Documentamadrid 2016. Destellos (segunda parte)

Destellos que me llevan a mil y un cortos donde viajo de Corea a una Rentería imaginaria o al blanco y negro de tiempos oscuros, de guerra filmada, hasta desembocar en un paisaje apocalíptico con las abuelas de Chernóbil que no temen la radiactividad, dicen que es peor el hambre que pasaron en otros tiempos.

Primer destello. Primer pase de la sección oficial de cortometrajes

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… Un solo pase y el espectador salta de una historia a otra, de un mundo a otro. Desde Corea una historia emocional y de sentimientos en una sociedad que se moderniza… pero no evita recuerdos del pasado, ni heridas ni tristezas, ni los lazos familiares, ni el reflejo de complejas relaciones entre madres e hijas… (Der Bittere apfel vom stamm de Hana Kim).

El estudio del ser humano se puede abordar de las maneras más originales…, por ejemplo, subiendo a varias personas (jóvenes, mayores, hombres, mujeres…) por primera vez a un trampolín de diez metros de altura… y observar si decidirán tirarse a la piscina, o si dudarán, qué pensarán, cómo se expresaran, si saltarán o no o si al final volverán a bajar las escaleras. Así se consigue un corto con momentos de suspense, con otros cómicos (dúos divertidísimos); o momentos de terror con otros valientes o el de más allá desde un triste fracaso solitario, combinados con momentos de gran belleza ante el salto realizado a cámara lenta que marca un ritmo, un baile ante la vida (Hopptornet. Ten meter tower de Axel Danielson, Maximilien Van Aertryck).

Hay relatos entrañables… como un delicado y divertido collage visual, Bacon&God’s wrath de Sol Friedman nos pone frente a frente a una anciana judía de 90 años que por primera vez va a desayunar bacon. Así antes de la hazaña cotidiana, la anciana reflexiona sobre diversos temas (religión, cocina, sueños, miedos e informática…) y recuerda su vida (memoria, familia, tradición y pasado).

Nuestros ojos son testigos de una fiesta ritual en una localidad de EEUU. En Pahokee, Florida, las familias, con grandes problemas económicos, tiran la casa por la ventana durante el baile de graduación de sus adolescentes. Ese día hay que brillar con peinados imposibles, trajes de lujo y coches impresionantes…, aunque al día siguiente todo siga igual y no haya posibilidad de futuro (The send off de Ivete Lucas, Patrick Bresnan).

Y la joya de la corona de este primer pase para Hildy Johnson: Yo no soy de aquí de Maite Alberdi (ya visitó Documentamadrid el año pasado con el largometraje La Once), Giedrė Žickytė. Con una sensibilidad especial, ternura a raudales y un humor inteligente, se nos cuenta una historia triste sobre la memoria y el amor a la tierra natal. En una residencia de ancianos chilena conocemos a una mujer de 88 años, Josebe, llena de personalidad, carácter y vitalidad. Pero vamos descubriendo que Josebe vive su particular día de la marmota. Ella piensa una y otra vez que tan solo está ahí de visita. Tiene claro que es del País Vasco, de Rentería, pero la tierra que ella recuerda es la de su infancia y juventud. Después con su esposo vivió durante décadas en Chile… pero ahora que va perdiendo la memoria, le queda un lugar de orgullo, su tierra natal y su idioma del alma… y una y otra vez, incansable, se lo repite a sus compañeros de residencia. Es el lugar seguro…, cierto.

Segundo destello. Rojo y negro (1942) de Carlos Arévalo

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Dentro del ciclo 1936-1939. La guerra filmada se ha realizado una selección de cine documental y de ficción sobre el reflejo de la contienda, hace ya ochenta años, en la pantalla blanca. Una película que me interesaba era Rojo y negro. Es una de esas rarezas cinematográficas que son historia dentro y fuera de sus fotogramas, arqueología cinematográfica a tener en cuenta. En el momento de su estreno estuvo apenas en cartelera y después la película desapareció…, hasta que se encontró una copia que fue restaurada por la filmoteca en 1996. En su momento no hubo censura oficial pero, sin embargo, sí un interés por que la película dejara de circular.

Y es que Rojo y negro no se puede circunscribir totalmente dentro del cine propagandístico pues es de esas obras que se quedan en el limbo, que no satisface ni a unos ni a otros…, su lectura va algo más allá. Por otra parte, sorprende también la forma que tiene de contar el director esta historia, los recursos visuales y la puesta en escena. El aspecto formal, rozando el cine experimental, se aleja de otras propuestas propagandísticas más clásicas y sencillas como puede ser Raza de José Luis Saenz de Heredia.

Ya Carlos Arévalo parte de un argumento, un planteamiento y un punto de vista singular (y más complejo que en otras películas propagandísticas), y a pesar de que es mucho más cercano a la ideología falangista (el personaje más atractivo es Luisa, una joven que abraza la causa falangista), su representación de una parte del bando republicano no es totalmente plano ni como grupo anónimo e indiferenciado, como los indios en las primeras películas del Oeste, (no son el mal o el terror rojo a batir), sino que sugiere que la guerra se fue gestando por la incompetencia y ceguera de los políticos en la República (así como la mala actuación de otros poderes, como el económico, los bancos) y cómo se van radicalizando las posturas ideológicas por un lado y por otro, hasta que ambos bandos colisionan en una guerra para tomar las riendas de un Gobierno a la deriva.

Así los protagonistas de la película son Luisa y Miguel, pareja que se conoce desde niños y con una ideología diferente de la vida desde la infancia. Su historia está contada durante años pero como si fuera una sola jornada: el amanecer es la infancia; el día es el momento en que ambos toman diferentes caminos ideológicos y la noche (la parte más extensa) es cómo les afecta la guerra en Madrid. El rojo y el negro son los colores de las banderas de sus distintas ideologías: Luisa abraza el rojo y negro de la bandera falangista, y Miguel el rojo y negro de la bandera anarcosindicalista (CNT).

Rojo y negro no termina hablando del victorioso bando franquista, que trae el bien y la paz como se postula en otras películas propagandísticas de la época, ni estigmatiza totalmente al bando republicano, sino que mira con desolación el enfrentamiento sangriento entre dos ideologías, como si no hubiera salida posible, solo tragedia. Una tragedia que lleva a la muerte a los dos jóvenes amantes. Así la película no puede gustar ni a unos ni a otros…, se queda en la senda del malditismo, en el ocultamiento y olvido.

Por otra parte Carlos Arévalo no solo arriesga en la estructura de la película, sino que además formalmente ofrece elementos alejados de un cine propagandístico clásico y plano. No solo se sirve del montaje, y de los rostros, para construir su discurso histórico e ideológico, sino que en su puesta en escena sorprende con recursos rozando lo experimental. Así como un uso visual de la metáfora y la simbología que funciona en determinados momentos. Unos políticos, tertulianos y ciudadanos con vendas en los ojos, con una ceguera que no les permite analizar hacia donde puede conducir ese continuo enfrentamiento. Cómo narra con economía de medios, pero contundencia e intensidad, la violación de Luisa. O esas escenas en la checa donde hace desaparecer la pared de la fachada… y así vemos lo que ocurre en cada una de las dependencias. O ese final desolador y fuerte visualmente de un Miguel destrozado, andando ante los cuerpos fusilados (y ese beso que da a la mano de un cadáver amado).

En la personalidad de los jóvenes, seguimos viendo cómo se decanta Arévalo por la causa falangista. Luisa es fuerte, fría y firme en sus convicciones ideológicas (y en la película son los falangistas los detenidos, los escondidos, los perseguidos y los fusilados…). Miguel es sensible, idealista y crítico con las posturas de sus compañeros. Los dos, sin embargo, mueren trágicamente. Miguel, desencantado por la radicalidad extrema de sus compañeros que fusilan a Luisa, provoca su propio suicidio haciendo que sean los milicianos, en un enfrentamiento que él lleva a cabo, los que le terminen disparando.

Otro de los motivos por los que me apetecía mucho ver la película era por conocer una interpretación de Conchita Montenegro, pues no he accedido a ninguna película de su filmografía. Supe de ella por un libro que me compré en los noventa (del siglo pasado…) sobre todos esos españoles que emprendieron una aventura en Hollywood, cuando todavía no existía el doblaje (al principio del cine sonoro, cuando se realizaban distintas versiones de las películas de Hollywood con actores de otras nacionalidades y en su idioma) y ella fue uno de ellos. En ese libro de Álvaro Armero (Una aventura americana) se reproducía una entrevista de la actriz en los años cuarenta donde contaba anécdotas de su estancia allá junto a Charles Chaplin, Lionel Barrymore o Clark Gable. Montenegro actuó en Hollywood, pero también en Francia o Italia…, convirtiéndose en una actriz internacional. Finalmente regresó a España, e hizo algunas películas más entre ellas Rojo y negro, donde se retiraría de la pantalla de cine después de casarse con un diplomático e iría cayendo poco a poco en un absoluto olvido. Como Luisa crea un personaje femenino con fuerza y contradicciones, y Conchita Montenegro da al personaje frialdad, elegancia, belleza y glamour, como si todavía estuviera en una producción de Hollywood (y no en una película propagandística con extrañas connotaciones, pues no parece propaganda triunfalista y de medalla, sino con un discurso más negro, oscuro y desencantado). Su pareja en la pantalla, es decir, Miguel, sería Ismael Merlo. Leyendo y leyendo críticas y análisis de la película, cacé una sincronía muy curiosa. En 1966 Carlos Saura enfrentaría en La Caza a Ismael Merlo y a Alfredo Mayo: ambos habían protagonizado las dos películas propagandísticas, por excelencia (y de las más analizadas), del Régimen, Rojo y negro y Raza.

Tercer destello. The babushkas of Chernobyl de Holly Morris, Anne Bogart

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Uno de los mayores accidentes nucleares ocurrió en Chernóbil en 1986… pero ¿qué pasa ahora en Chernóbil?¿Cómo ha afectado en la población y en el medioambiente? ¿Qué ocurre allí? Holly Morris y Anne Bogart ofrecen una visión original para responder a muchas de esas preguntas. Se sitúan en la zona de exclusión alrededor del reactor número 4, que fue el que estalló. Un paisaje contaminado y apocalíptico, pero que, nadie lo diría, no ha perdido una belleza especial, casi fantasmal. De todas las personas que por diferentes motivos pululan por ahí… las realizadoras se centran en un colectivo en concreto: las abuelas de Chernóbil. Mujeres duras, muy duras, que se han pasado toda la vida sufriendo, que saben lo que es el hambre… pero que cometen una última rebeldía: se niegan a morir en el exilio. Ellas, las abuelas, deciden regresar a su hogar. Como dice una, ella no tiene miedo a la radiactividad, teme más al hambre.

Y las documentalistas cuentan así la otra historia de Chernóbil. Estas mujeres que pescan, plantan sus huertos y jardines, cuidan sus casas… y deciden que prefieren estar ahí, donde están sus raíces, que en cualquier otro lugar más seguro y menos solitario.

Allí las abuelas, llevando una vida dura, son, sin embargo, mujeres vitales y orgullosas de estar donde están. Ahora sus vecinos en esa zona fantasma (donde ellas ponen algo de flores, buenos banquetes y un poquito de vodka) son los científicos que tratan de analizar los niveles de contaminación, los militares que recogen las muestras y controlan la zona y algunos descerebrados amantes de un videojuego que transcurre en un Chernóbil apocalíptico y deciden vivir la aventura en el lugar real. Holly Morris y Anne Bogartrecogen así la cotidianidad de las abuelas en un sitio altamente contaminado y apocalíptico… pero que ellas aman con locura, porque allí están sus casas, su vida. Y ellas es lo que hacen devuelve vida a un paisaje desolado y vuelven otra vez a comer de la madre tierra.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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