Anna Magnani

La Magnani es un fenómeno de la pantalla, una actriz que sobresale y rompe tópicos. Surgió en la pantalla cinematográfica en los cuarenta. Ella nació para el mundo como Pina en Roma, ciudad abierta en el año 1945. Y aquella mujer que muere gritando “¡Francisco!” y corriendo en plena calle mientras sigue al amado detenido al que se llevan en un camión perdura y perdura.

Su vida era puro teatro, de escenario en escenario, de cabaret en cabaret. La dura vida. Ella era torbellino. Ella era espectáculo, ella era artista ¿Por qué sobresale y rompe tópicos? ¿Por qué Fellini la hizo un guiño en Roma (1972) enfocándola, ella poderosa, y acompañando la escena con la frase “ella es Roma”?

La Magnani no poseía la belleza, que fueron sofisticando, la Loren, la Mangano o la Lollobrigida. La Magnani no tenía el glamour de una Audrey Hepburn o Ingrid Bergman. Ella era el espectáculo y ella poseía una fuerza natural y salvaje que rescataba la cámara y la hacía resplandecer, su belleza era peculiar y única como su voz, su gesto. Grandes ojos, pelo negro y nariz irregular. Fuerza bruta y una sensualidad que resplandecía. Ella era coraje y tragedia. Puro grito y rebeldía. Pura carcajada y lágrima salvaje o sufrimiento desnudo. Y no había quien la modelara o la transformase o la sofisticase porque ella era la Magnani, la misma Roma.

La Magnani era mucha Magnani en pantalla, escenario o en la vida misma. Y dentro de su estado salvaje, de ser una fiera del espectáculo, surgía una sensibilidad que podía y puede hacer llorar o llegar al extasis.

Ella pura Italia se casó en los años treinta con el realizador Goffredo Alessandrini que no supo ver la madera de estrella de la esposa. No se separó legalmente hasta los años cincuenta pero entre medias vivió amores y pasiones con el actor Máximo Serato del que tuvo un hijo y con el amor de su vida (que fue amigo hasta el final a pesar de sus amores y odios y distancias…), el realizador Roberto Rossellini. Se sintió humillada y abandonada cuando Rossellini la dejó por Ingrid Bergman que además la desplazó como musa. Antes también fue la protagonista de esos mediometrajes míticos (que sólo he visto a pedazos, nunca enteros) que componen El amor, de 1948, el monólogo de la actriz que sólo cuenta con un teléfono y al otro lado de la línea un amante que la abandona, La voz humana (una adaptación del monólogo teatral de Jean Cocteau), y por otra, El milagro que fue el escándalo donde la Magnani era la campesina que dice tener a Jesús en su seno.

Dicen que despechada por Rossellini se trajo al mismísimo William Dieterle a Italia para que la dirigiera en una historia que fuera competencia de Stromboli y ambas estrenadas en 1950. Si la Bergman sufría lo suyo junto al volcán, la Magnani no era menos en Vulcano. Bonito sería ver en programa doble estas películas. Y también que se incluyera la interpretación de ambas en La voz humana, ya que la Bergman también lo rodó en 1966. ¿Se imaginan que lujo? Avísenme si se les ocurre programar tal maravilla y de paso de regalo Nosotras las mujeres donde varios directores dirigían a actrices de prestigio como ellas mismas en su vida más cotidiana. Ahí, Rossellini rodaba a Ingrid Bergman y Luchino Visconti a Anna Magnani.

Con Visconti en 1951 rodó la intensa y emocionante Bellísima donde el director Alejandro Blassetti busca a una niña como protagonista de su siguiente película. Y Anna es esa madre fiera que lucha por conseguir sus sueños y su felicidad a través de su hija y hace todo lo imaginable para que la niña supere el casting. Pero la Magnani emociona como esa madre fiera que finalmente se da cuenta de lo que está haciendo con su hija, de lo que están haciendo a su hija y de la crueldad de ciertas personas…, y tiene el poder de rectificar y seguir amando y seguir siendo fiel a sí misma.

Dos años más tarde se la lleva de paseo Renoir y la hace rutilante protagonista de la peculiar La carroza de oro un canto al teatro popular italiano en siglos lejanos en tierras de América del Sur. Un bocado exquisito donde una Magnani grande como actriz transformada en una Camilla que ama su vida en el escenario, a su público, que va arrastrando su arte por los sitios más inesperados y sembrando amores entre la nobleza, el mundo del toreo y el ejército para finalmente elegir la soledad de la actuación en una bonita reflexión sobre el teatro.

Pronto llega su salto a Hollywood curiosamente de la mano de un gran amigo y admirador, el dramaturgo Tennessee Williams, y realiza dos películas hoy olvidadas (pero hace poco han salido ambas en dvd) pero que me encantan donde la Magnani está en su salsa. Primero fue esa especie de tragicomedia genial donde Anna es una Serafina sufridora y viuda que cae en brazos de un camionero que es un buen hombre con cara de Burt Lancaster en La rosa tatuada. Serafina le supuso un Oscar. Corría el año 1955 y seis años después es la trágica por excelencia en ese drama caluroso y tremendo donde se enamora de un vagamundo con cara de Marlon Brando en Piel de serpiente. Y dos personalidades tan distintas tienen una química especial que traspasa la pantalla.

Después Passolini la transforma en la puta que quiere redimirse y convertirse en mujer de bien. En la puta que quiere prosperar en un buen barrio e impedir que su joven hijo tenga una perra vida…, en la madre que sufre porque no consigue su sueño, salir de la porca vida, y ve impotente como su hijo se hunde en lo más hondo, y da dolor ver su rostro en la bestial Mamma Roma en 1962.

Lo último que nos dejó antes de su fugaz aparición en Roma para deleitarnos en la sala oscura fue la simpática El secreto de Santa Victoria en 1969 junto a otro actor con mucha fuerza, Anthony Quinn.

La Magnani fue y es volcán. Y en la sala oscura esperamos que se proyecte en pantalla enorme sus ojos cansados que pueden llorar o esos labios que gritan o se carcajean ante las situaciones de la vida dura.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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