Hay varias imágenes que inquietan en esta adaptación cinematográfica de Luis Buñuel a la novela de Benito Pérez Galdós, Nazarín. El director conectó durante su exilio con el gran novelista del siglo XIX por sus personajes y la descripción de sus pasiones e inquietudes. Esta conexión generó imágenes que se quedan grabadas.
Nazarín es una película de su etapa mexicana donde Buñuel apenas contaba con presupuesto pero ni falta que le hacía. Con su mirada especial y un buen equipo técnico lograba imprimir su universo buñeliano al espíritu galdosiano.
Buñuel era de “gracias a Dios que soy ateo” y aun así presenta reflexiones sobre la religión serias e interpretaciones dolorosas como las que refleja en Nazarín. La historia cuenta la vida de un cura de un barrio pobre de México a principios del siglo XX. Un cura convencido de su fe, de la eficacia de la caridad cristiana y de poner en práctica todas las enseñanzas de Jesucristo. Sin embargo, la vida le llevará por duros derroteros que le harán tener una crisis de fe y una duda sobre la inutilidad de la caridad entre unos hombres y mujeres a los que les puede la miseria, la injusticia y la pobreza. Como dice un personaje maravilloso en la película de Ford El delator, no está la situación para velar por la dignidad.
Y el cura va viendo la inutilidad de su fe y de su doctrina. De sus ganas de caridad. Y eso obviamente termina asustándole y hacerle sentir solo. La tragedia de Nazarín es que es un hombre que trata de ser bueno, justo, caritativo y no violento y sólo recibe golpes tanto de los altos estamentos como de la gente humilde. El bien pasivo que practica sólo le acarrea problemas. Tan sólo consigue que le sigan dos mujeres absolutamente marginales pero con corazones grandes y un ‘buen’ ladrón que le dice una verdad que quiebra la voluntad de Nazarín, le rompe: “Usted en el lado bueno y yo en el malo, ninguno de los dos servimos para nada”. Si analizamos más profundamente la película vemos cómo los distintos episodios que va viviendo Nazarín tienen similitudes con situaciones de la vida de Jesucristo. Nazarín es un Jesús en el siglo XX que no comprende nada.
La película de Buñuel no es fácil. No te deja tranquilo. Inquieta. Y si lo piensas entristece y mucho. Además está plagada de imágenes para interpretar, debatir y reflexionar. Muchas se me quedaron en mente.
Ese beso imaginado de una de las mujeres protagonistas, Beatriz, la mujer abandonada y maltratada por su hombre pero al que ama con pasión. Ese beso que termina en mordisco sangriento.
Esa prostituta doliente y herida que amanece por la mañana en la habitación de Nazarín que la ha ayudado a esconderse. Y tiene sed. Sólo encuentra una palangana con su propia sangre y la bebe. También esa misma prostituta al despertar mira una imagen de Jesucristo doliente que se ríe a carcajadas en su cara.
O esa angustia que provoca ese Nazarín acosado por varias mujeres que le piden un milagro. Que cure a una pequeña enferma. Y él sólo se ofrece a orar pero las mujeres insisten y le rodean. Y rezan, y gritan, y se revuelven y entran como en éxtasis…
También estremece esa mujer a punto de agonizar que rechaza la charla que le ofrece Nazarín y su compañía cristiana…, prefiere estar al lado del hombre al que ama.
O esa misteriosa imagen final de una mujer ofreciendo una piña a un Nazarín más perdido que nunca y él rechazando atemorizado esa caridad. Y después como más calmado, más triste y vencido… admite esa piña.
Buñuel duele cuando muestra la pobreza y la miseria. Cuando presenta a los olvidados. A los marginales. Porque presenta lo peor y lo mejor del ser humano sin máscaras. Lo más duro y lo más tierno. Los sentimientos más extremos. Sin caretas, con dolor, con un realismo que te quiebra…
Sí ya me impresionó en esos personajes en extrema miseria de Los Olvidados o Viridiana. Si ya recogió esa pobreza extrema en ese documental tremendo que es Las Hurdes…, también muestra unos retratos impresionantes en Nazarín. Así nos quedamos con los rostros de esa mujer maltratada que es Beatriz, en esa prostituta de fuerte carácter que se llama Andara, en ese maravilloso personaje que es el enano Ujo…, en esa niña que arrastra una sábana o en ese hombre que se sabe malo porque así se le ha presentado la vida, ese buen ladrón que protege al cura en la prisión…
Así también existen imágenes tiernas como ese enano enamorado de la prostituta fea. O esa misma prostituta que llora porque le dice a Nazarín que no la ama a ella, Andara, igual que a Beatriz. Y como un Nazarín tierno las dice que las quiere a las dos por igual.
Así Nazarín queda como el retrato de un hombre bueno y piadoso, cristiano, con el rostro de Paco Rabal (en su primer trabajo con Buñuel) que no encaja en ningún mundo e incomoda en todas partes. Un hombre que se va transformando en cada fotograma. Ninguna de sus acciones, pues está solo acompañado de dos mujeres que le siguen ciegamente pero en el margen de la sociedad, sirve para nada, como bien le dice el mal hombre de la prisión, el único que se apiada de él en la celda cuando todos empiezan a meterse con Nazarín. Nada tiene que ver el cura con sotana negra del principio con el hombre vencido y roto que acepta la piña al final del metraje.
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