Sigo yendo a las salas de cine. Y la pandemia no lo pone fácil. Admiro, sin embargo, cómo las salas que quedan en mi ciudad están luchando por permanecer abiertas. Mantienen la ilusión, las sesiones que pueden y surgen nuevas ideas para continuar vivas. Y yo suplico por los rincones que sigan adelante, que puedan mantenerse. Para mí una ciudad sin cines… Las echaría tanto de menos. Porque cada vez que puedo, me meto en una, y vuelve para mí la calma. Siempre he pensado que en las salas de cine nada malo puede pasarme, y sigo creyéndolo. Quiero ser una espectadora fiel, no quiero dejar de serlo. El cine en el cine no es ninguna tontería. Desde pequeña ha sido mi ritual más amado y, por qué no decirlo, sagrado. Me siento en una sala y todo a mi alrededor se calma. Logro desconectar del mundo. Se apagan las luces y nace una historia de la pantalla, y durante hora y media o dos o más… viajo.
Durante el 2020, en cuanto abrieron las salas de cine, he acudido todo lo que he podido. Y ahora en 2021 tampoco está siendo fácil recuperar el ritmo. Pero yo sigo comprando mis revistas de cine (que merecen otro homenaje), mirando las programaciones de las salas de cine en sus distintas webs, y acercándome en cuanto puedo. Una de las iniciativas ha sido reestrenar clásicos. Luego bastante cine de nuestros lares, cine independiente y cine de países diversos están teniendo mucho espacio en las pantallas. Así he podido ver varios largometrajes nominados a los Goya de este año (Las niñas, Sentimental, El plan, La boda de Rosa, My Mexican Bretzel, Corpus Christi, Falling, El agente topo…), también alguno de los clásicos reestrenados o títulos de otros sitios lejanos. E incluso pude acercarme al cortometraje de Pedro Almodóvar que va camino a los óscar, La voz humana. Solo espero recuperar pronto el ritmo de siempre, y que otros espectadores fieles se animen y se acerquen a las salas de cine de nuevo.
De pronto, este fin de semana me vino un recuerdo. Hace tres años me presenté a un concurso de cuentos de cine. Me dio por la ciencia ficción en ese momento. Al leerlo de nuevo me he sorprendido de lo acorde que es con estos tiempos. Fue como una especie de premonición.
Valga de homenaje a las salas de cine, porque no hay sitio mejor para disfrutar de una película. Aquí os lo dejo.
El búnker
Me gustaría ser el capitán Gregg, el fantasma de la señora Muir, y decirle al oído: “Cómo te habría encantado el Cabo Norte…, los fiordos y el sol de medianoche. Navegar entre los arrecifes en Barbados donde el agua azul se torna verde. ¡A las Malvinas, donde los vientos del sur cubren de espuma el mar! Lo que nos hemos perdido, Lucy. Lo que nos hemos perdido los dos. Adiós…, querida mía”. Pero no soy un fantasma, ni tengo una Lucy de la que despedirme. Tan solo soy un solitario espectador encerrado en mi sala favorita de cine, junto a otros espectadores fieles, disfrutando de un maratón. Y ahora estoy otra vez emocionado con la película de Mankiewicz.
Rebobinemos, como se hacía antes con los VHS. Después de los últimos acontecimientos, que salían continuamente en los telediarios, el propietario de la sala de cine nos propuso a los más fieles, a los de toda la vida, que eligiésemos nuestra película favorita. Y que tal día como hoy empezaríamos un maratón, desconectados de las noticias y solo viendo aquellos largometrajes que nos habían marcado de alguna manera. Nos dijo que duraría lo que tuviese que durar. Y que la comida, la bebida y demás corrían a su cargo. Todos los solitarios espectadores de la sala aceptamos a ciegas. Nos conocíamos de vista y, aunque muchos no habíamos cruzado palabra, sabíamos que teníamos una especie de complicidad indestructible. Solo hubo una condición: para que el aislamiento fuese total y absoluto, dejaríamos los teléfonos móviles en casa.
Y aquí estamos. A veces entre película y película nos vienen ruidos del exterior como hélices de helicópteros o ráfagas de fuegos artificiales (¿por qué pensar que son otra cosa?). Pero enseguida da comienzo una nueva proyección, y olvidamos. El cine además es cómodo. Tiene sus baños acondicionados a la perfección; un pequeño bar hasta arriba de provisiones; en el enorme hall hay unos cómodos sillones y unas estanterías repletas de libros (algunos trajimos nuestros tesoros de casa) por si alguna de las películas no es de nuestro agrado, leer un poco… Todo pensado para lo que intuimos va a ser un largo maratón… o a lo mejor acaba antes de lo esperado… La incertidumbre está ahí, como en una buena película de cine negro, y el destino trágico también.
Apenas hablamos, sí sonreímos mucho. Y disfrutamos juntos de las películas. El personal del cine se ha unido a nosotros. Las taquilleras que nos han vendido las entradas durante años (yo me negaba a sacarlas por Internet), los acomodadores de sala y los proyeccionistas que se van turnando (aunque ahora con los DCP, algunos piensan que no es tan emocionante encerrarse en cabina). Ahora se proyecta mi favorita, 12 monos, que ilustra mi pasión por la ruptura del tiempo lineal. Quizá no todo esté perdido. Tal vez en distintas dimensiones, siempre estemos atrapados en el maratón. Me encanta cuando James Cole escucha con gozo y casi en éxtasis a Louis Amstrong y su versión de What a wonderful world… Al final vuelvo a llorar de impotencia ante esos dos amantes condenados a encontrarse y perderse una y otra vez. Dudé sobre qué película decir al propietario de la sala: la decisión estuvo entre 12 monos y En algún lugar del tiempo. Si realmente el tiempo no es como lo percibimos, queda la ilusión de que estamos salvados… y que en la sala de cine nada malo nos va a ocurrir. Y siguen las proyecciones. Ninguno mostramos ya preocupación o nerviosismo, estamos totalmente entusiasmados con las imágenes. O disimulamos muy bien.
No sé los días que llevamos. El propietario realizó bien su labor con la comida y no pasamos hambre. Solo se equivocó con las palomitas, ya no quedan. Incluso sabemos que uno de los espectadores fieles es médico, así que pequeños percances se han solucionado. Hoy me ha llegado especialmente Starman de John Carpenter. He pensado que ojalá existieran seres de otras galaxias y pudiéramos partir lejos, que un ovni gigante se llevara la sala de cine y volásemos por el espacio disfrutando de las películas. Nos sentimos unidos mirando la pantalla de cine. Intentamos que nuestras emociones sean las mismas que nos transmiten las películas… Nos aferramos a ellas.
No tengo ni idea de si es de día o es de noche. Ya ni siquiera sé cuántas semanas han pasado. Estamos llorando de risa con la escena de la trompeta en El Guateque. De pronto, entra un desconocido, se pone delante de la pantalla y grita aterrorizado. Quiere contarnos algo. Nosotros seguimos mirando a Peter Sellers y levantamos la mano, pidiendo al proyeccionista de cabina que suba el volumen. El hombre deja de gritar, nos mira sin entender, se sienta aturdido en una butaca y se pone a ver la película… Primero llora, pero después de unos minutos empieza a sonreír, hasta que termina soltando una carcajada.
La rutina continúa, el tiempo pasa… y vemos películas. Entonces hay un apagón… Me pone triste oír los sollozos de otros espectadores. Y yo vuelvo a acordarme del fantasma de la señora Muir, sigo sin tener una Lucy de la que despedirme. Pero no puedo evitar decir en alto: “Lo que nos hemos perdido, Lucy. Lo que nos hemos perdido, compañeros. La proyección ha terminado”. Silencio.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Ay Hildy, querida.
Así es el cine, añoramos a fantasmas de ficción. Como una doble mentira es la verdad más plena que llevamos dentro.
¿Sabes? Debo ser un cinéfilo de los que menos cine han visto en salas de cine. Excepto en mis años de universidad en Madrid, que sí iba de vez en cuando a la Filmoteca y menos a salas de estreno (estudiante pobretón) y el poco tiempo que llevo en la pequeña ciudad en la que estoy, no he vivido en lugares con cine. Tengo que reconocer que soy un cinéfilo televisivo. Se me hizo el gusto con el trasnoche insomne del Cineclub en la segunda a las tantas de la mañana. Aquella lotería en la que te podías encontrar con cualquier cosa. Ay, el cineclub de la segunda.
Aquí en mi ciudad solo hay un cine de varias salas que tiene que amoldarse a los gustos del general, aunque siempre procuran arriesgar en alguna sala. Procuro ir para «hacer gasto» y son ejemplares en el trato y en el esfuerzo que hacen por mantenerse a flote, pero me pregunto si volverán a abrir.
Había escrito un párrafo pesimista sobre el futuro de las salas y el cine, pero lo he borrado.
Ahora son palabras fantasma
Un beso enorme
… fantasmas de ficción.
Sí, el cine son sombras…
¡¡¡Ay, la filmoteca!!! Tengo que ir más. Siempre que voy lo disfruto tanto…
Ojalá, vuelvan a abrir esos cines de tu ciudad.
Yo siempre pienso que pueden convivir y que es una auténtica gozada todas esas formas de visionar películas (en televisión, en plataformas, en webs, en blu ray, dvd, en salas de cine comerciales, en salas de cine alternativas, en salas de centros culturales, en filmotecas, en festivales, en ciclos…). Disfruto de todas, pero ver una película en una sala de cine para mí siempre ha sido algo tremendamente especial.
Beso
Hildy
Hola Hildy:
No hay nada como ver una película en una buena sala. Yo confieso que hace muchos años que gasto más en revistas de Cine (Fotogramas siempre) que en entradas. Pero el placer de una buena sala y una buena película es insuperable (siempre que no haya palomiteros, charloteros y demás fauna cerca). Si intento hacer recuento creo que, como mi tocayo, la mayoría de películas que he visto tenían un 2 por algún lado de la pantalla.
El cuento está muy bien… siempre que no hayas asistido a uno de esos «míticos» maratones. Yo asistí a uno, hace mucho y, creo, me salí en la tercera; debo ser escasamente multiorgásmico, una buena sesión doble y ¡Ya!
Por seguir con mi tocayo al juego de las diez diferencias: Yo trabajé, hace mucho, en Madrid e iba mucho al cine pero al Cine Doré fui muy poco por una pequeña razón, mejor dicho, muchas pequeñas razones: pulgas. Y, entonces, se pagaba en pesetas pero ya eran monárquicas.
Lo dicho que el cuento muy bien pero que el ruido no pare. Un saludo.
Efectivamente, querido Manuel. Para mí es un bonito ritual.
Otro importante son las revistas de cine, las secciones de cine, las webs y los blogs…
Me ha llamado la atención volver a leer ese cuento que escribí hace tres años para un concurso. Quise jugar con la ciencia ficción, y, bueno, me ha parecido curioso leerlo ahora.
Jajajaja, en algún festival me he hecho un auténtico festival de acudir a varias películas, una después de otra. Qué locura…
Beso
Hildy
A lo tonto desde que empezó el año me he visto 6 películas de Wong Kar-Wai en cines sin tenerlo previsto, simplemente porque ante la escasez de estrenos que me llamaran la atención he aprovechado que algunas salas de aquí han reestrenado sus películas y he ido a una por semana. Ha sido en parte porque echaba de menos estar en una sala de cine y en parte por apoyar a las salas pequeñas, cuyo futuro está más negro que nunca (las Filmotecas por suerte sobrevivirán, siempre nos quedará ese resquicio de esperanza).
Al final de todas las películas futuristas que he visto la que más acertó fue Wall-E con esa sociedad de seres humanos sentados en sus cómodas butacas y pegados a sus pantallas todo el día. Ay…
Querido doctor Mabuse, ¡no he hecho yo el ciclo de Wong Kar Wai! Pero ha sido una muy buena idea de las salas hacer ese ciclo… A ver si no dejo escapar volver a encontrarme con Deseando amar.
Cómo me gusta Wall-E. Yo me quedo con el robot en ese improvisado hogar que se ha hecho, aprendiéndose los musicales. Qué pereza me dio la nave de los seres humanos. Prefería mucho más la guarida de Wall-E y su mundo. Y esa macetilla de donde surge una planta…
Beso
Hildy
Hola Hildy!
Me ha encantado el texto, a medida que lo leía se me agolpaban imágenes y recuerdos. Aquí (Vigo) han vuelto a permitir la apertura de las salas con un 30% de aforo. Los cines como otras muchas cosas forman parte de nuestra vida, sin animo de ofender a nadie diré que los considero algo así como catedrales del recogimiento. Casi todas las viejas salas han cerrado y lo único que hay son cines en centros comerciales, es una pena que se perdieran algunas joyas arquitectonicas. Si bien todavía hay alguna fachada que apenas se mantiene en pie, asomas la cabeza a una reja oxidada y todavía puedes oler esa humedad que viene del interior. Quien sabe, quizas algunos viejos fantasma de celuloide pululen por el interior…
Besos y feliz semana!
Ostras, pues muy buen cuento. Aquí reabren este miércoles las salas. Ya que lo comentáis, precisamente la última que vi, en el último pase antes de cerrar, fue ‘Deseando amar’. Nada menos. Te diré que, aunque mi ciudad natal tiene cine, ofrece la clásica cartelera ultracomercial, esa que ruega atención a gente a la que no le importa ver una copia pirata con eco e imagen grabada a cámara, mientras maltrata a los cinéfilos que irían cada semana fielmente. Jamás nada en versión original. Estar ahora en una ciudad con una oferta rica en ese sentido no veas cómo se agradece (algo igual me ocurre con que haya diversidad en la música de los pubs… cuando estaban abiertos). De todas maneras, es desolador la pobreza de estrenos y el miedo a estrenar que está habiendo en estos tiempos de pandemia..
No obstante, mientras siga habiendo algo mínimamente interesante que ver, ahí seguiré. De momento, ya tengo el ojo echado a algo para el sábado. A ver si hay butacas, que con la restricción de aforo al 30% estarán disputadas…
Querido Fran, sí, hablas de otra cosa que durante todos estos años me ha dado mucha pena, y es efectivamente la desaparición de esos edificios que albergaban cines, y donde las propias salas eran una belleza arquitectónica. Tengo un libro que recopila todos aquellos cines de mi ciudad que se han ido cerrando y va contando cómo era su edificio, la sala, y muestra alguna fotografía de antaño. Sí, fantasmas de celuloide por esos supermercados o grandes superficies que antes fueron cines…
Beso
Hildy
Querido Crítico abúlico, ¡no se te escapó Deseando amar! Qué bueno. Planteas otro buen frente, no todas las salas de cine son iguales o se plantean igual el cine. Sí, qué gusto aquellas salas que cuidan sus carteleras, programaciones y condiciones de proyección. Al final todo esto repercute en un cuidado al espectador.
¡Qué bueno, disfruta este sábado en el cine!
Beso
Hildy
Qué bonito, Hildy, qué bonito….
¿Recuerdas cuando en «Hannah y sus hermanas» Woody Allen entra al azar en una sala para ver «Sopa de ganso» y todas sus preocupaciones existenciales se evaporan? Pues sí. Para muchos eso es el cine. Magia en la oscuridad. Abandonarse a lo imprevisto. Dejarte llevar para que te transporten a otros mundos (aunque «todos estén en este», ¿quién lo dijo? ¿Córtazar o Poe? Quizás Poe traducido por Cortázar….), o a mundos incluso imaginarios….
Aunque he de decir que yo no estoy siendo de «los últimos de Filipinas.» Antes de todo esto yo solía ir un mínimo de dos veces a la semana, pero esta situación lo ha trastocado todo. Aparte de que no hay estrenos, y por circunstancias personales, yo no estoy dispuesto a arriesgarme por la mayor parte del cine actual. Y aunque eso no sea muy heroico y reestrenen clásicos, se me hace todo muy extraño y triste. Ver a la gente con mascarilla en la sala, no poder conversar con naturalidad con la gente. Todo es muy lamentable. Aunque, espero, de corazón, que las salas sepan sobrevivir. Las necesitamos. Yo como el que más. Y, desde luego, si esto no acaba con ellas, entonces es que no desaparecerán nunca. Creo que en pocos meses volveremos a una cierta normalidad mejor para los ciudadanos en general y para los exhibidores en particular Ojalá.
Un abrazo.
P.D: Os invito a que tanto tú, Hildy, como tus lectores, os paseis por mi podcast de Ivoox, «El juguete de los Lumiére». En esta ocasión analizo a fondo «Tiburón». El enlace es https://www.ivoox.com/podcast-juguete-lumiere_sq_f11048773_1.html. Gracias (especialmente a ti, Hildy).
Me encanta esa secuencia que dices de Hannah y sus hermanas, Deckard.
Me gusta eso de la magia en la oscuridad o abandonarse a lo imprevisto o dejarte llevar…
Sí, todo eso se puede encontrar en una sala de cine.
¡Qué bueno, un nuevo podcast!
Además con Tiburón… Nunca la he visto en pantalla grande. Tuvo que ser impresionante verla en estreno en salas… Qué miedo.
Beso
Hildy
Pero que precioso relato, querida Hildy, que me ha emocionado en ese sentirme reflejada, pues en una circunstancia así sería una forma ideal de abstraerse de la realidad externa… Un reducto de paraíso con un tiempo y espacio propio.
Ese hombre que llega gritando y que, tras no ser atendido por el resto, se deja llevar por la proyección terminando riendo como los demás, me ha recordado el final de «Los viajes de Sullivan», un memorable ejemplo de cómo, ante incluso las mayores adversidades, la magia del cine nos atrapa y rescata del desánimo. Lo estamos comprobando a lo largo de toda esta pandemia.
Pero como la pantalla grande, nada. El otro día vi por primera vez «2046» en una sala (tras saborear antes también de nuevo esa joya titulada aquí «Deseando amar»)y fue todo un placer poder sumergirse así en el universo onírico de Wong Kar-wai.
Joseph L. Mankiewicz figura entre mis directores favoritos desde que lo descubrí en un completo ciclo que le dedicó, allá por el siglo pasado, TVE2 con sus maravillosas programaciones retrospectivas. Recuerdo el romanticismo de «El fantasma y la señora Muir» y ahora mismo compraría la entrada si algún cine se animara a proyectarla. Que bello homenaje le has dedicado iniciando y cerrando tu relato con ella.
Ojalá que los fantasmas nos sigan susurrando al oído mientras nos identificamos con los personajes con los que interactúan en esas grandes pantallas donde los trenes de sombras cuentan con sus mejores estaciones.
Salud y un cinéfilo abrazo.
Sí, qué bella tiene que ser El fantasma y la señora Muir en pantalla grande, queridísima Ana. No la he visto en sala o en Filmoteca, siempre la he visto en DVD o en la tele, y me chifla.
A veces en el cine se pierde la noción del tiempo y espacio, ¿verdad?
Cómo me alegra que te haya gustado el cuento.
Beso
Hildy
¡Qué hermosura de homenaje, mi querida Hildy! Ay, ese romanticismo de los cines… Toda la razón, la sala de cine es un templo, pero para mí pesa más el recuerdo de las salas que fueron que la experiencia actual de ir al cine. Entendámonos, el cine, en pantalla grande, como debe ser, pero la experiencia hoy día… Primero, porque la inmensa mayoría de las grandes salas (en Zaragoza, por ejemplo, que las hubo a decenas, algunas de ellas entre las más grandes de Europa) ya no existen y se han sustituido por esas multisalas decoradas como parques infantiles con piscina de bolas, o peor, por la abominación de las salas de centro comercial. Y segundo, por las propias películas, porque a mí cada vez me cuesta más viajar con lo que veo, y cuando veo que en esas multisalas, de las diez o doce salas el noventa por ciento estrenan morralla.
Es bonito que se reestrene «El chico», o que se programe un ciclo de Kurosawa. Me gusta menos que lo hagan unas multisalas en las que el entorno no acompaña lo que vas a ver. La película te abstrae, te pierdes en ella, viajas, sí, y a la vuelta sales por un vomitorio al extrarradio de una ciudad donde se ubica un centro comercial de mierda.
El amor por el cine tiene, para mí, mucho (casi todo) de nostalgia, y la nostalgia, como la memoria, es tramposa.
Besos
Mi querido Alfredo, ¡por la continuidad de salas de cine que lo amen! Por el cuidado en la proyección y del espacio donde se ubican las pantallas en las salas de cine. Que no sea nostalgia, sino algo real. Ojalá, ¿verdad? Creo que es posible la existencia de esas salas que quieran el cine de verdad y cuiden el espacio.
Pero es cierto que esas enormes salas de cine de nuestra infancia han desaparecido.
En Madrid, sí hay todavía un listado (breve) de pequeñas multisalas, fuera de los centros comerciales, donde todavía apetece mucho ir una tarde al cine. ¿Sabes de lo que me acabo de acordar? Cuando todas las semanas, miraba por lo menos dos páginas en el periódico con todos los cines de la ciudad y todo lo que programaban con sus horarios. Y ver cómo podías elegir entre un montón de opciones… Ahora es una mínima columna.
Beso
Hildy