Ángeles sin cielo (The Saint of Fort Washington, 1993) de Tim Hunter

Durante tres años seguidos, a principios de los noventa, directores desconocidos y otros con más trayectoria realizaron películas en las que se reflejaba el otro lado del sueño americano: la situación de personas sin hogar que sueñan pero no llegan alcanzar sus proyectos de una vida más digna porque la sociedad que les rodea y las circunstancias personales no les deja. Sólo uno de los personajes logra superar traumas y rehacer su vida pero a la vez es la película más optimista y con más sesgos de fábula.

Me refiero a El rey pescador (1991) —fábula maravillosa y optimista—, Corazón roto (1992) —te rompe el corazón mil veces—, Mi Idaho privado (1991) –deseas que el protagonista encuentre esa hermosa carretera que le ponga en camino hacia una vida mejor— y esta que vamos a comentar.

Ángeles sin cielo es un relato sencillo y cuenta la historia de una amistad entre dos sin hogar que se mueven en una sociedad que les devora hasta los sueños. Un relato realista y seco pero de una hermosura y una sencillez que enternece.

Ángeles sin cielo cuenta la unión entre un sin hogar negro, veterano de la guerra de Vietnam, con salud física minada sobre todo por los dolores de una pierna recuerdo de una batalla; y un joven sensible y esquizofrénico que se queda de un día para otro sin hogar y que trata de convivir con su enfermedad y la soledad.

Danny Glover y Matt Dillon atrapan con sus interpretaciones y traspasan emociones que estallan. Se empapan de sus personajes y los trasforman en reales, carne, hueso y alma.

Matthew (Matt Dillon) es ese ángel indefenso que a veces oye voces, al que le cuesta relacionarse y que ha perdido habilidades sociales, que se enfrenta solo al mundo, y lo mira a través de una cámara fotográfica sin carrete. Dillon es tierno. Conmueve en su indefensión y sonríes en cada momento de superación.

Jerry (Danny Glover) es un sin hogar que sabe de supervivencia. Y sabe mucho. Optimista por naturaleza aunque a veces el dolor le hace perder los nervios o la mala vida, no digna, le cansa y le quitan las ganas de levantarse con ganas para afrontar un nuevo día. Sin embargo, nunca pierde la esperanza ni la capacidad de soñar.

Ambos se encuentran en un enorme albergue donde duermen todo tipo de personas y donde sobrevive aquel que se las sabe todas. Porque ahí no hay máscaras. Todo es crudo. Hasta la bondad más infinita pero también la brutalidad más injusta.

A Jerry le enternece Matthew. Le ve como un ángel al que proteger. Alguien que alivia su soledad. Alguien con quien poder soñar y construir el día a día para sobrevivir porque ya ninguno de los dos está solo. Porque se acompañan. Jerry le convierte en su hijo y le enseña la vida de la calle, no le trata como un esquizofrénico sino como una persona capaz de afrontar cada día un nuevo reto. Capaz de soñar los dos. Capaces de construir un futuro.

Y Matthew ilusionado se cree un sueño…, y supera retos. Y cuando la crisis asoma ahí está Jerry para calmarle y quitarle miedos. Ambos trabajan para conseguir alquilar un piso y no tener que volver a un albergue inhumano e inhóspito. Matthew no quiere volver a un lugar donde siente que le harán daño.

La historia de Jerry y Matthew enternece. Matthew con sus manos trata de aliviar el dolor de la rodilla de Jerry. Con ternura. Sin pedir nada a cambio. Jerry continuamente cree en las posibilidades del joven para salir adelante y saltar obstáculos. Cree en su capacidad de dar y crear. Y a esa cámara sin carrete le proporciona una. Para que Matthew cree y mire, porque como dice Jerry no tiene duda de que es un artista. Incluso Matthew, gracias a Jerry, gana la capacidad de soñar. Ahora no le acompañan voces que le asustan, sino imágenes de un futuro feliz junto al amigo. Matthew crea un futuro hermoso donde él participa activamente.

Pero la dura realidad cotidiana les golpea. Y un día son separados. Les paran por ola de frío y a la fuerza les quieren llevar al albergue. Jerry escapa pero a Matthew le meten en un camión que le traslada a un lugar que le da pánico. Y allí, sin embargo, es demasiado humano y echa una mano. Y esa mano que echa le cuesta la vida. Un navajazo frío que le deja solo y muerto…, demasiado tarde cuando llega un Jerry desesperado al lado del amigo que quiere proteger.

Y Jerry es tan humano que no quiere dejar solo al amigo que no tiene entierro, que es metido en caja de madera y enterrado en fosa común. Porque nadie le llora…, bueno ahora sí Jerry, que sabía que era un ángel y le deja encima de su solitaria tumba aquellas fotografías de un carrete revelado que guardaba su mirada. Y le promete que mientras él siga vivo, Matthew seguirá vivo porque siempre le tendrá presente en el recuerdo…, eso le dará fuerzas para vivir cada día.

Un relato sencillo, directo, tierno y poético, que recuerda a esa obra de los años setenta, El espantapájaros (1973) donde los espectadores vivíamos una historia similar en compañía de otros dos sin hogar, un maduro Gene Hackman y un joven Al Pacino.

Cuando termina Ángeles sin cielo, te quedas en silencio porque sabes que en pleno siglo xxi,  en este momento, miles de historias similares están ocurriendo una y otra vez. Hombres y mujeres que no alcanzan un sueño y que su día a día es la supervivencia pura y dura.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

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