Hay películas que tienen una naturaleza amable, divertida, que existen para entretener. Así presentan un mundo glamuroso y cómico… y a veces con un punto de acidez y mala leche. Y eso lo sabía hacer muy bien Richard Quine. Así La pícara soltera es una película para divertirse, para disfrutar de un reparto de lujo y para empaparse de sus gotas de mala leche. El título original es realmente el título de un libro de no ficción que se había convertido en un best seller y que fue escrito por Helen Gurley Brown en 1962. Helen posteriormente se convirtió en la editora-jefe de Cosmopolitan. Bien, la película toma el título del libro de moda y el nombre de la autora para realizar una divertida película con situaciones descabelladas y alimentando uno de los grandes temas de la comedia, la guerra de sexos y el amor.
Una joven psicóloga escribe el libro de moda, Sex and the single girl, y una revista sensacionalista trata de sacar un escándalo de la escritora. Para ello cuentan con un periodista sin escrúpulos. Ella es Natalie Wood. Él, Tony Curtis. A su vez Tony Curtis tiene como vecinos a una pareja madura que siempre están discutiendo: son Lauren Bacall y Henry Fonda. Y esta pareja servirá para los propósitos del periodista sin escrúpulos que intenta engatusar a la joven profesional. Él robará los problemas conyugales y el nombre de su maduro vecino. La psicóloga tiene un psiquiatra compañero que la pretende con cara de Mel Ferrer, que de ser un hombre entregado a su profesión se va descubriendo como un auténtico ligón. Y Tony Curtis tiene un director de revista que tiene muy clara la filosofía de su publicación. Ese director tiene la planta ni más ni menos que de Edward Everett Horton. El periodista sin escrúpulos anda con una joven que aspira a ser artista y que adorna la película con un par de canciones y bailes. Ella es Fran Jeffries (que ya había hecho una aparición estelar en La pantera rosa).
La mala baba y el sarcasmo que sacaba Richard Quine (Cómo matar a la propia esposa) en algunas de sus comedias encuentra su mejor reflejo en las reuniones de dirección de la revista donde se vanaglorian de ser los más rastreros. Y todo con la elegancia y la seria cara de Edward Everett Horton. Pero además La pícara soltera cuida decorados, ambientes y vestuarios así como crea situaciones y enredos divertidos que culminan en una absurda persecución de coches, de ritmo trepidante, donde se ven implicados todos los protagonistas y algunos secundarios inolvidables (el taxista, el policía o la pareja de ancianos que van muy despacio en un viejo coche) y donde se crean situaciones absurdas que arrancan la risa.
La pícara soltera es puro juego. No solo con la guerra de sexos y el amor sino también con las confusiones, el cambio de identidades… y con los guiños cinéfilos. Así a Tony Curtis le confunden en un momento con Jack Lemmon haciendo alusión al travestismo de este en Con faldas y a lo loco, donde precisamente su compañero de reparto era el mismo Tony Curtis. Además Jack Lemmon era uno de los actores fetiche de Richard Quine. A la vez Tony Curtis cuando tiene que ponerse una bata de mujer se inspira claramente en el Cary Grant de La fiera de mi niña. Si se disfruta de la chispa, belleza y frescura de una elegante y guapa Natalie Wood y su enamoramiento de un Tony Curtis que juega a ser un malote que se deja conquistar…, el disfrute máximo llega con el matrimonio maduro compuesto por Henry Fonda (fabricante de medias) y Lauren Bacall (ama de casa con mucho, mucho carácter) con una química brutal tanto en sus tormentosas discusiones como en sus momentos de locos enamorados (no tiene precio ese baile que se marcan con las lágrimas de Bacall incluidas…).
De hecho la ambientación y el tema de la película han servido de inspiración para una película reciente y también muy entretenida (que bebía también de las comedias que protagonizaron Doris Day y Rock Hudson sobre todo Pijama para dos), Abajo el amor de Peyton Reed. Y es que hay películas que están hechas únicamente con el objetivo de divertir, entretener…, de crear un mundo de glamour y humor donde los únicos problemas son las relaciones amorosas… Y La pícara soltera es un buen ejemplo.
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Muy chisposa, sí, muy equilibrada en su cóctel de elegancia y caos, aunque como siempre en el género tendenciosa ideológicamente, siempre para ofrecernos un «deber ser» social que se ajuste a los cánones de lo políticamente correcto. A mí Fonda y Bacall, no obstante disfrutar con ellos, me despiertan cierta ternura. En cuanto a personajes, y en cuanto a intérpretes, «desplazados» del protagonismo a mediados de los sesenta, pasado ya su punto de máxima popularidad. Y una factura visual muy encomiable de Quine, uno de esos tipos que sufría por lo bajinis.
Besos
Jo, esta la vi hace la torta!! Recuerdo que me resultó muy divertida y que visualmente me encantó…
Va siendo hora de volver a ella, una de burbujas para pasar el rato, marchando! (y me apunto la de Cómo matar a la propia esposa)
Así me gusta, refrescando la primavera, querida Hildy, jeje.
Besos!
Querido Alfredo, das una clave de este tipo de comedia: parte del caos para volver al orden (y por ende a lo políticamente correcto). Elegancia y caos. Y en el caso de Quine un punto de mala leche, no esconde la parte oscura del ser humano. Y Fonda y Bacall… demuestran como secundarios «desplazados» que se siguen comiendo la pantalla a pedazos y que es una auténtica delicia verlos. Sí, la personalidad de Quine, un tipo curioso como demostró también en sus películas y con un final triste… a pesar de sus chispeantes comedias (aunque siempre se notaba un fondo de desengaño o también cinismo).
Besos
Hildy
Sí, querida Marga, la recuerdas bien. Divertida y visualmente genial. Como bien dices no viene mal de vez en cuando una de burbujas, risa y amor. ¡Es primavera! «Cómo matar a la propia esposa» tiene también una factura visual impecable, mala baba y risa…
Beso
Hildy
El tan cacareado tema de la «guerra de sexos», salpicado con genuinos toques propios de la «screw-ball comedy», disfrutó de un gran momento en aquel 1964 con esta esta estimulante comedia de Quine y la igualmente afortunada «Su juego favorito» de Howard Hawks, con Rock Hudson y la guapísima Paula Prentiss como protagonistas. En vistas de cómo ha cambiado el género en Hollywood, deviene un ejercicio casi obligatorio recuperar y degustar estas joyas de la comedia de los sesenta, ¿no crees Hildy?
Besos.
Querido Antonio, qué divertídisima y buenísima es Su juego favorito es otra comedia que me encanta y me hace reír una barbaridad. La verdad es que me encantan las comedias de Howard Hawks. Tanto La fiera de mi niña como Su juego favorito tienen momentos que me hacen llorar de la risa. Pero también ME SIENTO REJUVENECER, BOLA DE FUEGO, LA COMEDIA DE LA VIDA, LUNA NUEVA…
Sí, Antonio, estas comedias dan gusto y a mí me relajan una barbaridad, me sienta muy bien reírme.
Beso
Hildy
Que tiempos y que comedias. En fin, dificil sacarme una sonrisa con una actual. Estas, prácticamente todas lo consiguen. Aunque mi favorita de este director, seria como matar a la propia esposa. Delirante sin duda. Cuidate
Sí, querido Plared, qué divertida la de Cómo matar a la propia esposa. En La pícara soltera es una joya la persecución de coches final, una pieza cómica increíblemente realizada. Yo con comedias actuales me sigo riendo, recuerdo que en el cine lloraba de la risa con la británica «Un funeral de muerte».
Besos
Hildy
Cine eficaz, artesano en el mejor sentido de la palabra… Pero la categoría de memorable y el estado de gracia lo alcanza Richard Quine en «Un extraño en mi vida» (mucho mejor el título original, «Strangers when we meet», una especie de consigna tácita entre dos amantes clandestinos para comportarse en público como si no se conocieran). Pocos actores han encarnado la pasión como Kirk Douglas. Pasión por la libertad en «Espartaco», pasión (enfermiza) por el periodismo en «El gran carnaval», pasión por la música en «El trompetista», pasión por la aventura en «Los vikingos», pasión por el cine en «Cautivos del mal»… y pasión por una vecina en llamas con el cuerpo de Kim Novak en «Un extraño en mi vida». Una urbanización burguesa de prósperos profesionales en una América donde están a punto de estallar los años sesenta. Césped, barbacoas, electrodomésticos, autobuses escolares, vestidos de colores. Un vecindario que ofrece su cara feliz y superficial mientras reserva para capas más subterráneas aspectos más reales y complejos de la condición humana. Un arquitecto con estudio en su propia casa. Un encargo (una casa en una colina para un escritor de éxito, descreído, mujeriego, bebedor y autoparódico) que le permite desarrollar su pasión por su trabajo. Una mujer toda carnalidad. Un marido cuya patética frialdad va a ser la excusa perfecta para espantar un último rescoldo de remordimiento. Un encuentro de vecinos que llevan a sus hijos a la parada del autobús de la escuela. Una historia de amor, sexo y sufrimiento que se levanta en paralelo a la construcción de la casa. Desde que la vi por primera vez, asocio los conceptos de nostalgia y melancolía al eastmancolor de «Un extraño en mi vida».
Sí, Richard Quine logra una obra maravillosa con Un extraño en mi vida. Se nota que su cámara, su mirada adoraba, quería a Kim Novak. Y, efectivamente, José, Kirk Douglas logra, como siempre, que su personaje sea carismático. Como explicas muy bien no solo son los actores sino también los lugares por dónde se mueven, cómo capta Quine que se mueven y el empleo del color y la música. Y es que Quine cuando se ponía melancólico podía crear esta joya o llevarnos a otros mundos y construir otra buena historia de amor en El mundo de Suzie Wong. Allí son William Holden y Nancy Kwan los que se mueven en otro ambiente especial y se enamoran (sobre todo se encierran en ese apartamento de Holden) o en el tugurio donde ella trabaja en Hong Kong. Lo que siempre digo, incluso en la comedia surge esa melancolía del director… lo notas en La pícara soltera si miras a los ojos de Lauren Bacall y Henry Fonda o si en Me enamoré de una bruja te dejas llevar por la tristeza, otra vez de nuevo, de la Novak.
Beso
Hildy
Maravillosa comedia, de un disfrute eterno y contagioso. Algo muy difícil de descifrar tienen las películas de Richard Quine; se palpa, tras unas imágenes y una dirección elegantes, exquisitas y vivaces, el desgarro de una persona melancólica, triste y desencantada. Ningún otro director me ha transmitido tanto todo ese mundo de desilusión y desesperanza, romanticismo infinito y quebrado, sensibilidad y serenidad. Porque, al igual que él, todos esos sentimientos trasladados de manera soterrada a la pantalla, subyacen en mí y en mi manera de entender el mundo.
Muchos han calificado a Quine – en alusión a su obra magna, «Strangers when we meet» – como un extraño. Huelga decir que para mí este director es alguien más conocido, familiar y cercano que mucha gente que me rodea. Retomar el visionado de sus películas para mí es regresar al hogar, alejarse de la frialdad para volver a la calidez y al valor de lo auténtico.
Disculpa la parrafada querida Hildy. Espero no haberte aburrido.
Un abrazo.
¡Tú nunca me aburres, mi querida Isis, tus comentarios son un placer! Exquisitos. Manjares de lujo. Me gusta mucho tu análisis y pasión por las películas de Richard Quine. Tengo pendiente mi visionado de nuevo de Encuentro en París.
Beso
Hildy