Cada descubrimiento de una película de Ophüls, me hace amar más su obra
La representación del amor según Max Ophüls (I). Yoshiwara (Yoshiwara, 1937)
Yoshiwara es un barrio de geishas, tras sus muros se esconde el placer. Ahí van a parar los marineros que bajan de sus barcos. Así ocurre con un barco ruso, bajan varios hombres y, entre ellos, el teniente Serge Polenoff (Pierre Richard-Willm), encargado de que los demás no cometan ningún exceso y vuelvan a su hora al barco. Yoshiwara es una tragedia de finales de siglo XIX. Una historia de amor desgarrada. Un triángulo de amor que acaba con el peor de los destinos. Serge no busca el amor y lo encuentra. Lo encuentra en una triste y bella geisha, Kohana (Michiko Tanaka), justo en la noche que tiene que ejercer por primera vez como tal, pues no ha tenido más remedio que tomar ese camino. Los dos sin esperarlo se unen en una historia de amor trágica, pero con un momento de ilusión.
Serge y Kohana fantasean sobre su futuro en Rusia. Él le da a ella un vestido de fiesta. Y se miran felices frente un espejo. A partir de ahí empiezan a imaginar una noche en la ópera, un paseo en trineo… Es la felicidad más absoluta en el interior de una habitación en Japón. Max Ophüls representa en la imaginación de los amantes ese día futuro que nunca llegará y lo convierte en el más hermoso de los días. Ya solo por esa secuencia merece la pena el visionado de Yoshiwara.
Antes de su exilio a EEUU, Ophüls, que era judío, ya había huido de Alemania y se había nacionalizado francés ante el avance del nazismo. Durante este primer periodo en Francia, realizó varias películas que muestran no solo su manera peculiar de hacer “bailar” la cámara, sino la forma de contar sus historias así como la fuerza y complejidad de sus personajes femeninos. Sin embargo, sus películas de este periodo son las menos vistas y se mecen más en el olvido.
Kohana es una víctima. Ante la muerte del padre, que parece solo deja deudas, y con la obligación de mantener a su hermano pequeño, solo encuentra una salida: encerrarse en el barrio de Yoshiwara y convertirse en geisha. Pero un hombre a su servicio, un culí, Ysamo (Sessue Hayakawa), profundamente enamorado de ella, está dispuesto a hacer lo que sea por sacarla de entre los muros. Entonces entra en escena el teniente… y queda formado un triángulo fatal a su pesar, que conducirá a los personajes al destino más oscuro. Entre medias, para complicarlo más, una historia de espionaje donde todos se verán implicados, y que solo actúa como macguffin para dejar claro la imposibilidad del amor.
Kohana es una ensoñación tanto para Ysamo, pues inspira sus dibujos (su arte), como para Serge, que siente una unión espiritual con ella. La geisha es como la amada inalcanzable. Pero Kohana tiene una personalidad propia y trágica y no quiere ser una ensoñación: toma la decisión de entrar al barrio del placer, aunque arrastra su tristeza; se enamora de Serge y se ilusiona; y por último, se arriesga y salva al amado. Hasta el punto de conscientemente condenarse a muerte.
Ophüls domina los espacios íntimos: los distintos encuentros entre los amantes o esa clase de geishas donde se da esa lección de las palmadas (y su significado) que provocan el desmayo de Kohana ante su destino. Y también exhibe ese lenguaje cinematográfico que le permite unos bellos últimos minutos donde paralelamente va contando el final de los dos amantes, pero también su unión espiritual sellada. Además de dejar al descubierto personalidades complejas como la del culí, un personaje lleno de posibilidades y misterios, que, sin quererlo, dispara la tragedia hacia lo irremediable. Yoshiwara es como una ópera trágica con mucho poesía entre sus fotogramas para una representación de un amor imposible.
La representación del amor según Max Ophüls (II). Suprema decisión (Sans lendemain, 1940)
La sensualidad en el cine de Ophüls es otra de las características de su cine. Explícito, nunca esconde la sexualidad de sus protagonistas. En Suprema decisión delata desde la primera secuencia la profesión de su protagonista: bailarina de striptease en un local parisino. Y desde que nos presenta a Evelyn (Edwige Feuillère), uno se da cuenta de que es una mujer desencantada, y que no espera un mañana (así es el título original… “Sin mañana”). Tan solo aguanta su día a día para sacar adelante a su pequeño hijo, al que mantiene alejado en un internado. Va de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Y su mejor amigo es el maestro de ceremonias del local. Pero en esa vida estancada dos hechos revuelven su realidad: la expulsión de su hijo del internado y su encuentro con su gran amor, el doctor Georges Brandon (George Rigaud).
Y el encuentro con George le hace alimentar una ilusión y encerrarse en una gran mentira que provoca su perdición. No quiere que este sepa qué ha sido de ella. Ambos se enamoraron en el pasado en una estación de esquí. Así que crea una ilusión que alimentará durante tres días. Sin embargo, esto le supone endeudarse de por vida con un proxeneta sin escrúpulos. Todo con tal de que Georges siga viéndola como antes. Y como no podía ser de otra manera, vuelven a vivir ese amor que se profesaban.
De nuevo Ophüls muestra su maestría y originalidad a la hora de contar historias. Y ofrece un romanticismo extremo. Así repite, por ejemplo, un flashback ofreciendo dos puntos de vista, el de los dos amantes, para poder entender por qué acabó su historia hace años. Y el final del romance ocurrió, no podía ser de otra manera, en un templo de la representación, en una sala de cine.
Así en esos tres días, vivirán también una noche íntima en una habitación donde recrearán ese amor del pasado, de una manera desnuda e intensa. En esa habitación no hay amenazas, no hay pasado ni futuro, solo presente. Pero solo es una representación fugaz, sin posibilidad de un mañana. Georges no lo sabe, Evelyn, sí. Ella no quiere romper la ilusión, la mentira. Cuando se da cuenta de que no hay vuelta atrás, no solo deja partir al amado, sino que asegura un futuro a su hijo. Su gran amigo, el maestro de ceremonias, no la deja sola, trata de animarla e incluso intenta darle una esperanza, una salida. Ella, sin embargo, desaparece en la niebla…, dejando todos los espacios vacíos. Sin posibilidad de un mañana.
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No he visto la primera, pero me encanta la segunda. Bueno, como todo lo que he visto suyo. Pocos cineastas hablan de amor como él, con romanticismo, sí, pero sin obviar esos recovecos oscuros, los miedos, las incertidumbres, los traumas, el componente de oscuridad que también pueden contener. Porque las cosas nunca son blancas o negras, y Ophüls encuentra los matices como nadie. Sencillez expositiva, cierto barroquismo en la forma, pero un trasfondo siempre complejo, psicológicamente riquísimo, difícil de encajar en juicios morales sencillos. Un maestro, vaya, de lo cinematográfico, pero sobre todo de lo humano. (¿se puede ser lo primero sin lo segundo?)
Besos
Sí, mi querido Alfredo, romanticismo con recovecos oscuros… ¡Cada nueva película que descubro de Ophüls me gusta más! Un maestro maravilloso. Yo conocía el período americano y su segunda etapa francesa. Pero su filmografía anterior no y el indagar en ella es un lujo maravilloso.
Beso
Hildy
Vi hace años “Yoshiwara” y tampoco en este caso tengo un recuerdo muy nítido (¡Qué desmemoriada estoy!) pero la película me evoca delicadeza, elegancia, melancolía y romanticismo trágico. La historia de un amor imposible, lo que siempre quiere decir que no es posible ni en este mundo ni en este tiempo y solo la muerte puede ser su destino y con ella la eternidad.
Hubo cosas del film que me chocaron, como esos intérpretes occidentales caracterizados como japoneses (hoy sería impensable y muy criticado) y recuerdo vagamente, pero con emoción, una escena en la que se encienden farolillos de papel sobre el agua como ofrenda de amor(¿?)…Un momento mágico.
No he visto “Sans lendemain” (me niego a citarla con ese estúpido título español, tan tópico que suena parecido a muchos otros) pero por lo que explicas de ella es puro Ophüls, “El gran defensor de la mujer” como le llamó Truffaut. Reconozco que la presencia de George “San Valentín” Rigaud me escama un poco. Si en el anterior post decía que Jean Marais aparecía ceñudo en casi todas sus películas Rigaud sonríe invariablemente. Si Marais es la afectación de la Comédie-Française, Rigaud es el empalagoso encanto del artista de “vaudeville”. Como Chevallier (que, al igual que Rigaud se hizo más soportable a medida que tenía más edad) A mi juicio ¡qué triste el cine francés en cuanto a galanes románticos se refiere hasta la aparición de Gérard Philippe! No me extraña la adoración hacia Gabin frente a tanto galán relamido.
Para acabar. Hay que volver a Ophüls, nunca falla ¡Qué pérdida tan enorme para el cine su desaparición tan prematura!
Un abrazo Hildy.
Lilapop
Qué interesante tu mirada, querida Lilapop, sobre los galanes franceses y el cambio de perfil que supusieron Gerard Philippe y Jean Gabin. También te reconozco que no conozco apenas la filmografía de George Rigaud. A Jean María le tengo cariño porque adoro La bella y la bestia y Orfeo. En Sans lendemain, Rigaud cumple con su papel de enamorado inconsciente de la realidad de su amada.
Yoshiwara me ha resultado una bella y trágica historia en forma de cuento lírico. ¡Ha sido una hermosa sorpresa para mí! Efectivamente, hay una secuencia de farolillos, pero colgados en un árbol. Y curiosamente, pese que la tendencia solía ser la que describes, los actores principales de Yoshiwara, tanto la geisha como el culí son japoneses.
Y me uno a tu alabanza final, ¡siempre hay que volver a Ophüls!
Beso
Hildy
Bueno. Por fin he visto estas dos. Supongo que tu, Hildy, también las viste por gentileza de Filmin, que las colgó en su plataforma….
Antes que nada, decir que la filmografias de Max Ophuls es un gran homenaje continuo a la sensibilidad romántica de la mujer sufriente. En Sans Lendemain, yo veo bastantes ecos de Carta de una desconocida. Al igual que Joan Fontaine, Edwig Feulliere es madre soltera pero casi una huérfana emocional. En el otro caso Ophuls se basaba en Stefan Zweig. Zweig-Ophuls, Ophuls-Zweig. Tanto monta, monta tanto. Los dos mayores exponentes de ese fatalismo centreuropeo tan entrañable como melancólico. Sans Lendemain creo que entronca más con las obsesiones de Ophuls, y por tanto es más reseñable. Yoshiwara, aunque destila esa suprema elegancia estética del genio francoalemán, argumentalmente es menos verosimil. Dice Carlos Aguilar que Ophuls odiaba esta película. Como historia quizás excesivamente folletínesca se puede entender, pero para los fans de este realizador (entre los que me incluyo) su visionado es ineludible. Aunque sólo fuera para admirar la variada paleta de recursos narrativos y estéticos que manejaba este señor, un superdotado para el Séptimo Arte.
Besos.
Efectivamente, Deckard, las colgó hace nada y no sabes la alegría que me pegué, pues no eran fáciles de localizar. Espero que esta plataforma siga colgando clásicos, pues me está permitiendo acceder a películas que no eran fáciles de encontrar.
Adoro a Max Ophuls. Qué historias cuenta y cómo me las cuenta.¡Qué bien hacía bailar a la cámara!
Me queda por ver su etapa alemana y algunas de la primera etapa francesa (tiene también por ahí una italiana y otra holandesa).
Beso
Hildy