My Blueberry Nights (My Blueberry Nights, 2007) de Wong Kar-Wai

El director que viene desde Hong Kong aterriza al otro lado del océano y sigue siendo un contador de historias de desamor que envuelve en un estilo visual de colores y sentidos, cámaras lentas, y encuadres tras cristales, escaleras, locales, cámara lenta, primeros planos y una banda sonora de fondo que te hace viajar a un mundo de sentimientos y sensaciones.

El argumento es sencillo y apacible para tarde de domingo triste. O tarde de corazones rotos ávidos de segundas oportunidades o de elecciones no equivocadas.

Un poco de amargura, espolvoreado de imágenes bellas y estéticas, con canciones de amores desesperados pero eternos. Tres historias sólo unidas por un mismo testigo, una Elizabeth que pretende curarse en la distancia de una historia de desamor para enfrentarse con otra madurez a una nueva historia de amor que la espera tras la puerta, en el bar de la esquina, junto a una tarta de arándanos y una cámara de vídeo que recoge momentos especiales. Elizabeth emprende el viaje para olvidar y ver cómo otros también sufren pero la vida fluye. Y el corazón se rompe y se recompone. Y hay que elegir o a veces hay que confiar u otras veces hay que entender y ponerse en el corazón o cabeza del otro. Beth escribe a Jeremy, el dueño de un café que es corredor de fondo que siempre espera y sueña, y aunque la vida rompa corazones y almas, procura no perder una sonrisa, procura saber esperar, procura reservar un sitio y cocinar tartas de arándanos con helado porque hay alguien que las espera…

Y esa persona, una Beth nueva y tranquila, volverá a quedarse dormida en la barra del bar después de una copiosa comida que consuela estómagos y almas. Y sus labios volverán a estar manchados de crema. Y de nuevo Jeremy le limpiará esos labios con un beso…, esperando que sea correspondido. No hay prisa. Él guarda tartas o llaves con historias de puertas que tal vez se cierren o vuelvan a abrirse. Él espera, siempre en el mismo sitio. Porque ahí los sentimientos simplemente pueden acabarse o simplemente puedan empezar de nuevo.

Beth decide emprender el viaje y trabajar de día y de noche en restaurantes de comida rápida, en locales nocturnos o en casinos 24 horas, para olvidar, para transformarse, para rozarse con otras historias tristes de personas con corazones rotos que o tiran la toalla, o cambian de vida o siguen apostando con una sonrisa y un pequeño rictus de amargura.

Así Beth se encuentra con un hombre alcoholizado que bebe todas las noches hasta quedar inconsciente en la barra de un bar. Un hombre triste consumido por una separación que no asume porque él está loco de amor por su ex mujer. Y por las mañanas, ese mismo hombre es un ciudadano con uniforme de policía, educado y tranquilo. Su mujer es una aventurera que por amor se quedó atrapada en un pequeño pueblo que la ahoga como la ahoga el amor de un hombre al que no puede corresponder. Y ambos se autodestruyen y ambos sufren y ambos toman distintos caminos. Es una historia de amor desgarrado y Beth desde la barra se convierte en testigo de unas copas de whisky o vodka sin pagar.

Y en su periplo acaba en un casino donde conoce a una joven que apuesta por la vida, de corazón duro y con apariencia frívola, que oculta algún que otro dolor y una relación amor-odio con un padre que la ha aconsejado que desconfíe de todos, de él mismo e incluso de sí misma. Ella va por la vida como riéndose un poco de todo aunque por dentro sea una mujer triste. Y Beth y la jugadora de cartas se hacen amigas y emprenden un viaje que transformará a ambas y ambas extraen algo la una de la otra, la otra de la una.

Al final Beth regresa porque olvida o porque decide que ya puede elegir o emprender otra historia porque ese desamor ya ha pasado su fase. Ahora tiene un asiento reservado al otro lado de la puerta, alguien que la espera, y con un beso le quite los restos de una tarta de arándanos que nadie quiere, sólo ella.

Y para este cuento de desamores se puede contar con rostros bellos pero con surcos e historias.  Wong Kar-Wai se recrea en las miradas, silencios, lágrimas y alguna que otra sonrisa de la cantante Norah Jones, de Natalie Portman, Rachel Weisz, Jude Law y David Strathairn.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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