Zatoichi (Zatoichi, 2003) de Takeshi Kitano

Tan sólo me pareció curiosa y no me entusiasmó, sinceramente. Hay otras películas de Kitano que me enternecen o interesan más tales como  Hana Bi, El verano de Kikujiro, Brother y Dolls. Hay algo que no le niego, me entretuvo, y hubo algunos aspectos que me tuvieron pegada delante de la pantalla.

Lo primero es que Kitano se sirve de personaje cinematográfico japonés mítico —aunque menos mítico claro está para espectadores de fuera—. Él, como actor, se transforma en Zatoichi, el masajista, jugador y samurai ciego. Con su cara hierática, sonrisa misteriosa y pelo rubio crea, reinterpreta y se ríe así como admira las aventuras de Zatoichi (el samurai ciego protagonizó unas 26 películas de los años 60 a los 80 y además también se realizó una serie de televisión. Zatoichi tenía el rostro de Shintaro Katsu).

Así el realizador dirige una recreación de un mito y de un tipo de cine (artes marciales) bajo su mirada personal. De esta manera, Kitano juega con el género. Peleas y violencia coreográfica, estética y claramente de mentira, mucho zumo de tomate o tinta roja, mucho muerto, muchas cicatrices o miembros por los aires, pies, brazos, ojos y creo recordar que alguna cabeza. Mucho uso maestro de la katana.

Los personajes silenciosos, de mirada profunda, que ejercen la violencia porque es a lo que se dedican como profesionales (yakuzas, guardaespaldas, samurais —en el caso que nos ocupa—) e historias de amor intensas, desgraciadas y con un destino trágico. Amantes unidos para siempre con tragedia de por medio como una Ópera donde apenas hacen falta palabras. En Zatoichi nos deleitamos con la triste historia del samurai-guardaespaldas Hattori —que sabe que su final es una muerte violenta— y su esposa enferma que intuye el final del amado y sufre porque se siente carga y por ello decide terminar con su existencia. Cuentan toda una historia sin apenas hablar.

Por otra parte, incluye en todo momento un humor que sorprende a través de ciertos personajes y también en la resolución de ciertas situaciones. Un humor, a veces, con un punto casi surrealista por su aspecto inesperado. Por ejemplo, cierto humor en los diálogos entre personajes, aparición de personajes cómicos como el muchacho vecino de los amigos de Zatoichi que va semi desnudo por todas las casas, corriendo, y con una especie de lanza, pegando gritos sin parar porque quiere emular a un samurai o el empleo sistemático de la violencia como espectáculo de ficción y las caras de alguna de las víctimas que por exageración también provocan risa. También, personajes tiernos que hacen gala de un humor sano como el mejor amigo de Zatoichi, un jugador de dados y campesino que vive con una tía que es una buena mujer campesina que acoge a todos en su hogar (incluido al masajista y samurai ciego).

Por último, para que no nos quede duda alguna de la farsa y de la ficción del mito que renace en la dirección e interpretación de Kitano, Zatoichi termina como un gran musical con un número coral donde todos los personajes protagonistas ejecutan su danza espectáculo para deleite del espectador entretenido.

Cuenta varias tramas interesantes y yo me quedaría con la que protagonizan unas nuevas amigas del samurai ciego, dos geishas asesinas que van deambulando por los pueblos en busca del grupo de asesinos que mataron a toda su familia cuando eran niños. Dos geishas, una toca una especie de sitar-puñal y la otra seduce con una danza ancestral de erotismo y seducción. La pareja de geishas no es lo que parece, escondiendo una buena historia —también repetida en la tradición japonesa tanto en el mundo de la Ópera como en el de las geishas (recordemos Adiós a mi concubina)—.

Así Zatoichi no es más que un espectáculo y recreación de un mito cinematográfico bajo la mirada propia de un director como Kitano. Y puedes conectar con esa mirada especial aunque nosotros no contamos con la fascinación que debía sentir el público con su héroe, el samurai ciego, sus aventuras, compañeros y situaciones.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

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