Un relato me sirve para empezar a dar rienda suelta a mi reflexión. En La vieja del cinema de Vicente Blasco Ibáñez se cuenta la historia de una anciana pobre que vende verduras por las calles parisinas y es alcohólica. Son los últimos días de la Primera Guerra Mundial y una de sus penas es la pérdida de su nieto Alberto “un obrero aficionado a los libros” en el frente. Un día entra en un cinema atraída por el cartel de una película… una alsaciana perseguida por un malvado alemán. Allí empieza a ver la película y escucha a un ‘espectador entendido” que algunas escenas de la película son imágenes de archivo, recortes y demás. De pronto la anciana pierde la cabeza porque al mirar una de las escenas de la película, esta transcurre en una trinchera donde hay un montón de soldados descansando, “uno ellos escribía una carta sobre sus rodillas puesto de espaldas al público. Poco a poco volvió la cabeza y sonrió a las gentes, yo dudé, creyendo que veía mal. Luego debí gritar. ¡Era mi nieto!”. A partir de ese momento la anciana empieza a ir todos los días al cinema y les dice a todos sus conocidos que se va allí porque su nieto trabaja todas las noches… Hasta que pasados los siete días (el día justamente que se anuncia la paz)… hay un cambio de cartelera. Y para esa abuela “me lo han matado por segunda vez”… ¿Es una ilusión, es una imagen de archivo que atrapa a su nieto con vida, es un extra parecido a su nieto…?
Y es que esta mujer, esa abuela, en una sala de cine… ante la ilusión de una imagen ha logrado resucitar a su nieto… Ese es el poder que a veces ejerce en el espectador el cine (o una fotografía, o una serie de televisión, o una novela). Un poder que es difícil de explicar y que crea situaciones reales y extrañas, muy extrañas, aunque parezcan empapadas de cotidianidad. En eso reside parte de la fascinación y la necesidad del cine.
No hace mucho escribía sobre Persiguiendo a Betty de Neil LaBute. Ahí la protagonista lograba huir de lo gris de su vida siguiendo un culebrón televisivo. Su protagonista, un cirujano, era un motivo para seguir adelante. Hasta tal punto que al vivir un hecho traumático y quedarse en estado de shock…, crea una realidad paralela en la que da vida real a los personajes del culebrón y decide irse a por el cirujano, porque en realidad es un amor de su adolescencia. Después de dejarle, todo empezó a torcerse en su vida… Al escribir sobre la película de Neil LaBute, recordaba también a la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo de Woody Allen que también trataba de superar su situación de mujer maltratada en plena Depresión norteamericana en la sala de cine. En una película de aventuras, se enamora de un personaje, un explorador. Y de pronto esa ilusión, esa imagen, cobra vida y también se enamora locamente de la espectadora que busca consuelo…
También Woody nos regala una maravillosa escena de ilusión cinematográfica en Hannah y sus hermanas, su personaje está buscando un sentido a la vida, en su desesperación intenta suicidarse pero falla y sale a la calle desesperado: “Me metí en un cine. No sabía que estaban poniendo. Solo necesitaba unos instantes para poner orden en mis pensamientos y volver a ver el mundo desde una perspectiva racional. Subí al primer piso y me senté (En esos instantes, en la pantalla de cine se ven imágenes de una película de los hermanos Marx, uno de sus momentos musicales). Ponían una película que había visto varias veces desde que era niño y siempre me encantaba. Me puse a mirar la pantalla y la película me enganchó. Empecé a pensar: ¿cómo puedes pensar siquiera en suicidarte? Mira a toda esa gente de la pantalla. Es divertidísima. Y ¿qué mas da si lo peor es cierto, si Dios no existe y solo pasas por la vida una vez?¿No quieres vivir esa experiencia? No todo es una pesadez. Pensé: Debería dejar de amargarme la vida buscando respuestas que nunca tendré, y disfrutar de ella mientras dure. Y después, ¿quién sabe? Quizá haya algo. Nadie lo sabe. Sé que ‘quizá’ es algo muy frágil a lo que aferrarse, pero es lo que hay. Empecé a relajarme a pasármelo bien”.
O tampoco puedo olvidarme de Los viajes de Sullivan (1941) de Preston Sturges, su protagonista –un director de cine de comedias que harto de este tipo de películas decide que tiene que rodar películas reales y que para eso tiene que vivir en el mundo real, empaparse de realidad… y decide aventurarse fuera de la burbuja que vive en Hollywood– termina en una cárcel dura. Uno de los días llevan a los presos, atados, a una iglesia humilde, muy humilde, donde tanto el cura como todos los feligreses son negros (que también se encuentran al margen, como los presos) para la proyección de una película. Empieza la proyección y se produce un momento mágico. Es un corto Disney y su protagonista es Pluto. De pronto, el protagonista ve cómo todo el mundo empieza a reír a carcajadas. Un montón de hombres y mujeres con circunstancias muy duras en sus vidas… ríen sin parar, lloran de la risa… y de pronto él se ve arrastrado por esas risas. Y descubre de pronto, de golpe, el valor de sus comedias cinematográficas…
Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención de un libro del profesor José María Caparrós Lera (100 películas sobre Historia contemporánea) fue cuando ilustra con películas la etapa de la Depresión americana y en un momento dado se refiere a una tesis doctoral sobre el mundo rural de otro profesor, Andreu Mayayo, que tiene una parte que habla sobre Las uvas de la ira de John Ford y ahí escribe: “El cine durante el New Deal se convirtió en un espectáculo de masas, desde 1927 con la banda sonora incorporada. Los norteamericanos, en plena depresión económica, reivindicaron la entrada gratis para el cine, ya que lo consideraban una necesidad básica como el pan y el vestido. Había hambre de cine…”.
Tampoco olvido mencionar (hace poco escribí sobre él) la vida de François Truffaut, director que siempre reconoció que el cine fue el que le salvó de una vida errática. Así fue, para él el cine fue una tabla de salvación continua. Su vida era el cine, y el cine le hizo vivir… Y sus películas le sobrevivieron…
Lo que trato de reflexionar finalmente es por qué el cine crea adicción o engancha tan poderosamente (y como hablo del cine, hablo de fotografías, series de televisión, novelas…) y cómo a veces no tiene que ver la vía racional y sí, la emocional, la de los sentidos. Trato de desenredar el misterio del cine u otras artes creativas. Y su poder sobre el ser humano. Yo también he vivido situaciones en que la sala de cine ha sido mi salvación (o simplemente el poder ver en el salón de casa una película) o me ha ayudado a superar situaciones que me parecían imposible de encajar. Y otras personas me han contado situaciones similares. Recuerdo un gran amigo mío, que estaba muy enfermo, y siempre me decía que la sala de cine para él era un sitio que le traía una tranquilidad que no conseguía en otros sitios. He vivido algunas situaciones en la sala de cine, dignas de contar, como la proyección de Million Dollar Baby… y en un momento desgarrador, una señora gritar a pleno pulmón (refiriéndose a uno de los personajes) e impotente: “Pero, cómo puedes ser tan hija de puta”. O en otra de Eastwood, como El gran Torino, un señor en su butaca comentando con su amigo cada salida del personaje protagonista como si fuera un colega de toda la vida. O como en un cinefórum de El Odio, una chica salió disparada terminada la proyección porque me comentó que había sufrido tanto y estaba tan tocada por cada uno de los personajes protagonistas que no podía quedarse a reflexionar absolutamente nada. ¿Por qué enganchan y seducen ciertas series interminables de televisión y a veces de calidad ínfima –los famosos culebrones– (aquí no olvido uno de los mejores personajes de Caro Diario, el intelectual enganchado a la televisión y la propia película de Moretti que no sería posible sin el cine y su influencia sobre el ser humano) o de calidad magnífica? ¿Por qué te aferras a ciertos personajes cinematográficos y no los olvidas? ¿Por qué ciertas películas, que sabemos a ciencia cierta que no son obras de arte, permanecen en nuestra memoria o de algún modo nos marcaron? ¿Por qué el visionado de ciertas películas –verdaderas obras maestras– pero vistas sin la conciencia de que lo sean, te remueven hasta tal punto que algo cambia en tu interior? ¿Por qué no dejamos de ver cine…?
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Porque es un espejo de nosotros mismos. O, más propiamente: es un agujero que nos permite observar nuestra realidad sin implicarnos, sin riesgo. Eso de entrada, porque nadie sabe cómo puede afectarte el poso de lo que has visto… Es decir, el «efecto espejo» sumado al «efecto voyeur» es irresistible. Por supuesto, no todo el cine, ni siquiera la mayoría del cine, da para esto. Y cada vez menos, por el propio cine y por el espectador tipo, consumidor de películas, que se lleva fomentando desde hace décadas. En todo caso, es una compleja mixtura de motivos racionales y emocionales que tienen que ver con la fascinación del ser humano por contar historias o asistir a ellas, desde que un tipo pintó el contorno de su mano en una cueva hasta el último escritor o juntaletras que intenta crear algo de la nada. Dejar algo en la vida como prueba de que uno ha existido. Vivir muchas vidas como forma de exprimir la única que tenemos.
Besos
… Mi querido Alfredo, a mí siempre que me preguntan por qué me gusta el cine… yo siempre respondo que es porque me fascina que me cuenten historias. Aunque luego hay muchos más misterios e incógnitas alrededor de la ilusión cinematográfica (y otro tipos de ilusiones que ha tenido siempre el ser humano… «desde que un tipo pintó el contorno de su mano en una cueva») que son realmente difíciles de explicar. Como siempre un placer leerte y compartir opiniones con vos.
Beso
Hildy
Quizás nos sacuda por que en cierta manera son historias a las que podemos ponerles un rostro. Son recuerdos que nos han sucedido o querríamos que nos sucediesen. O por el contrario que nunca pasaran, pero sabemos que pasan
En fin, es la memoria mortal trasladada a lo que nos gustaría o por lo contrario o la que ha sido y no nos gusto o lo que nunca debería de pasar. Imaginación en movimiento guiada por imágenes que si consiguen su misión. Nos hacen sentir sensaciones. En realidad la magia es que a cada uno, sea de distinta forma mostrando lo mismo. Cuidate
Hola Hildy,
En tu último párrafo creo que das un poco con la respuesta. El cine es ante todo un espectáculo de masas -de ahí que fuera despreciado por algunos intelectuales en sus inicios- y creo que la mayor parte de su encanto reside en compartir esas historias que nos impactan con otras personas; saber que ellos han sentido lo mismo que nosotros… o todo lo contrario. Discutir, filosofar, como te decía en el comentario de ‘Boyhood’. En una época en la que cualquiera puede tener pantallas de televisión HD, sonido envolvente, calidad de imagen Blu-ray y la comodidad del salón de tu casa… ¿qué aporta el cine? ¿Por qué seguimos yendo, los que vamos? Pues porque no puedes meter a 200 desconocidos en tu casa para que te acompañen a vivir una nueva aventura. Ese es su valor añadido.
He vivido sensaciones impagables en el cine que no podría haber vivido en otro sitio: el aplauso mudo de la sala cuando Anne Hathaway termina de cantar en ‘Los miserables’; el grito unánime de dolor cuando Hilary Swank se golpea con el taburete en ‘Million Dollar Baby’; las risas de la escena de ‘Sopa de ganso’ en la que Harpo Marx confunde una radio con una caja fuerte; las lágrimas de los padres que llevaron a sus hijos a ver ‘Up’, mientras éstos los miraban atónitos.
Soy una persona bastante solitaria, pero me encanta la sensación de estar acompañado en una sala repleta (de gente educada, claro).
Que viva el cine 🙂
Besos,
Víctor
Querido Plared, cómo me han gustado esas palabras de «imaginación en movimiento»… Sí, explicas muy bien parte del misterio de la ilusión cinematográfica… Esa memoria que no fue, la que será, la que nos gustaría que hubiese sido, la que es…
Besos
Hildy
Que viva el cine, querido Victor, y efectivamente es maravilloso el cine en el cine. Yo también voy muchas veces sola al cine y me encanta esa sensación y mirar a veces los rostros de otros espectadores. Y me encanta leer todas esas anécdotas que viviste en salas de cine. Es un mundo muy rico pero que muy rico… en curiosas y placenteras experiencias… Me encanta esa sensación de compartir historias en una sala de cine y como cada espectador mira esas historias con ojos diferentes.
Besos
Hildy
Querida Hildy, qué difícil saber porqué uno siente fascinación por el cine… Yo no voy al cine hace bastante tiempo, desde que dejé la ciudad para vivir en lugares más tranquilos, pero recuerdo y extraño esa sensación tan especial de (casi) hermandad con un puñado de desconocidos que durante dos horas sienten lo mismo que uno, sabiendo y a la vez olvidando que el otro existe, y es que a veces parecería que la película se proyecta sólo para uno. En cuanto al cine como experiencia «hogareña», es una presencia constante en mi vida y creo que sigo siéndole fiel no sólo porque me permite soñar despierta y vivir otras vidas sino también por algo sobre lo que estuve reflexionando en estos días. Tal vez esté demasiado sentimental, pero se me ocurrió que cada vez que uno vuelve a mirar una película (sobre todo una hecha por gente que ya no está entre nosotros), contribuye a que siga viva y de esa manera pasa a formar parte (en una ínfima e insignificante milésima de porción, claro) del legado de esa película. No lo sé bien, todavía lo estoy pensando…
Un beso grande, Bet.-
Querida Bet, con tu reflexión me has hecho recordar una entrevista que realizaron a un actor español que se llama Emilio Gutiérrez Caba y dijo algo precioso. Comentó que a veces no nos damos cuenta de que en el cine nos enamoramos de sombras. Y narraba como fue a ver una película, cree que de la época británica del maestro del suspense, y entonces se sintió atraído totalmente por la protagonista. Y solo cuando salió de la sala reflexionó que esa mujer que tanto le había gustado era en realidad solo una sombra.
¿A que es una bonita anécdota?
Un beso enorme
Hildy
No puedo añadir nada. Solo felicitar. El texto emociona.
Querido crítico abúlico, muchísimas gracias. Seguiremos yendo a la sala de cine…
Un beso
Hildy