Si la cosa funciona

Que quieren que les diga, yo espero siempre con ilusión cada año el estreno de la película de Woody Allen. Unas me gustan más y otras menos pero no suele decepcionarme. Si la cosa funciona me hizo salir del cine con muy buen rollo. Con mucha ternura hacia cada uno de los personajes, todos con infinitos defectos pero todos con cualidades para ser amados. Porque al final así entiendo la filosofía de fondo de esta película: al final si algo tiene sentido en esta vida es que de alguna manera aprovechemos el momento y dejemos que nos amen. Y a pesar de los pesares también, al final, cada uno de nosotros necesitamos amar al otro.

Así Woody Allen abandona su periplo europeo y regresa a Nueva York y con la facilidad que le caracteriza (¡¡¡y sólo necesita hora y media!!!) crea personajes principales y secundarios que nos hacen reír y reflexionar sobre diversos temas. Y no sólo eso sino que en como muchas de sus películas Allen confiesa su desmesurado y gran amor al mundo del cine.

Así en Si la cosa funciona, desde el primer momento, hace partícipe al espectador. Los personajes de ficción, sobre todo el protagonista (Larry David, conocido cómico estadounidense, popular por sus trabajos televisivos. Ha trabajado como secundario en varias películas de Allen) de la película, Boris, es en todo momento consciente de que hay un público que está siendo testigo de su historia…, y nos lo cuenta mirando a cámara, refiriéndose a cada uno de nosotros y haciéndonos cómplices (ya realizó una proeza similar en esa película que expresaba todo su amor al cine, La rosa púrpura del Cairo, precioso experimento de cine dentro del cine).

Por otra parte, ese físico con aires de genio, sarcástico e hipocondríaco y con una visión absolutamente nihilista de la vida, parece que tiene una pasión que es el cine. Así ante uno de sus ataques de pánico nocturno logra calmarse cuando al poner la televisión se queda ante una vieja película de Fred Astaire. Realiza sus propios y desternillantes análisis de dos clásicos del cine norteamericano: Lo que el viento se llevó y ¡Qué bello es vivir! Por supuesto, alguno de los protagonistas sale de una sala de cine donde en esta ocasión se celebra un festival del cine japonés…

Si la cosa funciona es 100 por cien Allen. Película coral llena de personajes entrañables (curiosamente no emplea a casi ninguno de sus actores habituales —tan sólo repite con David que siempre había aparecido en roles muy secundarios y también con Patricia Clarkson que estaba presente en Vicky Cristina Barcelona—) que narra sus relaciones personales, sus pensamientos y miedos. El planteamiento puede recordar a Broadway Danny Rose, el protagonista nos empieza a contar su historia alrededor de una mesa, entre amigos. Por supuesto, Nueva York es un personaje más, también desarrolla una bonita historia de amor entre un hombre mayor y una chica muy joven tal y como pasaba en la preciosa Manhattan o en Maridos y mujeres. El personaje de Boris es absolutamente reconocible dentro de la filmografía del director con todas sus teorías nihilistas sobre el caos, sobre la decadencia de los humanos, sobre las dudas que generan las religiones, con su hipocondría, y su afán suicida ante un mundo que no le gusta…, Boris es un hombre complejo, a primera vista, a todos nos caería bastante mal porque además se añade la prepotencia y su desprecio por los otros (geniales las escenas en las que enseña ajedrez a niños a los que insulta sin piedad alguna), sin embargo, la composición de David y el guión de Allen hace que el espectador le mire con ternura y le coja mucho cariño.

Sabemos la facilidad que Allen tiene para dar buenos papeles femeninos, como crea musas, aquí Evan Rachel Wood interpreta un papel entrañable de joven sureña que huye del hogar y se entrega, sin prejuicios, al hombre que admira por su inteligencia. Ella en todo momento descubre el lado amable de Boris. Porque ella posee más inteligencia emocional que el complejo Boris y nunca se siente insultada por el cascarrabias porque sólo sabe mirar el lado tierno y humano del personaje construido por David. Y Wood está realmente divertida, humana y tierna… acostumbrados como estamos a verla en papeles dramáticos de películas independientes (Thirteen, En el valle, El luchador…)  seduce como cómica.

Algo cada vez más desarrollado en las películas de Allen (y de maneras muy diferentes) es la importancia que da el realizador al tema de la suerte en nuestras vidas. Como muchos hechos cruciales en la vida dependen de la suerte y no de las acciones de los propios personajes (¿recuerdan Match Point?).

Sin embargo, también Allen consigue en Si la cosa funciona mostrar las diferencias entre dos culturas muy diferentes en EEUU, el Norte y el Sur, así en frase cómica aparece Faulkner. Los sureños se desmelenan cuando conocen el Norte y cambian sus comportamientos, de esta manera, vivimos transformaciones divertidísimas sobre todo en los padres de la protagonista.

Y, Allen habla de lo importante que es amar. Porque diga lo que diga, Allen es un romántico. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, hombres y hombres, dos o tres…, pero amar. Así la película está plagada de ternura y enamoramientos…, llena de momentos divertidos y entrañables. Llena de reuniones, celebraciones, exposiciones y besos.

Sí, de Si la cosa funciona sales con un buen rollo…, e incluso piensas que si alguien te quiere, la vida merece la pena.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

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