El rostro de Stéphane Audran, con su pelo corto rubio y sus enormes ojos azules, ocupa la pantalla en los momentos más intensos de El carnicero. La musa y también esposa de Claude Chabrol, otro de los personales directores de la Nouvelle Vague, se pone en la piel de Helene, la directora del colegio de un pueblo rural francés. Y Claude Chabrol la convierte en protagonista de una desgarradora historia amor. Porque Helene vuelve a sentir otra vez, su corazón late con el carnicero del pueblo (Jean Yanne), pero este esconde un secreto que convierte su amor en imposible: es un asesino en serie. A Helene y a Popaul no les separan las clases sociales de las que provienen cada uno, ni sus profesiones tan dispares, ni tampoco lo urbanita que es ella y lo rural que es él…, les separan los instintos primitivos y oscuros que están agazapados en el interior del carnicero. Y Chabrol, sin embargo, es capaz de con ese material tan negro y macabro, filmar una triste, elegante y delicada historia de amor. Y eso incomoda. Si Hitchcock y Buñuel vieron El carnicero, seguro que fue un plato delicatessen para ellos, pues bajo sus fotogramas laten las pulsiones y claves de sus filmografías. La oscuridad y complejidad del amor revolotea en cada una de sus imágenes.
Además Chabrol filma esta historia envolviendo todo de la tranquilidad, cotidianidad y el día a día de un pueblo francés. Con sus tradiciones, sus celebraciones, sus comercios, su vida tranquila, sus paisajes naturales maravillosos… Todo reflejado con los vivos y elegantes colores de su habitual director de fotografía Jean Rabier, que crean contrastes que cuentan mucho de la historia, y que aportan más significados. Helene y Popuol viven su relación entre celebraciones de boda, paseos por los alrededores del pueblo, estancias en la escuela o en la carnicería…, como transcurre de tranquila la vida rural, en consonancia con las estaciones. De fondo algo altera el día a día de ese pueblo, pasan coches de policía, y todos los vecinos comentan en las tiendas o los niños en el colegio la aparición de cuerpos de mujeres asesinadas violentamente.
La película se abre con una boda. Un profesor de la escuela, donde Helene es directora, se casa. Y ahí entre los invitados está la directora y el carnicero, que ha vuelto quince años después, tras la muerte de su padre, para ocuparse de la tienda. Este ha sido militar y ha luchado en Indochina o Argelia, ha padecido el horror de la guerra y de los cuerpos mutilados, y es algo que le pesa. Ahora regresa al pueblo y a la tienda… y conoce a Helene, que destaca entre todos los demás. Ella es muy querida en el pueblo; a pesar de los diez años que lleva allí sigue siendo urbanita, fuma por las calles, cuida su aspecto, es inteligente, solitaria e independiente. De alguna manera, conectan sus soledades y empiezan una bonita amistad. Los dos encuentran agradable la compañía del otro. Y se van contando intimidades en distintas situaciones cotidianas: ella decidió prescindir del amor, pues la rompieron el corazón, pero es feliz con su profesión y con su entrega con los alumnos; él arrastró toda su vida una mala relación con su padre y le han marcado la guerra, la violencia y los horrores vividos. Los dos van avanzando y construyendo una relación platónica que a ambos les llena.
El giro de la película es en un momento bello cuando Helene lleva a sus niños a las cuevas de Cougnac para estudiar al hombre de cromagnon y les habla de sus instintos primitivos y de supervivencia; de cómo era en todo humano, pero sus circunstancias y su entorno eran diferentes; de cómo los deseos se terminaron convirtiendo en aspiraciones; de cómo se expresaba a través de las pinturas y de cómo si viviera ahora entre ellos, tendría que adaptarse para poder sobrevivir. Y a la salida se oye decir a un niño algo así como que pobre hombre de cromagnon, que no le gustaría que muriese, moviendo a la compasión. Cuando se disponen a merendar, una niña advierte a la profesora que está lloviendo, y esta le dice que es imposible, mirando hacia un cielo azul. La niña insiste y da un grito: ha caído una gota de sangre en su bocadillo. Miran hacia arriba y ven una mano ensangrentada. Helene sube y encuentra el cadáver de una mujer asesinada con violencia, pero de pronto algo la estremece: tirado en el suelo, el encendedor que días antes había regalado a Popuol por su cumpleaños.
A partir de ese momento todo cambia. Y la relación idílica de ambos recorre otros recovecos más intrincados, retorcidos y oscuros. La tensión, la sospecha y el suspense van creciendo hasta llegar a la magistral secuencia final, donde además no solo eclosionan los sentimientos de ambos, sino que se desencadena la tragedia y la imposibilidad de culminar ese amor. Así Claude Chabrol da rienda suelta a su manejo del suspense cuando deja a su profesora sola en la noche en la escuela, un edificio grande y antiguo, y oímos fuera cómo el carnicero dice su nombre y quiere entrar. Escaleras, cerrojos, puertas y ventanas… van pintando esta secuencia de terror creciente. Pero también cuando llega el clímax con un fundido a negro, Claude Chabrol se convierte en el director más romántico, y se desvela una declaración de amor preciosa, pero angustiosa, terrible y trágica. De tal manera, que lleva al espectador de la mano a una historia truculenta de dos almas solitarias… Entre un hombre que no puede reprimir sus instintos primitivos y una mujer erudita, que había renunciado al amor. Una historia donde uno de los dos no puede sobrevivir, donde un corazón tiene que dejar de latir. La angustia de los dos amantes, los silencios, lo que pudo ser y no fue discurren en un viaje estremecedor en coche, donde uno de ellos puede ver pasar delante de sus ojos el movimiento de las ramas y las hojas de los árboles otoñales. Chabrol cuenta con el círculo rojo de un ascensor para escenificar una muerte y con las notas disonantes de su banda sonora para avisar de que hay algo incómodo tras la placidez y el color del mundo rural. Estas notas suenan desde los títulos de crédito. Y, sí habrá beso entre los dos amantes, pero no para un final feliz, con probabilidad de un futuro…
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
La cima de Chabrol. Una película poética donde todo el film es una magistral puesta en escena y metáfora de una relación imposible de materializarse. «La quiero, señorita Helene» susurra el carnicero… y el tiempo parece detenerse…
Hubo un tiempo en el que el cine exploraba los aspectos más recónditos del alma humana. Un tiempo en el que «héroes» y villanos, malos y buenos se entremezclaban dentro de un mismo ser.
Hoy resultaría inconcebible realizar una película así. En estos tiempos donde la corrección política no es más que una era insustancial y banal (donde la mujer «ama» la billetera, el traje caro y la imagen impoluta y el hombre busca fuera del hogar lo que éste ya no sabe proporcionarle), una película como «El carnicero» resultaría revolucionaria y, probablemente, causaría polémica.
Cierto que hace unos años Manuel Martín Cuenca realizaría una puesta al día de este film con su «Caníbal». Pero hay una gran diferencia entre una y otra película. En «Caníbal» la protagonista femenina no se enamora del personaje de Antonio de la Torre – y ni siquiera se intuye cariño por su parte hacia él -. Aquí sí. Existe intimidad entre ambos, calor y, en definitiva, alma. Dentro de la apariencia de frialdad, «El carnicero» derrocha sentimiento entre retazos de suspense y costumbrismo, donde el asesino se convierte en un alma caída en desgracia por amor, las gentes de una localidad cualquiera recitan las habladurías propias de cualquier lugar mientras el personaje de Stéphanie Audran se deja querer por la persona más opuesta a sus ideales y que, por paradojas del destino, durante un breve período de tiempo se sentirá más unida a él que lo estará nunca por ninguna otra persona.
Abrazos!!
Qué comentario más jugoso, querida Isis.
Y qué bueno que traigas a relucir Caníbal, solo que efectivamente, como explicas, la película de Cuenca es más fría, cerebral…, no es la mirada de un romántico oscuro. No hay correspondencia en la relación. Pero sí, es una buena sesión doble.
En cuanto a realizadores que cuentan historias de ahora políticamente incorrectas en la pantalla blanca, siguiendo esta senda marcada donde El carnicero es una parada (que me ha parecido una película delicada y bella, a pesar de su oscuridad), me viene a la cabeza Paul Verhoeven y su Elle, ¿no te parece?
Qué alegría leerte
Beso
Hildy
¿Jugoso… como la carne que corta el personaje protagonista? Jejeje.
Efectivamente, me acordaba también de «Elle» cuando escribía esa parte del comentario. Lástima que cineastas como éstos sean excepción (aunque Verhoeven tenga, en su filmografía, más de una olvidable).
En cualquier caso, en el cine, como en casi todo lo demás, cualquier tiempo pasado fue mejor y si hoy nos topamos con algo parecido a estas joyas habremos de batir nuestras palmas como si no hubiera un mañana (¿acaso lo hay? Mejor será vivir el presente).
Besos!!
Jajajaja, sí, sí, así de jugosito…, qué rico.
Yo, Isis, sigo disfrutando también con el cine de hoy. Para mí continua siendo una alegría poder ir a la sala de cine y todavía encuentro películas, secuencias, momentos, rostros, gestos que me hacen vibrar. De verdad. Pero te reconozco que para mí es un deleite hundirme en el cine del pasado, ¡no dejo de realizar grandes descubrimientos!
Beso
Hildy
Un texto espléndido para una película magnífica, un auténtico gozo. Pocos como Chabrol para darle la vuelta a esa autocomplacencia francesa tan de la época, justo tras el 68 y con la resaca de la pérdida traumática de las joyas coloniales del ajado imperio francés. En este punto, estoy con Isis, el cine de hoy, ni siquiera el bueno, es capaz de integrar de manera tan perfecta un género cinematográfico con un guión y con las circunstancias políticas, sociales y culturales del momento de su concepción. La necesidad de tener ya vendido el producto antes de filmar corta las alas de la mayor parte de los creadores, es decir, la libertad. Además de que el esteticismo gratuito (la belleza formal hueca) prima, en general, sobre el plano con contenido, o el diálogo significativo entre planos y secuencias, o la construcción moral de las secuencias de modo que haya alternativas, cambios y altibajos constantes… Es decir, complejidad.
Esta película tiene todo eso, y lo tiene muy bien puesto. Chabrol ha hecho mucho cine olvidable, pero cuando le sale, lo borda.
Besos
Sí, mi querido Alfredo, es un gozo de película. El tema a debate que habéis abierto Isis y tú es muy rico y complejo. Yo creo que antes se hacían películas como decís, con esa riqueza y complejidad, y otras muchas que no. Y que ahora pasa también. Lo que es cierto es que la parte «negocio» crea cada vez más malas prácticas, por ejemplo, como la que dices: «La necesidad de tener ya vendido el producto antes de filmar» y eso impide el riesgo.
Hablando de películas y modelo complejo que te deja con la boca abierta. Otra de ayer, del pasado. Por fin pude ver «Queimada» y ¡qué buenísima es! Qué bien está contada y cómo está contada, alucinante. Cine con contenido.
Beso
Hildy
Cuando la vi me pareció leer en ella una versión muy triste, y con una hermosura muy particular, de La bella y la bestia. Hay detalles expresivos magníficos. Y sí, Queimada mola un montón, me extraña que sea una película relativamente desconocida.
Efectivamente, querídisimo crítico abúlico, sí, hay huellas de argumento universal en El carnicero. Sí, es una variante de La bella y la bestia. Totalmente de acuerdo. Efectivamente Queimada es una pasada y ¡cómo arriesgaba Brando!, qué personaje el suyo, ese inglés…
Beso
Hildy
Una agónica historia de amor desarrollada en el aplanante contexto de la provincia, e invadida por la sorda desesperación de su protagonista masculino y el letargo sensitivo y moral de la mujer (espléndidos trabajos de Jean Yanne y la Audran), narrada con el rigor y el geométrico sentido de la concisión que caracterizaron la madurez creativa de Claude Chabrol.
¡Teoooo, qué alegría volver a leerte!
Sí, es cierto, es una agónica historia de amor. En tres líneas de tu comentario una crítica de El carnicero sabia y concisa.
Beso
Hildy
«El carnicero» Sí señor. Una gran película. Aunque la vi hace tiempo y no recuerdo al dedillo todos los detalles que tú tan minuciosamente relatas. Pero lo que sí recuerdo es lo desasosegante del visionado, la incomodidad de pensar en la humanidad de un personaje tan inquietante y a la vez tan cercano como el de Jean Yanne, hasta el punto de llegar a fascinar a Stephane Audran. Y es que el ser humano es así. Las personas están dotadas de una complejidad tal que una misma persona te puede enamorar locamente y al instante siguiente asesinarte. Esa es la grandeza y la miseria de la aventura humana. Y ese realismo y complejidad son aquí un punto a favor de Chabrol, en contraposición con los papeles estereotipados y demasiado arquetípicos que suelen inundar el cine norteamericano más comercial. Además, esa visión chabroliana de esta película entronca perfectamente con lo mejor de la novela negra en lengua gala, en concreto con esa visión tan desasosegante que tenía George Simenon de la provincia francesa. Un mundo, que a mi juicio, pese a ese lugar tan preponderante que ocupa en la cosmovisión del autor belga, no ha sido lo suficientemente explotado ni en la literatura ni en el cine francés. Siempre se habla de la España Negra (la España durante una época descrita minuciosamente en el día a día a través de publicaciones tan exitosas como “El Caso”, que después popularizaría Pedro Costa con su gran serie televisiva “La huella del crimen”), o de la Italia de la Mafia y la Camorra, de las miserias pasionales de Sicilia y de todo el Sur. Incluso tenemos testimonios muy desgarradores de los peligros de adentrarse en la America Profunda (“La matanza de Texas”, “Las colinas tienen ojos”, o “Red State” de Kevin Smith más recientemente). Hasta los biempensantes ingleses aportan cadáveres a sus tensas charlas a la hora del té, para proporcionar tema de conversación a la señorita Marple, a Poirot, a Sherlock Holmes o a ciertos personajes de Hitchcock. Pero no se habla tanto de la sordidez ni de los entresijos de la Negra Provincia Francesa. Y los franceses también guardan cadáveres en el armario, suciedad debajo de la alfombra y sórdidas bajas pasiones como las de “El Carnicero” Quizás, Francia, con su proverbial chauvinismo, nunca ha visto con buenos ojos airear sus miserias a plena luz del día en la opinión pública, no vaya a ser que descienda el número de visitas a Paris para viajar en bateau mouche por el Sena. Pero no hay que olvidar que ellos también tienen sangre latina, con lo que eso conlleva de contradictorio y en ocasiones de bajas pasiones.
Ah, bueno. Y en tu entrada, Hildy, mencionas a Hitchcock como influencia de esta película. Y como imagino que todos vosotros sabréis, evidentemente, la conexión personal entre Chabrol y el director inglés existe. Como los buenos aficionados saben, el francés escribió un celebrado ensayo sobre el Mago del Suspense. Pero es que, además, hay una anécdota muy graciosa de cuando se conocieron ambos que a lo mejor no todos recuerdan, pero que a continuación no me resisto a relatar. La relata François Truffaut en el prólogo de su antológico libro-entrevista “El cine según Hitchcock” Vino a suceder algo parecido a esto. Al parecer, Hitchcock estaba rodando en Francia (creo que rodaba “Atrapa a un ladrón”). Así que Claude Chabrol y Truffaut aprovecharon la coyuntura para ir a entrevistar al director inglés supongo que para “Cahiers du cinema” (hablo muy de memoria, espero que sepan disculparme si el relato no es puntillosamente fiel a los hechos), y , por lo que cuentan, los dos voluntariosos y entonces jóvenes pujantes discípulos cinéfilos sufrieron un percance. Debía de ser invierno y llegaron ambos a un lago helado, y no sé por qué extraña peripecia, las dos posteriores eminencias del cine francés, acabaron sumergidas no se sabe como en las congeladas aguas, aunque fueron rescatadas posteriormente sin mayores incidencias, ante la mirada de Hitchcock. Posteriormente, en algún encuentro posterior que tuvieron los tres recordados personajes, Hitchcock, con una inconfundible e implacable ironía muy british, les dijo: “Caballeros. No puedo evitar acordarme de ustedes cada vez que veo entrechocar los cubitos de hielo en mis vasos de whisky…..” Magnífico.
Exacto, Deckard, El carnicero provoca desasosiego e incomodidad durante su visionado, pero a la vez te está narrando una historia de un romanticismo exacerbado, al borde del amor fou… Qué interesante ese repaso por «los escenarios» negros y profundos de las distintas geografías y sus reflejos en la literatura y en el cine. Y qué bueno ese recordatorio de la anécdota de Hitchcock, Truffaut y Chabrol. El cine según Hitchcock ¡es todo un libro de cabecera!
Beso
Hildy
hildy: que manera tan fantástica de contar una película, gracias mi querida hildy
Querido Jorge, ¡qué películón es El carnicero!
Beso
Hildy
Hola Hildy. Muy atinada como siempre.Captando las sutilezas de una película excelente. Como de esta tb hablé yo, mi opinión la tienes en el blog. Sigo con otras. Abrazo
¡¡¡¡Víctorrrrr, qué alegría, Dios mío, leerte de nuevo!!!! Sí, El carnicero es excelente, inquietante y, a pesar de su tema oscuro, hermosa. ¡Iré corriendo a leerte!
Beso
Hildy
Tenía muchas ganas de ver esta película, tanto por tu texto como porque guardaba en mi memoria una escena que me impactó de pequeña: una niña de excursión por el campo se dispone a comer una rebanada de pan cuando esté empieza a cubrirse de gotas de sangre que caen del cadáver de una mujer…Por fin pude verla este verano y aunque me pareció una buena película y tu texto está lleno de lirismo, no coincido en el aspecto fundamental, el que para ti es la clave de la película: que sea un historia de amor.
Hay dos razones por las que no considero o cuando menos yo no la llamaría, historia de amor. No creo que el personaje de Stéphane Audran esté enamorada del de Jean Yanne. Más adelante desarrollaré este argumento. La segunda razón es porque me escama cierta tendencia a romantizar la enfermedad mental y a los asesinos. Aquí noto que me he hecho mayor. Cuando de adolescente vi “La ley del deseo” me entusiasmó y me llegó al alma el amor del personaje de Antonio Banderas por el de Eusebio Poncela. Cuando volví a verla no hace mucho, aunque el film es en mi opinión, muy potente, el personaje de Antonio Banderas me pareció un tipo enfermo y muy peligroso. Con una ideal de posesión amorosa que le lleva a destruir a todo aquel que le aparta del objeto de su obsesión (mata al novio de su “amado”) o a engañar y utilizar (al personaje de Carmen Maura) para estar cerca de él. Pues algo así sentí con el personaje de Jean Yanne. Sin duda es alguien que padece un grave desequilibrio mental así que no sé si el amor que dice sentir por “Mademoiselle Hélene” (siempre se refiera así a ella, con un respeto sumiso) es genuino o forma parte de su patología. La psiquiatría lo contestaría.
En cuanto a Mademoiselle, es un personaje complejo. Más que el propio carnicero. Para mí la clave para entenderlo y conocerlo está en la conversación que mantiene con Popoul, nuestro carnicero asesino, en el bosque. Le explica que tuvo un amor en Paris y cuenta su historia en pocas palabras algo así como “Le quise mucho. Me hizo muy feliz, Me dejó. Enfermé”. Y ahí acabas por descubrir al personaje. No paras de preguntarte qué hace una mujer así, toda ella sofisticación parisina, en ese pueblo de provincias (para mí, casi lo mejor del film, el retrato de esa vida y ese ambiente provinciano que dibuja Chabrol). Sin duda es una figura respetada por todos. Desde las autoridades, hasta los habitantes del pueblo, pasando por sus alumnos. La consideran alguien importante y le demuestran respeto. Ella los trata con amabilidad, pero siempre con distancia. No ha intimado con nadie. Vive una vida solitaria en la que parece estar cómoda. De hecho, ella misma dice que en verano, cuando los parisinos regresan al pueblo de vacaciones, ella prefiere irse a París porque está desierto. Se ha instalado en una soledad vital que nadie podrá ya perturbar y en un entorno que controla, que no presenta desafío alguno. Por eso permite y aprecia la compañía del carnicero, porque sabe que nunca se enamorará de él y no podrá derribar ese muro de rutina, confortabilidad y distancia que ha creado para evitar amar de nuevo y dejarse arrastrar por la pasión, que literalmente la enfermó.
En esa misma conversación en el bosque hay otro momento clave que nos desnuda a los personajes. Él dice ante la opción de vida solitaria de la maestra “no hacer el amor te puede volver loco” y ella le contesta “y hacerlo también”.
Hay algo canino en el personaje de Popoul. Sus ojos tristones y su corpulencia me recordaban a los de un mastín. De hecho, se comporta como sumisión y respeto canino en su relación con Mademoiselle Hélene, a la que jamás llamará de otra manera, como si fuera un alumno más de su clase. Pero ese mastín tiene una psique profundamente fracturada. Se sabe que ha sufrido mucho, maltrato por parte de su padre y las atrocidades de la guerra en Argelia. No para de repetir a lo largo de la película lo mucho que ha padecido y ese sufrimiento no le vuelve más empático. Cuando la protagonista le comenta su horror por los asesinatos, buscando una reacción por su parte, él vuelve al tema de los horrores que vio en la guerra. Es incapaz de empatizar. Vive atrapado en su pasado. Me gustan esos momentos que nos muestran la parte mezquina del personaje como la hipocresía que demuestra yendo al funeral de la joven esposa del colega de Hélene o dándole el pésame. Por otro parte Chabrol es muy listo y no nos lo enseña cometiendo ninguno de los crímenes para que no detestemos al personaje y veamos su otra parte de cánido, aquella que lo convierte en perro salvaje o lobo que destroza mujeres (la policía dice que los crímenes son tan violentos que parecen hechos por un animal) que tienen la mala suerte de despertar su patológica sexualidad y no ser su adorada Madamoiselle Hélene. Esa mujer “superior” e inaccesible que al igual que la imagen que tiene de sí mismo, es “diferente” al resto de sus sencillos vecinos.
Creo se suicida no tanto porque siente remordimientos sino por el dolor y la vergüenza que le producen que ella sepa que es un asesino y, por lo tanto, su relación sea ya imposible.
El final, ciertamente, es acongojante. No le queda otra salida a este hombre destrozado que morir y lo hará llamando a su madeimoselle. Las lágrimas finales que corren por el rostro de Hélene sugieren al espectador diferentes interpretaciones. Nada es más sugestivo que un primer plano. Quizá sean lágrimas catárticas de una mujer que, tras esta relación con este hombre tan psicológicamente roto, ese monstruo tan humano, decida empezar a derribar ese muro de letárgica confortabilidad que se ha creado y atreverse a volver a sentir. O quizá, como tu piensas, llore al reconocer que sintió algo parecido al amor por ese triste “hombre perro-lobo”.
Un abrazo
Lilapop
Un texto muy cortito me ha salido…
Sí, queridísima Lilapop, la secuencia de la que hablas es impactante. No se olvida.
Me parece interesante el planteamiento y la mirada que posas sobre la película. ¡Tu texto, como siempre, invita a la lectura y a la reflexión!
Y planteas un punto muy interesante y complejo. El tema de la salud mental de los personajes, y, en este caso, que además se está reflejando a un asesino en serie. Creo que Chabrol no elude este aspecto y no deja un halo romántico que exculpe al personaje o que haga que te sientas identificado con él, sino a lo que me refería es que pese a todas las oscuridades y sombras de ambos personajes, Chabrol crea, dentro de esas dos personas heridas (con heridas muy diferentes y de profundidades distintas), una historia de amor, muy incómoda, sí. Aunque, por otra parte, entiendo totalmente a qué te refieres cuando expones lo de «romantizar la enfermedad mental», pero pienso que aquí Chabrol no cae en ello.
Bueno, no sé si me he explicado fatal. Pero lo he intentado.
Desde luego es una película para un montón de visionados.
A mí también me fascinó cómo refleja la película la vida en el pueblo.
Beso
Hildy