84, Charing Cross Road

Hoy me ha pasado algo curioso. He llorado con la lectura de un libro. Se me han escapado lágrimas de emoción ante un pequeño libro que llevaba tiempo buscando y hoy me lo he comprado.  

Ha sido curioso, he bajado a la calle y he pasado por la librería de mi barrio, esas pequeñas librerías que aún sobreviven por Madrid. Me encanta, la lleva una mujer alemana que siempre me ha parecido encantadora. Como una librera de novela. Siempre que puedo, compro los libros allí. Así que he seguido mi ritual, me recorro las estanterías y las mesas viendo distintas publicaciones, leo sus contraportadas, observo la edición…, me entran tentaciones. Y, hoy, mis ojos se han clavado en 84, Charing Cross Road. 

Hace poco Isabel Coixet llevó a los escenarios la adaptación teatral de este libro entrañable. Me quedé con las ganas de ir al teatro. Pero ante mi ausencia de las gradas, leí varias críticas y también me enteré de qué iba la obra…, y bueno ya se quedó en mi cabeza. Así que en cuanto lo he visto en la librería no he podido evitarlo. 

Me he ido a casa y he empezado a leer la primera carta de la neoyorquina Helene Hanff a la librería londinense Marks&Co, fechada en 1949…, y ya no he podido parar. Una carta sucede a la otra y entre líneas una historia emocionante. La guionista alocada Helene Hanff, el profesional librero Frank Doel, los otros compañeros de trabajo de Marks&Co (me he acordado de El bazar de las sorpresas de Ernst Lubitsch), los amigos de Helene, la familia de Doel…, lo maravilloso de esta novela es lo que no se cuenta y se deja sentir y ver. Veinte años de cartas. Conocemos Inglaterra después de la guerra, conocemos New York en ebullición, nos enteramos de autores, libros y ediciones de libros poco habituales…, y sobre todo sentimos y conocemos a Helene Hanff y a Frank Doel. Y, no sólo a ellos, también los mundos que les rodean. Sus vidas cotidianas. Al final, sólo quedan las lágrimas de emoción por un momento mágico de lectura. 

Lo maravilloso y mágico es que no se trata de una novela de ficción… sino que es real. Tanto Helene Hanff como Frank Doel existieron. Fueron personas de carne y hueso. Y la correspondencia es real. Todo lo que sentimos, leyendo esas cartas… sucedió. 

84, Charing Cross Road fue llevada al cine en 1986, Helene y Frank tienen el rostro de Anne Bancroft (parece ser que la actriz era una ferviente admiradora de la obra. Y su marido Mel Brooks, como regalo de aniversario, compró los derechos para que su mujer pudiera ser Helene) y Anthony Hopkins. Aquí, se llamó La carta final. No la he visto. Espero que capte su sencillez y magia. Algún día espero tener oportunidad de verla. 

Diccionario cinematográfico (25)

Denys George Finch Hatton: llévame contigo por tierras desconocidas. Yo te contaré historias al oído. Relatos que nunca imaginaste. El gramófono fue un regalo inolvidable…, la música rodeaba mi granja en África. Volaremos siempre muy alto en una avioneta que no aterriza. Bailemos ajenos a todo. En la noche, a la luz de las estrellas. En fiestas donde nadie nos importa. No me prives de tu sonrisa. No me prives de los silencios.Siempre sentada, brújula en mano y con la pluma llena de tinta, emborrono páginas recordando tu libertad. Lo entendí demasiado tarde…, sólo quería que compartieras un poco de esa libertad conmigo. Te dejé en las montañas, las leonas cuidan y velan tu tumba. A mí me dejaste los recuerdos: tus manos lavando mi pelo. No me olvides donde quiera que estés. Tu Karen (aunque sé que nunca te gustaron los posesivos).

Chester Himes, la cárcel y el cine

Llevo días inmersa entre las páginas de una novela fascinante: Por el pasado llorarás de Chester Himes. Este autor afroamericano alcanzó la inmortalidad por sus novelas de serie negra. En 1928 ingresó en prisión por robo a mano armada con una condena de 20 años. Durante su estancia, empezó a escribir relatos cortos y a publicarlos. Salió del centro penitenciario en 1935. Como dato curioso, Chester Himes vivió desde 1969 hasta su muerte en 1984 en Moraira, Alicante. 

Esta experiencia carcelaria la vomita en Por el pasado llorarás. Una obra dónde plasma a la perfección el día a día encerrado entre cuatro paredes. Debido a mi trabajo como periodista, los que me conocen ya saben qué tipo de periodismo hace Hildy (y quienes no lo sepan les vuelvo a invitar a que vean Luna Nueva), he hablado con muchos hombres que han estado en la cárcel. Y muchas de sus anécdotas, sensaciones y vivencias se parecen a las que describe Himes (aunque hay que tener en cuenta los años treinta y el tipo de cárceles que había en esos momentos). 

Tres aspectos destacaría de la novela (por no quedarme con todos). El poder de salvación que tiene la palabra, cómo el protagonista Jimmy Moore encuentra una salida a la brutalidad, deshumanización y monotonía a través de la escritura.La descripción que realiza Himes, llena de poesía y belleza, de las relaciones homosexuales del protagonista con otros presos, sobre todo la que establece con otro presidiario llamado Rico.Y, tercero, y la razón por la que hablo de este libro en este blog, la presencia del cine en el centro penitenciario. Y su efecto entre los presos. Una joya que me ha llegado muy hondo. 

Y, leyendo las páginas que dedica al cine en el centro penitenciario, no puedo olvidar una película de Preston Sturges del año 1941, Los viajes de Sullivan, una joya de la comedia y del cine dentro del cine. La obra cuenta la historia de un famoso y millonario director de comedias, John Sullivan, que quiere realizar “algo épico sobre la miseria”. Ni corto ni perezoso, Sullivan decide viajar como un sin hogar para experimentar lo que quiere plasmar en la pantalla. El director, en su momento, explicó que “cuando empecé a escribir la película no tenía idea de lo que Sullivan iba a descubrir. Poco a poco le fui quitando todo –salud, fortuna, nombre orgullo y libertad–. Cuando llegué hasta allá encontré que todavía le quedaba una cosa: la capacidad de reír. Así que, siendo un proveedor de risas, recuperó la dignidad de su profesión y volvió a Hollywood a hacer reír”. En este viaje a la miseria, Sullivan termina en una cárcel brutal y deshumanizada. Un día llevan a todos los presos a disfrutar de una proyección cinematográfica en una parroquia protestante de población negra muy humilde. Todos juntos se convierten en espectadores de un corto de Walt Disney. Viven un momento mágico. Todos ríen ante las desventuras del perro Pluto. Los presos olvidan su situación y, por un momento, Sullivan se descubre llorando de la risa. Preston Sturges, en su idea inicial, hubiera querido para esta escena una parte de La quimera de oro de Charles Chaplin, pero hubo problemas con los derechos de autor entre los estudios y no pudo ser. Quizá hubiera tenido mucho más fuerza esta escena de la que ya tiene con los presos riendo a carcajadas ante las vicisitudes de un sin hogar de celuloide, Charlot. Cuando Sullivan logra asentarse de nuevo en Hollywood, se da cuenta de la importancia de hacer reír y vuelve a trabajar orgulloso en lo que sabe hacer: comedias. 

Regresando, de nuevo, a la novela Por el pasado llorarás. Los presos pueden huir de la realidad a través de las películas sonoras del momento. Viven las historias de celuloide y se dejan llevar por los rostros de sus actrices y actores favoritos. También, tienen oportunidad de recuperar las canciones y la música. Y se emocionan ante las imágenes de la pantalla. 

En uno de los capítulos, Chester Himes nos habla de la fascinación de los presos ante películas como El gran desfile, Cabalgata, El virginiano, Vampiresas de 1933 o Adiós a las armas. Y cómo los condenados suspiran por Nancy Carrol, Clara Bow, Helen Kane, Helen Hayes o Joan Crawford. O, cómo se sienten identificados con Will Rogers, Fredric March, Richard Arlen, Maurice Chevalier, Louis Wolheim, George Raft o Clive Brook.También, narra el entusiasmo que despertaban las canciones de Bing Crosby o las risas que producían Laurel y Hardy. 

Al protagonista del libro, Jimmy, las películas le alejan de su realidad brutal. Lo humanizan. Le hacen sentir y emocionarse…, pero también le resulta duro cuando se encienden las luces y tiene que regresar a la celda. El telón vuelve a subirse, la realidad monótona y cruel, regresa… como un puñetazo. 

(Por el pasado llorarás, colección Zona Negra, Punto de Lectura, Madrid 2005) 

 

Preguntas de cine

¿No creéis que las personas que forman el equipo que hace una película son los nuevos trovadores? 

¿No os sentís hipnotizados ante las imágenes de cine?¿No es como asistir a una sesión de cuentacuentos individual con la posibilidad de transportarte al túnel del tiempo y el espacio? 

¿No creéis que una buena historia cinematográfica, enriquece las horas del día?¿No os ayuda a salir de la monotonía y el aburrimiento? 

¿Los guionistas no son los carpinteros de la palabra, los constructores de catedrales de sueños y rostros? 

¿No son los actores, los dueños de la palabra y el gesto, aquéllos que trasportan las vidas de otros, los señores de los personajes…? 

¿No es la sala de cine o el salón de tu hogar el mausoleo de la ficción, de la otra cara del mundo?