Sesión doble. Una visita y unas palabras para La Venus rubia y Patricia Neal

Y las teclas me dicen que hoy escriba sobre un clásico de dos alemanes que unieron sus talentos y crearon un personaje y un tipo de película. Corrían los años treinta y Josef von Sternberg con sus historias exóticas, decadentes y barrocas rodeaba a su musa, Marlene Dietrich, de todo el misterio y ambigüedad sexual necesarios para historias de amor fou.

Eran tiempos en los que el código Hays todavía no se encontraba plenamente en activo y así Sternberg y Dietrich crearon historias de amores locos, folletinescos y melodramáticos. Así nos dejaron, por ejemplo, La venus rubia. Sternberg para narrarnos el perfil de una mujer peculiar lleva la elipsis cinematográfica al exceso, de tal manera, que el espectador puede recrear y crear muchas partes de la vida de esta mujer. Nos deja los momentos cruciales de la protagonista.

El argumento es sencillo pero lleno de momentos cinematográficos mágicos, de ambientes decadentes, de actuaciones estelares y la radiografía de una mujer. La Dietrich es una actriz de un teatro de variedades alemán que conocerá a su futuro esposo (Herbert Marshall) en un lago mientras se baña desnuda junto a sus compañeras. Sólo esa escena para narrarnos un encuentro que significa boda y vida en común. Elipsis de varios años. La actriz ya no vive en su Alemania natal sino que ha seguido a su esposo a EEUU, viven felices pero humildes, ella retirada del mundo del espectáculo se dedica al cuidado de la casa y a la crianza del hijo de ambos. Los volvemos a ver en un momento dramático de sus vidas. El marido, científico o investigador, se encuentra muy enfermo y sólo puede curarse si realiza un viaje caro por Europa para realizar el tratamiento adecuado. La Dietrich vuelve a los teatros para salvar al esposo.

En el teatro conoce a un actractivo millonario y playboy con rostro de un jovencísimo y sensual Cary Grant, alejado del rol que le haría famoso. Dietrich vuelve con éxito a los escenarios y consigue a través de Grant el dinero necesario para que su esposo viaje y se cure. Pero también surgirá una historia de amor con Grant, un idilio, aunque ella nunca descuidará su labor de madre amantísima. Ni olvidará que es esposa. Ella y Grant saben que es un affaire.

Sin embargo, un lío de telegramas y la vuelta anticipada del marido recuperado descubrirá el pastel. La Dietrich ya ha dejado a Grant y éste se va a Europa para olvidar pero…, el esposo dolorido y dañado se pasa el resto de la película ofendido y haciendo la vida imposible a la Dietrich que huye por el mundo con el niño pues se niega a renunciar a él. Y cada vez va a garitos de más mala muerte y a lugares más decadentes. Hasta que se da cuenta que es una sin hogar y no quiere esa vida para su niño. Finalmente renuncia a la maternidad y sigue su decadencia en solitario. De nuevo una larga elipsis. Y nos encontramos a la Dietrich triunfando en París donde vuelve a encontrarse con el frívolo de Grant que, sin embargo, es una especie de hado madrino, porque la convence para que regrese a EEUU y vuelva a recuperar al hijo…, y de paso al marido…

La Dietrich tiene números musicales de varietes de quitarse el sombrero y de sensualidad a flor de pie. Son míticas sus actuaciones dentro de un gorila o aquella en la que aparece con un frac blanco y sus letras ambiguas y llenas de dobles sentidos. Así como la caída que alcanza la Dietrich que la hace desembocar en un albergue de mujeres sin hogar sola, alcoholizada y sin recursos.

Nos deja Patricia Neal, un recuerdo

Patricia es uno de los rostros olvidados. Se fue ayer al Olimpo de los actores y seguro que poca gente se ha enterado. A la Neal se la recuerda a veces más por su vida privada y sus problemas de salud que por su carrera cinematográfica. Fue uno de los amores de Gary Cooper. Triste amor. También estuvo años casada con el escritor de literatura infantil Roald Dahl.

Pero a Neal yo la guardo gran cariño por tres de sus interpretaciones —a la vez las menos olvidadas— y créanme merece la pena visitarla en tardes veraniegas. Por una parte, Neal fue la coprotagonista de uno de los melodramas más curiosos de finales de los cuarenta de King Vidor. Una película de múltiples lecturas: El manantial. Saltan chispas químicas con un maduro Cooper, que es un arquitecto que ama su profesión, un hombre individualista, que conoce a la Neal, una mujer compleja y complicada pero que conecta con la pasión del hombre que ama.

Sin embargo, mi papel favorito es el que lleva a cabo en un drama interesantísimo de Elia Kazan en los años cincuenta (también es cierto que es una de sus películas menos revisitadas), Un rostro en la multitud. La Neal es una mujer enamorada de un sin hogar, un hombre vagamundos que alcanza un éxito sin límites en el mundo de los medios de comunicación que cae seducido por el poder y la corrupción. Ella le sigue pero se siente culpable (porque fue ella quien le dio la oportunidad de la fama y el éxito) y atrapada en una compleja relación. Es una película impresionante, bueno, por lo menos para mí.

Y, por último, es la mujer millonaria que paga los servicios de gigoló de un George Peppard que cae rendido a los pies de su vecina Holly en la maravillosa Desayuno con diamantes.

Por cierto, también sé que estuvo estupenda, pero creo que nunca la he visto, en un drama de Ritt junto a Paul Newman, Hud, y también fue protagonista de una película de José Luis Borau, Hay que matar a B.

Así Neal tiene asegurada su inmortalidad. No hay olvido. Cinéfilos en la sala oscura y en pantalla enorme seguirán viéndola viva.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

 

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