De óxido y hueso (De rouille et d’os, 2012) de Jacques Audiard

Alain está preparado para recibir golpes en su cuerpo una y otra vez. Es una mole de carne que ha decidido dejar de sentir porque tiene pánico a sufrir mientras cae.Teme ser abandonado por eso siempre prefiere marcharse. Él boxea y golpea…

Stéphanie sufre un grave accidente y las secuelas la dejan sin ganas de vivir. Era mujer de agua. Ella entrenaba orcas en un zoo y esos peces gigantes y el agua eran su vida, donde ella se encontraba a gusto. Y de pronto flota en un mundo que no es el suyo. Antes sólo quería sentirse amada y deseada, ahora sólo quiere tener ganas de estar.

De nuevo la historia de la bestia y la bella. Una bestia con terror a sentir y una bella herida que quiere sentir a toda costa. Los dos están en un momento de sus vidas en que tienen que cambiar y sólo tienen dos opciones: caer al abismo o alcanzar la luz. Y entonces en ese instante se encuentran. De óxido y hueso no es más que una historia de amor…

Jacques Audiard sigue aportando esa mirada cruda y dura a la que nos tiene acostumbrado desde De latir mi corazón se ha parado pasando por Un profeta. Y en De óxido y hueso la pone al servicio de una historia de amor sobre dos personajes que nunca se habrían podido encontrar pero circunstancias complejas les unen… y crea así un melodrama que te hace llegar al paroxismo con un montón de imágenes poéticas y una música que todo lo envuelve.

Pero sobre todo llegamos al éxtasis con las interpretaciones de Marion Cotillard y un sorprendente Matthias Schoenaerts, una bestia que conecta con una bella fracturada con una delicadeza que nunca se había atrevido a mostrar (por no sentir los zarpazos que golpean un alma rota). Dos cuerpos que se unen… y a través de la unión de esos cuerpos heridos, unen también sus almas heridas. Jacques Audiard cuenta esta historia con los sentidos. En todo momento están presentes el óxido y el hueso… los cuerpos que chocan, caen, se rompen y se fracturan. Y es la manera en que inyecta al espectador las otras heridas, las emocionales, las que realmente quiebran del todo a los protagonistas.

Y es a través de los cuerpos cómo empiezan a comunicarse Stéphanie y Alain. A veces con dulzura, otras con frialdad, dureza y crudeza… y en ocasiones como dos robots con emociones oxidadas pero que necesitan salvajemente aferrarse el uno al otro. Pero siempre en contacto. De ahí surge el entendimiento porque en ninguno de los dos hay un atisbo de pena o compasión hacia el otro sino una naturalidad desbordante. Y a partir de ese contacto se irán conociendo e irán explorando las brechas y heridas del otro. Y avanzarán en una relación inesperada. De la amistad a la confianza. De una relación de amigo con derecho a roce a un roce con ganas de ser amado, aceptado, querido… y nunca abandonado. Y no es fácil, porque como casi siempre Jacques Audiard no presenta personajes planos y atractivos sino personajes complejos, ambiguos y con una acusada parte oscura.

Jacques Audiard nos arrastra a través de los sentidos a una crudeza poética que nos rompe pero a la vez nos hace estremecer porque asistimos a una belleza seca y dura.

Dos llamadas telefónicas son fundamentales en la transformación de ambos personajes. Después de su terrible accidente una Stéphanie devastada se pone en contacto telefónico con Alain con el que tuvo un primer, intenso y breve encuentro después de una pelea en la puerta de la discoteca donde él trabaja… Alain acude a verla y con naturalidad sin máscaras de pena y compasión la hace salir a la calle. La lleva a la playa. Y ella por primera vez en mucho tiempo accede, de nuevo, a sumergirse en el agua. Ahí empieza de nuevo a despertar. Y Alain la toma en sus brazos… como un mulo de carga y con una lealtad que no se rompe.

La segunda llamada, también de Stéphanie, se produce tiempo después, cuando ambos han conectado cuerpos y almas. Sin embargo Alain, la bestia con miedo a sentir, sufrir y recibir golpes en su interior decide huir, dejar todos sus problemas atrás, no sentir. Seguir cayendo en soledad. Rompe con todo, incluso con Stéphanie… Lo único que le aferra al pasado (aparte de los recuerdos) es Sam, su hijo de cinco años al que casi nunca sabe cómo tratar. Y como todo melodrama un nuevo dolor y accidente trágico hace despertar a Alain que se desmorona ante la llamada de Stéphanie… La bestia llora desconsolada y reconoce que tiene pánico a perder a los seres queridos… Y le susurra a esa mujer lo que no se ha atrevido nunca a pronunciar…

Jacques Audiard construye un melodrama con imágenes que no se pueden borrar de la cabeza después de varios días y con una banda sonora que acompaña a la perfección cada una de las emociones de sus personajes. Nos dejamos llevar por el agua, las lágrimas, el sudor, los golpes… las miradas, los cuerpos desnudos, la luz, los músculos, el óxido, los huesos… Y entendemos cómo Stéphanie y Alain, a su modo, se ayudan el uno al otro para no caer en el abismo…

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