Los actores detrás de la cámara (VI)

Laurence Olivier

 

Nos centramos en la historia de uno de los grandes actores clásicos. Un actor de teatro que triunfó en el cine. Un actor que amaba a Shakespeare y decidió ponerse tras las cámaras para dar su particular visión. 

Laurence cautivó en los años 40 con sus papeles cinematográficos donde se convertía en hombres románticos y atormentados como en Cumbres borrascosas, Rebeca o Lady Hamilton. Y partir de los años 60 se convirtió en un malvado sofisticado en películas como Espartaco, La Huella o Maratón Man. Aunque era un hombre de tablas y escenarios, en la pantalla grande también consiguió su hueco. 

Los tres clásicos shakespearianos que dirigió este gran actor británico fueron: Enrique V (1946), Hamlet (1948) y Ricardo III (1956). Por supuesto, en las tres propuestas, él también interpretó al personaje protagonista. Una buena trilogía, tres buenas adaptaciones de teatro al cine. 

Primero, fue Enrique V y en su debú como director nos sumerge no sólo en la obra de William Shakespeare sino en el mundo del teatro. Asistimos a una representación de la obra en el mítico teatro The Globus. La ambientación nos mete en un escenario de época, con un público lejano que se deja atrapar por la historia de este complejo rey (Enrique V no sólo inspira a Orson Welles –que se mete de lleno con uno de los personajes más interesantes Falsaff– sino también de una película fascinante de Gus Van Sant, Mi Idaho Privado). El público del teatro y nosotros, espectadores de la película, nos metemos tanto en la historia que de pronto desaparece el escenario para adentrarnos en grandes batallas o en solitarios monólogos…, a todo color. 

El prestigio lo alcanzó con su adaptación en blanco y negro de Hamlet. Olivier es totalmente fiel al original –bueno todo lo que se puede ser cuando una obra de cuatro horas hay que convertirla en una película de dos y su interpretación es buena y seria. Enternece el papel de una Ofelia con el joven rostro de Jean Simons. Triunfó en la ceremonia de los Oscar con los galardones de mejor película, actor, decoración y vestuario. Clasicismo puro y duro. Laurence fue un creíble príncipe de Dinamarca. Como soy un poco cotilla os cuento que esta película entristeció a una enamorada e insegura actriz shakesperiana Vivian Leigh –como olvidarla en Lo que el viento se llevó o en Un tranvía llamado deseo– que esperaba que su esposo luchara para que le dieran el papel de Ofelia. No fue así. Olivier también pensó que era mejor que Ofelia la interpretara una actriz más joven. Más dolor para una relación apasionada pero muy compleja de los dos rostros más bellos británicos de la década de los 30 y 40. 

Su última incursión en Shakespeare a través del cine fue con su interpretación del oscuro personaje de Ricardo III. La película relata la guerra civil inglesa, la guerra de las rosas, entre las casas de Lancaster y York. De nuevo, la interpretación de Laurence Olivier se lleva la palma con un Ricardo III que es la encarnación del mal y el poder. Y de nuevo la adaptación es siguiendo fielmente al original. Un personaje que le fascinaba y que décadas más tarde se ha convertido en la obsesión de Al Pacino (un actor que nos encontraremos de vez en cuando por este blog porque yo, Hildy, confieso que me fascina) 

Después, Laurence se metió a director de comedia y adapta una ligera obra teatral de Terence Rattingan con la rubia más explosiva de EEUU, Marilyn Monroe. Perdió los papeles con la actriz y no entendía su forma desordenada de trabajo. No se dio cuenta de que era la cámara quien estaba enamorada de Marilyn. No fue una buena relación y él no supo trabajar con la sex symbol (y muchos saben que era complicado). Sin embargo, la película que surgió es linda, El príncipe y la corista (1957). Distintas casas reales se reúnen en Londres para coronar al rey Jorge V. El regente de Carpatia se queda prendado de una corista llamada Elsie durante una representación teatral. Y la hace llamar para que vaya a sus aposentos. Algunas escenas hacen que esboces una sonrisa –por lo menos la mía– y no deja de ser una oportunidad de ver juntos a dos talentos tan diferentes. Quizá con un guión mejor o con una historia de más pretensiones, hubieran salido chispas de una pareja tan dispar. Como siempre Laurence cuidó la ambientación, la puesta en escena y la interpretación. 

Por último, dirigió una obra de Antón Chejov, Tres hermanas, en el año 1970 pero no tengo apenas referencia de esta película. Nunca la he visto. 

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