Tiempo de comedia (4). Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932) de Ernst Lubitsch/ Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch

Lubitsch es necesario ahora. No ha sido un fin de semana fácil. Así que este tiempo que dedico a la comedia me permite un respiro, un recargo de batería y energía, una hora y media de dar valor a la carcajada, un rato para relajarme y para retomar después con fuerza la jornada, la incertidumbre y las noticias que tengan que venir. Sí, no es mucho, pero a mí me está sirviendo, y espero que a más gente también.

Y Ernst Lubitsch es uno de los maestros fundamentales de la comedia sofisticada y elegante con su famoso toque. O lo que es lo mismo con su dominio absoluto del lenguaje cinematográfico y del gag visual: el empleo del sonido, de las puertas, las ventanas y los balcones, de los objetos, el uso inteligente de la elipsis…, sugerir, antes que mostrar. Lubitsch ya llevaba a las espaldas una filmografía importante, pero en 1932, en pleno periodo pre code, comenzó la etapa de sus comedias maestras. Y una de sus musas fue Miriam Hopkins. Así la heroína lubitschiana protagoniza dos películas frescas, libres y modernas, que rompen con gracia las convenciones sociales y las relaciones amorosas.

Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932) de Ernst Lubitsch

Lubitsch en uno de sus momentos mágicos y visuales, haciendo alarde de su toque.

Ya desde los créditos Lubitsch nos está contando sonora y visualmente la historia. La canción alegre nos anuncia problemas en el paraíso. La primera visión es una Venecia nocturna, y un gondolero que está recogiendo las basuras, aquello que la sociedad no quiere ver. Justamente se está produciendo un robo en un hotel, y un hombre elegante queda tendido en el suelo. Con un travelling exterior, salimos de la habitación del robo y danzamos por distintas ventanas hasta llegar a un balcón, al que está asomado un hombre sofisticado que da instrucciones a un camarero para una velada romántica. Es alguien de la alta sociedad, un barón. Y este pide al camarero que quiere la luna en una copa de champán, y este, diligente, toma nota. Tras el guion de Un ladrón en la alcoba está uno de los colaboradores de Lubitsch (repetiría varias veces junto a él), el guionista Samson Raphaelson.

El barón espera a una dama glamurosa que llega en góndola. Cuando entra en la habitación como aire fresco, preocupada le dice que ha sido vista por un marqués, y que ya será la comidilla de toda la alta sociedad. Le explica que ya está cansada de los de su clase. Él le ríe todo y la mira extasiado. Los dos “representan” un papel como de opereta (como las películas anteriores del realizador) y se divierten. Juegan y entran en el juego del otro. Se cortejan y seducen. Cuando llega, de pronto, un momento mágico y natural, la revelación. Después de que un camarero les informe de un robo en unas habitaciones del hotel, los dos se desenmascaran como si nada, sin inmutarse, cenando. Se confiesan que son ladrones y también su atracción pasional el uno por el otro. Él es Gaston Monescu (Herbert Marshall), el ejecutor del robo en el hotel; y ella es una carterista, Lily (Miriam Hopkins). Y dan rienda suelta, sin perder la compostura, a uno de los gags visuales más divertidos de la película: los dos se demuestran sus habilidades y se roban continuamente el uno al otro. Su relación ha quedado consolidada. La secuencia termina con un cartel en la puerta de que no se moleste a los inquilinos…

Pero volveremos a saber de ellos un año después en París. Siguen juntos y trabajan a la par. Pero se avecinan problemas en el paraíso de su amor. Una tercera en discordia. En concreto una de las víctimas de su próximo robo. Una viuda millonaria y despreocupada, dueña de un negocio de perfumes, que además juguetea también con sus pretendientes. Sobre todo con dos: el alcalde y un empresario, que curiosamente es el hombre al que Gaston robó en Venecia.

Después de un calculado robo de un monedero con diamantes en la ópera, ante la recompensa que ofrece la viuda por recuperarlo, Gaston y Lily deciden devolverlo. Cuando Gaston acude para cobrar la recompensa, terminará siendo contratado como secretario de la viuda. Y de nuevo este entra en el juego de la seducción ante una Lily, compañera, que ve su puesto en peligro. Mientras los dos están preparando un robo a la caja fuerte de la millonaria.

Merece la pena señalar un paréntesis también cómico, pues muestra como tanto Hetch como Lubitsch sabían en qué mundo vivían, cuando la viuda organiza el “rescate” de su monedero, antes de que llegue Gaston, entra a la sala un hombre con las características de un revolucionario ruso (Leonid Kinskey), y le grita a la dama perpleja cuatro verdades sobre lo que piensa de ella y su frivolidad con el bolso tal y como está el mundo. El espectador entiende y se pone al lado del iracundo ruso, además de protagonizar un momento muy divertido, pero que deja a la viuda en muy mal lugar con su despreocupación siempre a cuestas.

El juego de seducción y sexualidad y el mismo robo permiten de nuevo una sucesión de gags geniales y de elipsis magistrales que van tejiendo los malentendidos, las atracciones sexuales y la lucha. Además la identidad de ambos ladrones está en peligro, pues el pretendiente robado trata de recordar en todo momento de qué conoce a Gaston. Un ladrón en la alcoba se convierte así en una comedia sofisticada y chispeante con una de las despedidas más ambiguas y divertidas entre dos amantes. Gaston se despide de una de sus pretendientes, la viuda, lamentando lo que no ha podido ser. Cada uno se vuelve a situar en su lugar, a seguir sus diferentes vidas, en distintos paraísos. Lily es la compañera de Gaston, la que lo complementa. Pero lo que queda claro es que siempre alguno de los dos puede “robar” el corazón de otros o meterse en sus alcobas. Su relación no pierde así el espíritu de juego y de lucha continua.

Las comedias de Lubitsch son un deleite en cuanto galería de personajes secundarios así como el buen hacer de los actores que los llevan a cabo: es una gozada disfrutar de Kay Francis, Edward Everett Horton (uno de sus habituales), Charles Ruggles, C. Aubrey Smith o Robert Greig (en otro mayordomo hilarante, como el que haría años después en Los viajes de Sullivan).

Un ladrón en la alcoba es mágica, permite esconder la luna llena en una copa de champán.

Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch

Lubitsch descubre uno de los tríos amorosos más divertidos del cine.

Cada vez me gusta más esta comedia. Me parece uno de los triángulos amorosos más libres y divertidos del cine. Sin prejuicio alguno y que anuncia una felicidad total entre sus tres protagonistas. Lubitsch crea de nuevo una comedia chispeante llena de aciertos y de magníficos gags visuales. Un homenaje a una vida bohemia idealizada por el cine. Sus protagonistas lidian entre la pobreza y la riqueza, entre el éxito y el fracaso, entre la amistad y el amor… con el mismo desorden (pero a la vez extraña armonía) que las burbujas en una copa de champán. Esta vez detrás del guion está otro hombre que sabe de humor inteligente con un punto de cinismo y unas gotas de locura: Ben Hecht. Lo que hace es adaptar una obra de teatro de un dramaturgo que ya nos ha visitado en este tiempo de comedia: Noël Coward.

Todo empieza en un vagón de tren de tercera. Ahí duermen dos jóvenes amigos, Thomas (Fredric March) y George (Gary Cooper). Uno es dramaturgo sin éxito a la vista y el otro pintor sin exposición que le dé renombre. De pronto sube Gilda (Miriam Hopkins), caricaturista de una empresa publicitaria, y los mira con atención. Saca su cuaderno, su lápiz y los pinta. Después duerme un rato. Entonces los dos amigos espabilan y la ven. Después los tres despiertan, discuten un rato… y ¡los lazos entre ellos ya están en marcha!

Los líos empiezan cuando Gilda queda con los dos amigos sin que lo sepan entre ellos. Una vez que lo averiguan casualmente por una frase genial que suelta a los dos en distintos momentos el jefe de Gilda, quien también está detrás de ella (aunque ejerce de amigo y mentor), y que queda plasmada para la eternidad en el primer éxito teatral de Thomas (“La inmoralidad puede ser divertida pero no lo suficiente para sustituir a un cien por cien de virtud y tres comidas al día”), el conflicto está servido. Aunque quien maneja las riendas de la relación claramente es Gilda. Ella establece las reglas y también se las salta cuando conviene, pero Thomas y George están encantados de la situación. Y además tienen claro que, a pesar de la “competición” y los enfados entre ellos, preservarán su amistad.

Parte de la película transcurre en un espacio maravilloso: en el bohemio piso de Thomas y George en París. Y ahí Lubitsch vuelve a mostrarse como maestro de su toque y con unos gags visuales maravillosos. Llega el momento en que Gilda visita, por primera vez, el piso. El arreglo cutre que realizan ambos inquilinos es desternillante, así como ese ansia de dejar sus trabajos artísticos a la vista de la dama. Pero cuando esta llega y va dando su favor a uno o a otro, ocurre un momento divertidísimo: ese sofá en el que se termina echando Gilda… y la nube de polvo que se levanta a su alrededor.

En este triángulo se lo pasan bien, se traicionan, se perdonan y vuelven a caer en la tentación. Pero todo alegremente. Sin rencor. Porque no pueden evitarlo, los tres se lo pasan demasiado bien juntos. E incluso cuando Gilda trata de llevar una vida seria y segura al lado de su jefe, y se casa con él, se da cuenta de que esa vida no es para ella. Y en cuanto en una aburrida fiesta de su marido, llegan de improviso Thomas y George, los tres lo saben de nuevo… Su vida es estar juntos. Y se parten de risa.

De nuevo Edward Everett Horton construirá uno de sus secundarios de oro como el sufrido y siempre serio jefe de Gilda. Y también puede verse en un pequeño papel a Jane Darwell, otra de las secundarias de oro de Hollywood. Una mujer para dos es una película protagonizada por el triángulo amoroso más desprejuiciado del cine. La felicidad a tres bandas es posible. Lubitsch lo hace real.

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12 comentarios en “Tiempo de comedia (4). Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932) de Ernst Lubitsch/ Una mujer para dos (Design for living, 1933) de Ernst Lubitsch

  1. Primero que nada, espero que lo duro de tu fin de semana no sea nada particularmente grave dentro del contexto que muchos de nosotros estamos transitando alrededor del mundo.-
    Sobre tu texto, ¡ay, querida, qué agregar! Has tocado dos de mis más queridas pelis de uno de mis más queridos directores…
    La cancioncilla de Un ladrón en la alcoba me pone una sonrisa en el rostro automáticamente, desde que suena como fondo del menú de mi DVD de la peli. Como película es perfecta, cada escena, cada diálogo, cada plano están al servicio de la historia y de una manera de contar única. Y tiene escenas imborrables, la noche en la ópera me fascina especialmente.-
    Lo mismo sobre Design for living. Ese triángulo me mata, yo sigo sin saber con quién me quedaría (bueno, sí, me quedaría con Fredric March). Y disfruto en especial los dos momentos que recogés: el de la preparación de la buhardilla para la primera visita de Gilda y esa fiesta aburridísima de la que la dama se escapa. Y esa frase cómplice «pero yo no soy un caballero». Perfección pura… revisité estas películas hace poco tiempo, pero quién te dice si no vuelvo a verlas en estos días.-
    Nunca habrá otro director como Lubitsch, por suerte nos quedan sus películas para revisitar una y otra vez.-
    Te mando un abrazo enorme y mis mayores deseos de buena salud para vos y todos los tuyos, Bet.-

  2. Te envío un beso enorme, Bet.

    ¡Que viva Lubitsch! Es eterno. Me sentía un poco en La rosa púrpura del Cairo viendo estas dos películas. Me decía: Debe ser bonito darse una vuelta por ellas.
    ¿Verdad?
    ¡A mí también me mata ese triángulo! Venga, tú te quedas con March y yo con Cooper, jajaja. Bueno, la verdad es que los tres están maravillosos. Son tan divertidos, tan libres, tan despreocupados… Sí, es genial esa frase, y en el momento en que es dicha: “pero yo no soy un caballero”. Y por supuesto tumbada en el diván…
    Siempre es un placer ver una película de Lubitsch.
    Sí, los libros y las películas son buenos refugios.

    Otro beso lleno de energía y mucho cariño a ti y a todos los tuyos
    Hildy

  3. Vaya por delante Hildy que espero que la situación difícil que has pasado este fin de semana haya remitido. Un abrazo muy grande con el que te envío toda la fuerza del mundo. Energía amiga para tu batería.
    Leyendo un artículo sobre las memorias de Woody Allen (esas que se han vetado en EUA) extraigo estas palabras sobre la pasión cinéfila de Allen en su infancia confiesa que sus favoritas eran “las comedias champán”, que se desarrollaban en lujosos áticos “con hombres de diálogos ingeniosos y mujeres que vestían como ahora solo se iría a una boda en el palacio de Buckingham”
    Sin duda podría estar refiriéndose Allen a las películas de Lubitsch de las que escribes. El cine del director alemán es muy querido para mí porque fue el primer ciclo de un director que vi íntegramente y porque me aficionó para siempre a la versión original. Varias de las películas se emitieron en versión original subtitulada. Hasta en eso hemos ido atrás en esta época de mil y un canales de cine. Todo se emite doblado. Ya sé que puedes escoger la opción dual, pero no siempre hay subtítulos y estos no son más que transcripciones del doblaje, con lo que se es aún más consciente de la enorme diferencia entre lo que se dice y cómo nos lo traducen.
    Pero vamos a Lubitsch. Solo puedo decir que sus películas me han proporcionada horas de placer sin igual. Su cine destila “joie de vivre”, sofisticación, elegancia visual, conocimiento de la naturaleza humana e indulgencia con sus flaquezas. Los diálogos son siempre jugosos y llenos de ironía, pero es el lenguaje visual el que los complementa y acaba de dar sentido.

    En el cine de Lubitsch parece regir la máxima de la Bauhaus “menos es más”. EL espectador debe acabar las escenas en su cabeza, porque la acción queda muchas veces tras una puerta o en un plano que no ve.
    Las dos películas comentadas son un perfecto ejemplo de lo que intento explicar. Brillantes, frívolas (y no es una crítica. No confundir frivolidad con superficialidad) traviesas, irreverentes y hasta con un toque transgresor. Absolutamente imposibles tras el refuerzo y la imposición del código Hays.
    “Un ladrón en la alcoba” (¡con lo bonito que es “Problemas en el paraíso” ¡Les debió sonar descreído) es juguetona y exquisita! Llena de ese lenguaje visual tan sugerente. “El toque Lubitsch” por doquier y sentando cátedra.
    “Una mujer para dos” (cambiando el original “Design for living”, ese “diseño para vivir” o “para la vida” por “Una mujer para dos”, se cambia completamente el sentido del film No trata sobre una mujer compartida por dos hombres, sino de una mujer que no sabe ni quiere decidirse entre dos hombres) es un film que aún hoy en día sorprende por su osadía. Es verdad que al principio el triángulo es platónico y amistoso, pero en seguida el erotismo fluye, como siempre en el cine de Lubitsch, siempre picante y lleno de sugerencias sexuales. La película es hilarante y atrevida y con tres intérpretes en estado de gracia. Con todo, reconozco que los triángulos amorosos no son mi situación amorosa favorita. Siempre haya alguien dañado, engañado, decepcionado. Incluso en aquellos que parecen tan bien avenidos y tan civilizadamente levados, tengo la sensación que simpe hay algun vértice que sale más bien parado que los otros, que se lleva la parte del león. Los triángulos amorosos, me temo, nunca son equiláteros. No siquiera en esta gozosa película, donde el personaje femenino impone sus reglas. Dudo que la situación pueda prolongarse demasiado en el tiempo. Volverán los mismos problemas. La naturaleza humana es la que es. Pero seguro que ellos podrán decir que “fue bonito mientras duró” y sobre todo fue muy, muy divertido.
    Mi Lubistch favorito es el más sentimental, el más romántico, el más humano. Aquel en el que aparece entre la risa y la sonrisa también el dolor y la melancolía: “El bazar de las sorpresas” y “Ninotchka”. Y por supuesto “Ser o no ser”
    Un abrazo Hildy
    Lilapop

  4. Recibo esa energía, querida Lilapop.
    ¡Qué buen primer ciclo entero de un director! Lubitsch. Yo creo que el primero que tuve de esas características, en VOSE, fue uno de Jean Renoir.
    Tú lo has dicho fenomenal, las películas de Lubitsch proporcionan placer sin igual.
    Creo que mi Lubitsch favorito es El bazar de las sorpresas, adoro y amo esa película. Nunca me canso de ella.
    Y este dúo de deliciosos films (cómo me gustan tus análisis) sin duda son como dice Allen, comedias champán. Brindo por ellas.

    Beso
    Hildy

  5. Un beso muy fuerte, Hildy. Espero que ese fin de semana difícil que mencionas no tenga que ver directamente con este maldito «bicho» y que, en cualquier caso, si te ha tocado vivirlo de cerca, mucho ánimo para que lo superes.
    Por otro lado, Lubistch. «Que hubiera hecho Lubistch?» era el cartel que tenía siempre Billy Wilder en su despacho como mandato irrenunciable para salir de algún entuerto de guión o de alguna situación creativa aparentemente irresoluble. Cuando Lubistch murió de un infarto después de una noche de amor con una joven amante (fue «después», no » durante» como aclaro el propio Wilder para salir al paso de rumores maledicentes), Billy Wilder y William Wyler («Monet, Manet, que más da?» decía el genio austriaco) se juntaron solemnemente frente a la casa del maestro ya fallecido de la comedia, y cuando se iba a levantar el cadáver, Wilder dijo con tristeza y resignacion: «Bueno. Se acabó Ernst Lubistch….» a lo que el director de «Ben Hur» matizó acertadamente: «Peor aun: se acabaron las películas de Lubistch…»
    En cuanto a lo que dice Lilapop, es todo muy cierto. Yo también descubrí a Lubistch en aquel ciclo de La 2 (cuando simplemente era «la segunda») Eran otros tiempos. Unos tiempos en los que TVE funcionaba como servicio público en vez de hacer seguidismo lamentable y esclavo de las patéticas cadenas en abierto privadas de este país.
    Lubistch, como bien decía Allen, era el principal exponente de esas «comedias de champán» » de las que hacían la Paramount y la RKO (sobre todo esos musicales de Mark Sandrich con Fred Astaire y Ginger Rogers). Un universo que no existía más que en las películas y que el propio Allen homenajeó especialmente (aunque, curiosamente, con intención de marcar un claro contraste con la dura realidad de la América de la Depresión de los 30) en la maravillosa «La rosa púrpura de El Cairo».
    En esa línea, «Un ladrón en la alcoba» es una película ejemplar. Una obra de un ingenio, una sutileza y una gracia inigualables e irrepetibles. La quintaesencia de Lubistch, sin lugar a, dudas. «Una mujer para dos» tambien es buena película, pero ese triangulo amoroso y atípico universo ya era más el de Ben Hecht que el del propio Lubistch, un poco más aristocrático y de raigambre más europea.
    Nada más. Ahora y siempre, que viva Lubistch. Grande entre los grandes.
    Un fuerte abrazo para todos y todas.

  6. Recibido ese beso, querido Deckard.
    Eso, ¡viva Lubitsch!
    Hay un libro breve y precioso de uno de los guionistas que trabajó con él, y precisamente presente en «Un ladrón en la alcoba», Samson Raphaelson: «Amistad, el último toque Lubitsch». En él hay un retrato de Lubitsch que merece la pena ser leído.

    Beso
    Hildy

  7. Mi querida Hildy, otra dupla imprescindible de un tipo imprescindible. Pero qué grande es este hombre, por Dios. Qué capacidad para comprender los resortes del alma humana, sus grandezas y miserias, lo sublime y lo perverso. El cine, dos personajes y una puerta, una idea básica pero maravillosa de la que partir para retratar al ser humano con una lucidez al alcance de muy pocos, generador a su vez de genios (Wilder, Groucho, Allen).

    Qué talento el suyo para superar limitaciones (la fotografía de la cama con la que abres el post es de lo más ilustrativa) y para sugerir dobles sentidos. Es de tal inteligencia que hace empalidecer a la mayor parte de los cineastas, sobre todo a los que tratan los temas más serios. Es, como Wilder, el tío que a todos nos gustaría haber tenido.

    Besos

  8. Una de las cosas más apreciables del cine es su función terapéutica. Lubitsch suele ser un gran doctor, tanto para analizar a la sociedad y el ser humano, como para recetar analgésicos y estimulantes al espectador. ¡Espero que el tratamiento contra ese mal fin de semana diera resultado, Hildy! Un besazo.

  9. Están siendo dias muy duros para muchas, demasiadas, personas. Pero un blog como el tuyo ayuda a equilibrar la situación, dedicando un tiempo a profundicar en este maravilloso muundo del cine. Te lo agradezco mucho Hildi…a mi me está ayudando.

  10. Mi querido Alfredo: sin duda alguna son dos películas imprescindibles para enamorarse de Lubitsch y, sobre todo, de su arte para contar historias.
    Dan ganas de ponerse frente al televisor con una copa de champán y no parar de disfrutar.
    Beso
    Hildy

  11. Queridísimo crítico abúlico: sí, tienes razón, Lubitsch es un buen doctor. Te calma y te recarga de energía buena. Y apuntas algo interesante: conoce bien al ser humano. Además es uno de los directores (Frank Capra también) que sus personajes secundarios aunque salgan unos segundos estén perfectamente construidos, tengan todo su sentido e incluso quieras una película para ellos solos.
    Beso y gracias mil
    Hildy

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