Diccionario cinematográfico (139)

Princesa Ann: no quiero ser princesa sino plebeya. Escaparme por las calles de una bella ciudad como Roma y empaparme de sus gentes, de sus helados, de sus olores… No quiero ser princesa sino cenicienta. Llevar otras ropas, cortarme el pelo, ir a bailar por las noches, sentarme en una terraza, subirme a un autobús. No quiero ser princesa, ni seguir un protocolo. Quiero correr, gritar, vestirme comodamente, hablar por los codos, vivir la noche, vivir el día, perderme por los callejones, entrar en las tiendas, escuchar piropos, comer con las manos, que nadie me llame la atención, no ir a celebraciones serias y aburridas, sí asistir a las verbenas, bañarme en el río… No quiero ser princesa, ni enamorarme de un príncipe. Mi amor es periodista. Un hombre que me hace reír. Que me lleva en su vespa para conocer otra Roma. La que está viva, la que es alegre. Mi hombre es alto, guapo y sensible. Se llama Joe Bradley. Mi hombre me lleva a bailar, comemos helado, paseamos, nos sentamos en una terraza, hablamos, nos miramos… y nos enamoramos.

Soy la princesa Ann y al final de mi historia se acabó el cuento de hadas. Y abandono Roma y abandono a mi Joe. Pero siempre quedarán unas fotografías donde fui feliz, plebeya y cenicienta…, y sobre todo mujer enamorada. Vuelvo a mis pomposos trajes, al protocolo de siempre, al deber y a las ceremonias tristes. Ahora, de vez en cuando, sonrío, y recuerdo mis paseos en una vespa por las calles bulliciosas de Roma.

Vacaciones en Roma (1953) de William Wyler.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons

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