A quemarropa (Point Blank, 1967) de John Boorman

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A quemarropa es cine negro de los sesenta… y Boorman enreda al espectador en una historia con todas las claves del género pero con una forma de contarla rompedora y especial que tomaba inspiración en los nuevos cines europeos, en nuevas fórmulas de narración cinematográfica que rompían el relato clásico cinematográfico para mostrar otra forma de contar. Innovación en la mirada. Así se anticipaba ya el paso al nuevo cine americano, nuevos realizadores que trataron de dar un paso más tanto en los temas como en la manera de abordarlos.

Así nos encontramos con una premisa simple: la historia de un hombre que quiere venganza y recuperar el dinero que robó junto a su esposa y su mejor amigo antes de que ambos le traicionaran y le dejaran tirado en una celda de Alcatraz, un edificio fantasma, con dos balazos… Ese dinero forma parte de un extraño entramado donde entra otro protagonista: la Organización, una especie de coloso mafioso-empresarial kafkiano con jerarquías, negocios, chantajes, luchas de poder y asesinos a sueldo. Así el hombre que quiere venganza dejará a su paso una estela de cadáveres a la vez que va dándose cuenta de que conseguir el dinero es un objetivo imposible y absurdo.

A quemarropa cuenta la historia de un asesino sin nombre de pila… sólo responde con el apellido de Walker (inspirado en un personaje de novela negra de Richard Stark, pseudónimo de Donald E. Westlake). Apenas habla pero sí recuerda y la película es como si transcurriera dentro de la mente de un muerto en vida. Y sus recuerdos tienen un aire de pesadilla, de insomnio, de cansancio y desencanto. De un duro enamorado y traicionado por la mujer que ama y por el amigo al que quiere. Una visión y una mirada distorsionada y cortante. Pero a la vez lúcida… la lucidez del superviviente, del que no quiere caer en más trampas.

Sus aliados de viaje son un misterioso personaje que algo quiere conseguir de la Organización y que cuenta con información privilegiada y su cuñada, que arrastra el mismo desencanto que el protagonista. Walker posee el rostro imperturbable de un duro entre los duros, Lee Marvin (y no es exagerado describirle así).

El espectador viaja junto a Walker en ese mundo kafkiano donde todos se traicionan y matan entre sí por algo intangible… en sus manos nunca pasa dinero contante y sonante. Y a la vez lanza unos destellos de romanticismo roto (la historia de Walker y su esposa… que nada tiene que ver con la relación que establece con su cuñada, con rostro de Angie Dickinson), un erotismo elegante, unas dosis de violencia y un asesino frío con su destino marcado en el rostro.

Al final el botín es lo de menos… Walker se da cuenta de que su venganza no ha servido de nada…, quizá para refugiarse más en las sombras y en la soledad. Aquel día en Alcatraz murió realmente… pisotearon su destino. Ahora solo es un fantasma vengativo que recuerda.

La narración no es lineal, se rompe por todas partes, en tiempo y espacios. En presente y pasado. En repeticiones. En encuadres imposibles… pero te sumerge en un ambiente especial que hace que no puedas apartar la mirada de momentos como su primer encuentro con su mujer después de la traición o la escena que se desarrolla en el club de jazz con esa extraña canción a base de gritos que se unen a los gritos que genera la violencia y la tensión.

A quemarropa es cine negro, que sigue siendo en los sesenta, un género capaz de renovarse y de innovar el lenguaje cinematográfico.

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