Ya no creo en el amor (La paura, 1954) de Roberto Rossellini

Crónica de una historia de amor terminada. Se acabó el amor. Rossellini regaló a Ingrid Bergman el retrato de cuatro mujeres a cada cual más insatisfecha. No eran las heroínas que imaginábamos para una historia de amor que se gestó entre actriz y director. Así esa historia de amor empezó en la sala de un cine cuando la actriz sueca, que había triunfado en Hollywood y era la actriz mimada y amada, se quedó ensimisma con Roma ciudad abierta… Siguió con una carta de esa misma actriz al director en la que escribía que sólo sabía decir en italiano Ti amo… Continuó con uno de los mayores escándalos que se produjeron en los cimientos de un Hollywood mojigato cuando la superestrella dejó una carrera de éxitos para inmiscuirse en el cine de autor, un cine independiente, cuna de la modernidad cinematográfica… Y fue, sin embargo, siempre reflejado en una especie de radiografía del desamor… en cuatro historias donde las heroínas estaban encerradas en jaulas emocionales, eternamente insatisfechas.

Esa actriz que llegó del frío se sumergió en el cine más independiente y se convirtió en la musa triste de Rossellini… Es curioso que una vez que terminó su historia con el director italiano (y que dejó de rodar con él) y antes de entrar de nuevo a Hollywood, se pasó por Francia para protagonizar una película a todo color, vital y alegre donde sonrió a sus anchas, Elena y los hombres. Es como si la actriz se liberara de la tristeza y las insatisfacciones que arrastraron sus heroínas en Italia. Primero fue Stromboli, después Europa 51, para más tarde desembocar en Te querré siempre y Ya no creo en el amor (La paura), la película que nos ocupa.

Nunca había visto Ya no creo en el amor y lo que más me ha llamado la atención es que parece una película inacabada. Termina de manera abrupta, seca. Inesperada. Pero sin embargo logra trasladar al espectador el desasosiego de su heroína principal, de esa Irene desesperada y devorada por la culpa y la mentira. Ese miedo que siente a ser descubierta y que la hace caer en el chantaje y el estrés. Rossellini llega a jugar muy bien con el suspense. Es de esas películas de las que se realizaron más de una versión (no sé si por problemas de distribución en determinados países o por cuestiones del director-autor)… por lo que sí deja una sensación de historia no concluida.

Como base de su historia Rossellini parte de unas raíces literarias, un relato corto de Stefan Zweig que se titula Miedo… y también sigue ‘reconstruyendo’ esa Alemania de después de la guerra. Una Alemania que le hizo vomitar la impresionante Alemania, año cero y que continúa con Ya no creo en el amor. Dos retratos pesimistas donde pululan personajes rotos emocionalmente.

La Irene de Ingrid Bergman es una mujer que se confiesa ante el espectador (una voz que funciona al iniciar este ‘relato cinematográfico’ pero que después va perdiendo fuerza). Confiesa su miedo. Irene es una directiva de una gran empresa farmacéutica, una mujer de éxito, su marido trabaja en los laboratorios… Nos esboza un pasado cercano complicado —se entiende que por la guerra— donde se ha sentido muy sola. Tiene dos hijos que viven retirados en el campo. Su miedo es porque aparentemente ha recuperado su estabilidad familiar (que no emocional) y quiere dejar una relación que había empezado con otro hombre, Enrico… su amante. Todo se va complicando en exceso cuando aparece en escena una ex de Enrico que chantajea a Irene continuamente exigiéndola dinero porque si no lo hace se lo dirá a su esposo.

Lo más conseguido de Ya no creo en el amor es precisamente ese estado de inquietud que vive la protagonista hasta que la historia da un giro inesperado (e interesante pero muy poco desarrollado ya que Rossellini decide cortar la película de manera abrupta… y con una decisión firme de la protagonista de no creer en el amor de pareja para centrarse en otro tipo de amor… Deja también la ciudad y se aisla junto a sus hijos en el campo). Así, con este giro final, queda absolutamente desdibujado un personaje que se va volviendo más y más inquietante según avanza la historia… el esposo de Irene (Matias Wieman). Un hombre que va desvelando una parte oscura muy fuerte y que influye como luz de gas en su esposa Irene.

El estado mental del personaje principal no es sólo por la interpretación de Bergman que es muy buena sino también por decisiones de puesta en escena de Rossellini que sabe cómo rodar la angustia. Así contrastan las imágenes de una ciudad oscura (callejones, casa del amante, local donde queda con la chantajista, pasillos largos, impersonales e inquietantes en la fábrica, su casa en la ciudad con una escalera y puertas que encierran secretos…) con la luminosidad del campo, único lugar donde nos encontramos con una Irene algo más relajada. También son excelentes las escenas en la fábrica farmacéutica y en los laboratorios donde se produce la mejor escena de Bergman en un momento de desesperación en el que piensa terminar con su vida. A lo largo de toda la película la protagonista se siente como una cobaya a la que inoculan venenos (sentimientos y emociones) que la van matando poco a poco… y siente que tiene que encontrar un antídoto contra su angustia e insatisfacción (… el antídoto lo encuentra de una manera tan abrupta que corta todo el tono de esta película oscura).

Ya no creo en el amor cuenta con buenos momentos como esas conversaciones de pareja en las que vemos la presencia del desamor. No faltan escenas en un coche (como ocurre en Te querré siempre) donde el matrimonio habla… Quizá de todas las películas que rodaron juntos Bergman y Rossellini, esta película sea la que menos me ha llegado pero esconde múltiples asuntos para el análisis y se reconoce en cada fotograma el estilo de Rossellini y su innovación a la hora de rodar cine. Es un cronista del desamor cotidiano entre parejas. Cronista de la insatisfacción.

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