite la pereza, porque la verdad es que Weir se lo merece.
Ay, Hildy. Ay. Como se nota que estamos todos confinados.¡Has escrito toda una enciclopedia sobre el Carpe Diem! (maravillosa, por otra parte)
Esta película marcó la juventud de toda una generación. En su día tuvo éxito, pero era extraño, porque poca gente se atrevía a hablar abiertamente de ella. Porque, en su día, casi todos la veíamos como un secreto íntimo muy bien guardado, como si nos hubiera tocado a todos la fibra sensible, o un nervio muy profundo que no queríamos dejar abiertamente expuesto por temor a hacernos vulnerables a los demás. Y, de hecho, creo que sigue pasando algo muy parecido hoy en día. Seguro que muchos jóvenes la descubren en la actualidad, con la misma fascinación adolescente y con las mismas ganas de vivir con las que nosotros la vimos. entonces.
Recuerdo que, en su día, cuando se estrenó, leí unas declaraciones de Robin Williams en la revista francesa «Premiere» decir: «Hablar en pocas palabras de esta película sería tan reduccionista como decir que la Biblia es la historia del hijo de un carpintero….»
Es el eterno debate. El del idealismo contra el realismo. O, más bien, el del idealismo contra el pragmatismo, factor este último que determina supuestamente la adecuada integración en la sociedad de todo aquel que quiera hacer algo «provechoso» en la vida. Sobre todo en términos materiales. Una mentira como otra cualquiera.
Esos maravillosos versos («Coged las rosas mientas podais…») en realidad son de Robert Herrick, poeta inglés del siglo XVII. Lo recuerdo porque en la magnífica serie televisiva creada por Aaron Sorkin, «The Newsroom», eran mencionados en labios de Emily Mortimer, que insta a uno de sus jóvenes redactores a luchar por el amor de su vida.
«El club de los poetas muertos» es una obra exótica en el cine americano. Pocas veces se ha repetido un fenómeno parecido de conexion generacional como la que se dio en su día. Su influencia en principio parecía subterránea, pero yo estoy completamente seguro de que actuó decisivamente en el rumbo de muchos que la vieron cuando eran adolescentes, y quizás hasta determinó la dirección de dicho rumbo. Quizás te pasó a ti, Hildy, y, a lo mejor, también a mi y a otro muchos. Yo no lo podría negar muy tajantemente, aunque solo fuera a un nivel a veces inconsciente…..
Es una de esas películas que demuestran el poder del cine como arte de la sugestión y como inspirador de la acción. Una obra que destila inteligencia y delicadeza, y que revindica lo que casi nadie reivindica. «Seamos realistas: pidamos lo imposible» ¿Quien lo dijo? ¿Marcuse? Pues a lo mejor resulta que tenía razón. Una vez leí que alguien dijo: «Los progresos en la historia del mundo, siempre se han producido por tontos inconformistas incapaces de adaptarse al mundo, porque los listos se adaptan sin ningún problema y no necesitan luchar para hacerse el mundo a la medida.»
Que sería de este mundo sin los idealistas. Sería como un guiso amargo sin una pizca de sal. Como una mañana sin sol. Como un invierno nuclear eterno.
Reivindiquemos, por tanto, el ideal como alimento imprescindible del espíritu, que de alimentar al «hermano asno» (nuestro cuerpo) ya se encargarán otras personas más prosaicas.
Un saludo (esta vez no me atrevo a mandarte besos, Hildy, porque aunque virtuales, no me fio de esto de la pandemia, y todos te queremos bien vivita. Saludos)
Querido Crítico abúlico, ya me dirás si algún día la ves qué te parece. A mí es de esas películas que me dejó huella. Es cierto que es de esas películas que han sufrido sobreexposición, pero su análisis detallado es de lo más interesante en todos los aspectos.
Beso
Hildy
Deckard, tienes toda la razón respecto el poema de Herrick. El texto queda además de lo más confuso. Muchas gracias. Voy a corregirlo.
Y, sí, yo fui de esas adolescentes que esta película les hizo pensar. Lo que me gusta es que ahora después de todos estos años vuelvo a verla una y otra vez, y continua gustándome mucho. He disfrutado mucho con su análisis.
Beso (no quiero yo retiraros estos besos, os los mando en una capsulita de cristal)
Hildy
Mi querida Hildy, aquí no te sigo. Entiendo muy bien las razones que argumentas, tan bien y con tanto sentido además, y las entiendo bien porque alguna vez, sobre todo cuando era más joven, las compartí. Pero con el tiempo he apreciado la perversión en el discurso que la película oculta (sin disimular mucho, todo hay que decirlo).
Es otra de esas películas de los ochenta que, bajo el espejismo crítico de una subversión mental y moral controlada, no ofrece sino una exaltación de la América de los 50 como una proyección deseable de la América de los 80. Una apoteosis del conservadurismo más rancio de raíz neoliberal que lo que te está diciendo que es lógico jugar a los idealismos de la juventud cuando eres un crío, pero que hay que saber parar y ocupar el lugar que tienes designado en la sociedad (aunque use a los hijos de los ricos para presentar la cuestión, en realidad el mensaje va destinado a los hijos de los pobres, pero bien azucarado y sentimentalizado, para que traguen), porque eso es ser adulto y responsable. Tanto es así, que los personajes que se atreven a poner en cuestión ese mandato social acaban 1) sin empleo y desarraigado, y 2) muerto. Una advertencia en toda regla.
Pero todavía tiene un prisma más perverso, que es precisamente el de los hijos de los ricos, los elegidos que pueden permitirse frivolizar, soñar, perder el tiempo en cuitas del alma y el espíritu porque su horizonte está asegurado, protegido por papá, con el riñón bien cubierto y en una escuela de prestigio. En el fondo, de nuevo un modelo de segregación neoliberal en el que las futuras clases dirigentes se crían, se relacionan y se cultivan juntas, las elites que no pueden, ni lo que es peor, deben permitirse perder el tiempo con tonterías. Ocupe su lugar y déjese de tontadas, porque será un apestado o morirá.
Una película perversa que, bajo el trampantojo de la diversión y de la sensibilidad no hace otra cosa, como otras del estilo (Peggy Sue se casó, Regreso al futuro, Forrest Gump), que reivindicar el discurso de Ronald Reagan sobre la vuelta a los años 50 como la mejor de las Américas posibles, cuando no había habido Woodstock, ni revolución sexual, ni Vietnam, ni lucha por los derechos civiles, ni rock and roll, ni nuevo Hollywood. Cuando, en plena Guerra Fría y con el comunismo como enemigo, en América sí se vivía bien bajo la presidencia de Eisenhower y el prisma económico que debía impregnarlo todo: el consumo como base de un sistema político y económico. Allí donde los disparatados melodramas de Douglas Sirk se atrevían, con la pinza en la nariz, a mofarse, desmitificar y demoler de esa América (es realmente la mayor virtud que tienen esas películas), El club de los poetas muertos, más de treinta años después, la recupera y la reivindica. Un retroceso, en suma.
Besos
Creo comprender lo que quiere decir Alfredo, y no digo que no tenga razón en algunos aspectos. Sin embargo, dudo mucho que las intenciones de Tom Schulman (guionista) y de Peter Weir fueran tan retorcidas como las que indica en su respuesta.
El hecho de que esté ambientada en una academia para chicos acomodados «con el riñón bien cubierto» puede tener una lectura perversa, sí. Pero no creo que la América de los 50 esté idealizada, ni muchísimo menos en esta película. Revolucionar las mentes de los jóvenes burgueses de América tampoco es mala cosa y, por mucho que tuvieran las espaldas bien cubiertas, tampoco me parece un mensaje especialmente acomodaticio. Y tampoco creo que las mentes de la gente de menos recursos económicos saquen malas lecciones de la obra de Weir. Porque de aquí se pueden extraer muchas conclusiones acerca de la necesidad de desafiar a la autoridad, de buscar cada uno su propia vocación contra viento y marea y de no dejarse engañar por el fasto vacuo y no necesariamente digno de ciertas tradiciones. Ya sabemos que buena parte del cine comercial norteamericano difunde la idea del individualismo de manera subrepticia y subliminal de manera un tanto perversa. Es decir el mensaje de «tu solo puedes» o de «no hace falta asociarse, tienes que buscar tu voz» y en ese aspecto, a lo mejor, «El club de los poetas muertos» tampoco es una excepción. No obstante, aquí lo que yo veo es una película que trata (como ya le dije a Hildy) el eterno debate entre idealismo y racionalismo (o pragmatismo), y se decanta por el idealismo, algo que, se diga lo que se diga, y en cualquier contexto, siempre tiene un cariz renovador y revolucionario. Y lo hace de manera inteligente y sensible, con mirada a lo mejor un tanto ingenua en ocasiones, pero que inspira la simpatía y la admiración de las mejores causas perdidas.
Creo que aquí Alfredo sobreanaliza demasiado, pese a que sí que existe (también en mi opinión) esa tendencia en el cine americano comercial esa tendencia doctrinaria a vendernos Norteamérica y sus valores fundacionales como la única esencia y salvaguarda de los valores democráticos, con esa obsesión por el individualismo y el aislacionismo que es la que nos ha podido y todavía puede llevarnos al desastre.
Un abrazo.
¡Mi querido Alfredo!, sí, sé que esa lectura que tienes de la película, como siempre muy bien argumentada, se acerca a muchos de los análisis negativos que he leído sobre la película. Ya lo digo en el texto que es de esas películas que cada vez tiene más legión de detractores.
Pero me ocurre con El club de los poetas muertos (y con otras), se me quedó en la retina cuando la vi y las sensaciones que me produjo en su momento siguen siendo válidas en los distintos visionados (hay con otras películas que no me ocurre así y que cambia mi mirada al verlas de nuevo) y me permite ahondar en la lectura que hago de ellas (a pesar de ser consciente de otra lectura completamente diferente). Es decir, siguen presentes al verla de nuevo esas impresiones buenas que me dejó cuando la vi por primera vez y la lectura que hago de la película.
Lo que me entusiasma también es como una película como esta puede generar miradas e interpretaciones tan dispares. El club de los poetas muertos para mal o para bien late, remueve y no deja indiferente. Y con las diferentes miradas recobra vida y plantea nuevas cuestiones.
Es de esas películas que genera un buen diálogo.
Besos
Hildy
¡¡¡¡Se me olvidaba, Alfredo, amo a Douglas Sirk!!!!…. Jajajaja, bien lo sabes. Y me encanta que haya salido en tu comentario. Efectivamente estudiar los años 50 en América a través de sus películas es un ensayo de los más apasionante.
Beso
Hildy
Fíjate, Deckard, pienso que las lecturas sobre las películas bien argumentadas son todas claras y reflejan una mirada.
Otro asunto que me resulta interesante, es que hay creadores que prefieren que sus intenciones no sean evidentes o no las desvelan del todo en las entrevistas que les realizan. Dejan el fruto y prefieren que sea el espectador quien dé vida propia a esa obra. No he recuperado entrevistas de Weir para ver cuál fue su caso en esta película. Pero me ha picado la curiosidad, buscaré. No obstante, siempre me ha parecido curioso como, por ejemplo, determinado cuento me dice unas cosas y luego escucho a un compañero o compañera sobre el mismo relato y este le ha susurrado cosas absolutamente distintas.
Mi lectura de la película creo que abre varios frentes, como los vuestros. Respecto la recuperación de los años 50 en El club de los poetas muertos en este párrafo creo que explico lo que pienso: «Quizá el secreto esté en cómo refleja ese aplastamiento de los anhelos y sueños a través del poder y la sumisión, instrumentos de un sistema que quiere a todo el mundo de color gris, sin colores. Todo esto plasmado en una América conservadora de los años 50 y en una institución de enseñanza de élite (recinto cerrado) donde sus trasnochados principios: tradición, honor, disciplina y excelencia, son transmitidos a sus alumnos, que serán los que ocupen futuros puestos de poder para continuar perpetuando un mundo no solo gris, sino sin posibilidad de cambio. Tipos que a su vez aplastarán los sueños, anhelos y ganas de cambio y mejora de otros ciudadanos. Y en esa América por supuesto todo lo que huela a sensibilidad, empatía, poesía, rebeldía, cultura, arte, teatro, libros…, todo aquello que haga volar la imaginación del hombre… es sospechoso. Pero ¿solo ocurre en ese instituto de élite y en esa América de los 50?».
De tu mirada hacia la película me gusta ese debate que se plante entre el idealismo y pragmatismo.
Besos sesudos
Hildy
He leído con atención tu entrada y tus puntos a favor sobre el film de Weir. Como siempre admiro y reconozco la argumentación y el entusiasmo con el que está hecha, pero en este caso…No, no coincido.
Vi en el cine “El club de los poetas muertos” y me entusiasmó. Todos en el colegio repetíamos lo del Carpe Diem. Volví a verla en video unos dos años más tarde y ¡Qué decepción!
No coincido con algunas de las críticas que mencionas que se le hicieron a la película. Me parecen absolutamente peregrinas como “que los protagonistas sean niños ricos” ¿Eso es una crítica? Quiero decir, tiene ¿algún sentido como tal? Es como cuando una persona me dijo que no le gustaba Chéjov porque escribía dramas sobre burgueses (!?) Supongo que tampoco le gustaría Shakespeare porque escribía tragedias sobre reyes… No se deben echar margaritas a los cerdos…. Otra crítica que me parece fuera de lugar es la que Keating no se rebela y acepta el despido ¿Quizá esperaban la serie con el juicio por despido improcedente?
No, estas críticas no me convencen en absoluto.
Tampoco coincido, o no del todo, o no respecto a esta película, con la contundente diatriba que le arrea 39 Escalones. Quizá si para otras películas de la época, pero no para esta. Para mi la mano de ese nefasto personaje que fue Reagan (aún peor presidente que actor, que ya es decir) la veo más en todas las películas militaristas de los 80. Desde las de los infames Swarzeneger, Stallone y Seagal a “Top Gun”, “Oficial y caballero” ( que reconozco que es una mala película que me gusta, o quizá no sea tan mala y tenga más enjundia de la que parece) y “El sargento de hierro”.
Creo que los 50 aquí son el contexto para mostrar una sociedad clasista y represora. No creo que estén mostrados de una manera idealizada, pero si fueses así, hemos de recordar que muchos de los que hacían películas en los 80 habían sido niños o adolescentes en los 50 y para ellos es una década teñida de nostalgia. Como pasa ahora con los 80.
No, el motivo por el que no me guste el film es más sencillo: no me creí nada de lo que pasaba. Todo me pareció maniqueo, simplista, falso y hasta cursi. Aparte que Keating me puede parecer un tipo de profesor inaguantable cuando era alumna e inapropiado e imposible ahora que soy profesora.
No hace demasiado un compañero de mi edad puso esta película a sus alumnos y me preguntó mi opinión. Le dije la verdad y me recomendó que la revisara, que ahora la vería con ojos nuevos…No me convenció demasiado pero ahora con tu texto puede que me replanteé el verla. Quizá mi opinión cambie. Aunque hay películas en las que el tiempo solo acrecienta sus carencias.
Otro motivo para que le tenga manía a esta peli es que le robó el Oscar a mejor guión a “Delitos y faltas” para mi una de las obras maestras incontestable de Woody Allen.
No todo es crítica. También le debo a este film y a “Exploradores” el amor eterno a Ethan Hawke…Aunque los amores eternos también pueden acabarse o entrar en crisis. Vi “El reverendo” ☹
Un abrazo Hildy y ánimos y salud a todos.
Lilapop
¡Mi querida Lilapop, compartimos el amor por Ethan Hawke!
Veo que no te gustó nada El reverendo, no sé si llegaste a leer el texto que escribí sobre ella (te pongo el link: https://hildyjohnson.es/?p=5154#comments).
El no coincidir y el explicar el porqué es otra manera de enriquecer el análisis de las películas.
Como siempre aprecio totalmente las miradas que puede tener una misma película. A mí todas ellas me hacen pensar un montón sobre ella otra vez, como haces tú también en el comentario. E incluso ver matices (tanto en los peros como en las alabanzas) que se me habían escapado. Ya me contarás, si la vuelves a ver de nuevo, si sigues sin creértela o si varía un poquito tu visión.
Por cierto me encanta algo que planteas respecto la mirada de los 50 en esta película y otras de los ochenta y los noventa que reflejan esa década, que fíjate, no había caído: «Creo que los 50 aquí son el contexto para mostrar una sociedad clasista y represora. No creo que estén mostrados de una manera idealizada, pero si fuese así, hemos de recordar que muchos de los que hacían películas en los 80 habían sido niños o adolescentes en los 50 y para ellos es una década teñida de nostalgia. Como pasa ahora con los 80».
Besos de domingo con mucha energía, ánimos y fuerza
Hildy
Me viene de perlas la alusión a Chejov para determinar por qué la crítica que he hecho es puramente cinematográfica, y no ideológica ni política. Chejov usa personajes de entorno burgués casi siempre, ciertamente, pero los temas que aborda son universales. Weir, en cambio, y su guionista, pretenden hacer universal una óptica particular. ¿Cuál es el tema de la película? ¿Carpe diem? ¿Cuál es el nivel complejidad, es decir, de contradicción, que la película ofrece a esta idea? No presenta un solo supuesto de imposibilidad material de esta desiderata, se limita a reducir la cuestión a una lucha de buenos (el profesor, y ciertos alumnos) contra malos (padre, profesores, otros alumnos), sin motivar la postura de estos en un reduccionismo que empobrece el conjunto. ¿Que no importa que se trate de niños ricos? ¿Sería valido el tema si en vez de tratarse de una escuela bien de la América de 1958 fuera el caso del colegio de un barrio obrero del extrarradio de Madrid en el mismo año? ¿Verdad que no? ¿Qué forma alcanzaría el tema del carpe diem en ese caso? ¿Qué dificultades encuentra su realización? ¿Son los mismos? Evidentemente, no. Hablamos de carencias de guión, de un tema pobremente ilustrado, compuesto, ahora sí, desde la ideología, y no desde el rigor o la riqueza contradictoria de un tema. Hablamos de un guión defectuoso, y eso, hasta donde yo sé, es un criterio cinematográfico.
Besos
Mi querido Alfredo, solo puedo decir que a mí es una película que me toca. Y trato de explicar el porqué en el texto. La sigo viendo y me dice cosas todavía.
Eso sí, he mirado los guiones de Tom Schulman después de El club de los poetas muertos, pues no tenía ni idea de este guionista (lo reconozco). Y he visto que se ha decantado por guiones bastante diferentes y dentro del género de comedia o comedia familiar como Cariño, he encogido a los niños o ¿Qué pasa con Bob?, o una de aventuras ecológica como Los últimos días del Edén. Incluso dirigió una especie de comedia negra que no he visto, 8 cabezas. No ha sido muy prolífico. Me ha resultado curiosa su trayectoria, después de decir que te parece que el guion de la peli te parece defectuoso.
Sin embargo, creo que no es un mal guion y que tanto Weir como Schulman no cuentan mal esa historia. Sí, a mí en su momento me llegó y me sigue llegando esa premisa de Carpe Diem, viéndola. Y quizá tengas razón, que está reflejado de una manera muy simplista y sin mucha complejidad, pero a mí me sirvió para indagar más en ese concepto y profundizar. Me sirve cada vez que la veo. Y me tocan temas universales no solo el Carpe Diem, sino la importancia de las pasiones, el teatro, la poesía, los pequeños momentos, la amistad… ¡yo qué sé!, jajaja.
Bueno, creo que Weir tiene una manera especial de rodar, que me encanta mirar. Y esta historia en un colegio de élite en los cincuenta pues me gusta mirarla. Y yo me sigo emocionando hasta con la manida secuencia de subirse a la mesa o el momento del alumno tímido soltando un poema con Whitman de inspiración.
Ahhh, mira, con todo estos comentarios que siempre enriquecen, ¡qué ganas de volver a leer a autores que amo: Chejov y Shakespeare!
Besos y lectura
Hildy
No quiero que se malinterpreten mis palabras, pero me gustaría plantear mis objeciones a algunas cosas que dicen Alfredo y Lilapop.
Dice Lila que vista en la actualidad todo en «El club de los poetas muertos» le parece «maniqueo, falso, simplista y hasta cursi» Podría estar de acuerdo en que alguna escena bordeara peligrosamente la cursileria, pero de maniqueísmo, falsedad y simplismo se podría acusar al 90 por ciento de las películas que se estrenan en las salas comerciales. Porque recordemos que el arte cinematográfico es un arte esencialmente manipulador, en el que hay un señor director que te arrastra y te lleva hacia donde quiere. Es más, yo diría que el placer de sumergirse en una ficción de este tipo abandonandose a lo que vamos a experimentar es parte esencial del disfrute de esa experiencia. Todo forma parte del pacto de lectura. Y parte muy importante de ese pacto es la, suspensión momentánea de la incredulidad.
Lo que yo no puedo hacer es meterme en un cine, no se, a ver «Dumbo» o «Pinocho» y empezar, a hacer aspavientos diciendo: «Pero que es esto? A quien se le habrá ocurrido la parida esa de un elefante volador? Y que es eso de que un muñeco de madera se convierta en un ser de carne y hueso y de que le crezca la nariz cada vez que miente? No me lo creo. Solo son dibujos animados…. »
Lo que quiero decir es que toda película requiere un acercamiento ingenuo. Los análisis racionales vienen siempre después. Otra cosa es que, como adultos maliciados, hayamos alcanzado todos un cierto grado de cinismo, pragmatismo o incredulidad que haga que al ver ciertas escenas que nos enternecian con quince años, con cuarenta y tantos ya no nos emocionen tanto o directamente nada. Pero yo creo que, precisamente, lo que demuestra que «El club de los poetas muertos» es una buena película es que la propia Lila reconoce que cuando era más ingenua y adolescente está película le gustó. Y por eso a Hildy le sigue gustando, porque probablemente ella no ha perdido ese espíritu juvenil de espectadora de dejarse llevar. Y ese es el espíritu con el que deberiamos acudir todos al cine. Porque no deberíamos olvidar que comprar una entrada tiene mucho de ritual infantil o juvenil de ir al parque de atracciones a dejarnos sorprender por saber que es lo que hay debajo de la lona de la barraca de feria. Cuando el público, los críticos y los creadores olvidaron tan esencial premisa es cuando más cerca el cine ha estado a punto de enfermar y perecer de intelectualismo y pedanteria, ahogado por el polvo y el apolillamiento de las Academias y de los presuntuosos rectores del buen gusto.
Entiendo lo que quiere decir Lila, pero, independientemente de que una o varias escenas de esta película se hayan podido resentir con el paso del tiempo, yo creo que el mensaje fundamental de esta obra de Peter Weir sigue vigente o muy vigente y, es más, seguirá siempre muy vigente porque es un tema eterno. No sólo el de la necesidad de disfrutar cada momento porque tenemos fecha de caducidad (como bien estamos viendo estos dias: no fue casualidad que Hildy eligiera esta película justa, al comienzo de la, actual crisis), sino además el de la necesidad de combatir a grandes personajes e instituciones que se han erigido para reprimir nuestros mejores impulsos y virtudes con la finalidad de perpetuar los privilegios de unas élites demostradamente minoritarias. Y el hecho de que se eligiera una época represora como la América maccarhysta de los 50 es algo meramente accidental, porque de entes y organizaciones represoras y castrantes anda muy sobrado el planeta Tierra en los cuatro puntos cardinales del globo y en casi todos los momentos historicos. Lo interesante del guión de Tom Schulman es que es una llamada, a la lucha, a defender tus ideales con honestidad y nobleza frente a las grandes sombras grises proyectadas por el conformismo y la conveniencia de unos pocos.
No tenemos que olvidar que el cine también es un poderoso vehículo de transmisión de ideas. Algunos lo utilizan como vehículo de propaganda (incluso Hollywood, verdad Alfredo?). Y «El club de los poetas muertos» es una obra, que se, suele analizar mucho desde un prisma ideológico. El análisis (un poco a mala leche) que hizo Alfredo no me pareció del todo desencaminado en lo que respecta a ideología un tanto burguesa y plutocratas. Sin embargo, yo, haciendo abstracción de todo ello, lo que veo en la historia urdida por Schulman, es una defensa apasionada del pensamiento libre y sin ataduras, de la necesidad de creer en uno mismo aunque todos, duden de ti, de saber exprimir el jugo de la vida ya tengas 15, 45, o 75 años. En definitiva, de tratar de alcanzar la plenitud como personas. Son valores a mi juicio muy positivos. Porque, ni siquiera, aquí hay un mensaje meramente individualista tan habitual en el cine norteamericano. Y porque, además, hay una bella exaltación de la amistad, del compañerismo y de la camaradería. Una lección que muchos no aprenden jamás pero de la que otros muchos saben extraer los mejores jugos de la existencia.
Y, que queréis que os diga. Podrás estar de acuerdo o no con estas ideas, pero estética y narrativamente «El club de los poetas muertos» es una película poco reprochable. Y no solo por el excelente guión de Tom Schulman («Delitos y faltas» también me encanta, pero hasta el mismísimo Woody Allen dijo que esto del cine no es como las carreras de caballos, y si a Schulman no le hubieran dado el Oscar, eso no le hubiera, quitado ni medio ápice a, sus méritos), sino porque Peter Weir, como director, no tiene nada que envidiar a los mejores realizadores surgidos en el último medio siglo. Tanto es así que esta película no sólo fue un éxito considerable de público en su día, sino porque, además, los críticos también supieron reconocerlo. Por algo sería.
Esta es mi opinión.
Un abrazo a todos/as.
Veo que esta película y este debate da para mucho. A ver, sin intención ni de convencer ni de corregir a otros, voy a explicarme.
Creo que el hecho que la película se circunscriba a un colegio privado de niños de familias pudientes (no todos, si no recuerdo mal, algunos están allí por méritos académicos y con muchos sacrificios por parte de los padres) no invalida su valor como crítica social. De hecho, como muy bien apunta Hildy , nos muestra como son educados los jóvenes que están llamados a convertirse en la élite de su país. Los valores y la educación que reciben están llamados a inspirar y a condicionar la política, la economía y el panorama intelectual futuros. Keating es un revulsivo, que hará que se cuestionen esa educación, esos valores y esa vida que tienen diseñada para ellos y mediante ellos, para el país.
Sigue sin parecerme criticable esa intención y esa perspectiva. Lo que no me convenció es cómo la desarrolla. La crítica y la alternativa que ofrece Keating me parece un tanto pueril. No hay (o no recuerdo) confrontación seria entre la educación que ofrece el profesor supuestamente libertario y la de la institución donde trabaja. Y con Keating se incurre de nuevo en la tan manida figura del líder carismático mesiánico, a lo Moisés, con sacrificio final incluido.
La universalidad que 39 escalones no lo reconoce, quizá esté en la recepción el impacto y la memoria que dejó de los espectadores. La película, nos guste o no, llegó a mucha gente. Quizá porque la voluntad de perseguir y lograr los sueños, de ser libre, de llevar una vida plena, sí que es una aspiración universal, independientemente de las clases sociales. Lo que no me convence es el desarrollo y el enfrentamiento de trazo grueso que plantea el film, entre esas aspiraciones anteriormente citadas y las fuerzas que se oponen a ellas.
Bueno, al final voy a tener que volver a ver la película.
Respecto o al Oscar al mejor guión, seguramente, al que menos le importó no ganarlo fue al propio Allen, dada la importancia que le da a los premios.
Salud y ánimo a todos
Lilapop
Con eso que dices de la alergia de Woody Allen a los Oscars que has mencionado, Lila, he recordado su gloriosa intervención en la ceremonia de entrega de dichos premios correspondientes a 2001 (entregados a principios de 2002).
Se conoce que, como todavía estaba reciente el atentado del 11-S contra las Torres Gemelas, la Academia decidió hacer un «Homenaje a Nueva York» y llamaron a Allen. Y nuestro amigo el gafotas, supongo que con el corazón un poco ablandado todavía por la tragedia, rompiendo con su sana costumbre, decidió ceder y acudió respondiendo a dicha llamada. Fue hilarante.
Recordando sus tiempos de monologuista casi con un micro en la mano, empezó a hablar. Y dijo algo así: «Hace unos meses recibí una llamada de la Academia de Hollywood. Un sudor frío corrió por mi espalda….¿Querrán que les devuelva los premios?» Y sigue hablando: «Antes de que me propusieran nada, estuve pensando ¿por qué me llamarían? Al principio pensé que, como hacía unos días le había dado una limosna a un mendigo en Central Park, a lo mejor algún generoso miembro de la Academia me vio y me propuso para el Premio Jean Hersholt (Oscar honorífico para personalidades del cine con rasgos filantrópicos), pero me parecio poco probable….» Y la cosa sigue más o menos así: «Entonces me propusieron asistir a la gala de premios para hacer un Homenaje a la ciudad de Nueva York….Me quedé pensativo y les dije: no sé, …..hay directores en esta ciudad muy importantes más cualificados que yo….No sé: Mike Nichols, Sidney Lumet, Spike Lee….¿Se lo han propuesto a ellos?» Y sigue contando que ellos respondieron: «Ya lo hemos intentado….» A lo que Allen, intrigado, preguntó: «¿Y?» A lo que el miembro de la Academia contestó: «No estaban disponibles….»
Fue una intervención tronchante. Si no lo recordabais, u os apetece recordarlo, el vídeo está en You Tube (creo que solo en inglés). Como hablo de memoria, a lo mejor cambiaban un poco las palabras, pero el sentido viene a ser el mismo. Probablemente me haya dejado algún chiste más en el tintero. Pero echadle un vistazo, de verdad, que es muy divertido….
Besos y abrazos.
Gran película. Genuino título generacional, al menos de la mía. Y me quedo asombrado al leer otros comentarios y ver cómo sigue planteando los mismos puntos de discusión que ya se produjeron en la época de su estreno, a finales de los años 80. Creo que la película refleja muy bien el «efecto Pigmalion» en cuanto a que todos, fueramos ricos o pobres, tuvimos algún profesor que nos impulsó a destapar algún talento que no era bien visto en nuestro entorno familiar o social. Malos tiempos para la lírica eran aquellos años en los que este país aún se deshacía de los últimos restos de dictadura, vidas estudiantiles en los que las actividades extraescolares o los viajes al extranjero eran aún un término del futuro por llegar, días inciertos en los que que alguien te susurrara al oído el lema «aprovecha el momento» tenía un valor incalculable.
Saludos.
Mi querido Licantropunk, ya sabes que siempre me alegra tener noticias tuyas, recibir un mensaje, y más en estos tiempos. Así que lo recibo con mucho entusiasmo.
Y, sí, a mí hoy me anima el susurro de «aprovecha el momento».
Comprobé que tengo gran cariño a esta película y que este sigue intacto al volver a verla.
Me gusta mucho cómo expones que fue un título generacional y por qué, y cómo explicas cuándo fue el momento que la vimos por primera vez.
Beso enorme y cariño desde casa tecleando en la máquina de escribir
Hildy
MI QUERIDA HILDY: ESTA PELÍCULA LA VIMOS MI ESPOSA Y YO CON EL 2o DE NUESTROS HIJOS, QUE ENTONCES TENDRÍA UNOS 14 AÑOS, CUANDO ENCENDIERON LAS LUCES DE LA SALA TUVIMOS QUE ESPERAR COMO 10 MINUTOS A QUE TERMINARA DE LLORAR Y MIRA QUE ÉL NO ESTUDIABA EN UN COLEGIO DE NIÑOS RICOS NI MUCHO MENOS, PERO LA PELÍCULA LE LLEGÓ, DE NUESTROS 3 HIJOS (VARONES LOS 3) ES EL MÁS LIBERAL Y CENTRADO, LE COMENTÉ LO DE LOS COMENTARIOS VERTIDOS SOBRE ESTA PELÍCULA Y ME DIJO QUE ALGUNOS NO LOS COMPARTÍA, PERO QUIEN LOS HABÍA HECHO, ESTABA EN TODO SU DERECHO DE HACERLOS. SE ME ACABAN LOS ABRAZOS Y LOS BESOS VIRTUALES…
Querido Jorge, yo también la vi más o menos con la edad de tu hijo. Y como él me quedé en el sitio, meditando lo que había visto, muy emocionada. También fui con mis padres.
A mí me gustan mucho los debates que generan las películas, porque quiere decir que estas no dejan indiferentes, que están muy vivas, y que hacen pensar mucho, ¿verdad?
Beso
Hildy
Querida Hildy
Esta cinta es muy buena, desde la actuación de Robin Williams hasta la música de Hendel, pero no me impactó tanto como a tí
En parte porque ya tenía 30 años cuando la ví y en parte porque ya me habían deslumbrado grandes maestros de la pantalla grande antes que Mr.Keating
-el Sr. Dadier de SEMILLA DE MALDAD(Glenn Ford,1955)
-Mr. Chips del ADIÓS MISTER CHIPS de Peter O´Toole (1969)
-el Sr.Thackeray de AL MAESTRO CON CARIÑO (Sidney Poitier,1967)
– la Srta. Barrett de CONTRACORRIENTE (Sandy Dennis,1967)
y para mí la más impresionante interpretación de un docente y el tremendo impacto que puede causar para bien o para mal,en la mente adolescente,la señorita Jean Brodie de LOS MEJORES AÑOS DE MISS BRODIE (la gran Maggie Smith,1969,Oscar indiscutido,y que personalmente creo debería ser el modelo para evaluar cualquier interpretación de un maestro)
Mr.Keating más que parado sobre un pupitre,está parado sobre hombros de gigantes.
Besos,IVÁN
Querido, querido Iván, de todas tus recomendaciones me faltan por ver y me apunto a dos maestras: las interpretadas por Sandy Dennis y por Maggie Smith. Dos actrices que por otra parte me interesan bastante.
Como siempre un placer que compartas estas películas.
Y es que tienes razón, y alguna vez lo he comentado en otras entradas del blog, el binomio maestros y cine es tremendamente rico y con una filmografía muy rica y a explorar. Casi es un género temático el de las películas con profesores como protagonistas.
Beso
Hildy