El visitante (The visitor, 2007) de Thomas McCarthy

Una de las películas que más ternura me produjo a principios del siglo XXI (¿suena futurista, eh?) fue Vías cruzadas (The station agent), la ópera prima del realizador Thomas McCarthy. Me gustó tanto que la fui a ver varias veces y por supuesto ahora ocupa un puesto en una de mis estanterías. McCarthy hizo que me enamorara de una historia sencilla y de tres personajes. Una película que habla de soledad, de las personas que son diferentes, de lo importante que es sentirse acompañado, querido, aceptado… y otros asuntos. Una película sobre relaciones humanas y personales. Donde ninguno de los protagonisas es bueno o malo sino que son personas con sus alegrías, sus penas, sus complejos, sus dolores, sus soledades…

Cuatro años después McCarthy regresó a la dirección. Y de nuevo deleita con película profundamente sencilla, profundamente humana. De nuevo, muestra a sus personajes con una ternura que desarma. El visitante plantea otro mundo de relaciones desnudas y en ese mundo de relaciones desnudas denuncia que el mundo que nos rodea crea situaciones injustas. Que las normas establecidas, las fronteras, las leyes de inmigración están más basadas en tratar al inmigrante como amenaza y como delincuente que como oportunidad de un mundo multicultural basado en otras normas y leyes que no se sustenten en la violencia, el rechazo y el miedo sino en el conocimiento del otro, en la solidaridad y el encuentro.

Y esta denuncia McCarthy consigue hacerla de manera absolutamente sencilla y desnuda. Lo primero que hace es presentarnos a un hombre maduro que se llama Walter Vale (emocionante y contenido hasta que estalla de manera maravillosa Richard Jenkins). Vale tiene una posición económica acomodada. Nuestro protagonista es profesor universitario y se da a entender que es especialista en economía liberal y países en vías de desarrollo, y que este hombre está bastante lejos de esos países en vías de desarrollo y sus problemas y sin embargo es hombre teórico y autor de libros desde la lejanía de realidades.

Nuestro Vale es un hombre viudo que echa de menos a la esposa y trata de perpetuarla aprendiendo, aunque sin talento natural, a tocar el piano. La música es lo único que le hace parecer un hombre vivo. Walter anda sonámbulo, como muerto en vida, sin ilusión alguna, siempre fingiendo que está muy ocupado, siempre evitando la relación profunda con los otros, tratando de que nadie invada su mundo, siempre con un “preferiría no hacerlo” en la boca… Hasta que no puede eludir un congreso de trabajo y tiene que dejar su casa-cueva de Connecticut e irse a su apartamento de New York.

Una vez en su apartamento Walter, sorprendido, ve cómo ha sido ocupado (mediante el engaño de un tercero) por una joven pareja de sin papeles. Tarek (Haaz Sleiman con una sonrisa que desarma), un músico sirio de djembé y  Zainab (Danai Gurira y su mirada), artesana que vende sus pulseras y collares en un mercadillo. Y de forma natural porque la pareja en plena noche se dispone a abandonar la casa, Walter finalmente les permite quedarse hasta que encuentren otro hogar. A Walter le ha llamado la atención el djembé de Tarek. Walter va por la calle y se siente cautivado por el sonido de las percusiones. Tarek, un joven vitalista, se da cuenta y empieza a enseñarle una música que dice tiene que sentir con el corazón. Y Walter se relaja, sonríe y empieza a tocar con su nuevo amigo. Zainab es más desconfiada —se siente más dolor en su mirada— pero poco a poco también va aceptando a ese ‘extraño inquilino’ que ha entrado en sus vidas.

Hasta aquí todo parece fluir de manera sencilla, plácida, hasta que un hecho inesperado cambia el rumbo de la historia. Tarek es injustamente detenido en el metro mientras va con Walter y es encerrado en un centro hasta decidir su situación en el país y si se lleva a cabo la deportación. Un centro gris y oculto que encierra a personas indocumentadas como si fueran prisioneros. En este momento ya nos hemos encariñado con los personajes.

Y en ese momento el despertar de Walter, que por primera vez deja sus teorías y se da cuenta de la realidad injusta, es un proceso tremendamente humano que se acelera con la aparición de una mujer entrañable y humana que arrastra dolor en sus espaldas, la madre de Tarek (increíble Hiam Abbass). Y entonces el corazón de Walter vuelve a latir hasta tal punto que llega a estallar impotente denunciando una situación injusta, con rabia. Porque el corazón le duele y con razón. Las escenas entre Walter y la madre de Tarek son sencillas pero de una ternura difícil de soportar entre dos seres solitarios unidos por dificultades adversas que aprenden a encontrarse, comunicarse, comprenderse y quererse.

El visitante es como la vida misma dulce pero también con la imposibilidad de un final feliz por una situación de injusticia. A Walter le queda la furia de la música, de la percusión, la música que sale del djembé desde un corazón vivo.

De verdad, merece la pena por lo humano.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

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