La última estación de Michael Hoffman

“Todo cuanto sé, lo sé porque amo”. Con esta frase de León Tolstoi empieza La última estación. Y ya no puedo apartar la visión de la pantalla.

No sé si influyó que estoy apasionadamente encantada con la lectura de su última novela, Resurrección, donde el príncipe Nejliudov, un noble rico y ocioso, al encontrarse con un antiguo amor de juventud con quien no se portó bien, empieza a dejar de lado su actual y vacía vida y crearse otra moral, empieza a preguntarse sobre distintos valores morales que había mantenido y va tomando decisiones que cambian su vida. Tenía muchísimas ganas de verla y disfrutarla y no me decepcionó en absoluto. La última estación es película-emoción y así estuve con muchísima emoción según iban pasando por la enorme pantalla cada uno de sus fotogramas. Al borde de la risa y de la lágrima. Puro deleite. Salí absolutamente entusiasmada y eso que no tenía muy buenas referencias sobre ella. A mí, sin embargo, me llegó muy, muy hondo.

El realizador Michael Hoffman (con películas tan distintas e irregulares como Escándalo en el plató, Restauración o Un día inolvidable) de pronto ofrece una obra cinematográfica cuidada y clásica en su forma pero con un hermoso guión, unos actores maravillosos, una buenísima ambientación que cuida el detalle y logra que estalles (o por lo menos conmigo lo consiguió) de emoción.

Hoffman realiza una adaptación de una novela del mismo título de la película de Jay Parini que recrea los últimos días de vida del anciano escritor ruso. Los personajes claves en esta historia son el propio Tolstoi, su esposa Sofía, su fiel discípulo que es líder del movimiento tolstoiano, Vladimir Chertkov, y un joven secretario del escritor, Valentín Bulgakov.

La última estación te la crees. La sientes. Te conviertes en un observador como el joven secretario Valentín que observa y se transforma. Una mirada limpia que descubre y que como dice al final sólo ve un mundo lleno de personas imperfectas, que pueden ofrecer lo mejor y lo peor, que pueden equivocarse una y otra vez, pero capaces de amar y ser amadas. Se empapa de la filosofía del escritor al que tanto admira, lo comprende. Es totalmente humano.

Valentín tiene el rostro de un magnífico James McAvoy que recrea este personaje ofreciendo una interpretación que te hace palpar todos sus sentimientos, pensamientos y transformaciones. Su escena de su primer encuentro con Tolstoi, su emoción y reacción, es grande, muy grande, porque sientes.

Otro personaje maravilloso es el de la compleja esposa de Tolstoi, Sofía. Una Helen Mirren excepcional logra convertir al espectador en un torbellino de sentimientos contradictorios. Su difícil relación con Tolstoi, sus distintos planteamientos sobre la vida, sus enfrentamientos y reconciliaciones te llevan de la mano a un tobogán de sensaciones. Sus replicas, sus reacciones humanas tan humanas son un festival de emociones que te arrastran. La condesa Sofia no se contiene ni se controla, ni falta que la hace.

Después nos encontramos con otro hombre complejo, el mismo Tolstoi con el rostro de un actor ya clásico, Christopher Plummer. Un Tolstoi atrapado por el mismo movimiento que ha creado, “son más tolstoianos que yo”, y por la relación con su familia: su mujer, sus hijos, su título, sus propiedades… Un hombre bueno, un gran escritor, pero consciente de sus contradicciones. Terriblemente humano.

La película que te hace oscilar entre la risa y la lágrima contempla un montón de temas interesantes como la creación de un mito a través de los medios de comunicación que empiezan a nacer y a ser muy influyentes y a través de los discípulos y seguidores de Tolstoi. Así vemos lo fácil que es desvirtuar una idea o una filosofía y como al final son los propios hombres quienes convierten algo sencillo o hermoso en un movimiento complejo, elitista y a menudo en una realización equivocada de la idea original. La contradicción de este movimiento gira en torno al discípulo fiel, Vladimir Chertkov, con rostro de Paul Giametti. También nos hace ver distintos tipos de amor, el que surge entre dos jóvenes (Valentín y Masha) o ese amor largo y contradictorio de dos personas que llevan mucho tiempo juntas (León y Sofía).

Todos se vigilan unos a otros para defender sus intereses, ideas y filosofías. Quieren plasmar todo lo que ven a su alrededor. Dejarlo escrito para que no se les escape ni información ni poderes. Para que quede para siempre. Así todos y cada uno de los personajes escriben, continuamente, sus diarios algunos públicos, otros para informar y otros privados, los que duelen. Así el joven secretario se ve con un cuaderno que tiene que rellenar para Chertkov, con otro para Sofía…, y el suyo propio en el que sólo hace falta su rostro para sentir como el personaje se transforma, descubre y vive.

Y los últimos momentos de Tolstoi en esa abandonada y retirada estación de tren te hacen partícipe de un abanico de pensamientos y posicionamientos frente a la vida. Yo hice verdaderos esfuerzos por no desbocarme como la condesa.

Pero además Hoffman regala en los títulos de crédito imágenes reales rodadas en esos últimos días de Tolstoi en que vemos la sombra viviente del escritor que nos lleva por un camino largo… También quiero mencionar la banda sonora de Sergey Yevtushenko, todavía suena en mi cabeza.

Para mí La última estación fue un viaje emocionante.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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