El bazar de las sorpresas (The shop around the corner, 1940) de Ernst Lubitsch

¿En qué consiste la magia de los clásicos?¿Qué les hace perdurables a lo largo de los años? ¿Por qué nos emocionamos una y otra vez al verlos? Son varias preguntas aparentemente con difícil respuesta. Sin embargo, todos los interrogantes se vuelven absurdos cuando se puede ver uno. Y uno de ellos es sin duda El bazar de las sorpresas del gran Lubitsch.

Lubitsch fue uno de tantos cineastas europeos que tuvieron que exiliarse a Hollywood y desarrollaron una escuela maravillosa de cómo hacer cine además de continuar sus prestigiosas carreras como realizadores ya iniciadas en sus países de origen (Alemania).

Lubitsch con unos pocos ingredientes realiza una película de estudio inolvidable. Tan sólo necesita: un decorado de una tienda en un lejano país del viejo continente. Una tienda de las de toda la vida de bolsos, maletas y complementos. Ocho empleados, incluido el dueño de la tienda, un tierno e inolvidable Hugo Matuschek, que se ocupan del funcionamiento del establecimiento y una sencilla historia de gente sencilla. Una historia que sale de la pluma del guionista clásico Samson Raphaelson que trabajó numerosas veces con el realizador.Así pasamos una hora y unos cuantos minutos acompañados de unos personajes absolutamente encantadores y humanos. No ocurren grandes acontecimientos, ni siquiera reíremos a carcajadas…, pero saldremos transformados ante una historia cotidiana. Y, además, siempre conseguirá emocionarnos cada vez que la veamos.

Otro secreto de esta pequeña gran película es sin duda el reparto. Con una serie de actores memorables y que vuelve a ser un canto a esos increíbles secundarios del Hollywood de oro capaces de crear breves personajes que convertían a las películas en irrepetibles en una época en que se sabía la importancia de un buen personaje, aunque apareciera tan sólo unos minutos.

Sólo nombraré a algunos de ellos por su nombre y apellidos. Los más conocidos son un joven James Stewart, que ya muestra sus increíbles recursos como actor, como el joven empleado pero veterano, Alfred Kralik. Una encantadora, chispeante y divertida Margaret Sullavan (totalmente olvidada) como Klara Novak. Después nos encontramos con una composición emocionante por parte de Frank Morgan como el jefe del establecimiento, Matuschek, o ese vendedor de bigote, tímido y buena persona, al que te encantaría encontrarte de vez en cuando con el rostro de ese actor secundario inolvidable Felix Brassart. Pero no son los únicos (traten de acordarse de otras películas donde hayan visto sus rostros. Siempre se llevarán una sorpresa) imposible olvidar las interpretaciones y los rostros de los dos chicos de los recados, o de las dos dependientas de la tienda o del vendedor pelota, chismoso y engreido… ¡Qué repartos!

¿Y la historia? Déjense llevar y entren a un establecimiento donde Klara Novak busca un puesto de trabajo en tiempos difíciles. Y lo consigue por hacer vendible lo invendible: unas horrorosas cajas de puros con musiquilla popular que se repite una y otra vez. También estará el vendedor jefe, un serio y encantador joven que se llama Alfred Kralik. Ambos huyen de la cotidianeidad de la vida a través de las cartas que escriben a un amiga/amigo desconocidos. Y se enamoran por las palabras y se ilusionan…, y los desconocidos son ellos mismos. Sólo que no lo saben. Y es encantador porque se aman a través de las cartas y se llevan fatal como compañeros de trabajo. Y está ese jefe, con cara de jefe y actitudes de jefe pero que en su interior esconde un hombre inseguro, frágil y buena persona que sólo busca no estar solo, enamorado de su amada esposa que gasta demasiado y además le engaña. Demasiado para él. Para Matuschek la historia más tierna cuando se encuentra que va a celebrar la Navidad en soledad y se cruza en su camino el nuevo chico de los recados, Rudy, un adolescente sin nadie con quien celebrar estas fechas…, y ambos deciden celebrarlo juntos. O ese vendedor con dos hijos y una esposa a los que ama que aspira a un vida tranquila, sin excesivos sobresaltos, que huye cada vez que el jefe pide una opinión sincera…, y gran amigo del joven Kralik. O el vendedor odiado por todos, presumido, pelota y chismoso. O las dos vendedoras tiernas, cariñosas y buenas compañeras. O ese chico listo que es chico de los recados pero que ya se ve que con su desparpajo y lengua va a llegar algo más lejos… Son historias de gente sencilla y nos cautivan.

De verdad, si tienen oportunidad, si tienen una tarde melancólica y necesitan un poco de ánimo, encienda su televisor, cojan su dvd y vean El bazar de las sorpresas. Es una medicina muy eficaz, lo aseguro.