Apelar a los sentidos y a la sensibilidad. Lo que despierta un sabor de un dulce determinado, como una galleta, y lo que dice una mirada o lo que expresa un silencio. Estos ingredientes conforman una tarta exquisita en El repostero de Berlín, una película aparentemente sencilla, pero que en sus matices y detalles esconde complejidad y reflexión. Una historia sobre distintos tipos de amor, sobre la delicadeza y las texturas. Su personaje central, Thomas, es un laborioso y silencioso pastelero alemán.
A su local siempre entra Oren, un ingeniero israelí que viaja continuamente a Berlín, come alguno de sus dulces y lleva una caja de galletas para su mujer y su hijo. Ambos se convierten en amantes. Pero un día Oren ya no regresa, y Thomas se entera de que ha fallecido en un accidente. Y toma una decisión. Deja todo y se va Jerusalén. Y allí entra en contacto con la familia de su amante, sin desvelar su identidad.
Ofir Raul Graizer, director y guionista, debuta con este largometraje que mezcla perfectamente los ingredientes para una película delicada sobre cómo las relaciones humanas están por encima de las identidades, de la tendencia sexual, de la religión y la política, pero también cómo estás mismas circunstancias condicionan y lo convierten todo en algo más complejo. Ser israelí, ser alemán, ser homosexual, ser heterosexual, ser religioso, ser laico, vivir bajo unas reglas religiosas o saltárselas, vivir en Jerusalén o en Berlín, contar con una familia o no tenerla… Todos estos elementos dibujan las relaciones humanas y las formas de comportarse. Pero algunas de estas relaciones pueden dinamitarlos y ofrecer ricas posibilidades de convivencia y amor. De fusión. De enriquecimiento y crecimiento. Lo que empieza siendo la historia de Thomas y Oren, termina transformándose por el fallecimiento de este último, en la historia de Thomas y Anat, la viuda de Oren.
Así El repostero de Berlín es una película silenciosa, pero a la vez luminosa. Donde preparar la masa para una tarta, unas galletas o un pan ofrece posibilidades de enriquecedoras relaciones humanas que construyen una vida y un futuro distinto. Y donde la persona ausente regala con su ida un camino inesperado a tres de sus seres queridos, que nunca podrían haberse reconciliado si él hubiese estado presente. Y donde prevalece la filosofía de vida de un solitario y dulce Thomas: apasionarse con el trabajo y realizarlo bien y con pasión, tener un techo donde quedarse y alguien que te quiera de verdad (sea amante, familia o amigo…).
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¡Cómo me ha encantado leer tu conciso y delicado análisis de esta película, querida Hildy! Directo al corazón de su historia.
Una historia que a mí también me emocionó más por sus silencios y sutilezas que por lo más explícito. Le encontré conexiones con otra película maravillosa: «Frantz», de François Ozon, con la que comparte elementos temáticos y ese juego de espejos, idas y venidas a los países de sus diferentes protagonistas. La empatía como esencia para una convivencia armónica. También, muchas veces, para aprender a conocernos mejor.
Besos cinéfilos.
Sí, cómo me gustó esta película, Ana. Y me quedo una de tus frases del comentario: «La empatía como esencia para una convivencia armónica». ¡Qué bien contada está El repostero de Berlín! Es una delicia su visionado, ¿verdad?
Beso
Hildy
Es un ejemplo paradigmático de una historia magníficamente contada. Y, cómo no, de la importancia de un buen guión en un mundo cinematográfico como el actual en el que lamentablemente la forma está suplantando al fondo. Hermosa y precisa crónica la tuya sobre una espléndida película. Muchos besos.
Sí, querido Altaica, qué película más delicada y sutil. Cuántos temas contiene en su interior y cuánta sensibilidad. Deja un buen recuerdo. Yo la disfruté mucho.
Por cierto, cómo me alegra saber de ti y leerte por aquí.
Beso
Hildy