“Feliz Navidad, Mr. Lawrence”, grita un sonriente sargento Hara (Takeshi Kitano) al comandante Lawrence (Tom Conti). Sus ojos parecen que van a llorar, pero se contiene. Y su imagen se queda congelada. Así termina Feliz Navidad, Mr. Lawrence, una película del japonés Nagisa Ôshima, que transcurre en un campo de prisioneros en la isla de Java durante la Segunda Guerra Mundial. Pero durante cerca de dos horas muchas cosas han ocurrido hasta que acontece toda la emocionante y triste secuencia final. Y ni el sargento Hara ni el coronel Lawrence son los mismos. La situación ha cambiado desde que se dijeron la última vez “Feliz Navidad”, pero en ese cambio de roles de poder…, nada es tan fácil de comprender. Así cuando Hara le dice que no entiende su condena, pues sus crímenes no fueron distintos a los de otros; con pena, el humanista coronel, que ha tratado de entender a unos y a otros, le dice: “Es usted una víctima de los hombres que creen tener la razón, al igual que un día usted y el capitán Yonoi pensaron que la poseían. Y la verdad es que nadie tiene razón”. Feliz Navidad, Mr. Lawrence es de esas películas extrañas, que son imperfectas, pero que tienen un halo hipnotizador que no permite retirar la vista de ellas y que dejan un poso, una huella, que las convierte en inolvidables.
Lo primero que llama la atención es que un realizador japonés adapte un libro que reúne tres relatos de sir Laurens van der Post, con un sendero autobiográfico de fondo, para explicar el choque cultural e ideológico entre Oriente y Occidente. Laurens van der Post fue un sudafricano con vida intensa y muy relacionado con los círculos intelectuales y de poder de Reino Unido. Entre una de sus múltiples dedicaciones estaba la de escribir, y publicó La semilla y el sembrador en 1963 que reunía tres relatos (en España, aprovechando el éxito de la película, se publicaron bajo su título, Feliz Navidad, Mr. Lawrence), que son contados durante una velada de Nochebuena una vez que ha terminado la guerra entre Lawrence, que será protagonista de dos de las historias, y un camarada. En el primero se narra la relación que se establece entre el coronel Lawrence y el sargento Hara en el campo de prisioneros de la isla de Java durante la Segunda Guerra Mundial. El segundo se centra en la vida y vicisitudes del coronel Jack Celliers, un personaje bello y atormentado, que conecta espiritualmente al final de su trayectoria vital con el capitán Yonoi, al mando del campo de prisioneros donde el coronel termina. Y el último cuenta la historia de amor imposible entre Lawrence con una desconocida, horas antes de que las fuerzas británicas abandonen Java. Los guionistas, el propio director y Paul Mayersberg, unieron los tres relatos en la película. En 1942, en un campo de prisioneros de la isla de Java, coinciden los cuatro personajes de los dos primeros cuentos. Y en un momento de encierro e incertidumbre, Lawrence cuenta a Celliers (David Bowie) su historia de amor con una desconocida. Si Nagisa Ôshima parte de los relatos de un occidental, su película está narrada con la mirada de un oriental tanto en su puesta en escena, en su ritmo, como en la forma de contar la historia, así como en el modo de verter su simbolismo a lo largo de todo el metraje.
Otro de sus atractivos es el reparto elegido para interpretar a cada uno de los personajes. Para la compleja relación que se establece entre el capitán Yonoi y coronel Jack Celliers los elegidos son Ryuichi Sakamoto y David Bowie. Los dos eran en aquellos momentos iconos de la música y no solo eso, sino que además poseían una belleza inusual, fuera del canon, pero atrayente. Así dos leyendas de la música, con su halo mítico, reencarnaban a los personajes de dos héroes atormentados. El primero, un samurai de la vieja escuela que ve cómo su mundo rígido, sus códigos de honor y su rectitud se están derrumbando y que sus emociones surgen como un tsunami al sentirse atraído por ese coronel rubio y rebelde con un ojo de cada color, emociones que no puede controlar. El segundo, un héroe atormentado por un suceso de su juventud que ha marcado profundamente su vida (una traición a su hermano pequeño) va dando tumbos, rebelándose contra todo, y con ganas de conseguir un perdón pleno y huir del vacío existencial. Ryuichi Sakamoto fue además el compositor del banda sonora de la película, que se convirtió en todo un éxito, y que envuelve la película con una melodía electrizante que no abandona, aunque acabe la película.
Y para la pareja más afincada en la tierra, el humanista y el bestia vitalista, es decir, para Lawrence y Hara, los rostros de Tom Conti y de Takeshi Kitano. Tom Conti hace un Lawrence cercano y humano, que no tiene fácil su papel de mediador. Se encuentra obstáculos a cada paso que da. Tom Conti tiene un rostro amable (y la que esto escribe jamás lo olvidará como Alonso en La otra América de Goran Paskaljevic) y aguanta carros y carretas, trata de explicar, por ejemplo, a los japoneses cómo para los prisioneros es más importante la supervivencia que cualquier otra cosa y que no pueden entender el ritual del harakiri. Y, por otra parte, intenta que el capitán británico (Jack Thompson) al mando de los prisioneros entienda la forma de pensar y actuar de los japoneses y no los vea tan solo como enemigos a los que odiar, pero solo consigue su rechazo. Y el actor y director Takeshi Kitano logra profundizar e introducirse en el alma de un bestia con una vitalidad arrolladora con la que se empatiza, logrando humanizar al personaje hasta tal punto que emociona su destino final. Hara es quizá el personaje que más evoluciona a lo largo de toda la película o el que más sorprende.
Así Feliz Navidad, Mr. Lawrence formaría parte de un subgénero del cine bélico, aquellas películas que transcurren en campos de prisioneros que han dejado películas apasionantes como La gran ilusión, Traidor en el infierno, El puente sobre el río Kwai o La gran evasión por nombrar solo las más conocidos. Nagisa Ôshima deja una historia en un campo de prisioneros donde más que acción, hay un interés por buscar puentes entre dos mundos opuestos, y donde dentro de la dureza y violencia del film, nada un mundo abstracto, rozando lo onírico y lo poético, hasta alcanzar momentos de belleza y sensibilidad. También Ôshima indaga en las relaciones prohibidas y en la sensualidad. Regala secuencias extrañas que no pueden olvidarse como Jack Celliers repartiendo flores rojas, y después comiéndose una delante de Yonoi. Cada una de las conversaciones, pero sobre todo la última, entre Hara y Lawrence. Yonoi llevando a cabo sus rituales de samurái. La borrachera de Hara con sake y hablando de Papá Noel y felicitando las Navidades, liberando a Lawrence y Celliers de su cautiverio… Los dos extraños y fuera de lugar, pero tremendamente bellos, flashbacks donde se desarrolla el conflicto de Celliers con su hermano pequeño, aquello que aunque parezca sencillo y banal marca su vida. El derrumbamiento de Yonoi ante los dos besos de Celliers delante de todos o la tortura y agonía de Celliers… y ese mechón de cabello que le arrebata Yonoi…
Feliz Navidad, Mr. Lawrence, película imperfecta pero difícil de olvidar. Suenan unas notas de su banda sonora y vuelven en bucle todas sus secuencias…
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Como casi todo lo de Oshima. Desmesurado y transgresor pero como bien dices repleto de poesía. Te golpea y te fascina. Un artista con mayúsculas. Cabe preguntarse si hoy es posible hacer un cine como esta película, «El Imperio de los sentidos» o «Death by hanging». Absolutas joyas que nunca se irán de nuestro insconsciente.
Feliz 2019!!!!
Precioso texto, mi querida Hildy, para una película extrañamente cautivadora, como su música. Te imaginas luego a Kitano en Humor amarillo y… Bueno, tampoco hay que olvidar que Oshima perpetró Max, mi amor…
Besos, y muy feliz año, mi querida Hildy.
¡Querido José, Feliz feliz año 2019! Qué alegría leerte. Sí, es una película fascinante. Y se unen muchos elementos para convertirse en inolvidable a pesar de su maravillosa imperfección.
Beso
Hildy
Mi querido Alfredo, tiene un poder hipnótico al vaivén de su música que te ata a la butaca. De Oshima he visto muy poca obra… ¡y me falta Max, la historia del amante gorila…! A Kitano sí que le he seguido más, tanto su trayectoria como director así como la de actor… incluso creo recordarlo en Humor amarilloooooo.
Beso
Hildy
Hola Hildy. Curiosamente de esta película de la que reconozco su inolvidable música, solo he visto fragmentos. Recuerdo que, al día siguiente de su emisión, en un lejanísimo pase televisivo en mi infancia, la amiga con la que compartía una incipiente cinefilia y que tenía unos padres más indulgentes que los míos a la hora de permitir ver películas por la noche a sus hijos, me la explicó fascinada.
Al igual que tú he visto poco cine de Nagisha Oshima. He visto trozos también de su famosísima “El imperio de los sentidos” y me cuesta encontrarla el motivo para tanta consideración mítica. La película, a mi juicio, está protagonizada por una pareja tan desagradable en todos los sentidos que me deja bastante fría su supuesta pasión desaforada. Me parece la historia de un par de “salidos”. Tendría que revisarla.
De Oshima si he visto entera “El impero de la pasión” con la que supongo que intentaba repetir el éxito del “primer imperio”. Que no la recuerde en absoluto ya dice mucho del impacto que dejó en mi. Se ha de decir de Oshima que tenía un alma transgresora y provocadora y aparte de los “imperios” ahí están la zoofilia en “Max, mi amor” o el viril y castrense universo samurai de “Tabú”, retratado como un espacio cruel de deseos homosexuales desatados. Ninguna de estas 4 películas me interesa demasiado, en cambio, siento no haber visto “Feliz Navidad, Míster Lawrence”.
El cine japonés no formaba parte de mi base cinéfila. De niña y adolescente no tuve acceso a él. Pero desde hace ya varios años lo estoy descubriendo con interés y disfrutando con pasión. Primero su tríada clásica (por cierto, unos autores de los que Oshima abominaba): Mizoguchi (mi preferido), Ozu y Kurosawa (al único que conocía desde niña porque vi y amé “Dersu Uzala” y seguía activo en los 80) y más recientemente, en los últimos años, estoy conociendo a los directores de la “nueva ola del cine japonés”, entre los que se encuentran Oshima, Shoei Imamura (sin duda los más conocidos en Occidente) o mi más reciente y maravilloso descubrimiento: Yasuzo Masamura Un cine de una modernidad formal, narrativa y temática deslumbrantes. En esa “nueva ola” están Yoshishige Yoshida, Masahiro Sinoda e Hiroshi Teshigara. Un cine que rompía con la tradición, la criticaba, cuestionaba los rigurosos y ancestrales valores que casi habían llevado al país a su destrucción. En esa línea de revisión crítica de los valores marciales tanto del bushido como del militarismo expansionista que culminó en la intervención de Japón en la segunda guerra mundial, coloco también al espectacular Masaki Kobayashi.
Volviendo y acabando con Oshima supongo que el gran revuelo de “El imperio de los sentidos” viene dado por la aparición de planos de genitales, porque el que conoce el cine japonés sabe que tiene una tradición de erotismo que aparece en los 60: el “pinku eiga” con gran querencia por las pasiones sadomasoquistas.
Más allá del cine explícitamente erótico, apuntar que donde he encontrado las historias de pasión más desaforadas, el romanticismo más extremo y radical es en el cine japonés.
Un abrazo Hildy y te recomiendo que te lances a ver cine japonés. Te sorprenderá.
Sí, querida Lilapop, me queda por descubrir mucho del cine japonés, pero lo que he visto me gusta. Apasiona, como dices. De esa última ola de cine japonés me gustan mucho también Hirokazu Koreeda y ya varias películas de Naomi Kawase me han tocado algo…
Ahora estoy viendo, pero no he terminado todavía, Harakiri de Masaki Kobayashi. Y la tríada clásica siempre la disfruto, siendo del que más he visto de Kurosawa (adoro su película Vivir).
El cine oriental: el chino, el coreano, el vietnamita, el tailandés…, me seduce bastante, aunque tengo enormes lagunas.
¡Sí, me quiero lanzar mucho más con el cine oriental!
Beso enorme
Hildy
No sé si te está pasando también a ti, pero yo cada vez encuentro menos interés en la cartelera. Y con todo, cada día soy más consciente que el buen cine se ha de ver en pantalla grande, en una sala de cine. El ipad, el ordenador o la televisión me invitan a la distracción y a la dispersión en muchas ocasiones. En el cine me sumerjo en lo que veo en la pantalla. Afortunadamente vivo en una ciudad donde hay salas de versión original y filmoteca. He compaginado siempre filmoteca y salas de cine de estreno, pero últimamente, gana por goleada la filmoteca. Creo sinceramente que el cine actual, con sus excepciones, afortunadamente, está atravesando una crisis tremenda. Está, creo, en un momento muy bajo y lo hago extensible a la cultura en general.
No pienso, como afirman tantos, que el sustituto del séptimo arte sean las series de televisión. Son otra cosa. Aún no he hecho el paso hacia las series. Me da una pereza enorme ponerme a ver algo que no tiene concebido un final, y que, al igual que los políticos en el poder, solo aspira a durar. Casi todo lo que aspirar a durar, degenera.
Volviendo al cine japonés (que se debe disfrutar en pantalla grande y en versión original con subtítulos. Siempre. Puede que sea la cinematografía a la que peor le sienta el doblaje) sus 3 maestros se centraron (con excepciones) en tres ámbitos o temáticas. Kenji Mizoguchi en el universo femenino, Yasujiro Ozu en las relaciones familiares y Akira Kurosawa en la épica. Los cineastas posteriores han seguido por estos caminos, aunque a veces sea para contestarlos. Y han añadido otros como el “pinku eiga”, el “noir” (que ya había abordado Kurosawa), el terror o el fascinante anime. Diría que Koreeda y Naomi Kawase, siguen la línea de Ozu, (considerado el más japonés de los 3 maestros) por su intimismo lírico, su tempo moroso, su interés por las relaciones familiares y el ambientar sus películas siempre en la época presente. De los 3 grandes reconozco que el cine de Ozu es el que más me cuesta. Como también me han costado algunas películas de Kawase y Koreeda.
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“Harakiri” es excepcional. Durísima y a la vez extrañamente bella. Cuenta con el gran Tatsuya Nakadai como protagonista. Junto con Toshiro Mifune, la gran estrella del cine japonés ¡Qué demoledora visión da Kobayashi del Bushido y del mundo de los samuráis y de los señores feudales!
Si, cada vez más, al igual que en la última frase del gran Gatsby “soy una barca que rema contra corriente para regresar incesantemente hacia el pasado” (en cuanto a cine se refiere) al menos estoy cambiando de corriente y esta me lleva a Oriente.
Por cierto, en el texto anterior aparecía un laísmo tremendo y no se de dónde sale porque no forma parte de la variedad dialectal del castellano que hablo. Una errata más que un error, porque como digo, no me reconozco en ese uso del pronombre la como objeto indirecto. Al verlo me salían los ojos de las órbitas como a Doraemon…
Un abrazo Hildy.
Qué bien lo que me cuentas de Harikiri, querida, querida Lilapop. ¡Me encanta la novela de El gran Gatsby! Qué buena la frase que empleas. A mí me encanta «devorar» cine. Disfruto con el clásico, pero también te reconozco que espero con ansia los estrenos de la semana y siempre hay varias películas que me apetecen… ¡y que me gustan lo que me cuentan y cómo! Yo tampoco soy de series… ¡no me da el alma! Aunque estas Navidades he visto varios capítulos de Black Mirror, y me han parecido bastante buenos (me atraía que cada capítulo fuera una historia diferente), y también he visto la serie de Paco León sobre Ava Gardner. Y me entusiasma ir a distintos sitios a disfrutar de buen cine: pequeños festivales, filmoteca, las salas de estreno, las alternativas o la de centros culturales. ¡Tener opciones para poder acceder a un abanico amplio de propuestas!
Beso enorme y espero que los Reyes nos traigan este año buen cine
Hildy
Pese a que en su momento se intentara por parte de algunos emparentar precipitadamente esta película con «EL PUENTE SOBRE EL RIO KWAI», lo cierto es que más allá de un escenario común y de algunas concomitancias argumentales nada tiene que ver con el film de David Lean. Se trata más bien de un tenso drama, con momentos de gran impacto, dasarrollado en un contexto bélico (que aquí solo es una referencia) en el que afloran las tempestades internas provocadas por las contradicciones surgidas del careo de dos culturas in distress.
La película, más que describir la extrema dureza de la vida en un campo de concentración, sigue con especial atención la evolución de la compleja relación entre Yonoi, el ascético, estricto y atormentado comandante del campo (Ryuichi Sakamoto), y el ambiguo personaje del teniente Celliers adecuadamente incorporado por el magnético David Bowie (me sobra el flashback “explicativo” con la torturada figura de su hermanito), desarrollándose entre ambos un peculiar love story, en medio del cual, arbitrando situaciones, se encuentra el pragmático equilibrismo del coronel Lawrence (Tom Conti).
Me gusta la efectiva “sencillez” expositiva por la que opta Oshima -sin renunciar a composiciones de gran belleza- eliminando vicios del subgénero y cualquier recurrencia al subrayado melodramático. En este sentido, quiero mencionar esa secuencia inicial que nos muestra el primer encuentro entre Yonoi y Celliers en la sala de juicio donde asistimos al instantáneo “flechazo” del primero por el segundo. Impagable.
“FELIZ NAVIDAD, MR. LAWRENCE” es un film tan elogiable en su forma como angustioso en su contenido, pese a percibirse, si establecemos comparaciones con obras anteriores de este realizador, un cierto empeño en acomodar su película a los parámetros que la hicieran legible (y vendible) en el mercado occidental.
Sí, querido Teo, esa escena del juicio es muy buena, como señalas. Y estoy de acuerdo en que no se puede comparar esta película con El puente sobre el río Kwai, más allá de algunas concomitancias. ¡Me alegra como siempre leer tus comentarios llenos de apreciaciones y miradas interesantes! Es todo un placer. Hacía mucho tiempo que no te leía por aquí, qué bueno que te hayas pasado por este hogar. Esta película de Oshima tiene un extraño halo atrayente y extraño que hace que te quedes frente la pantalla, sin moverte.
Beso y espero que hayas pasado una fiestas agradables… ¡y que los Reyes nos traigan mucho, pero mucho cine!
Hildy
Ay, querida Hildy, qué bien describes esta película. Confieso que no la había visto hasta hace un par de semanas, en un pase televisivo. Y no me la quito de la cabeza. ¡Y ya la he visto tres veces en este tiempo! La primera vez me pareció extraña, transgresora y muy, muy atípica. Me dejó tremendamente pensativa. Pero sólo con las nuevas revisiones, en tan pocos días, ha hecho que me parezca cada vez mejor.
Reconozco que no suelo sentir especial inclinación por el cine bélico, no es mi fuerte. Pero esta película es tan, tan especial. Supongo que parte de mi fascinación hacia ella sea que la filma un cineasta oriental – donde los ritmos son más pausados, algo que agradezco en dicho género -.
En cualquier caso, observo unos actores maravillosos – un David Bowie magnético, que firma una interpretación fantástica; la dupla establecida entre Tom Conti y Takeshi Kitano, que nos ofrecen grandísimos momentos y grandes reflexiones; y, en último lugar pero no menos importante, el papel más introspectivo para un, en principio, envarado Ryuichi Sakamoto que terminará por ofrecernos un papel absolutamente conmovedor (amén de obsequiarnos con una banda sonora hechizante).
Los diálogos me parecen magistrales, sobre todo los que corresponden a las conversaciones entre Conti y Kitano o, lo que es lo mismo, Lawrence y Hara, dejando para el final un momento de franca emoción. Pero, como bien dices, el momentazo, el clímax de la película reside en el avance de Celliers hacia Yonoi y estamparle no uno, sino dos besos, con el consecuente derrumbamiento emocional del segundo. Celliers le arrebata lo poco que le quedaba de seguridad en sí mismo. Le deja sin fuerzas. Le arranca la coraza con ese acto. Porque yo, más que una atracción física del uno hacia el otro, lo que veo es una especie de enamoramiento platónico hacia alguien diferente, algo así como Oriente enamorado de Occidente (Oriente sucumbirá a la «amenaza» de Occidente). El último samurái derrotado por la fuerza de las emociones y los sentimientos. Quizá sea por todas estas razones por las que la película me ha llegado tan adentro.
Por cierto, la cámara, en los momentos de las secuencias nocturnas (de un tono azulado que le da un carácter irreal y ensoñador), se mueve con un sigilo, una elegancia y delicadeza que parece una caricia. La misma con la que Yonoi corta, con absoluta adoración, el trozo de cabello de Celliers. El único recuerdo que le quedará de alguien que terminó por trastocar definitivamente un mundo perteneciente al pasado.
Oshima no se posiciona pero, al mismo tiempo, mira con espíritu crítico su mundo y dicha mentalidad. Realiza una autocrítica de aquello que conoce bien y eso le convierte en un cineasta muy valiente. Sólo por esta película, para mí, ya tiene el cielo ganado.
Besos!!
Lo primero, ¡me encanta saber de ti, querida Isis! Lo segundo he disfrutado mucho leyendo tu comentario y tu mirada sobre esta película. La verdad es que es una película que tiene un fuerte poder de seducción y que no deja indiferente. Y hace pensar días después de su visionado, deja poso. Me han resultado enriquecedoras tus reflexiones.
A mí también de primeras el cine bélico no es de mis predilectos, pero reconozco haber visto películas del género que me han marcado y sobrecogido. Y a lo tonto, a lo tonto descubro que he visto bastante y que en mi lista de películas imprescindibles entran varias como La gran ilusión de Jean Renoir o La gran guerra de Mario Monicelli o El regreso de Hal Ashby…, por decir algunos títulos.
Beso enorme con mucha alegría por saber de ti
Hildy