La noche de los gigantes (The stalking moon, 1969) de Robert Mulligan/El juez de la horca (The life and times of judge Roy Bean, 1972) de John Huston

¿Por qué pongo estos dos westerns que nada tienen que ver juntos? Porque los considero dos westerns atípicos en una época (es curioso pero siempre se dice que es el ocaso del género) donde el género ya no era tan popular como en décadas anteriores aunque aún le quedaba y le queda vida eterna. Porque ambos están realizados por dos directores que no solían visitar el género…, bueno, John Huston hizo algún que otro intento (en la maravillosa y atípica también Los que no perdonan). Y porque ambos tienen momentos de puro cine y escenas para no olvidar. Porque los dos muestran planteamientos interesantes y porque los dos sin ser obras maestras son sin embargo obras redondas. Porque ambos están caídos un poco en olvido. Son dos westerns para rescatar y ambos cuentan con estrella de lujo en momento maduro: Gregory Peck y Paul Newman, ambos con sobrada experiencia en el género.

La noche de los gigantes

Sus personajes apenas hablan y si hablan dicen lo justo. Importan los gestos y las miradas. Es un western intimista y a la vez intenso. Inspira momentos de angustia e incertidumbre que inquietan. El argumento no puede ser más sencillo, Sam (Gregory Peck), un explorador del ejército retirado, protege a una mujer blanca con un hijo mestizo de un indio apache (padre del niño) apodado Salvaje. Existen dos personajes secundarios fundamentales: el viejo que ha cuidado las tierras del explorador hasta su retirada y el amigo del ejército, mestizo, al que le une un lazo especial de amistad.

Salvaje sólo será un personaje ausente pero siempre presente por el rastro de sangre que deja en su camino hacia un único objetivo recuperar al hijo. Una vez que llega al rancho de Sam, Salvaje se convierte en la sombra que acecha y destruye. Sólo le intuimos. En la sombra inteligente que hará todo lo posible por llevarse lo que considera suyo.

El Oeste que se presenta es una tierra de hombres duros y silenciosos que sobreviven. Hombres blancos que ya se ve cómo quieren quitarse de en medio a sus habitantes de siempre, los indios, también hombres duros que tratan de preservar su territorio. El enfrentamiento violento está servido.

Y en este enfrentamiento tienen un protagonismo especial los mestizos, mezcla de dos sangres que se odian. O se posicionan al lado de unos o al lado de los otros. Su corazón siempre dividido. Los mestizos en la película son el niño silencioso que va tras la madre pero siente también el deseo de regresar con el padre y al modo de vida que conoce… y el amigo del héroe que finalmente se decantó por el hombre blanco y es el que sirve de puente de comunicación entre el hombre blanco y los indios que serán sometidos.

De la madre blanca (Eva Marie Saint) apenas se nos cuenta qué ocurrió pero unas cuantas pinceladas resumen su historia. A la madre que ha vivido durante diez años entre los indios junto a Salvaje. La joven que vio cómo moría toda su familia a manos de los indios y cómo por sobrevivir elige vivir junto a ellos y tener un hijo con Salvaje. La mujer que para sobrevivir elige el silencio y el olvido y una vez rescatada las palabras y expresar los sentimientos le cuestan un mundo. La mujer que nunca se integró con los indios, a pesar del silencio, pero que se intuye ahora será rechazada por los blancos… sobre todo cuando cuestionen sus diez años de vida y a su hijo mestizo…

Pero en su camino se cruza Sam, el explorador del ejército silencioso y sencillo pero también buen hombre (aunque entra de lleno en el enfrentamiento hombre blanco-hombre indio) que de pronto siente la necesidad de no estar solo y para ello toma bajo su protección a la mujer que será repudiada menos en su hogar y a su hijo mestizo. Y así trata de forjar la familia que nunca ha tenido con cariño, esfuerzo y tesón. Quiere que ambos confíen en él. Además siempre contará con el amigo fiel que velará y se sacrificará porque Sam consiga su sueño o el abuelo tan solitario que sólo se derrumba cuando le tocan al compañero fiel de tantos años, su perro.

Así Robert Mulligan presenta un Oeste intimista y a la vez inquietante (con ese Salvaje que siempre se siente pero no vemos) lleno de silencios y miradas. De luz tenúe en una pequeña casa de madera y unos paisajes salvajes que la rodean.

El juez de la horca

O la reconstrucción satírica y esperpéntica con rastros de genialidad de un personaje histórico y mítico del salvaje Oeste, el juez Bean y su pandilla de alguaciles. Ese juez con rostro de Paul Newman que reconstruye a un hombre extremo en su salvajismo, su código de honor, su manera de impartir una ley que siempre infringió…, pero que es amigo de sus amigos, que cuando ama ama de verdad (con esa compañera fiel, el ángel mexicano, que le salva la vida al principio de la historia) y que atesora un amor idílico e ideal hacia la diosa inalcanzable una actriz a la que venera (y todos los que la rodean deben venerarla también), Lilly Langtry. El que sufre cuando tiene que sufrir, se emborracha como el que más y es un tipo muy peculiar pero que fuera del mundo que se crea no es más que un fantoche y hombre fracasado… que finalmente huirá herido del corazón y traicionado por los que ama de su particular paraíso creado. Como siempre Huston no desaprovecha para hablar del hombre fracasado.

Sin embargo tras el fracaso y la desaparición se reconstruye la leyenda. Siempre recordado por sus amigos alguaciles y por su hija que admira todo lo que le cuentan del padre y cuida su memoria. Él sólo vuelve a un mundo moderno y modernizado, donde ya no hay sitio para los caballos, las horcas y los héroes del salvaje oeste, para dar un final glorioso a su vida y a la de sus amigos alguaciles, ahora convertidos en hombres en descenso social y sin orgullo, sin un sitio en una sociedad que se llena de violencia, coches, dinero y torres de petróleo. Vuelven a impartir justicia a lo bruto montados a caballo, con mucho disparo y pirotecnia.

Todas sus andanzas son recordadas por distintos personajes que tuvieron algo que ver con él. Primero por un cura estrambótico que vive el comienzo de la leyenda, por uno de los hombres a los que llevó a la horca, por uno de sus eternos enémigos y socio y finalmente por el amigo fiel (que cuidará de su hija Rose). Todo es una recopilación de nostalgias: viejas fotografías y largas cartas de amor a su amor ideal.

John Huston y el controvertido guionista John Milius (recordado por su participación en Apocalipsis Now) ofrecen así una obra extrema, políticamente incorrecta y extravagante pero llena de momentos poéticos sobre todo los relacionados con el peculiar triángulo que se forma entre el juez, su amada terrenal, la mexicana María Elena y un enorme oso al que le encanta la cerveza. También juega a la aparición de rostros del momento y viejas glorias que conforman el universo personal de Bean: Ava Gardner como la mítica actriz y mujer ideal, Anthony Perkins como el esperpéntico cura, Victoria Principal como la mexicana amada, Jacqueline Bisset es la hija que guarda la memoria (la aparición más fugaz es la de Michael Sarrazin, popular en esos momentos hoy olvidado, en una fotografía), el guapo oficial del pasado Tab Hunter…, y hasta el propio director. Y ofrece momentos que son puro cómic como la aparición de ese malvado Bob El Malo, un albino caricaturesco, que quiere cargarse al juez. La película llama la atención por su tono extraño que combina momentos esperpénticos, con otros intimistas y de gran ternura junto a otros salvajes y extremos. Y en todo el metraje la presencia genial de Paul Newman en la reconstrucción de una peculiar leyenda.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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