Niños: con infancias robadas. Ése es el duro matiz. Y el universo cinematográfico está lleno.
Desde los niños limpiabotas que sueñan con un caballo y la vida a golpes les lleva tras las rejas. En aquella Alemania cero donde un niño rubio trata de sobrevivir al horror y no puede. En esa Italia triste hay un niño que ve cómo su padre sufre por el robo de una bicicleta y él siempre le mira y quiere que coja su mano. No hay trabajo. Hay hambre. La infancia de Iván transcurre en una guerra cruel, ya no tiene miedo, vio el horror en el rostro de la madre, ahora él se ha vuelto temerario. No teme. Y se queda sin crecer… corriendo por el agua. Por ahí corren los niños de las uvas de la ira, viendo como sus mayores van de un campamento a otro, y no hay trabajo, y no hay comida y no hay juego. Y sí una ristra de cadáveres en el camino. Que se lo digan a Doinel que recibe cuatrocientos golpes y corre y huye de un centro de menores. Y nos reta a todos cuando escapa al mar. Nos mira.
Las tortugas también vuelan. Los niños también sufren las consecuencias del odio y de la guerra. La muerte. Persépolis no entiende la intolerancia…, no entiende por qué no puede razonar, al final tiene que salir de su propio país y ser ajena en otro. Los niños también viven en el cuarto mundo y padecen en los bajos fondos de una sociedad enferma, que se lo pregunten a Lilya for ever y a su amigo, el que duerme en las calles. Que se lo pregunten a los guerreros de antaño que cuentan cuentos y duermen bajo los puentes y terminan esnifando pegamento, o pegándose con quien se encuentren o se cuelgan de un árbol. Que se lo cuenten a la vendedora de rosas que tiene por techo a las estrellas o a los niños de la favela que nacen con una pistola. Que se lo digan a aquel que va a cumplir los dulces dieciséis y quiere que su madre, que sale de la cárcel, tenga la mejor de las vueltas, y él y su hermana la mejor de las vidas. Y él, Liam, se mete en un lío, en otro, y en el de más allá. Y la espiral no acaba. Y Liam grita.
Alguno de esos niños se vuelve mayor y desgraciado. Y tiene la sensación de que no puede dejar de correr y correr y correr…, quizá si llega a Alaska. Y es que Jack nunca pudo dejar de correr y ahora ve cómo su hijo Nick puede repetir su historia, y ser otro corazón roto. A otros la miseria o la locura, la desgracia en la familia les hace padecer cada día de su vida. Los convierte en lo que no quisieron ser porque tuvieron que defenderse. Así camina, con una pistola, el hermano de Jamal, el otro niño de Slumdog Millonaire, el que no vive el cuento de hadas pero que con su caída permite la supervivencia de Jamal. El que se pervierte para poder sobrevivir. Se convierten en los enfermos que no quisieron ser pero la depresión familiar les puede y así Rachel y Rory son adolescentes, que todo o nada, enormes, introspectivos, violentos, tristes…, que padecen la tristeza diaria de sus padres, que temen su mañana.
Sí, son las infancias robadas. Lo malo es que no es ficción. No sólo ocurre en la pantalla blanca…
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