Indagar en los orígenes de una película puede abrir caminos sorprendentes. El escritor y cineasta Marcel Pagnol escribió durante los años treinta su trilogía marsellesa. Las dos primeras partes Marius y Fanny subieron pronto a los escenarios con éxito y narraba las vicisitudes de distintos personajes en el puerto de Marsella antes de la Segunda Guerra Mundial. Ambas tuvieron su propia versión cinematográfica en Francia. César fue la tercera parte y el cierre de la trilogía y, además, se creo primero como guion de cine. Fue el propio Pagnol quien dirigió la película en 1936. Posteriormente, en Broadway en 1954 se creo un musical que adaptaba la trilogía titulado Fanny con canciones de éxito y que tuvo muchas representaciones y un buen recorrido en el escenario. Y llegó por fin 1961, el año en que el director Joshua Logan llevó a la pantalla de cine Fanny con la melodía del musical de fondo, pero sin las canciones, y siguiendo las huellas de la célebre trilogía de Pagnol (con todos los antecedentes y el material original puso todo en un único manuscrito el guionista Julius J. Epstein). Y la maniobra no le salió mal. Logan, en el reparto elegido, cuenta como protagonistas con dos estrellas del cine musical, pero también buenos actores (de hecho no hay ni un solo baile ni una sola canción en todo el metraje, pero ellos están maravillosos): Leslie Caron y Maurice Chevalier, muy bien acompañados por Charles Boyer y Horst Buchholz. Así Fanny es un melodrama con mucho encanto que, en realidad, es un bonito escaparate con muchas historias de amor entre sus personajes. En realidad, es un canto al amor paterno-filial (la relación de César con su hijo Marius, de Panisse con su hijo adoptivo y de Marius con su hijo…), aunque no deja de ser también una oda a la amistad y a un amor juvenil que se vuelve imposible.
Fanny construye una historia con ecos de novelas folletinescas de siglo XIX (a lo Dickens), esas novelas por entregas donde los lectores ávidos esperaban la resolución de historias que se enredaban una y otra vez hasta dar un final redondo. La película tiene además un espíritu local, un amor por el lugar de pertenencia, ese puerto que permite ver cómo los barcos surcan otros mundos. Y allí en ese puerto se encuentra el dueño del bar y su joven hijo soñador y ávido de conocer otras tierras más allá del puerto; la pescadera y su hija, una muchacha enamorada y realista también, pero con el impulso de la juventud; el viudo, empresario próspero que quiere volver a casarse… y otros personajes que van creando un microcosmos que teje una historia que fluye a lo largo de los años. Unos personajes que son los protagonistas de un melodrama de tiempos lejanos, pero con asuntos que nunca dejan de ser universales, como el amor, la muerte y las relaciones familiares o de amistad. Fanny es una muchacha enamorada de Marius desde la infancia, él también la quiere, pero pueden más sus ganas de volar. Una noche se declaran amor eterno, pero a la mañana siguiente, un barco parte… Y las promesas se disuelven. Durante la ausencia de Marius, Fanny descubre que está embarazada. Su madre y ella tienen miedo de ser repudiadas en el puerto que tanto aman. El viudo Panisse sigue dispuesto a casarse otra vez…
Joshua Logan dirige un historia con mucho encanto y sensibilidad. Pero una historia como varada en el tiempo y al comienzo de una década (la de los sesenta) que ya la siente como caduca, sin embargo, está poblada por unos personajes tremendamente humanos. Los muestra con todos sus encantos y miserias, con sus sueños frustrados, pero también con los placeres que regala la vida: una broma compartida con los amigos (ese sombrero en medio de la calle), una buena copa o el cariño con el que refleja cada rincón del puerto. Ya lo dice Panisse (Maurice Chevalier), que no le da miedo la muerte, sino que le da pena dejar la vida así como ya no disfrutar de los pequeños placeres que ofrece. Y es que Fanny es una película de personajes donde sobresalen los veteranos: un magnífico Panisse, un entrañable César y una inolvidable Honorine, la pescadera. Una oportunidad para ver el buen hacer de actores del cine clásico como Chevalier y Charles Boyer o una secundaria para recordar, Georgette Anys. Pero también la pareja de jóvenes que va madurando y recibiendo los golpes de la vida va sembrando todos los matices necesarios por una Leslie Caron, que transmite fuerza y desvalimiento en la gran pantalla (siempre a punto de quebrarse, pero siempre en pie), y por un Horst Buchholz que hace creíble al joven apasionado y con dudas, con ganas de volar, y al hombre desencantado que regresa al puerto, consciente de que ha perdido todo allí. Además Logan mostraba su maestría, como ya lo había hecho en Pícnic o Bus stop, para reflejar la pasión y la intimidad entre los dos enamorados con una sensualidad y un erotismo elegante en los diferentes encuentros entre los jóvenes protagonistas.
Logan se deja llevar por la banda sonora de fondo de Harold Rome y es capaz de controlar momentos muy emocionantes, ofreciendo su tono justo, cómo esa despedida silenciosa de Marius a su padre César diciéndole que lo quiere mucho o ese César que trata de contenerse para no mostrar lo que echa de menos a su hijo y el dolor que le produce su ausencia así como la contención de sentimientos entre Fanny y Marius cuando vuelven a encontrarse años después o esa lenta agonía de un Panisse que ama la vida y se despide con sabiduría de las personas que quiere. Logan no se desata, no se despeina, sino que emociona y juega con delicadeza con la tragicomedia, que es igual a la vida (con momentos que desatan la sonrisa y otros que hacen difícil contener la lágrima). Además de contar con el trabajo de un Jack Cardiff que utiliza la paleta de colores para presentar el puerto como el lugar soñado y deseado por todo aquel que se deja embrujar por sus personajes. Y es que Cardiff siempre supo convertir la vida en una ensoñación con su manejo del color y en manos esta vez de Joshua Logan la magia es inevitable.
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Una de las cosas que me decidieron a escribir en tu blog fue la misma sintonía que te reconocí y en la que me reconocí. No se trata de tener unos gustos parecidos o no solo eso, sino también una sensibilidad compatible, un criterio similar a la hora de valorar, unos referentes compartidos, un entendimiento cómplice aún desde la discrepancia. No pasa siempre. De hecho, pasa raras veces. Hay gente cuyo criterio valoro y respeto, pero con quienes los intereses, las percepciones, los puntos de vista, lo que se toma en consideración, los referentes, son muy ajenos.
Te digo esto porque Fanny es una de las 3 películas que más deseo ver. Y cuando digo ver, es hacerlo donde toca, en una sala de cine. Por supuesto será en la filmoteca, espero que algún día no muy lejano. Indudablemente que debe haber muchas películas mejores, más prestigiosas, de mayor enjundia, pero desde que vi unas escenas de este film, furtivamente en mi infancia, se me antoja como una de esas películas capaces de subyugarme, de conmoverme profundamente. Desde su música, pasando por esa Marsella idealizada o su Technicolor de ensueño. Y ese “romanticismo caduco” que llamas tú (ja,ja, ja) que cada vez valoro más porque, ya no es que sea caduco, es que está extinguido como el dodo, además de ser denostado y despreciado.
¡Ay! Me ha tocado que escribieras sobre “Fanny”. A ver cuando puedo verla…Donde toca, en la oscuridad de una sala de cine, en la gran pantalla.
Querida Lilapop, qué bonito concepto el de la sensibilidad compatible y me alegra que la compartamos. Fanny no la he visto, confieso, en pantalla grande, y creo que haces bien en esperar. El disfrute lo auguro máximo. Pues si he sentido placer en la pantalla de un televisor, en la sala oscura, el disfrute va a ser máximo. Y te acercas a las sensaciones que se sienten ante esta película en esas escenas que recuerdas: es una película que subyuga y conmueve… a pesar de estar detenida en el tiempo. Y la magia de los colores en manos de Cardiff, ese puerto como único lugar en el mundo… Y unos personajes muy, muy humanos… Jajaja, mientras escribo este comentario, muero por verla otra vez.
Beso
Hildy
No he visto esta película, aunque pinta bien, por más que, como sabes, estas cosas de altas pasiones me parezcan siempre tan irreales, y un punto absurdas. Me cuesta, eso sí, Maurice Chevalier, un tipo al que, salvo en Ariane, de Wilder, y en los tiempos de Lubitsch, no trago. Lo que más me gusta de Chevalier, sin embargo, es el gag de los hermanos Marx, en Pistoleros de agua dulce (1931), en el interpretan a unos polizones de un transatlántico que se han encontrado en la cubierta el pasaporte del francés. Todos ellos, uno por uno, intentan apearse del barco haciéndose pasar por él, y para acreditar su autoridad, cantan el mismo fragmento de la misma canción. ¿Cómo lo hace Harpo? Pues ese es la cumbre del gag…
Vaya comentario que no tiene nada que ver con lo que pones, pero así es la vida.
Me la apunto.
Besos
Jajajaja, buen comentario, tengo que volver a ver Pistoleros de agua dulce. Ya me contarás qué te parece Fanny. La película cuenta con un encanto especial.
… Pues hace poco he podido ver una película con Chevalier, que llevaba tiempo detrás de ella, de René Clair, que me ha parecido fascinante. Hasta aquí puedo leer…, jajaja, pues muy pronto lo desvelaré.
Beso
Hildy
Querida Hildy
Nunca he visto esta película pero me trae recuerdo de haberla «escuchado» completa en su estreno en Chile.
En mi infancia existía un programa de radio llamado «Cine en su hogar» donde daban las películas en forma de radioteatro.por capítulos de lunes a viernes y completas los sábados.
Era un gran éxito entre dueñas de casa,escolares y ancianos.
Como te imaginarás,mi familia era como la de Woody Allen en DIAS DE RADIO
Besos,IVÁN
Querido Iván, cómo me gusta Días de radio de Woody Allen. Y me encanta ese recuerdo que compartes del programa de radio «Cine en su hogar». Y es que me imagino Fanny en ese programa… Tuvo que encantar esa emisión.
Mil gracias por el recuerdo.
Ya te digo que es una película deliciosa.
Beso
Hildy