La condesa descalza (The barefoot contesta, 1954) de Joseph L. Mankiewicz

A Mankiewicz lo de contar una historia a varias voces le gustaba. Lo de presentar distintos puntos de vista según el personaje que narre la historia. Lo hizo, por ejemplo, en Eva al desnudo y volvió de nuevo a las distintas voces en La condesa descalza. Mankiewicz fue un buen director que a veces rozaba la realización perfecta con un uso inteligente del lenguaje cinematográfico y que se volcaba con sus guiones.

En La condesa descalza asistimos a un entierro en un día de lluvia donde muchos hombres grises rodean una bella estatua blanca de una mujer… la cámara se detiene en Humphrey Bogart que empieza a narrarnos la historia de María Vargas. Son tres hombres (su mejor amigo y director de cine —Bogart—, el relaciones públicas —Edmond O’Brian— y su esposo un conde italiano de la vieja aristocracia europea –Rossano Brazzi—) quienes nos van ayudar a construir el puzzle para conocer a esa mujer española y humilde que un día sacaron de un café madrileño cuando se buscaba una cara nueva para Hollywood. Una historia a golpe de flash back.

Si en Eva al desnudo diseccionaba con tiento el mundo del teatro con un guión redondo lleno de frases para recordar y con personajes memorables, en La condesa descalza intenta lo mismo con el mundo de Hollywood aunque con veneno y cinismo dosificado y no se dedica sólo a un Hollywood que no aparece físicamente (casi toda la película transcurre en Europa) sino también a una jet set europea trasnochada y una artistocracia europea vacía y carente de sentido (castrada, nunca mejor dicho). Mientras que en Eva al desnudo todas las piezas están bien situadas y encajadas, los diálogos son creíbles y la historia está perfectamente contada, La condesa descalza alcanza puntos de cinismo, buenas frases junto a otros diálogos menos creíbles, personajes bien construidos junto a otros que no lo están tanto… no es la obra cumbre de Mankiewicz ni como director ni como guionista.

La condesa descalza es un batiburrillo extraño lleno de defectos pero que en su conjunto engancha hasta el delirio y entonces entramos en campos donde la razón no existe. La condesa descalza es un cuento de hadas trágico con unas gotas de veneno y un envoltorio de melodrama pasional donde todos se empeñan en alcanzar a la mujer inalcanzable e intocable. A la mujer libre que se bebe la vida. Una mujer que sin quererlo enloquece y trastoca la vida de los hombres que están a su alrededor… y que a ella tanto le desagradan porque ninguno es su príncipe soñado. Prefiere irse con sus ‘primos’ que al menos los elige ella cuando le da la gana o acurrucarse en los brazos del amigo, Bogart, que nunca será su amante pero sí el único que siempre será sincero con ella.

Y ahí entramos en terreno interesante que es lo que ha hecho que esta película se convierta en mítica y objeto de culto. Y es la identificación total y los paralelismos que se han ido forjando entre la María Vargas ficticia y la Ava Gardner actriz de carne y hueso. Porque con el paso de los años se ha pintado o nos hemos imaginado a una Ava que a pesar de ser una estrella, toda belleza y con una carrera de éxito (sus orígenes también fueron humildes), siempre fue una mujer desgraciada e inalcanzable que trató de ser pájaro libre y beberse la vida (como tituló magníficamente su libro sobre la actriz en España, Marcos Ordóñez). Que prefirió Europa a Hollywood, siempre le fascinó España, y que tuvo una vida sentimental agitada y nunca estable. Un rostro bello que se fue marchitando y que escondía una mujer triste. Una mujer que se convirtió en estrella pero pronto dejó de interesarle el significado de ser estrella y que odiaba Hollywood y sus servilismos. Nunca estuvo plenamente satisfecha de su trabajo como actriz ni de los papeles que le ofrecían.

Probablemente si se hiciera una encuesta en el que se destacaran trabajos de Ava, seguro que siempre aparecería su María Vargas (y eso que creo que leí alguna vez que lo pasó fatal en el rodaje y que no se entendió con Mankiewick). Sin embargo la película es un delirio continúo en los detalles. Ese Madrid nocturno de decorado, por otra parte bello, con esa cantina y esos madrileños gritando emocionados ante el baile que no vemos (¡¡¡y menos mal!!!) de la futura estrella, mujer ya distante y misteriosa de personalidad subyugante. Esos dos hermanos pobres que vivieron en la miseria y el horror de la Guerra Civil (esto por supuesto fue quitado por la censura española en el momento de su estreno) hablando un español rarísimo y un perfecto inglés. Lo más kitsch de la película es ese momento en el campamento de gitanos donde Ava baila con uno de ellos un baile extraño que quiere ser algo parecido al flamenco pero denota más una especie de mambo lento con levantamiento de brazos y caras de pasión de la artista que deja hipnotizado a un Brazzi que no puede con tanto arte. O el mismo Brazzi, ese conde presentado como todo un príncipe varonil y héroe romántico que logra enamorar a la inalcanzable pero de pronto se convierte en un personaje siniestro y oscuro que no solamente es impotente por heridas de guerra sino que es un enfermo emocional y mental, celoso patológico que arruinará la vida ‘loca’ de la insatisfecha María…

Pero es todo este delirio continuo con algunos personajes perfectos y algunos diálogos agudos que muestran y critican el mundo de Hollywood lo que engancha y convierte su visión en un espectáculo que siempre me agrada ver. Porque como digo todo va más allá de la razón y en el delirio alcanza momentos álgidos. Y hablando de personajes en esta última visión me he quedado absolutamente prendada y engancha del personaje del relaciones públicas, ese hombre siempre con la cara sudorosa y entregado a un trabajo de apariencias y humillaciones continuas pero que conoce los entresijos y se mueve en ellos como pez en el agua y eliminando totalmente los sentimientos. Se trata de Edmund O’Brien, que forma parte de esos secundarios con algún personaje protagonista que nunca llegaron a estrellas pero siempre nos suenan sus rostros. Y a veces con sus apariciones superan a las estrellas inalcanzables porque son buenos actores, de profesión y vocación.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

2 comentarios en “La condesa descalza (The barefoot contesta, 1954) de Joseph L. Mankiewicz

  1. Hola querida Hildy!! Voy a hacerte la siguiente pregunta: ¿te suena el título, o has visto, una peli argentina titulada «Rosaura a las 10»? En caso afirmativo, te diré que a mí me parece inconcebible que no se la conozca más allá del país sudamericano. Si no la conoces te la recomiendo encarecidamente, te va a encantar. Yo la encontré ayer accidentalmente – ¡bendito accidente!- en youtube y no pude más que verla ¿Sabes que los argentinos la consideran la mejor película de su país? En cualquier caso, quedo alucinada que un film semejante no se haya distribuido todo lo que debiera. Por ponerte un ejemplo, «Los peces rojos» de Nieves Conde – otra peli española que urge reivindicar – y la misma son primas hermanas. Vamos, lo que viene siendo un hallazgo de los buenos, de los buenos de verdad que las interesadas guías de cine omiten por lo general.
    Te preguntarás por qué hago este comentario sobre el texto tuyo de «La condesa descalza». Hay una razón: la peli de Mankiewicz, como sabes, narra una secuencia desde dos puntos de vista. Pues bien, en «Rosaura a las 10» narra varias secuencias desde nada menos que cinco puntos de vista. Como te imaginarás, «Pulp fiction» no es tan novedosa como nos quisieron hacer creer en su día…
    Saludos!!

  2. Pero qué alegría me das, querida Isis, pues me descubres una película que no dejaré de ver. Además me interesa mucho el cine latinoamericano donde hay mucho que ver. Mil gracias.
    ¡Y qué razón tienes, qué buena es Los peces rojos! La vi hace poco por primera vez y la disfruté muchísimo.
    Y lo de ver una misma secuencia o historia desde distintos puntos de vista es algo que me fascina.
    Beso
    Hildy

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