Y recuerdo a Alberto San Juan bajo las estrellas y un Enrique Morente de voz desgarrada que canta al oído Stella by starlight.
Y pienso en cómo me quedé cuando vi por primera y única vez (la he buscado una y otra vez y no la he encontrado) una película argentina, Sur, donde mis oídos no podían creer estar oyendo unos tangos tan hermosos en la voz de Roberto Goyeneche… Naranjo en flor, María…
Y lloro de ternura cuando oigo a Holly (perdón, a Audry Hepburn), sentada en el alfeizar de la ventana, cantando con una voz dulce, soñadora y un tanto melancólica, Moon River.
Y entonces vuelo, viajo, más allá del arcoíris y no veo sólo a Judy Garland en blanco y negro sino que me la canta, dulcemente, un hawaiano enorme, Israel Kamakawiwo’ole… over the rainbow.
Y me voy con los dos amantes, Tony y María, que buscan algún lugar donde partir, algún sitio donde no haya injusticia, algún sitio donde puedan amarse sin que nadie lo impida, buscan libertad, y al final la vida se les va sin encontrar… Somewhere.
Y ya las lágrimas me van saliendo porque me voy con Porgy and Bess y oigo la voz desgarrada de la Joplin que me canta Sumertime una y otra vez.
Y entonces veo a un hombre desesperado, con cara de Bruce Willis, que aunque no sabe donde está ni en que tiempo se encuentra, se emociona en un coche ante la belleza de What a wonderful world con un Louis Amstrong que siempre estremece.
Y vuelvo una y otra vez a la historia de Satine y el escritor bohemio, que se aman pero entre risas y llantos la muerte acecha, y sólo tienen claro una cosa que The show must go on…