La mujer X (Madame X, 1966) de David Lowell Rich

Los años sesenta en Hollywood son una década muy interesante porque, por una parte, trata de sobrevivir un cine que se sustentaba en el sistema de estudios y que estaba acostumbrado (pese a sus defectos) a crear grandes clásicos. Un cine de género que Hollywood dominaba a la perfección donde todo un equipo de profesionales se ponía al servicio de una película y donde todavía las grandes estrellas de antaño tenían su peso. Y por otro, algo se estaba removiendo en un Hollywood donde precisamente ese sistema de estudios estaba desapareciendo, estaba surgiendo otra generación de actores y profesionales, el código Hays tenía sus días contados y había ganas de renovar el lenguaje cinematográfico, salirse de los géneros y los temas tratados, emplear nuevas miradas y enfoques. En esta lucha de titanes surge el nuevo cine americano y muere el Hollywood clásico que ofrece sus últimos cantos de sirena. Algunas grandes estrellas en activo se reciclan, otras sobreviven en el medio televisivo que alarga la vida de las viejas glorias y otras desaparecen dejando sus últimos papeles en lo que denominaremos fórmulas de antaño.

Pero hay otros dos aspectos importantísimos. El público también cambia y busca otro tipo de cine. Las nuevas generaciones buscan reconocerse. Sandra Dee pasa de moda en unos pocos años así como sus galanes a lo Bobby Darin. Las películas del viejo Hollywood envejecen antes de su estreno…, pero eso no quiere decir que alguna de esas obras estén perfectamente narradas y contadas. Es más ahora que no son contemporáneas ganan.Y uno de los géneros que envejece pero que sigue dando frutos es mi amadísimo melodrama. El melodrama de sentimientos desaforados, familias con rencillas, traiciones, amores, odios, lágrimas sin contención, ambientes aristocráticos y rancios, hijos rebeldes, suegras perversas, maridos infieles sufre una transformación curiosa. La gente ya no va a los cines a sufrir con los melodramas. Los grandes directores como Stahl, Minnelli, Douglas Sirk y otros bien se han retirado, dan sus cantos de cisne o han ido desapareciendo…, y lo que ocurre es que esta fórmula se alarga y multiplica…, y se deteriora en la televisión (donde además acoge, sobre todo, a grandes damas del melodrama). Y entre los años setenta y ochenta proliferan grandes familias con tintes melodramáticos: Dinastía, Dallas, Los Colby, Falcon Crest

La mujer X que hoy nos ocupa puede decirse que es uno de los últimos melodramas clásicos con todos los ingredientes de una película de Sirk pero con su notabilísima ausencia. La Universal y el productor Ross Hunter conocen perfectamente cómo funciona este género. Y reunen todo lo necesario. Lo único que no consiguió fue el regreso de Sirk. Un melodrama sin Sirk pero que logra arrastrarte por sus recovecos con un poco menos de arte pero sí dosis de pañuelo y emociones añejas. Y, de veras, la fórmula funciona muy bien. Lo primero que hicieron fue encontrar el material de partida en un famoso melodrama de décadas anteriores.

La mujer X cuenta con toda una estrella del melodrama que como otras actrices del pasado logra en su madurez triunfar en este género (siguiendo la estela de Joan Crawford, Barbara Stanwyck, Susan Hayward o Jane Wyman): Lana Turner. Por otra parte, éste sería su último broche después de ser la mujer más sufrida y desgarrada en Vidas borrascosas, Imitación a la vida y Retrato en negro. Y en La mujer X ofrece todo un recital de sufrimiento exasperado y hasta el extremo donde Lana envejece y se deteriora en cada fotograma. En la primera mitad vemos a la Turner que triunfó en este tipo de películas: glamurosa, en ambientes aristocráticos que le permiten lucir diversos peinados y vestidos maravillosos. En la segunda parte asistimos a su decadencia y nos encontramos a una Turner alcohólica y envejecida. Acabada. Que ofrece uno de esos finales que sus fervientes seguidores exigían para tener los ojos hinchados de lágrimas y kleenex por el suelo.

La historia que ofrece tiene niño de por medio. Mujer de clase media baja que se enamora y se casa con millonario que aspira a político y que entra a formar parte de las clases altas y envaradas, todo apariencias. La esposa y madre amamantísima tiene que soportar la soledad absoluta por los cada vez más largos viajes del señor esposo. La esposa y madre amamantísima cae en la tentación y cae rendida —porque no puede soportar su soledad— en los brazos de un playboy. Un acontecimiento cambiará su vida y la hará descubrir además que su suegra siempre ha actuado con una careta y la odia. La suegra malvada es un punto fundamental. La esposa y madre amamantísima se sacrifica por amor, por el amado esposo y el hijo. Y vaga por el mundo castigándose para siempre y convirtiéndose en alcohólica y mujer pecadora. No se da ni siquiera una segunda oportunidad al lado de un concertista enamorado. Cada vez los hombres que la acompañan son de peor carácter moral hasta que otro acontecimiento la hace terminar en un juicio…, que oh maravilloso mundo de las casualidades y melodramas…, su ahora joven hijo se convierte en su eficiente abogado defensor. Y, no puedo mentir, las andanzas de la Turner enganchan como a ella la absenta.

Para que este tipo de melodrama funcione necesita buena música de fondo y Ross no duda en que la partitura la haga el experimentado Frank Skinner. La fotografía para Russell Metty que ya conoce bien el género de la mano de Sirk. El elemento que hace que no estallemos de gozo es que Ross encarga la dirección a un desconocido que no haría ninguna película notable, David Lowell Rich, que se limita a dirigir correctamente no a contar con la magia y las profundidades y la importancia de los espacios y el color que lograban Sirk o Minnelli.

La Turner te atrapa porque la secundan, como pasaba en sus melodramas de éxito, de unos repartos donde todos los actores cumplían su cometido con creces. La mujer X no es una excepción. Los hombres por los que se sacrifica Turner son el posteriormente televisivo John Forsythe y un joven actor del nuevo cine americano que logró la inmortalidad con 2001 Una odisea del espacio, Keir Dullea. El amante que la arrastra a un fatal destino es el clásico playboy, Ricardo Montalban y el segundo hombre que la rompe en pedazos es el estafador con cara de secundario magnífico, Burgess Meredith. La segunda oportunidad se la da el actor holandés John Van Dreelen. Pero quien está espectacular en papel de malvada y fría suegra, que además no recibe castigo alguno, es una estrella del cine clásico de los años treinta, mujer como Lana de vida escandalosa y gran estrella en su momento que había caído en olvido: Constance Bennett (célebre hermana de la menos olvidada Joan). Magistral, hermosa y elegante como señora de alta alcurnia que hace imposible la vida de la protagonista. Fue su último papel.

Así, quizá, La mujer X se convierte en uno de los últimos melodramas clásicos…, pónganse cómodos en el sillón, con un paquete de pañuelos de papel, oscurezcan su sala y preparense para un banquete de emociones y sentimientos exagerados que les hagan llegar al paroxismo de la emoción. Cierto, sin el toque Sirk.

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