El cine como tabla de salvación o, mejor dicho, la creación como salvavidas. Cine y escritura, dos tablas de madera sobre un mar agitado. Salvador Mallo se mete debajo del agua, y desconecta de todo, del dolor y la gloria, y regresa al recuerdo de la madre, a los primeros tiempos, cuando andaba a su vera, siempre a la verita suya. Como se desconecta y se aísla uno en la sala de cine, frente a la pantalla blanca. Y Mallo está solo y con dolor, pero el cine, los encuentros y los recuerdos le salvan de su aislamiento. Regresar a esa cueva-hogar de Paterna, donde el techo era una pantalla. Como Platón, en una cueva con sombras, puro cine… Una cueva de la que salir y crear. Crear precisamente sombras en una pantalla blanca o dibujar palabras en una hoja de papel en blanco.
Salvador Mallo y Pedro Almodóvar… Dolor y gloria… Autoficción. Digamos que el director manchego derrama su alma por la película, lanza guiños sobre su pasado y su presente, deja acompañar a su personaje de objetos que construyen su vida cotidiana, se cruza con otros personajes que tienen pinceladas de personas importantes en su historia personal o de varias personas a la vez… y crea una película de ficción, pero que rezuma verdad y emoción, que es un retrato especial. Y a la vez un canto de amor al cine. Cine dentro del cine. Y se escapa una sonrisa y una lágrima.
Dolor y gloria es una película de interiores. Una película de hombres, una madre y una amiga fiel. Y es de interiores, pues Almodóvar se desnuda íntimamente, con suavidad. El interior de su casa, la filmoteca, la consulta del doctor, la cueva de Paterna, la casa de El Escorial del actor reencontrado, la estación de tren, la sala Mirador, el local de ensayos del coro… van armando, con baldosas de distintos colores, una vida. Y es que Salvador Mallo está en uno de esos momentos en que miras atrás y, de pronto, vives una serie de reencuentros necesarios para seguir dando pasos. A pesar del dolor y la gloria. Porque Mallo está enterrado en vida por sus dolencias: no se relaciona, no escribe, no rueda, no sale, no sueña… Siente que regresa a una cueva oscura, no la luminosa de su infancia, de la que quizá no salga. Y entonces un encuentro lleva a otro, un recuerdo alcanza al de más allá, un documento que después de un tiempo se abre con palabras rescatadas, un trozo de papel de estraza con una pintura hermosa: un niño sentado, leyendo… y todo se va enlazando para que Salvador vuelva a rebelarse o aferrarse a la vida, a colocarse otra vez detrás de una cámara. Y hacer de sus sueños y recuerdos un plató gigante.
Cuando ya no se puede más, se recurre a medidas extremas, pero después de la tormenta viene la calma. Y la heroína le cogerá de la mano para adormecerlo y así acoger fácilmente a los fantasmas del pasado. Pero también a entender a otros compañeros de batalla que estuvieron en un Madrid de combate. Que llegaron al límite como él. Sin embargo, para Salvador Mallo siempre quedará Madrid. Vuelve a recorrer sus calles en taxi, regresa a la batalla…, a sortear las minas, a enfrentarse con los fantasmas. Y también siempre le quedará (le queda) aquella (esa) amiga fiel con la que lleva años trabajando, y que nunca lo abandona, vive en segundo plano, pero siempre empuja en el momento adecuado. Ella se llama Mercedes (Nora Navas) y es una sombra que reconforta. Pero también está aquel actor con el que lidió, y al que quizá hizo daño, mucho daño. Y este no solo le abre la caja de Pandora a la heroína, sino también abre un texto íntimo, que recuerda ese amor roto en el Madrid de los 80, ese Marcelo que le rompió el corazón. Un texto íntimo que recita en una sala, mientras un espectador llora. Un texto que también es medicina, pues cura heridas. Y entonces ese Marcelo del texto regresa de las sombras, con otro nombre. Un reencuentro tranquilo de dos hombres que se enamoraron hasta las trancas. Para despertar otra vez en el regazo de esa madre anciana, que tiene muchas cosas que decirle, y no todas buenas. Esa madre que hace que Mallo ponga los pies en la tierra. Esa madre cómplice, con la que conecta, a pesar de no cumplir sus sueños. Y esos recuerdos de una infancia que fue el principio de todo. Quizá hasta del primer deseo. Esa madre que sabe cómo quiere marcharse de este mundo, que va a todas partes con la mortaja en su caja. Y esa fotografía con los chorizos en el techo, al lado del esposo. Esa foto clave para entender muchas cosas.
Salvador Mallo no puede evitar rodearse de cosas hermosas. En un Madrid que es un campo de minas, a pesar de los pesares, necesita aferrarse a la belleza. A esos cuadros, a esos muebles, a ese huevo con el que su madre cosía, a la caja de los recuerdos, y libros muchos libros, y películas muchas películas. Y así poder asirse a ese álbum de cromos y a lo guapo que era Robert Taylor o recordar esos cines de infancia que olían a orín y cómo rezaba porque no les pasase nada a la Natalie Wood de Esplendor en la hierba o a la Marilyn Monroe de Niagara… y llorar por no poder salvarlas. Y perder la respiración ante un cuerpo bello, desnudo. Y el cine de Pedro Almódovar que era desatado, desordenado, y loco muy loco, pero vivo, muy vivo se va depurando, calmando, estilizando… para seguir destilando mucha verdad y emoción. Y del melodrama desatado a lo Douglas Sirk se contiene poco a poco como si se fuera desplazando al melodrama de John M. Stahl, pero alcanza siempre la catarsis y el éxtasis. Y sí hay dolor… pero también gloria.
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No la he visto todavía, Almodóvar nunca es una prioridad. Tarde o temprano, dado el tamaño de su ego, tenía que hacerse una película a sí mismo. Ya veremos qué tal. He preferido no leerte para no saber demasiado; pero, cuando la vea, volveré, como MacArthur…
Besos
Coincido con tu crítica, a mí tb me gustó, me pareció una película de ajustar cuentas con el pasado, una expiación, cine dentro del cine, literatura y fantasmas, muchos fantasmas…una gran peli, pero no la mejor de Pedro, que siguen siendo, a mi entender, todo sobre mi madre y hable con ella..saludos….
Ya me contarás, mi querido Alfredo, qué te parece. Yo voy a verla dos veces… ¡Falta otro texto próximamente! Tiene mucha miga.
Beso
Hildy
Querido Antonio, qué bueno leerte de nuevo. A mí me dejó, como ya he dicho a Alfredo, ganas de verla de nuevo. Creo que tiene muchos detalles en los que fijarse. Sombras y fantasmas, sí.
Sí, a mí Hable con ella me gusta muchísimo, pero tengo un gran cariño por Átame. Y también está en mi lista Qué hecho yo para merecer esto, donde la relación entre abuela y nieto me gana totalmente.
Beso
Hildy
De tan sólo leer tu análisis, ya quiero que llegue a Chile y poder encontrar las claves que indicas en tu texto. El cine europeo aparece sólo de vez en cuando por acá, y más quenada en funciones de cine-arte. Espero que con Almodovar se dé una excepción.
Felicitaciones!
Bienvenido José Eduardo, ¡espero que llegue Almodóvar con Dolor y gloria a Chile y después puedas compartir qué te ha parecido la película! Yo la he disfrutado mucho. Y es de esas películas que apetece ver varias veces para poder detectar todas las claves y fijarse en todos los detalles. Y, al final, además es un canto de amor al cine.
Beso
Hildy
La vi y la disfruté. Creo que es una historia de alguien que perdona y se perdona a sí mismo para poder continuar, como dices en tu texto.
Con cierta edad parece un ejercicio inevitable pero.no siempre se puede hacer de una forma bella, contenida y a la vez emotiva como me parece que Almodovar ha hecho esta vez.
Al pesar del egotismo del director (en el que estoy de acuerdo con 39 escalones) la pelicula destila humanidad y autenticidad y eso es un logro que le pertenece.
Besos, querida Hildy
¡Yo me voy ahora, querídisima Marga, a verla por segunda vez! Pues mi idea es hacer dos textos después de dos visionados. Este primero ha sido desde el corazón, el segundo texto será más cerebral. Creo que tiene mucha miga. Y que es interesante el ejercicio de autoficción que realiza.
Cómo me alegra leerte siempre.
Beso
Hildy
Como sumergirse en una piscina balsámica y ver fluir de nuevo la película a través de un texto arrebatado por las resonancias de una historia plena de intensidad y de intimidad. Tengo ganas de volver a ver la película y, como nuevo deleite, ahora mismo voy a leer tu segundo texto sobre ella.
Cómo me encantan estas pequeñas grandes piezas analíticas y literarias tuyas, querida Hildy. El poder evocador del cine se amplifica gracias a escritos como los tuyos.
Un gran abrazo.
Ana, querida, cómo me gusta lo de «texto arrebatado». Sí, la verdad es que una película para visionar dos veces seguidas o más. Tiene muchos recovecos que visitar. Matices que descubrir.
Beso
Hildy
Pues lamento no compartir el entusiasmo generado por la película. Ha estado lejos de emocionarme como lo hicieron «Hable con ella» o «Volver». Incluso «Julieta» me convenció bastante más.
Eso sí, LA escena de la cueva y EL plano final son sublimes.
Y leerte es una delicia siempre.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Mi querido Alberto, ¡no lamentes no compartir el entusiasmo! Las películas, como los cuadros, los libros o las canciones, tienen también un componente subjetivo: es decir, o nos llegan o nos llegan, o nos emocionan o no nos emocionan, independientemente de su calidad artística. A ti te han llegado más otras de Almodóvar (qué bella es Hable con ella) y Dolor y gloria algo menos. Aunque yo creo que es una película que va creciendo visionado tras visionado. Sí, las secuencias de la cueva y ese plano final son una emoción.
Y para mí también es un placer leer tus comentarios.
Beso
Hildy