El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible, de Jordi Balló y Xavier Pérez (Anagrama, Colección Argumentos, 2015)

Con la última frase del libro, “En medio de la fresca transparencia de su inolvidable película [los autores se refieren a Los espigadores y la espigadora], Varda descodifica el universo de la representación habiendo aprendido la lección de nuestro guionista invisible: sabemos que el mundo es un escenario, pero no nos resignamos a ser solo sus espectadores”, termino la lectura del ensayo cinematográfico que más me ha gustado en lo que va de año, y que no tengo duda será una de mis lecturas predilectas de 2019.

Sabía que El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible iba a interesarme por dos motivos, pero las expectativas han sido superadas. El primero es que había leído otro ensayo de los dos autores que ya me había enganchado a su manera de mirar y entender el cine: La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine. Y el segundo es que de niña descubrí El sueño de una noche de verano en un cómic y me convertí en una enamorada de Shakespeare. En una devoradora lectora de sus obras de teatro y en una espectadora fiel siempre que he podido admirar algún montaje en el escenario.

Pero por supuesto tampoco he dejado escapar toda película que caía en mis manos que tuviese que ver con el universo shakesperiano. Así devoraba todos aquellos directores que se han sentido influenciados por él y han llevado a la pantalla sus obras como Keneth Branagh, Orson Welles, Akira Kurosawa, Franco Zeffirelli o Laurence Olivier. O también aquellos que se han interesado por alguna de sus obras y las han trasladado a la pantalla como Joseph Leo Mankiewicz, Baz Luhrmann o los actores Al Pacino y Ralph Fiennes. O aquellos realizadores que se dejaban inspirar por sus historias y “argumentos universales”, creando un universo propio o especial, ofreciendo así nuevas lecturas, como Robert Wise, Gus Van Sant o los hermanos Taviani.

Sin embargo, como digo, este ensayo ha superado mis expectativas, porque si bien es cierto que yo misma analizando películas a veces he soltado el adjetivo shakesperiano, diciendo que esta o aquella es una tragedia, drama o comedia shakesperiana o tal personaje parece sacado de una de sus obras, etcétera, etcétera…, nunca había visto tan clara la herencia de Shakespeare y del teatro isabelino en el mundo del cine como entre las apasionantes páginas de este libro. Y ha sido emocionante descubrir cómo el bardo es, efectivamente, un guionista invisible aún activo. Su huella se ve no solo en las películas sino en distintas series de televisión (una asignatura que tengo todavía pendiente).

Lo que hacen Jordi Balló y Xavier Pérez es explicar y reflejar cómo la huella del dramaturgo sigue vigente en la forma de contar las historias. Así se percibe como en el cine clásico, en el contemporáneo o en las series de televisión, la presencia del dramaturgo es evidente en “su tratamiento dramático, dotado de estrategias específicas (los recursos vinculados a la acción y a la estructura, el diseño de los personajes y sus dialécticas, el tratamiento dinámico de la escenografía) que se han convertido, gracias a él, en un soporte constante y en un estímulo de amplio espectro para los creadores posteriores”.

Así sus distintos capítulos van analizando diferentes técnicas que empleaba Shakespeare en cada una de sus obras y cómo se han aplicado o se aplican todavía en el mundo del cine y la televisión. Por ejemplo, saber situar al público desde el primer momento en el centro de la trama. En una misma historia presentar varios escenarios y tramas, dar tanta importancia a los personajes más poderosos como a los aparentemente más secundarios; todos, ricos y pobres, reyes y siervos, hombres y mujeres, jóvenes o ancianos tienen la misma relevancia en la historia y su particular momento brillante. La importancia de crear personajes carismáticos y complejos, incluso psicopatológicamente perturbadores o los más perversos, con todos sus matices, pero también el valor de construir personajes positivos, pasionales y llenos de vitalidad. Y siguiendo con los personajes armar sus motivaciones, lo que les hace funcionar y actuar, los deseos y las mentiras. Cómo se construyen las amistades y los obstáculos para mantenerlas o las relaciones complejas de pareja o entre familiares. La estructura circular para algunas historias o cómo escapar de esa circularidad, de esa violencia brutal que todo lo envuelve. La importancia de crear bien un monólogo, la fuerza manipuladora de las palabras, la función de la confesión en una trama, la magia de la evocación… En fin, lo indispensable del diálogo como motor de una escena, el valor de los duelos verbales bien realizados o de aquellas conversaciones que evocan el pasado. La potencia dramática de la naturaleza o de las grandes batallas. El uso de la violencia explícita o sus excesos como recurso narrativo… La fuerza de la representación: el teatro dentro del teatro para contar algo o el cine como ensayo; el distanciamiento entre la obra representada y la realidad a la que se refiere, la reacción ante ello… o como el mundo es un escenario con un montón de posibilidades.

Así entre las páginas de este ensayo no solo aparecerán las claves y los mecanismos que hicieron universales las más importantes obras del bardo como La fierecilla domada, Romeo y Julieta, Enrique V, Hamlet o Julio César, sino que descubriremos el poderoso atractivo de películas como El silencio de los corderos, Reservoir Dogs o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford o de series como The Wire, Los Soprano, El ala oeste o The Big Bang Theory porque emplean esas mismas claves y mecanismos en su construcción. Y de esta manera queda acreditado realmente que Shakespeare es ese guionista invisible que todavía está detrás de muchas películas que nos apasionan, demostrando una vez más su genialidad.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

18 comentarios en “El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible, de Jordi Balló y Xavier Pérez (Anagrama, Colección Argumentos, 2015)

  1. ¡Leñe! ¡Maldición! ¡Voto a bríos! ¡Tengo que hacerme con este libro! ¿Tú sabes lo que has hecho? ¿Sabes lo que puede llegar a gustarme a mí este libro a poco que se parezca a lo que cuentas de él? (lo de las series no me interesa, la verdad, pero lo otro…)

    Si lo echo al montón de pendientes y se me cae el sofá donde acumulo las cosas que aún no he leído, culpa tuya será, que lo sepas…

    Besos

  2. Sí, mi querido Alfredo, hazte con este libro, pues estoy segura de que lo vas a disfrutar muchísimo. ¡Sin ninguna duda ponlo en tu montón de libros pendientes… No te arrepentirás!

    Beso
    Hildy

  3. Un texto entrañable, amiga Hildy. Hace ya un tiempo conocí a Jordi Balló y Xavier Pérez. Yo trabajaba y me aburría en un museo y ellos fueron a presentar su admirable “La semilla inmortal”. El aburrimiento es universal. Sus libros vienen a decir que ya todo está escrito y que lo único que debemos hacer es reconquistar los viejos temas de siempre y ponerlos a la orden del día. Ay, Shakespeare… ¿Qué es sino “El rey león”? Shakespeare lo tocó todo, como también lo hizo Homero, Dante o Cervantes, entre otros. También es maravilloso el libro de la tristemente olvidada Carmen Martín Gaite: “El cuento de nunca acabar”. Las mil y una noches… otro gran libro de cuentos de tradición oral. “Si la próxima noche aún sigo con vida y su majestad el rey me lo permite, os contaré el resto de la historia, que es mucho más sorprendente todavía”, dijo Shahrasad, como hacen algunas series televisivas a la cual estoy enganchado. Es más, me gusta estar enganchado a las narraciones. De niño no me contaron cuentos y ahora me gusta que me los cuente. El folletín. La espera del siguiente capítulo de la vida. ¿Qué es la vida? Eso, una narración con episodios, con capítulos. No doy un solo paso que no me recuerde a una historia que ya he leído como, por ejemplo, cuando voy cada día, hacia el atardecer, a pasear por el espigón. Me siento en una roca y contemplo el horizonte del mar, que no es otra cosa que el límite de nuestra mirada, y me digo: “¡Esto es lo que hacía el pequeño Jules Verne!” O contemplar la vida entre visillos imaginando otra…

    Besos inmortales.

  4. Sí, queridísimo Francisco, qué bueno es también La semilla inmortal. Y no hay nada mejor, como bien dices, que te cuenten cuentos, buenas historias, alrededor de una mesa, en un escenario, en una pantalla, alrededor de una hoguera, entre las páginas de un libro… y sí hay temas universales y formas de contar que funcionan, pero siempre hay buenas historias que parecen que nunca nos las hayan contado, y el tiempo pasa… Y en fin. Seguimos queriendo que nos cuenten una buena historia…

    Beso lleno de historias inmortales
    Hildy

  5. Querida Hildy,
    vaya un recuerdo para el recientemente fallecido maestro Franco Zefirelli,autor de la más bella adaptación fílmica de Romeo y Julieta (también hizo La fierecilla domada y Hamlet)
    Besos,IVÁN

  6. …..autor de la más bella adaptación fílmica de «Romeo y Julieta» y de una de las películas más cursis de toda la Historia del Cine (en durisima y edulcoradamente agresiva pelea con «Los paraguas de Cherburgo» de Demy….) Estoy hablando de «Amor sin fin.» Y de uno de los retratos de Jesucristo más acríticos de toda la Historia Contemporánea: «Jesús de Nazareth» Una visión que desde que se realizó hace las delicias de los sectores más ultraconservadores del Vaticano.

    Eso sí. Su versión de «Hamlet» es magnífica. Mel Gibson, con esa mirada que es incapaz de centrarse en un punto fijo, da totalmente el pego como principe presuntamente chiflado de Dinamarca. Para mi, mejor incluso que la versión de Laurence Olivier, (con demasiado corsé teatral). Y, por supuesto, infinitamente mejor que la aparatosa, ampulosa y soporífera versión de Kenneth Branagh.

    DIcho sea todo esto sin acritud. Un saludo.

  7. ¡¡¡¡Iván, sí, ahí va el homenaje a Zefirelli!!! Efectivamente merece la pena no perderse su Romeo y Julieta, y tampoco La fierecilla domada. También es interesante ver los ecos de su cine con una de las personas que más influyeron en él durante su juventud: Luchino Visconti.

    Beso
    Hildy

  8. Pues, Deckard, ahí estaba yo el otro día diciéndome que tenía que volver a recuperar el Hamlet de Zeffirelli. La vi hace una barbaridad y apenas tengo recuerdos de ella. Me apetece y ya la tengo preparada.
    ¡No he visto Amor sin fin, Jajajaja! (si te contara las cursiladas que me gustan… ¡Te confieso que me gusta Demy: los paraguas, las señoritas Rochefort o Piel de asno!).

    Beso
    Hildy

  9. Ojo, Hildy. Que yo no soy un fundamentalista de esos que le ponen la cruz a uno y ya le niegan el pan y la sal para siempre. Por ejemplo, me encanta «Las señoristas de Rochefort» Me parece incluso casi una obra maestra, A lo mejor es también porque la vi después de «Cherburgo» y me esperaba lo peor, pero me encanta y no tiene nada que envidiar a los mejores clásicos del musical americano. Y «Piel de asno» también me gusta. A su favor tiene que, al ser un cuento infantil (aunque todos los cuentos infantiles tienen moralejas adultas), pues se le puede perdonar esa estética quizás un tanto artificiosa.

    Pero no sé si sabes que Jacques Demy estuvo casada muchisimos años con Agnes Varda, y en Francia se empezó a correr la maldad de que las películas de Varda eran más masculinas que las de su marido…..

    Besos.

  10. ¡¡¡Sí, sé que estuvieron casados Demy y Varda, pero no sabía la anécdota que nos has contado!!!
    ¿Qué películas verían en las tardes con lluvia?

    Beso
    Hildy

  11. Pues no se, Hildy. A lo mejor resulta que ambos eran (un poco como el crítico abulico) fanáticos incondicionales de John Milius y en las frías veladas otoñales ambos se recogían al calor de la hoguera mientras se arropa an mutuamente y románticamente acometían de manera conjunta el visionado de un insuperable programa doble: primero «Harry el Sucio» y después «Amanecer Rojo»

    Que la gente a veces es así de contradictoria.
    Un abrazo.

  12. Pues no lo sé, Hildy. A lo mejor resulta que ambos eran (un poco como el crítico abúlico) fanáticos de John Milius, y en las recogidas noches otoñales, al calor de la hoguera, románticamente recogidos ante el fuego combatían el frío otoñal con un insuperable programa doble: primero «Harry el Sucio» y luego «Amanecer Rojo»

    Porque la gente, a veces, es así de contradictoria y nunca se sabe.

    Un abrazo.

  13. Querida Hildy,
    el mejor Hamlet cinematográfico,en mi modesta opinión, es el soviético de 1964.
    BesosIVÁN

  14. ¡Cuántas ganas de disfrutar de este libro tras leerte, querida Hildy! En mi biblioteca de cine atesoro «La semilla inmortal» y «Motivos visuales del cine», y ahora no me resistiré a añadir este título a la sección de estos dos autores. Un beso y ¡gracias!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.