La cinta blanca

Aviso: Si aún no has visto la película, te aconsejo que no leas este post, desarrollo partes de la trama. 

Hacía tiempo que una película de estreno no me dejaba tan embelesada. Así me sentí ayer ante la pantalla enorme con la sucesión de imágenes que encadena el director y guionista austriaco Michael Haneke. Porque La cinta blanca no es sólo lo que cuenta, el fondo, sino cómo el cineasta lo plasma a través de una narración cinematográfica portentosa.

Y sí así voy empleando adjetivos enormes que me ayuden a describir lo que sentí ante la nueva obra del realizador. Mi relación con Haneke es curiosa o me encanta o me desagrada profundamente pero nunca me deja indiferente y sobre todo me deja días y días reflexionando sobre lo que he visto. Hasta ahora la película que más veces había visto del realizador y que más mella me había producido…, y que me encanta, era Código desconocido. Ahora añado La cinta blanca. Tanto Caché, como la versión alemana de Funny Games y La pianista (aunque juré no volver a verla de nuevo) siempre me dejan preguntándome cosas o mi cabeza da vueltas a mil y una interpretaciones, análisis y respuestas.

Además del análisis que permite La cinta blanca, Michael Haneke nos lega una historia visual de gran belleza. Sólo por sus imágenes, que alcanzan unos niveles de hermosura que casi dañan el corazón y la vista, merece la pena. Tras esa belleza, y ése es quizá el impacto más impresionante, se esconde la podredumbre de una sociedad enferma.

Haneke nos traslada a una pequeña localidad protestante del norte de Alemania poco antes de que se desencadene la I Guerra Mundial. El director opta por un blanco y negro impecable porque como explica en una entrevista, es en blanco y negro —tanto las fotografías existentes como las imágenes en movimiento— tal y como nos han llegado todos los acontecimientos relacionados con esta época. Y además el blanco tiene gran importancia en toda la narración como deja claro en una de las escenas el inflexible pastor a sus hijos mayores: “De pequeños, vuestra madre a veces os ataba una cinta al brazo o en el pelo. El color blanco debía recordaros después de cometer una falta, la inocencia y la pureza. Yo creía que a vuestra edad, la virtud y la rectitud habrían llenado vuestros corazones, lo suficiente para dispensaros de estos recordatorios. Pero estaba equivocado. Mañana, después de que os purifiquéis mediante el castigo, vuestra madre os atará una cinta blanca que llevaréis hasta que vuestro comportamiento nos permita volver a confiar en vosotros”. La blancura impregna la película pero Haneke nos va descubriendo, como si fuera una película de terror clásica que sugiere más que muestra, que esa pureza y esa inocencia están podridas.

Así Haneke descubre cómo detrás de cada uno de los personajes de esta película coral se esconde la represión, la humillación, la violencia física, psíquica y verbal, la sumisión, el castigo, la venganza, el complejo de culpa, la desolación, la tristeza, la muerte, la difamación, la vigilancia extrema, el miedo, las apariencias, la no aceptación del diferente…, y este espíritu enfermo envuelve cada rincón de la localidad y va cubriendo el corazón y los cerebros de adultos y niños, los hombres y mujeres del futuro. Ante esta radiografía escalofriante de una sociedad enferma y ante el anuncio inminente de una I Guerra Mundial no cuesta pensar el futuro de la historia y cómo se comportará un pueblo sumido en la enfermedad de la violencia, la culpabilidad y el castigo. No cuesta pensar de dónde surgirá el odio…

El director austriaco además emplea la voz en off y nos cuenta la serie de extraños acontecimientos que ocurren en la localidad poco antes de la guerra a través de la voz de un hombre anciano, el maestro foráneo, casi en forma de fábula. El maestro recuerda. El maestro sí que es un hombre de mirada limpia e inocente por eso nos narra esta historia desde el distanciamiento, desde la extrañeza de un hombre que todavía se pregunta qué pudo ocurrir y por qué. Que todavía se pregunta por qué los seres humanos que habitaban aquel lugar se pueden comportar de determinada manera. Y lo cuenta con pureza y exactitud. En blanco. Como cuenta su historia de amor con Martha, la tímida, bella y reprimida niñera del barón y la baronesa, de los terratenientes del lugar.

Haneke se centra en dos mundos: el de los adultos sin nombre pero sí con cargos y papeles determinados en su comunidad y red de relaciones (El médico, la comadrona, el maestro, el granjero, el pastor, el tutor, el administrador, el barón, la baronesa…) y los niños, los pequeños, el futuro, cada uno de ellos con un nombre propio (Anna, Klara, Martin, Rudolf, Karli, Sigmund…). Unos niños capaces de protagonizar las escenas más bellas y tiernas y también de estar presentes de manera amenazadora y terrible ocultando un trasfondo negro de una cultura y una moral que absorben con dureza cada día. Tras sus rostros y cabellos rubios, y caras angelicales, se ocultan ya los primeros síntomas del monstruo del mañana, el germen y la semilla de la violencia y el odio. Todo se sugiere, nada se cuenta explícitamente.

La película sin música de fondo sólo cuando se escucha realmente en el propio pueblo (el coro de la iglesia, en las fiestas, el piano y la flauta en casa de los terratenientes…) plasma un mundo bello y tranquilo donde el tiempo transcurre despacio, sin prisa: los campos, el viento, la nieve, las casas —las humildes y las menos humildes—, la iglesia, la escuela, los niños…, un mundo que se va llenando de extraños acontecimientos. Un accidente provocado del médico mientras monta a caballo, un campo de coles absolutamente destrozado, el incendio de un granero o el horrible maltrato que sufren dos niños… diferentes por distintas circunstancias (el niño aislado y rico, el niño inocente con síndrome de down)…

Así Haneke va demostrando que todos los habitantes ocultan una historia dura, triste y gris y que todos pueden ser culpables del estallido de esta violencia hasta el momento contenida. El director austriaco va desarrollando como en el pueblo además se genera un ambiente de sospecha, miedo, perplejidad y venganza. No extraña el anuncio del estallido de la guerra.

El realizador se convierte en mago de las imágenes a la hora de ir narrando cinematográficamente su historia. De esta manera cobra importancia todo lo que ocurre detrás de las puertas cerradas, de aquello que no encuadra, los sonidos que escuchamos nos cuentan mucho, lo que no vemos a través de las ventanas…, devolviéndonos escenas de una gran fuerza. Como el castigo de los niños tras la puerta cerrada, las piernas de una mujer muerta y el dolor de un marido en la cabecera de su cama, el sexo oculto y oscuro por el hombre que cubre a la mujer sumisa, las conversaciones que no escuchamos, las puertas que esconden la muerte, la culpa y la ausencia…

Lo terrible es que esa localidad la sitúa en un momento de la historia en un país determinado. Pero lo que ocurre en esa localidad puede trasladarse a otro país y a otro tiempo. El horror sugerido no cambia. Nos cuenta el odio generado por las diferencias y el reparto injusto, lo horrible de una sociedad sometida y aquellos poderes que someten (el terrateniente y su mando casi medieval, la sumisión que provoca el pastor a través de una religión que predica el miedo al pecado y genera el sentimiento de culpa, el sometimiento brutal de la mujer en un sistema patriarcal cimentado en la violencia…). Todos son víctimas y todos son verdugos, y ésa es la gran hecatombe.

Haneke y su equipo han realizado una labor de casting envidiable donde los rostros de los personajes tienen una fuerza que se come la pantalla a dentelladas. Desde esos niños rubios y silenciosos a ratos a esos adultos que ocultan mucho más que sufrimiento y dolor. Susanne Lothar —que ya trabajó con el director en la impresionante Funny games— como la comadrona nos hace sufrir con su rostro ajado y lleno de sufrimiento sobre todo cuando tiene que lidiar toda la violencia verbal que echa sobre ella un médico cruel roto por el dolor y el hastío que le vuelve un hombre absolutamente cruel capaz de despreciar a su amante y de hacer el mayor de los daños a su hija mayor) o ese granjero (Branko Samarovski) que no aguanta la injusticia, roto por la perdida de la esposa en un accidente laboral evitable y que ve cómo su mundo se derrumba en cuestión de días ante la justificada rebelión del hijo mayor y el castigo de un terrateniente condescendiente.

El realizador austriaco deja escenas impresionantes como la conversación de Anna con su hermano pequeño sobre la muerte, como ese niño pequeño que quiere cuidar y salvar a un pajarillo y cómo posteriormente se lo regala al padre pastor al que ve triste o las lágrimas de ese niño que oculta al severo padre que se masturba en las noches solitarias o esa niña golpeada una y otra vez por la culpa que clama venganza en un ser indefenso como un pajarillo o esa niñera a la que despiden y se queda aterrorizada ante el posible castigo. Escalofriante esa baronesa abandonando al esposo harta de la violencia y que confiesa estar enamorada de otro hombre o ese barón que en la iglesia incita a toda la comunidad a que sospechen los unos de los otros hasta dar con los culpables o el descubrimiento del hijo adolescente del suicidio del padre, o ese niño que vela a la madre muerta y quiere quitarle un pañuelo blanco del rostro…

Haneke muestra belleza para contarnos una triste y dura historia del origen del horror y la violencia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

2 comentarios en “La cinta blanca

  1. Hermosa también la manera en que describes la película. A mí también me ha gustado y sorprendido. Buscando información extra (como cuando uno se queda con hambre de más) es que dí con tu reseña. Enhorabuena y que tus ojos se sigan nutriendo de las hermosas (aunque a veces terribles y desgarradoras) imágenes del buen cine.
    Saludos.

  2. Bienvenido Pablo, y mil gracias por pasarte por aquí. Sí, Haneke es un director que nunca me deja indiferente. Es un director duro y desgarrador, como bien dices, pero que deja películas tan hermosas y complejas como La cinta blanca. A Haneke le descubrí con Código desconocido que no solo me gustó sino que me impactó y a partir de ese momento sentí gran interés por toda su filmografía.

    Beso
    Hildy

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.