Compañeros mortales (The Deadly Companions, 1961) de Sam Peckinpah

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Compañeros mortales es el primer largometraje de Sam Peckinpah. Y como todos los primeros largometrajes esconde ya claves para reconocer a su director en su obra cinematográfica posterior. Y es bastante normal que empezara con el western, pues sus primeros trabajos televisivos iban orientados hacia este género. Precisamente Brian Keith, el actor principal de una de las series de televisión donde había trabajado como director, The Westerner, recomendó a Sam como director de esta película. Y también en este rodaje comenzó la lucha de Peckinpah contra los productores, o hacia aquellos que consideraba frenaban su espíritu creativo. En su primera película ya aparece una violencia, de momento contenida, que iría estallando a lo largo de su filmografía. Así como un tono crepuscular y desencantado… con la construcción de una historia de amor de dos personajes al margen. Personajes tan queridos por el director, que vivió en sus entrañas el desarraigo, autodestruyéndose poco a poco con el alcohol y las drogas.

Compañeros mortales cuenta un extraño viaje de personajes marginales y unidos en un principio tanto por la fuerza como por oscuros motivos de venganza y pasado. Tres hombres, una mujer y el ataúd de un niño se dirigen a un fantasmal pueblo a través de un paisaje desértico con amenazas externas (los apaches) además de lidiar con las heridas internas…

El conflicto arranca a través de un enfrentamiento violento en un pueblo que termina con la muerte accidental de un niño de nueve años, hijo de una de las chicas del Saloon. Esta anteriormente en una misa, celebrada en el bar, ha sido menospreciada por las demás mujeres, que la acusan de ser madre soltera, de desconocer quién es el padre del pequeño y por el trabajo que ejerce. Así sumida en el dolor, decide que no quiere enterrar allí a su hijo, sino llevarle al cementerio donde su marido está enterrado…, una historia que nunca nadie quiso creer. Nadie quiere acompañarla en su travesía, solo tres forasteros que han llegado al pueblo con la intención de robar el banco. Uno de ellos es el que accidentalmente mató al muchacho. Los otros dos se unen, uno porque se siente atraído físicamente por la mujer y el otro porque va donde este vaya.

Compañeros mortales tiene un tono de desencanto y elegía que va narrando con calma una historia de amor entre dos personajes rotos y frágiles, la chica de saloon y el forajido que nunca se quita su sombrero y que lleva cinco años tratando del culminar una venganza. Ella tiene el rostro de Maureen O’Hara (la gran dama del western y de aventuras exóticas) y él es Brian Keith, un tipo duro. Es curioso que ese mismo año la misma pareja triunfaría con otra película totalmente diferente y muy popular, Tú a Boston y yo a California. Lo que demostraron en ambas es que había una química especial.

La violencia siempre está presente a lo largo de todo el camino… pero todavía no estalla como en las obras posteriores de Peckinpah. En el modo en que Brian Keith, un héroe solitario que arrastra un pasado doloroso que se oculta bajo su sombrero, conoce a sus dos compañeros de andanzas (luego se va revelando que se une a ellos para culminar una venganza que le hace sobrevivir en su día a día). Dos compañeros rudos y violentos, un pistolero sin escrúpulos (Steve Cochran) y un hombre mayor que va arrastrando su locura (Chill Wills). En la manera en que transcurre el tiroteo en el pueblo adonde llegan que culmina con la muerte del pequeño. En sus encuentros con los apaches (los indios aparecen de manera estereotipada y sin personalidad alguna, solo hay uno que se distingue respecto a los demás pero apenas tiene identidad dramática, solo actúa como amenaza)… y en la resolución final del relato (que es donde más se contiene… y parece ser que por imperativos de producción) donde prima la historia de amor para poder dotar a sus dos personajes de un posible futuro común.

Es muy interesante el visionado de esta película porque aunque no es redonda pueden verse las semillas cinematográficas del futuro realizador Sam Peckinpah (y el principio de su autodestructiva personalidad) y permite descubrir un western desesperanzado y trágico que logra describir una sensible relación entre dos personas rotas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

4 comentarios en “Compañeros mortales (The Deadly Companions, 1961) de Sam Peckinpah

  1. En efecto, se ve hacia a dónde apunta Peckinpah, pero la verdad es que me pareció una peli con poca consistencia. También quizás debido a lo que señalaba el propio director (y que también serviría para adivinar otra constante de su obra venidera). Y aquí cito textualmente (ejem): “Lo que aprendí de Compañías mortales es que nunca tienes que aceptar dirigir una película si no tienes el control del guion. Desde entonces, he aprendido que a veces ni eso basta.”

  2. A mí, querido crítico abúlico, aunque no me pareció redonda, sí me tocó, me llegó, la relación entre la chica de Saloon y el tipo duro. Ahí me conquistó. Y, sí, la historia tiene hilos que se le escapan… pero a mí hubo momentos entre ellos dos que me emocionaron. Mil gracias por la cita de Peckinpah. Es cierto que Peckinpah nunca estuvo orgulloso de su debut cinematográfico… pero me gustó mucho verla, atrapar su huella, sus semillas…

    Beso
    Hildy

  3. Mi querida Hildy, a mí me gusta Peckinpah hasta cuando la caga («Convoy», por ejemplo). Y este debut, nada glorioso, apunta maneras, como dice el clásico. Despliega, mal que bien, todo el universo sobre el que girará su futuro cine, y aunque estamos de acuerdo en que estas películas iniciales, como «Duelo en la Alta Sierra» o «Mayor Dundee», no son ni mucho menos perfectas, tienen un sabor a cine y a vida que las hace imprescindibles. Hay sabiduría en sus textos, hay poesía en su mirada, hay fatalidad, humor e ironía de la vida. Yo me pregunto, ¿qué más se puede querer de una película?

    Besos

  4. Jejejeje, ahí siento, mi querido Alfredo, tu pasión por la obra de Peckinpah… pero tienes razón yo en Compañeros mortales vi esa poesía en su mirada, aunque fuera solo una sombra…, sentí en algún momento la emoción.

    Beso
    Hildy

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