Érase una vez en América (Once upon time in America, 1984) de Sergio Leone

De los primeros momentos inolvidables que escribí fue uno de Érase una vez en América. Ayer recordaba a Ennio Morricone y la genial partitura que realizó para la película de su gran amigo Leone en su última obra cinematográfica. El otro día escribí un post sobre un espaghetti western de Leone, El bueno, el feo y el malo. Y ahora confieso que este fin de semana tuve la necesidad imperiosa de volver a ver en mi amado dvd Érase una vez en América para volver a extasiarme de nuevo con esta obra cinematográfica. Y ¿por qué me parece tan grande? Voy a tratar de explicarme. Porque es una obra que lo merece. Para empezar porque en cada nuevo visionado descubres una nueva clave o un nuevo motivo que te hace profundizar más en la historia. Son cuatro horas frente la pantalla, y son cuatro horas que pasan volando de puro deleite. No sólo por una buena historia sino por la belleza de cada una de sus imágenes.

Érase una vez en América es una obra colosal y épica que su artífice Sergio Leone llevó a cabo después de años de trabajo y conflictos y el resultado que le dejó exhausto y minó más su salud es una buenísima obra para el recuerdo que en su momento no funcionó cómo hubiese deseado pero que el paso del tiempo convierte en una pieza imprescindible. La película era una adaptación de una novela que nunca he leído The Hoods de Harry Grey. Parece ser que el autor, que emplea un pseudónimo como nombre, no hizo más que llevar sus vivencias a las páginas de un libro. Algunos estudiosos hablan de que además de la famosa trilogía del dólar, el realizador llevó a cabo una segunda trilogía sobre América en las que se incluiría Hasta que llegó su hora, ¡Agáchate, maldito! y, por último, Érase una vez en América donde abandona el género que le hizo famoso y se decanta por una historia sobre gánsters.

Pero Érase una vez en América, a nivel temático, es mucho más. Es un valioso y precioso estudio del paso del tiempo de un grupo de personas en un espacio determinado, Manhattan, con unas circunstancias históricas y sociales que les afectan en el devenir de su historia. Así Sergio Leone nos regala una estructura temporal mágica en la que nos cuenta un relato épico saltando con maestría de unos años a otros a través del empleo del flash back de una manera magistral. Así vemos la andadura de los personajes a través de los años 20, 30 y finales de los 60. Es verdadero arte cómo salta de un periodo a otro e incluso nos deja un final misterioso y maravilloso en el que podemos imaginar (aunque nunca lo he visto así) que alguno de los tiempos sea tan sólo un supuesto. Un espejo, una melodía que nos retrotae al pasado, el Yesterday de los Beatles, una fotografía, un recuerdo y unos ojos que miran, la imagen de una noticia de televisión nos permite realizar unos increíbles saltos en el tiempo de una belleza visual enorme.

Noodles y Max son los máximos protagonistas de una historia en la cual nos cuenta las circunstancias por las que se convierten en gánsters pero se centra mucho más en su relación y amistad que perdura en el tiempo, en la memoria y el recuerdo. Una amistad llena de momentos hermosos y miradas pero también de traiciones y otras relaciones complicadas donde nunca falta un enorme cariño por el otro y un especial sentido de la fidelidad y lealtad. Son delincuentes pero Érase una vez en América se centra en sus momentos íntimos, en sus miedos, en sus relaciones con los otros, con ellos mismos, sus amores, sueños y frustraciones.

Por otra parte, Leone deja en su relato de los años veinte en que la pandilla protagonista son niños y adolescente un hermosísimo retrato de la infancia de un grupo de niños emigrantes y supervivientes en una sociedad dura. Los momentos en que vemos la semilla de la personalidad de cada uno de los personajes y las relaciones que se establecerán entre ellos así como su forma de actuar en el futuro. Son niños de la calle que tienen que sobrevivir y hacerse un sitio, que desde pequeños viven ya rodeados de un mundo plagado de violencia y dolor. Unos niños que aprenden de la vida a marchar forzadas. Pero la belleza visual de esta parte hace ya que Érase una vez en América sea una experiencia inolvidable. Además de un casting maravilloso de rostros infantiles donde todo el mundo recuerda la primera aparición de una niña de ojos enormes y azules con el nombre de Jennifer Connelly que es Deborah, el amor de Noodles. Ambos protagonizan una triste y dolorosa historia de amor imposible. Recuerdo que el momento inolvidable elegido fue de esta parte y de los niños Noodles y Deborah, cuando ésta le lee un fragmento de El cantar de los cantares. También será en la adolescencia cuando nacen los nudos de amistad y la primera ruptura física entre los personajes porque Noodles es un niño de la calle, un superviviente, pero es leal y ama a sus amigos sobre todas las cosas. Y cuando el pequeño Dominic es brutalmente asesinado por el delincuente Bugsy, Noodles le recoge y oye sus palabras: “Noodles… me resbalé” y él en ese momento pierde la cabeza y reacciona con violencia porque han hecho daño a un ser querido. Y entonces su destino cambia y le encierran durante diez años en prisión.

Y si el casting de los niños es de diez el de los adultos no lo es menos. Lleno de caras principales y actores secundarios con roles que siempre regalan una escena para el recuerdo. Max y Noodles adultos son James Woods y Robert de Niro; Deborah, la olvidada Elisabeth McGovern; o secundarios como Tuesday Weld, Treat Williams, Joe Pesci o Danny Aiello. Frente a una estructura genial (hay una versión en que la productora pensando que iba a funcionar mejor realizó la aberración de contar la historia linealmente), una fuerza visual innegable llena de escenas magistrales, hay un uso del lenguaje cinematográfico genial: de los silencios y las miradas, de los sonidos como un teléfono sonando. Además, como siempre demostró el autor, un reflejo de la violencia directo pero a veces llevándolo a extremos dramáticos de casi lo operístico. También, no faltan escenas donde surge el sentido del humor de Leone (como la escena del intercambio de bebés).

Por otra parte, si realiza un delicado retrato de la infancia, no se queda atrás en el reflejo de la juventud y el nervio durante los años 30 y la visión de un hombre cada vez más mayor, desencantado y ya muy cansado en los años 60. Robert de Niro como Noodles es un complejo personaje que nos acompaña durante todo el metraje, un personaje triste y a veces con unas reacciones imprevisibles pero siempre fiel aunque con dolor a la memoria de los que consideraba su familia, sus amigos. Y en esas reacciones imprevisibles nos encontramos con una dura escena donde organiza una velada de ensueño a su Deborah y cuando descubre que ella, prefiere un futuro profesional a estar con él, cuando descubre que ella va a seguir siendo un sueño, se comporta de la manera más brutal que se pueda imaginar porque es una manera de decirle a Deborah que por una vez va a ser suya. Y aquí todos abofetearíamos a Noodles.

Por último Leone logra plasmar como nadie la nostalgia hacia los momentos de amistad. Es una película nostálgica y elegiaca, un espectáculo precioso. Y lo que logra realmente es que sea tan etérea como si te encontraras en un salón de opio como Noodles al final y al principio de la historia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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