La noche del cazador (The night of the hunter, 1955) de Charles Laughton

Hay películas inclasificables, extrañas y de difícil análisis. Y una de ellas es sin duda La noche del cazador, única película dirigida por el actor Charles Laughton. En el momento de su estreno fue un verdadero fracaso de crítica y público hasta tal punto que dicen que ése fue uno de los motivos por los que el actor no volvió ponerse tras una cámara. Sin embargo con el paso del tiempo la percepción para ciertos espectadores fue distinta y poco a poco se ha ido convirtiendo en película de culto.

¿Cómo definirla?¿Qué es lo que hipnotiza?¿Qué la hace especial para muchos? ¿Cómo valorar esta película o analizarla? A mí me fascina, me inquietan todos los mensajes ocultos a lo largo del metraje, su carácter onírico, de ensueño, de cuento infantil con gotas de crueldad, su irrealidad o falta de coherencia como ocurre en los sueños o en las mentes infantiles o en las de los fanáticos.

No es una película fácil y cuenta con un montón de miradas y lecturas posibles. Además está rodada con un lenguaje cinematográfico que a ratos inquieta, en otras perturba y oprime, en otros momentos ofrece pura poesía aunque sea empapada de muerte, en otras te traslada a un mundo que no es posible que sea real, otras te sumerge en un mundo de cuento tenebroso donde dos niños a lo Hansel y Gretel emprenden la huida de un mundo adulto que los oprime y asusta donde en su camino se cruzan con diversos obstáculos que no les deja despertar de la pesadilla…

Tan sólo por ciertas imágenes merece la pena ver una vez La noche del cazador: una mujer muerta en el fondo de un lago con un pelo rubio y ondulante. Apariencia espectral, quieta, recta, con un etéreo camisón blanco y sentada en un viejo coche. Unos niños en un granero donde sólo se ven sus piernas y un paisaje iluminado por la luna. De pronto el niño despierta y mira. Oye una melodía que reconoce y al fondo un hombre montado en un caballo…su miedo acecha. Unos niños encerrados en su habitación contándose una historia de reyes y muertes y una pared blanca donde se proyectan sombras… de pronto aparece la sombra gigante de lo que será su amenaza y pesadilla… el hombre con sombrero que será el predicador que cambiará sus vidas. La opresión y represión en la habitación matrimonial que en un juego de sombras y posiciones de los actores parece una iglesia donde sin embargo se va a cometer un terrible asesinato. Una barca con dos niños adormilados que marcha por un río lleno de corrientes, ruidos y pequeños animales y plantas en su superficie y en las orillas. La abuela anciana que protege a los niños sentada en una mecedora con un rifle siempre apuntado se une al cántico que realiza fuera el asesino… Y así una lista interminable.

También nos puede atraer por la interpretación grotesca y genial (sí, sí puedo unir los dos adjetivos) de un actor que nos regala personaje inolvidable, el predicador Harry Powell con el rostro de un Robert Mitchum que se sale. Así resulta difícil no identificar al hombre vestido de negro con sombrero de ala y unas manos gigantescas donde se tatua en los nudillos dos palabras: HATE y LOVE. Porque así ve él la vida una lucha constante entre el ODIO y el AMOR. Su interpretación llega al esperpento, porque es el monstruo real pero también el ogro infantil, el lobo feroz que acecha en el bosque… Un hombre despiado, fanático y psicópata que regala escenas de quitarse el sombrero. Tanto en sus explicaciones de filosofía de vida como en las que evidencia un odio enfermizo hacia el cuerpo femenino (fruto de pecado pero atrayente…) como el perseguidor incansable de los dos niños capaz de convertirse en el ogro temible y exagerado, en el hombre del saco, en el lobo que se comporta de manera extrema…

O también por disfrutar del trabajo de una antigua musa del cine mudo, la heroína de Griffith, Lilian Gish, que ejerce su arquetipo alargado en el tiempo de la mujer pura, angelical e inmaculada poseedora de todas las virtudes femeninas de una mentalidad profundamente rígida, creyente y religiosa… aquí convertida en una especia de abuelita protectora que cuenta sus cuentos con una única fuente: La Biblia. O de nuevo sufrir con la encarnación de mujer trabajadora pero a la vez sensual que vive en un ambiente opresivo y que es vilipendiada y maltratada por los hombres, esa madre con cara de Shelley Winters (de nuevo estupenda actriz) que presionada a volver a casarse por el entorno que la rodea cae en las garras del ogro y se transforma en mujer fanática con tal de que ese hombre con el que se ha casado logre amarla.

La noche del cazador es película extraña pero llena de lecturas de interesantes y nos deja una visión crítica del ser humano pero todo envuelto en un extraño mundo onírico, con aires expresionistas, y con un fuerte contenido simbólico-religioso pero como fuente de un mundo asfixiante y terrorífico. Así pues la película transcurre en la dura etapa de la Depresión donde la miseria y la supervivencia hacía que seres humanos tomaran determinadas decisiones para poder sobrevivir ellos y sus familias. Así comienza con un padre de familia que realiza un atraco donde asesina a dos personas para conseguir diez mil dólares con las que mantener a su mujer y dos hijos pequeños. Sin embargo todo sale mal, es detenido y condenado a muerte pero antes le ha dado tiempo a que su hijo le prometa que no dirá dónde está escondido el botín y a que cuide a su hermana pequeña. A la niña también le hace prometer que no dirá dónde ha ocultado el dinero. Los niños con su madre ahora viuda viven en una pequeña localidad muy conservadora que empuja a la mujer a que encuentre un hombre que la cuide así como a los niños. Hasta allí llega el predicador, un hombre-asesino de mente enferma y represiva que ha estado con el padre en la cárcel y sabe que el dinero se encuentra en el entorno familiar y hará todo lo posible por conseguirlo…

La película es la adaptación al cine de una novela de Davis Grubb publicada en castellano por Anagrama y con el mismo título. Grubb no fue un escritor prolífico pero dejó algunas novelas y varios relatos en los que demostraba cómo crear ambientes y cómo conseguir suspense. La adaptación al cine fue llevada a cabo por el escritor (y también fue uno de los primeros críticos de cine norteamericanos) James Agee y supo trasladar el universo de Grubb con pinceladas de su mirada narrativa (y varios retoques, muchos dicen algunos, del propio Laughton también con una visión particular de la vida). Agee tenía los ingredientes que conformaban su universo literario: niños, la mirada infantil, la ausencia del padre, los miedos infantiles, los males de los adultos y también la recreación de la historia en la etapa de la Depresión (que él vivió junto a algunos que más lo padecieron y que reflejó en Elogiemos ahora a hombres famosos). Tanto Agee como Laughton se educaron bajo familias e instituciones muy religiosas, represivas y eso influyó en sus personalidades.

Así este relato (elegido y llevado por la mirada personal de Laughton que se puso esta única vez detrás de la cámara) con gotas de cuento de niños, dosis de inquietud y suspense, aderezado de un mundo onírico donde se mezclan los terrores y monstruos infantiles con los miedos y crueldades reales de la edad adulta deja una obra cinematográfica de difícil clasificación. Durante toda la película no faltan los pasajes biblicos y un aire de fanatismo religioso que da miedo, del que no se libra ni siquiera la dulce abuelita con cara de Gish que protege pero también adoctrina a los niños en una moral religiosa que ella viste de bondad y cara angelical… pero nos queda la duda de qué será de estos niños cuando dejen de serlo o cuando contrarien a la abuela transformada en hada. La película no deja de sobrecoger y nunca, nunca… tras su aparente final feliz respiras tranquilo… porque fuera los monstruos siguen acechando.

Mención especial a la fotografía de Stanley Cortez y a una banda sonora plagada de cánticos infantiles (algunas con letras crueles), nanas y cantos religiosos que erizan el cabello.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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