Parto de una realidad: he visto la película pero no he leído la novela. Así que mis ojos partían sin conocer su fuente original, como muchas veces me pasa. Primera buena noticia: me muero de ganas por leerme la novela (soy también lectora compulsiva y amo más al cine por ello porque me hace descubrir libros increíbles). Ya había muchas personas cercanas que me habían hablado de ella, entre esas personas estaba mi sabia madre. Segunda realidad: a los amantes de la novela no les ha convencido del todo la adaptación de Mona Achache aunque tampoco les ha disgustado totalmente. Tercera realidad: a mí la película me ha parecido película tierna, película medicina, película de soledades, pequeña historia con encanto…, disfruté en mi butaca como si me estuvieran contando un hermoso y triste cuento. Además, ciertas escenas y elementos me fascinaron.
Con esto aviso, la crítica puede ser distinta una vez que haya leído el libro pero de momento El erizo me ha enternecido. Mi madre que estaba entusiasmada con la novela me ha comentado todas aquellas cosas que echaba de menos en la película. Y estaba de acuerdo con ella, sin haber leído la novela, en que hay personajes que Mona Achache no desarrolla en la película que casi podían ser prescindibles como, por ejemplo, Manuela (Ariane Ascaride) y que en la novela por lo visto tienen más presencia. Así como ciertos detalles que faltan que harían más fuerte y estimulante la unión entre la niña de inteligencia portentosa, Paloma, el nuevo vecino japonés y la maravillosa portera. Todo esto lo digo por lo que mi sabia madre me ha contado.
Me gusta la solución de niña con cámara en mano para evitar la voz en off de niña que escribe un diario (así ocurre en la novela). La niña de doce años tiene unas reflexiones que no carecen de sustancia sobre todo ese ver a la raza humana o al mundo que la rodea atrapado en una pecera, sin poder salir de esos límites, la niña a esa edad, dios, no encuentra sentido a la vida…, pero a mí me ocurrió algo pese a que la película elige la mirada y punto de vista de Paloma yo me sentí seducida enseguida por la portera (una Josiane Balasto que se transforma de una muerta en vida –porque así lo elige—, que oculta su sabiduría bajo la apariencia de mujer invisible y que sólo es feliz en su pecera llena de libros que la transportan y la hacen volar, a una mujer con capacidad de amar que abre después de muchos años su corazón y sobre todo sus ganas de sentirse mujer visible y deseada) y por un bellísimo viudo japonés con una de las caras más dulces, Kakuro Ozu, todo un caballero azul, el nuevo vecino del inmueble (Togo Igawa, qué bello, dios mío).
A veces quería que Paloma dejara su cámara, sus reflexiones, su mirada, las situaciones con su familia y quedarme en ese pequeño universo que crean Renée, la portera humilde y mujer sufrida pero ávida de conocimientos, y Kakuro ese caballero millonario solitario y viudo que mira a la mujer tras la portería. Aunque a favor de Paloma diré que me encantan sus trabajos manuales y dibujos, la reflexión de la pecera y su definición de Renée como un erizo…
Me gusta esa reflexión de cómo en ese inmueble burgués cada uno de sus vecinos tiene sus historias, sus apariencias, sus lujos, problemas y tragedias y sin embargo la vida de la gente de servicio es un mundo al que no miran, un mundo aparte. Un mundo que existe pero no franquean. No lo miran, ni les interesa siquiera. Genial la escena en la que la madre de Paloma trata de explicar a Renée que su hija quiere ir a la portería y cómo ante el miedo de que el gato se escape lo mete en casa y cierra la puerta y Renée, claro está, no cruza el umbral de la casa. El gato dentro. Renée fuera. Genial.
Me encanta la presencia de los gatos, tanto el que acompaña las horas solitarias de Renée como los dos elegantes del señor Kakuro. Los tres unidos a Anna Karenina y a Tolstoi por sus nombres (León, Kitti y Levin). Kakuro intuye ese tesoro que oculta la portera en forma de cuarto lleno de estanterías y libros por la primera frase de la novela del escritor ruso que surge de forma natural en su primera conversación con Renée. Aquella de la diferencia entre las familias felices y las desgraciadas…
A Paloma también la quiero presente en sus escenas con Renée y en la complicidad que establecen ambas. Ahí Paloma se transforma en la niña que es. Una niña que busca mundos mágicos, que la quieran, que la miren, que la hablen…
Y es de esos cuentos que podrían ser felices pero que sabes que la tristeza y la tragedia acecha en cada momento. No sabes cuando va a hacer su aparición y a quién va a afectar más. Lo intuyes. Porque la historia es tan bonita que casi dudas que pueda ser real. Sabes que no puede terminar bien.
Por cierto, me quedo con la casa de Kakuro y esa pequeña sala de cine que tiene en una de sus habitaciones donde Renée y Kakuro disfrutan de una película de Ozu.
Y es que eso es El erizo…, una película sencilla, de soledades, de gente que nunca se encontraría y se encuentra, de lo sencillo que es encontrar un sentido en la vida…, de lo importante que es que alguien te mire, te hable, te escuche, de lo maravilloso que es compartir pasiones…
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