Parece ser que un saraband es una pieza musical en algunas composiciones de Bach y también hace alusión a una danza del siglo XVI y XVII entre un hombre y una mujer que fue prohibido en España porque pareció un baile demasiado sensual. Ése es el título que pone la guinda en la carrera del cineasta sueco Ingmar Bergman (que murió en el 2007), una obra rodada para televisión en vídeo de alta definición. Un joya cinematográfica…, hermosa como la música clásica. Y creo que no me paso con los adjetivos.
Bergman se rodea de alguno de los actores que le han acompañado a lo largo de su trayectoria: Liv Ullmann, Erland Josephson, Börje Ahlstedt y un rostro fresco, joven y rubio Julia Dufvenius (como alguna de sus heroínas). Y los cuatro interpretan, como en un movimiento de música clásica, con calma pero con fuerza y ritmo, 10 duetos inolvidables con un prólogo y un epílogo. Es el rostro de Liv Ullmann quien abre y cierra la película. Como un baile de palabras que nos arrastra a un torrente de sentimientos duros pero demasiado humanos. El realizador se desnuda y vierte reflexiones, entre otras, sobre la muerte (tenía ya ochenta y tantos cuando rodó esta obra) y sobre el poder de la ausencia.
Porque Saraband es una película de cuatro personajes y dos ausencias: Anne, la dulce Anne, a la que sólo vemos a través de una fotografía que sale repetidamente y en las palabras que vierte en una carta. Anne que murió de cáncer de manera dura dos años antes de empezar la historia de estos personajes. Y, otra ausencia, es un personaje vivo que nunca aparece pero que domina con fuerza: la señorita Nilson que cuida de uno de los protagonistas.
Los duetos se establecen entre cuatro personajes: Marianne y Johan (el matrimonio que se desgarró en Secretos de un matrimonio en 1973) que llevan 35 años sin verse y de pronto, como explica Marianne ante una mesa llena de fotografías siente la imperiosa necesidad de ir a visitarle. Entre Henrik y Karin, padre e hija envueltos en una dolorosa relación de dependencia emocional ante el dolor del padre por la ausencia de la madre muerta, Anne. Henrik a veces busca en Karin lo que perdió con Anne. Ambos son músicos, el padre es el maestro, la hija es la alumna brillante. Ambos se quieren, ambos se dañan. Henrik es uno de los hijos de Johan (no de Marianne) y Karin es su nieta. Entre Marianne y Karin, las dos se convierten en cómplices y confesoras. Entre Johan y Henrik, la relación entre padre e hijo dolorosa y brutal ambos se destrozan a base de palabras y humillaciones, sólo mantenía la calma el amor que ambos profesaban a Anne. Johan y Karin, abuelo y nieta, él la respeta, ella le respeta. Ambos se sienten unidos a través de Anne. El abuelo quiere que su nieta incline la balanza hacia a él y así hacer más daño a su hijo. Henrik y Marianne, conversación que empieza desde el respeto y la confesión en el seno de una pequeña iglesia y por el odio que reconcome a Henrik acaba en bofetada verbal.
Y todo para narrarnos una historia, con primeros planos, con almas desnudas que reflexionan, se quieren y se hieren y así golpean al espectador que es testigo de unos duetos íntimos muy íntimos. Donde los amores y los odios afloran y donde se quedan imágenes de una belleza que corta la respiración. La descripción de lo que piensa puede ser la muerte por parte de Henrik a Marianne, qué palabras más bellas. La lectura de una carta llena de amor y dolor. La despedida entre un padre y una hija que saben que se hacen demasiado daño. La escena de un anciano con una ataque de ansiedad, con miedo a la muerte cercana, que pide poder acostarse desnudo, su pijama está lleno de sudor, con la que fuera su esposa, ella accede y también se quita su camisón. Las fotografías en una mesa. El recuerdo de una madre que visita a una hija con un problema de salud mental y la toca y siente por primera vez conexión con su hija. Y se miran. Un rostro y una lágrima. Una joven que en medio de la naturaleza grita de impotencia…
Y en toda esta radiografía de almas de amores y dolores se cierne el espíritu de un cineasta anciano con sus reflexiones, divagaciones y miedos, con esa distancia que siempre le mostró Strindberg y que dedica esta última obra a Ingrid. Quizá sea la última esposa del realizador, Ingrid von Rosen que murió en 1995 de un doloroso cáncer…, quizá ella era la calma como Anne. La ausente.
Bella y dura, Saraband como una melodía de Bach con unas gotas de Brahms y una lágrima de Liv Ullmann.
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