Yo amé a un asesino (He ran all the way, 1951) de John Berry

O el réquiem de John Garfield. Su último papel, su último personaje, Nick Robey. Demoledor y triste. Si no han visto la película no lean el post pues voy a destripar las entrañas de esta película de cortísima duración. Malos tiempos para todos aquellos que habían participado o se habían mostrado comprometidos con alguna causa de índole progresista. Malos tiempos en una etapa de Guerra Fría en EEUU que todo lo que oliese a progresismo o política era considerado peligroso y comunista. Cada uno de los participantes en esta película (director, guionistas, actores… fueron a parar a las tan temidas listas negras)… El más visible su actor principal John Garfield que no entendía nada de lo que estaba ocurriendo porque su militancia siempre fue pura supervivencia alejado de ideologías políticas y sí con mucho afán de justicia social. No entendía por qué tenía que testificar, por qué le pedían nombres…la presión, su propensión al alcoholismo, el miedo a perder trabajo y prestigio y su siempre débil corazón le jugaron una mala pasada y en el año 1952 apareció muerto, un ataque al corazón.

Pero antes dejó un triste testimonio. Un triste personaje sin ninguna esperanza, que en nada cree ni en nadie confia. Atrapado como un animal, sin salida alguna, tan herido que ni reconoce una mano que se le tiende ante las dificultades, dislumbrando quizá un futuro. Nick Robey, siempre corriendo, corriendo, siempre en tensión… es abandonado por todos y por él mismo.

A los que siguen este blog saben el cariño inmenso que profeso a Garfield, un actor de carácter que se comía la pantalla a dentelladas y aquí nos rompe el corazón. Porque desde el principio intuimos a un Nick roto, herido y vulnerable. La única que se dará cuenta de esta cara del personaje al que todos ven como un despiadado asesino y ladrón será una joven trabajadora-rehén con el rostro de una fantástica Shelley Winters. Que descubre un hombre incapaz de ofrecer cariño pero que lo está pidiendo a gritos…

La trama de la película es sencilla y desgarradora. Los casi ochenta minutos de la película destacan por su tensión. Es la última carrera de un hombre que nunca ha parado de correr porque nunca tenía una meta que alcanzar. Un hombre sin futuro y eso duele. Sin salida. A Nick nos lo presentan en un día caluroso en el que despierta sudoroso de una pesadilla, le despierta su madre consumida por el alcohol, ambos en una vivienda miserable y con una relación donde sólo cabe el rechazo y el reproche. Nick sale a la calle y se encuentra con el amigo que le hace correr diciéndole que tienen un robo fácil que cometer, pero Nick tras la pesadilla sabe que no es buen día y trata de explicarselo al amigo que no escucha. Por supuesto, llevan a cabo el robo y Nick recoge el botín pero todo sale mal, hieren al amigo, Nick hiere al policía que les persigue… y él empieza a correr, a huir. El problema es que no tiene donde. Tiene el dinero y un sueño de una vida mejor pero no tiene dónde ir ni con quién ir. Ante el miedo de ser capturado y sin saber qué va a ser ni de su amigo ni del policía herido, sólo se le ocurre acudir, atemorizado, a una piscina pública. Y allí bañándose choca con una joven, Peg, que está intentando aprender a nadar. Y Nick no sabe por qué pero se aferra a la joven… aunque siempre se muestra rudo, desconfiado y violento. De alguna manera la joven le transmite calma y cuando él pide que si le deja que la acompañe a su hogar, ella accede.

Nick llega a ese hogar refugio de familia trabajadora. Una casa humilde pero limpia y cálida, con un padre (un solvente y carismático Wallace Ford, de vida real cruda), una madre y un hermano pequeño. Aunque sólo pretende estar unas horas, el miedo y el pánico posterior al descubrir por el periódico que el policía ha muerto y al confesar nervioso y perdido ante los confundidos miembros de la familia que él es el asesino… decide quedarse en ese hogar y tomar a toda la familia como rehén. Pero esto esconde algo más triste, Nick no tiene donde ir ni donde huir.

Poco a poco su pequeño mundo se hunde, su amigo le delata, su madre nada quiere saber de él y los miembros de la familia-rehén tampoco le tienden una mano o una segunda oportunidad, él es el culpable de que su calma y su estatus se esté tambaleando, además Nick tampoco lo pone fácil: aunque a veces le puede la ternura y las ganas de aceptación cuando las cosas se tuercen por el más mínimo contratiempo estalla con violencia (sólo recordar esa escena en que Nick quiere obsequiar a la familia con una cena suculenta, un pavo, y ante el rechazo por comer su comida, se siente dolido y les hace comer a la fuerza). La joven, sin embargo, quiere tenderle esa mano —aunque teme— porque intuye al Nick vulnerable. Ella se debate entre la atracción que siente por Nick pero también ante el miedo de que cualquier miembro de su familia pueda salir perjudicado de los estallidos del hombre acorralado…

Y Nick se aferra a la joven, quiere creerla —ella le ofrece ayuda para la huida y le ofrece su compañía—, pero no puede. Y no cree. De manera que estalla cuando un coche que cree que ella finalmente no ha alquilado no llega a la puerta del hogar para así poder huir, esta vez, tal vez con una meta. Así Nick y Peg nos regalan una escena final desgarradora. Porque Peg no puede con el hombre que estalla, que no confía, que no cree en nadie, que la grita, que la maltrata, que no tiende la mano porque el miedo y la violencia le pueden…, que se convierte en alguien peligroso, y ella elige sobrevivir, quedarse con los suyos y terminar con el sufrimiento y la carrera sin fin de un Nick que nunca está tranquilo. Y Peg, la única que quizá confió en un cambio, es quien le dispara. Y Nick se calma y sale a la calle… y de pronto se da cuenta de que el coche está ahí, llegando. El coche. Y cae muerto en un charco de una triste calle de un barrio de trabajadores. Su carrera termina.

Y también termina la carrera cinematográfica de Garfield. No sabemos si quizá se sintió solo en una lucha que no llegaba a comprender. Si se sintió un poco abandonado por todos, como Nick. No lo sabemos. Dejó un triste y último personaje. Su propio y triste réquiem.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

2 comentarios en “Yo amé a un asesino (He ran all the way, 1951) de John Berry

  1. Querida Hildy, acabo de terminar de ver esta película. Qué tristeza sin remedio esa última escena, con Nick/Garfield tirado en el cordón de la vereda sin nadie que lo contenga en su último minuto y qué complejo personaje que nos entrega para que lo recordemos por siempre.-
    Hace poco leí una biografía de Garfield llamada «Body and Soul» que permanentemente recalca su ingenuidad, describiéndolo casi como a un niño que se dejó llevar por las narices pero yo no creo ni por un instante que se puedan componer personajes tan complejos como los suyos sin una infinita comprensión de la naturaleza humana. Sin dudas este hombre era muy grande.-
    Un beso triste, Bet.-

  2. Mi querida Bet, qué película más triste, ¿verdad?
    Lo que es indudable es que nuestro Garfield tenía un magnetismo especial.
    He leído otra vez el texto… y tu comentario… y me ha asaltado la pena y las imágenes de esta película me han vuelto a azotar.

    Beso gigantesco
    Hildy

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