Aidan Quinn

Hay actores de cine que lo intentan una y otra vez. Ahí están. Y nunca llegan. Son muchos factores, aparte de su valía en la interpretación o no (ya sabemos de muchos con pocas dotes de interpretación o limitados registros —pero cuando alguno lo encuentra hace magia— que se han hecho con filmografías y éxitos increíbles): el momento en que aparecieron, la elección de proyectos, los papeles conseguidos, los contactos, la respuesta del público, la distribución de sus proyectos, sus relaciones con la prensa, la buena o mala suerte, el ponerse de moda su rostro o estilo por algún motivo… Muchos de ellos desaparecen para siempre de las megapantallas y encuentran refugio en la televisión o, quizá en el teatro, o ni lo uno ni lo otro. Otros nunca desaparecen, siempre están ahí, en algún pequeño papel o de vez en cuando con un protagonista. Esperando el reconocimiento o el gran papel que les hará ser recordados, en una profesión que no abandonan. No se rinden. Poco a poco van haciéndose una carrera más o menos afortunada y siempre cuentan con un público que sigue sus pasos.

Y uno de ellos es Aidan Quinn. A mí siempre me conmueven sus enormes ojos azules. Y su rostro con sonrisa que llega. Casi siempre correcto y con mucha humanidad en su rostro, desde los años ochenta no ha dejado de pisar la pantalla una y otra vez. Su gran papel todavía no ha llegado —yo siempre le espero— pero suele ser secundario o partenaire agradecido.

Ha subido a escenarios de teatro, sigue en el mundo de la televisión y del cine. Y poco a poco ha ido adquiriendo una carrera que ha hecho que servidora ponga de vez en cuando sus ojos en él. En este hombre de origen irlandés que consiguió estar presente en papeles secundarios muy diferentes en dos películas de éxito de los años ochenta: Buscando a Susan desesperadamente y La misión. Antes le habían intentado lanzar como sex symbol rebelde junto a Daryl Hannah en Reckless (1984) en aquel momento nadie buscaba un nuevo sex symbol rebelde en el que fijarse.

Poco a poco fue afianzándose tanto en series y telefilms de la pequeña caja como en películas de la gran pantalla. Los años noventa fueron prolíficos y estuvo presente en varias películas que crearon muchas expectativas, algunas se desinflaron nada más llegar a cartelera y otras más o menos han conseguido mantenerse en la memoria. En sus papeles, normalmente secundarios, logra destacar o que nos fijemos, por algo será. No creo que sea sólo cuestión de ojos azules y sonrisa eterna. Es una cuestión de siempre ser correcto, de lograr llegar por un rostro cercano y humano que esconde sentimientos (Ay, el día que estalle más todavía. Ay, el día que se desnude emocionalmente ante las cámaras). También, se cuenta que quizá perdió una gran oportunidad al no poder hacerse con el papel de Jesucristo en La última tentación de Cristo de Scorsese.

En los noventa nos regaló papel tierno de hermano preocupado por hermana con problema de salud mental en la siempre agradable (y por qué no reivindicable) comedia romántica Benny & Joon (1993). También fue el hermano serio y con otro concepto de la vida en la épica Leyendas de pasión (1994). Quinn actuaba en ambas películas con los ídolos de momento (y ahora también) por lo tanto había menos posibilidades de que alguien girara su mirada hacia sus ojos azules. El éxito era para Johnny Depp y Brad Pitt. Pero yo también suspiraba por Quinn. Participó como secundario en películas que pincharon pero para mí no dejan de tener cierto interés, la dura historia de Babenco y su oscura Jugando en los campos del señor o el biopic sobre personaje irlandés en Michael Collins (que tenía el rostro de Liam Neeson). También estuvo presente en historias interesantes como Avalon (1990) sobre inmigración o fue uno de los muchos que aparecieron en la experiencia shakesperiana de Al Pacino en Looking for Richard (1996). Pinchó como todos pincharon en el Frankenstein de Branagh.

Consiguió ejercer muy bien de pareja de la estrella, en este caso Madeleine Store en Sola en la penumbra (1994) o como contrapunto a la actuación de una Streep desatada por el melodrama de profesora que enseña música a niños en barrio deprimido en Música en el corazón (1999). Rozó el cine independiente junto a Jordan y su cuento de terror Dentro de mis sueños (1999).

Y llegó el siglo XXI y Quinn continúa. Dicen que está magnífico como protagonista de Los niños de San Judas (2003), una película que cuenta la dureza de un reformatorio católico en Irlanda. Nunca ha llegado a mis manos esta película. Yo me seguí enamorando de su ternura en su pequeño, triste y emocionante papel en Nueve vidas. También aparece en la última serie de TV que tuvo como uno de los protagonistas al recientemente fallecido Paul Newman, Empire Falls (sus trabajos televisivos apenas los conozco aunque el otro día pude ver telefilm de sobremesa que no estaba mal del todo sobre el autismo con un Quinn macarra, le reconocí por sus ojos). Y esperamos su último papel, de nuevo junto a Streep, en película que pinta interesante, Un asunto muy oscuro…,  ¿será ése su papel definitivo, el que le otorgue la gloria? Seguiremos esperándole.